Bilolipteoei -A.VA.nMTE
MOTAMID
U/fimo 7(ey de Sevilla
POR
Blas Infante Feroz
Imprentd de la Editorial A\/ANTE
S Pedro Mártir, 15.--SeVilla
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ES PROPIEDAD. QUEDA HECHO EL DE
íOt i^ PÓSITO QUE MARCA LA LEY. JOJ 50t
C(ida ejemplar se encuentra contrase fiado al objeto
dt poder perseguir, a los impresores que editaren
esta, obra, sin aiUorización de la "EDITORIAL
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Exposición dramática del reinado del
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PERSONAJES QUE INTERVIENEN EN LA NARRACIÓN
EL REY ABUL-KASIM BEN ABBAD (MOTAMID)
Elevado al trono a los veintinueve años; apasionado por
la gloria; gran poeta y filósofo; protector vehemente de toda
actividad artística^ filosófica o científica; guerrero impulsivo é
impetuoso, ágil y fuerte; político culto; a veces impremedi-
tado.
ITIMAD (ROMAIQUIA)
Primero, esclava de Romaic. Después, Reina de Sevilla
Espíritu ingenuo, altamente poético y religioso; adora tam-
bién la gloria. Diez años más joven que Motamid. Es hermo-
sa y plena de gracia.
IBN-AMMAR
Compañero y hagib del Rey; próximamente de su edad.
Poeta; amigo del fausto; lleno de ambiciones y supersticioso.
ROGERIO
Poeta siciliano, joven; expulsado de su patria y refugiado
en SeviUa.
EL HALCÓN GRIS
Exbandido. Brigadier de la guardia de Seguridad públi-
ca. Hombre ya maduro y roblizo.
ZOHAIR
Joven de la nobleza; capitán de la guardia real.
EL-DJAILI
Poeta de la Corte. De juventud un poco pasada! inge-
nuo,, vehemente y locuaz.
ALMUNDAFFAR
Guerrero y político hábil.
THOFAIL
Filósofo de la Corte; hombre rayano en la vejez; fuerte y
exageradamente circunspecto.
EBN-MOKRl
Visir; anciano ministro del Rey.
EL MUFTl
Obispo o jefe de los alfaquíes (sacerdotes).
EL CADÍ DE LOS CADÍES
Presidente de los jueces dd Reino.
ROM Al C
Dueño de Romaiquia; viejo mercader.
UN SANTÓN
Imán o iluminado venido en misión del África alnjDja-
vide.
OMAR
Soldado del Halcón Gris. *
HABIBAH
Doncella de la Reina. Joven ingeniosa, traviesa y linda.
Al XA
Dama intendente de las habitaciones de la Reina, en el
Alcázar de Córdoba, y profesora de erudicción.
AMINA
Aya de los hijos del Rey.
XELIMA
Niña de diez años.
ZAHIRA
Niña de seis años.
OMMALISAN
Niña de cuatro añoe
ABDERRAMÁN
Niño de siete años.
Caballeros y damas de la Corte; soldados del ejército y
de las guardias real y ciudadana; soldados de Yussuf; arifs
(ujieres : catibes (secretarios); mercaderes, hombres y mujeres
del pueblo.
La acción se desarrolla en la segunda
mitad del siglo XI.
hijos de Motamid y de Ro-
/ maiquia.
JORNRDn PRIMERA
T^ea/eza Ubre y J(ealeza Ssc/ava
ko '\ ■ -OOrV:©-" ó •-voOoV ó --.Oír:*©--- / ^\
Escenario
En la Pradera de Plata; almuzara o lugar de esparcimien-
to de los vecinos de Sevilla. La Pradera se extiende por la.
planicie que riberiza el Río.
Es un día de Primavera y de Mercado.
Los vendedores pregonan sus mercancías con voces tim-
bradas por motivos melódicos. Unos deambulan por entre la
multitud cargados de objetos; y otros gritan desde las puertas
dé sus tiendas, construidas con lienzos de vario color.
El pueblo bulle llenando las calles del campamento. Par-
te de la muchedumbre refluye a este; otra parte se distiende
por la alfombra de verdor de la Pradera, sembrada de flores
y sombreada por palmeras de cimbreadora esbeltez: Desde
los altos alminares de las mezquitas o desde los torreones del
Alcázar, o desde las almenas y ajimeces de la Torre del Oro
se percibiría, al mirar, un sol en cada armadura o alfanje re-
luciente, brillando fugaz, como los costados de los peces que
surgen a la superficie del occeáno, en este mar de turbantes
blancos y rojos, rematados por gorros dorados, encarnados o
verdes. Los airones y cimeras en los turbantes de los ociosos
guerreros, pájaros-temblorosos, mensajeros de todos los co-
10 BLAS INFANTE
loreS; parecerían de Iris, la diosa de la luz; y, por entre los jai-
ques y alquiceles, de varias y vivas tonalidades, el puro blaif-
cor pálido de las túnicas y mantos femeninos, ofrecería la vi-
sión de grandes azucenas que se mueven; de lirios blancos^,
que, alados, pasean.
La Primavera, borracha de resplandores, tiene un suefí©
de infinitas irisaciones, en el espacio terso y deslumbrador
como verbos refulgentes que vinieron a encarnar en los infini-
tos colores, con las flores, paridos por la Tierra. La polifonía
de las voces que asciende de la tierra, rima un himno con la
policromía de la luz que desciende del ciclo. Sonidos y luces,
cantos y perfumes, se encuentran en el espacio radiante; se
besan y aman y estallan ep loca explosión de alegría que res-
ponde a la alegría bulliciosa del Sol. Las aguas transparentes
del Río, discurren lentas y perezosas, como si les angustiara
alejarse para siempre de las márgenes floridas de la Pradera
de Plata...
PasaJ© I
(Abuí Kasím, Ibn Ammar yRogerio advienen desde la
ciudad a la Pradera. Visten amplios alquiceles blancos, rema-
tados por capuchones, con los cuales, cubriéndose la cabeza
y ocultándose hasta los ojos, pretenden esconder el semblan-
te y pasar desapercibidos por entre la multitud.)
ABUL KASIM
Dejemos un instante el poema, para admirarla
almuzara.
(A Rogerio).— Te prometí, extranjero, un rega-
lo más liberal que aquél que te hiciera al donarte mi
camello de ámbar con incrustadas perlas. Helo, aquí.
Dime por tus dioses, siciliano, si has soñado alguna
vez con una tan espléndida visión como esta que
ahora te ofrezco en la Pradera de Plata.
MOTAMID ULTIMO, REY DE SEVILLA 1 1
ROGERIO
(Admirado).— Bella es mi Sicilia, Príncipe, p€-
ro si el Reino de la Belleza es la Patria de todos los
poetas del Orbe, mi patria, señor, es el Andalus.
Soñaron una realidad los aedas griegos que en
el Andalus pusieron los Campos Elíseos. Y si la rea-
leza verdadera es, por ser la natural, la del espíritu
superior que piensa y siente y obra como un rey o
como un dios sobre los demás hombres, mi prínci-
pe, señor, no es, un rey fabricado por plebeyos, quie-
nes por necesitar de reyes, se fingen un rey, ador-
nando espíritus plebeyos, espíritus vasallos, con co-
ronas de oropel y mantos y cetros de bisutería. Mi
príncipe, mi rey, es un príncipe y un rey [de verdad.
Eres tú, Abul Kasím, que eres a mí superior en la
alteza, en la realeza de pensar, de lobrar y del sentir.
AMMAR
(A Rogerio).— ¿De cuál camello habló el Señor?
ABUL KASIM
(Riendo).— De aquél que te sugiriera tanto respeto
supersticioso, evocando tus tétricas imaginaciones.
Un día tú entraste en mi Cámara. La estatua de ám-
bar del camello hubo de despertar tu admiración..
Las misteriosas irisaciones de las perlas que incrus-
taban la talla (perlas negras, fingían sus ojos; perlas
de varia tonalidad, en su color pálido, los arreos de
la montura); esas irisaciones de luz que fué prisio-
nera, en los abismos del mar, alumbraron, en tí, no
se qué abismos de superstición. Señor, preguntaste;
12 BLAS INFANTE
—¿Quién fabricó tan exótica estatua?— No se sabe,
te respondí con misterio. Dicen que es un símbolo o
ídolo de países lejanos en el espacio y en el tiempo.
Representación tal vez* de la Humanidad; camello
en cuyos ojos hay una prisión de luz venida de re-
motas profundidades, el cual, con lento paso, mar-
cha cargado con su gibosidad, por caminos incier-
tos hacia un fin ignorado; perdido quizá en las en-
crucijadas de las sendas. La Humanidad, como una
perla, tal vez sea una tumba perdida de la luz.»
(A Rogerio).— Ammar, al escuchar esta serie de
desatinos, vestidos de ampulosas palabras lúgubres,
hubo de mirar con cierto recelo el camello, viendo
en él siempre una misteriosa solemnidad.
(A Ammar).— Tranquilízate ya, hijo venturoso de
mi inolvidable Silves, en la antigua Lusitania. El ca-
mello ha salido, más que de prisa, de mi Cámara, en
las manos aladas de este afortunado poeta.
AMMAR
(A Rogerio).— ¿Te lo ha regalado?
ROGERIO
La primera vez que entré en la Cámara regia, hí-
zome el rey tan espléndido donativo. Contaba yo al
Señor las desdichas de mi patria, depredada por el
" Normado, cuando llegó a aquél un presente de nue-
vas monedas de oro, acabadas de salir del troquel.
El Príncipe tomó h s sacos. Leyó en las láminas de
metal reluciente, recitando en alta «voz sus poéticas
leyendas, y después, señalando aquel tesoro, dijo:
MOTAxMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 13
—Tómalo, extranjero. Estas monedas son para tí. —
Señor, contesté, para transportar tan preciosa carga
necesitaría un camello.— Pues coge ese. También te
lo regalo— replicó el rey, mostrándome la estatua
de ámbar y perlas.— Y por esta razón, sabio
Ammar, el camello cargado de monedas de oro, es
hoy joya que deslumbra a cuantos visitan mi aloja-
miento.
(EL HALCÓN GRIS, seguido por varios SUBORDINA-
DOS, entra en escena. Su aire es afectado. Con un gesto de
cómico orgullo, percibe cómo los individuos de la multitud
se fijan en él, susurrando murmuraciones* misteriosas y vol-
viendo la cabeza para contemplarle más tiempo.
Al descubrir a los TRES ENCAPUCHADOS, el Halcón
los mira con recelo, y dice rápidamente, dirigiéndose a uno de
sus guardias.)
HALCÓN
Ornar: No pierdas de vista a estos tres de Tos ca-
puchones. O son bandidos que abandonaron la Sie-
rra asustados del Halcón Gris, o jóvenes caballeros
de la Corte que habrán venido a jugar alguna bro-
ma pesada a los pobres mercaderes.
(Dicho esto, el Halcón sigue hacia la Pradera con igual
aire de petulante majestad. Omar, colocado en un ángulo de
la escena, sigue sin pestañear los movimiento de los tres en-
capuchados, moviéndose a compás de estos.)
ABUL KASIM
(Riéndose y dándose cuenta de todo.)— Para llegar a
14 BLAS INFANTE
ser un buen policía, es preciso haber sido anterior-
mente un buen ladrón. Ese delicioso Halcón no ha
dejado un bandido en toda la comarca. Se explica
muy bien. Una vez estuvo en las puertas del Infier-
no. Y ya se hallaban éstas abiertas de paren par, a fin
de franquearle la entrada con todos los honores; y
los demonios se disputaban los primeros puestos pa-
ra recibirle y aclamarle, cuando, desde el dintel, hu-
bo, de volver la cabeza para mirar nostálgico a la vi-
da, no por la vida, sino por el placer de robar. Y
así, en taltrance, vino a dirigir una de las más in-
geniosas operaciones de entre tantas como llevara a
cabo durante su existencia de ladrón. No pensó en
aquellos instantes en elevar al cielo la mirada implo-
radora. ¡En el cielo no existe lo ajeno ni, por tanto,
el placer de apoderarse de lo que no nos pertenece!
(Rogerio mira al Príncipe extrañado e interrogante).
¿Quieres saber cómo fué esto? Explícale
Ammar, cómo fué la conversión del Halcón Gris
en brigadier de la guardia de Seguridad del Reino.
(El Príncipe saca un pergamino y empieza a leer).
IBN AMMAR
Cosas de esta tierra, extranjero. Has de saber
que ese Halcón Gris eraun temible bandido queaso-
laba con sus rapiñas estas com'arcas del Andalus.
Puesta a precio su cabeza, tras grandes esfuer-
zos, vino a caer en poder del Cadí. Este le condenó
considerando sus terribles hazañas, a morir en un
suplicio excepcional: a ser crucificado, para escar-
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 15
miento de todos los de su jaez. Enclavaron en una
cruz al famoso Halcón, y le elevaron con ella sobre
el borde de un camino. Durante el primer día de
suplicio, una inmensa muchedumbre hubo de acu-
dir a contemplarle, pero, al atardecer del segundo
día, viéndole ya exangüe y moribundo, hasta los
guardias que lo custodiaban lo abandonaron, yendo
estos últimos a reponer un tanto, en la próxima al-
quería, sus estómagos vacíos.
Quedaron sólo, al pie de la cruz, la mujer y los
hijos del ajusticiado.
La pobre mujer lloraba diciendo: «¡Ah, pobre
Halcón! ¡Desamparados nos dejas, entregados sólo
a la merced de Alah, antes clemente, ahora despia-
dado con nosotros y contigo! ¿Qué habrán de co-
mer nuestros pobres niños? ¡Pobres huérfanos, cas-
tigados sin culpa por el injusto Alah!» El Halcón no
contestaba. Sus ojos sangrientos y nublados por la
sombra de la muerte, escudriñaban atentos a lo lar-
go del camino. Un viandante avanzaba por la pista,
aproximándose hasta venir a parar debajo de la cruz.
Era un mercader: el cual conducía un macho
cargado de telas y de otros objetos con los cuales
comerciaba por las numerosas alquerías.
— ¡Este es el Halcón Gris!— exclamó el merca-
der con cierta satisfacción, sombreada por el recuer-
do del terror antiguo, mientras se limpiaba el sudor
y miraba atentamente la cruz. v
—Tu servidor, amigo.— contestó el Halcón con
voz apagada.— Perdona que no pueda : liudarte en
esta incómoda postura.
16 BLAS INFANTE
— jAIabado sea el nombre de Alah!— dijo el
mercader.— ¡Bendito mil veces su profeta Moha-
med! Buenos sustos me hiciste pasar durante mis
caminatas a lo largo de las sendas. Seguros y tran-
quilos estarán desde ahora las veredas y caminos
reales.
—Todo lo merezco, buen trajinante— replicó el
Halcón.— Pero por Alah te pido no me nieges esta
pequenez de favor que voy a suplicarte ahora. Es el
último deseo de un moribundo: ¿Ves aquél pozo
cuyo brocal resalta allá abajo? Es un pozo seco y
profundo. Cuando esos malditos soldados del Ca.
di iban a cogerme, yo, viéndome irremisiblemente
perdido, hube de arrancar de mi cinto una bolsa: lle-
na de dinares de oro, la cual arrojé al fondo obscu-
ro de aquella cisterna. Mira ahora, honrado merca-
der, ¡oh, hombre compasivo!, cómo esta familia mía
implora contra mi suerte, temerosa de perecer de
hambre. ¡Yo te conjuro por Alah clemente a que ba-
jes al fondo del pozo, extraigas la bolsa y, tomando,
en recompensa, la, mitad de sü contenido, entregues
la otra mitad a esa pobre mujer, madre de mis tris-
tes hijos...!
Fuese por compasión o por codicia de llevar
la parte en la bolsa del bandido, es lo cierto que el
buen traficante accedió a la demanda.— ¡Ayúdale!,
dijo el Halcón a su mujer. Toma esa larga cuerda
con la cual fui amarrado por todo mi cuerpo a esta
cruz. Átala al brocal del pozo y que descienda por
ella este buen hombre.— Y, al decir esto, un gesto
17 MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA
de suprema compunción le contraía el semblante.
Así lo hicieron. Ayudada por el mercader, la
mujer confeccionó con la cuerda una escala. La
tendieron sobre el brocal y, apenas hubo aquél ba-
jado por ella, hasta el fondo del pozo. «¡Córtala
cuerda! > gritó el Halcón a su consorte. Y mientras el
cuitado mercader se desgañitaba, en vano, sumer-
gido en el fondo de la cisterna, el crucificado bribón
mandó a la madre de sus hijos llevarse lejos de allí
el macho cargado de mercancías, para que vendién-
dolas, pudiera gozar de ellas con la bendición suya
y la del clemente Alah.
Mi señor Abul Kasim sustituía, por entonces, en
el Gobierno a su padre Motadhid. El ingenio es el
mejor título de honor en la Corte de Sevilla. Ente
rose el Príncipe de la ocurrencia y mandó ensegui-
da, aquella misma noche, desenclavar al Halcón de
la cruz. Comparecido que fué éste ante su presen-
cia, le preguntó mí señor:— ¿Es posible que en vez
de rezar aprovecharas para robar tus últimos instan-
tes?— Mi príncipe, contestó el Halcón Gris con voz
debilitada: si tu supieras el gran goce que se expe-
rimenta robando, cambiarías tu manto real por mi
alquicel de ladrón.— «Por un sólo instante, repuso el
príncipe, que hubieras entonces abandonado tu vi-
cio, Alah te habría otorgado el Edén. > El Halcón ar-
gumentó imperturbale:— «¿No dicen que es el Paraí-
so el Centro de todos los goces? Pues no sería Pa-
raíso si en él no existiera el gran goce de robar. >
2
18 BLAS INFANTE
Rió grandemente el príncipe la filosofía del la-
dJÓn, y hubo de interrogarle así:
—¿Entonces no existe para tí posibilidad Se un
oficio honrado?
El Halcón respondió: «Robar o perseguir ladro-
nes; no conozco otros oficios. >
Incontinenti, el Halcón fué nombrado para la
Guardia de Seguridad, y tales proezas hizo en la
persecución de los bandoleros, que hoy, ya lo has
visto, es el brigadier de la guardia.
ROGERIO
Sí, que es el cuento interesante.
ABUL KASIM
(Apartando la vista del pergamino en el cual tuvo concen-
trada la atención durante la narración de Ammar).
¿Te gustó el cuento, siciliano? Para la visión
optimista de los ojos del Andalus, aunque estén re-
presentados por los de un bandido, la muerte tiene
un gesto cómico y ridículo. Nada podrá la Muerte
contra la Gloria de este vivir.
Pero no puedo rematar este poema. Ayúdame,
Ammar. Vayamos, señores, hacia adelante, por la
Almuzara, en donde las mujeres hermosas bullen.
(Los caballeros siguen caminando Pradera adelante.
EL REY sale recitando a media voz, dirigiéndose a Ammar):
Hurí de los jardines celestiales:
No me contento con amar tu gracia.
Quiero también penetrar su esencia...
(Ornar, el soldado destacado por el Halcón, sigue a los
encapuchados, cumpliendo las órdenes de su jefe).
MOTAiMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 19
Paia|# lili
(UN CHATIB, desarrapado y sucio, rodeado de plebe y
de chiquillería, entra en !a escena, llegando del lado de la ciu~
dad. Viene a pararse junto a unas cajas de madera que sirvie-
ron para conducir al mercado efectos de los vendedores. En-
caramándose sobre lo alto de las cajas, comienza a hablar. En
torno de él van agrupándose hasta el final de la peroración,
gentes de todas las clases y condiciones).
EL SANTÓN
(En tono de profeta fulminante). — Escuchad, ¡oh cre-
yentes! lo que dice por mi boca el Libro de la Es-
pada...
UNO DEL AUDITORIO
¡Arrojadle!
OTRO DEL AUDITORIO
¡Dejadle! Es divertido...
UNA VIEJA MUJER
¡Callad impíos! Es un siervo de Alah!
EL SANTÓN
(Colérico). ¡No os rebeléis contra mí, hijos del
Andalus resplandeciente..! Que Alah es fuerte y el
Emir AlmiUmenim... (En tono de amenaza).
VARIOS DE LA MULTITUD
¡Echadle; echadle! ¡Que vaya a amenazar a Lis
aldeas.. I
OTROS DE LA MULTITUD
¡Santón, di a tu señor africano que el Andalus
es libre!
20 BLAS INFANTE
OTROS
¡Que venga Yusuff cuando quiera! (En son át
reto y de chacota).
OTROS
jEs un espía! (Por el Santón).
UN JOVEN CABALLERO
(Encaramándpse sobre otra caja y haciendo silencio en la
multitud)^ Este buen imán, ¡oh andaluces! viene a
convertirnos para Alkorán y para el califa almora-
vid, siervo de los imanes, del mismo modo que sus
cofrades del África catequizan lamtunas y salvajes
tribus, encaramados en los riscos de los montes.
Que no diga cuando vuelva a su país que el Anda-
lus no se presta a servir de escena para los teatros
todosl
Ved: La caja en que se encuentra subido es un
risco de la negra cordillera a quien Atlante legó su
nombre. Vosotros sois lamtunas prestos a escuchar
la voz de Alah el fuerte, y yo uno de vuestra tribu
que os ha exhortado a escuchar al imán que a re-
dimirnos viene de tenebrosos abismos que ultratum-
ba os aguardan. Repartidos los papeles, empieze la
farsa. ¡Hable el imán! (El caballero desciende de su tribu-
na. La multitud, regocijada, prorrumpe en risas y aplausos al
orador).
VARIOS DE LA MULTITUD
¡Dice muy bien! ¡Que hable el Imán! ¡Que
hable...!
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 21
EL SANTÓN
(Irritado). /Andalus, Andalus; hurí pervertida
que abandonaste el harem del Profeta! ¡La Trompe-
ta de Israfil, el juicio anuncia del Andalus, corrom-
pido de impiedad... Ay de vosotros el día en que el
Ángel Gabriel sostenga la balanza, cuyos > platos
vendrán a contener el cielo y la tierra, suspendidos
el uno del Paraíso y el otro del Infierno...!
; Escuchad, infieles, la sura terrible de Alkorán
Los que no crean serán vestidos de fuego; agua hir-
viendo caerá sobre sus cabezas y en el agua hirvien-
do se derretirá su piel; y se disolverán sus entrañas
y apaleados serán con mazas de hierro... (La multitud
ríe burlonamente. El Santón, algo mohíno, prosigue más hu-
manizado).
¡Orad y combatid, oh creyentes! La oración
conduce al creyente hasta la mitad del camino del
cielo; el ayuno le lleva hasta la puerta del Altísi-
mo; la limosna le abre la entrada.
La espada es la llave del Cielo y del Infierno,
y una sola gota de sangre derramada en defensa de
la fe o del territorio del Islam, es más grata a Dios
que el ayuno de dos meses.
¡Oh, creyentes! No digáis jamás que han muer-
to los que mueren en la pelea por la religión de
Alah. Ellos viven, pero vosotros no entendéis de
esto. ¡Oh, Profeta! Alah es tu apoyo y los verdade-
ros creyentes que te siguen...!
¡Andalus que no rezas a Alah y que con los
perros cristianos convives.... ¡Ay del Andalus que ni
ora ni combate contra los enemigos de la Fé, olvi-
22 BLAS INFANTE
dando al santo Profeta! Leéis en libros que no son
AJkorán. La verdad terrible sólo en él está escrita.
¡La Verdad de la Naturaleza es contraria a la Verdad
de Dios...!
¡Maldición sobre el pueblo engrandecido por
la Ley de Alah, que contra el Profeta se rebeló:
¡Maldición sobre el Andalus, sobre Córdoba, sobre
Granada, sobre Sevilla... ¡Sevilla, la ciudad adúltera
e impía, corroída de vicios!...
El pneblo alborota y clama contra el africano, vociferan-
do todos sin entenderse ninguno. Unos quieren que siga de-
clamando para divertirse con el discurso. Otros se oponen a
la pretensión de los primeros, pidiendo que sea arrojado el
Santón.
Pa§3|® IJV
(Atraídos por el tumulto y la corriente de la muchedum-
bre, vuelven allugar de la escena ABUL KASIN, AMMAR
y ROGERIO, vigilados sienipre por el soldado Omar).
VARIOS DE LA MULTITUD
¡Nos amenaza y nos insulta!
OTROS
¡No puede durar más tiempo esta broma...!
OTROS
¡Dejadle... Dejadle... Que hable!...
OTROS
íEstá loco...!
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 23
AMMAR
Maldito aljafít... (1). He aquí la voz salvaje que
el África grosera nos envía. De seguir en tal liber-
tad los imanes para publicar sus insolentes fetvas
(2) y el África para enviar a sus santones, seguramen-
te en connivencia con los cadíes y los faquíes de
nuestras Mezquitas, ¡oh Abul Kasin!, pronto te for-
zarán, como a Almansur, a encender hogueras con
los libros acumulados en las bibliotecas del Reino,
a derribar las estatuas de tus palacios y a destruir
las pinturas que embellecen sus muros.
ABUL KASIM
(Sonriente). Mira el pueblo.
(La multitud sigue profiriendo burias contra el Santón,
quien gesticula enardecido, sin poder hacerse oir).
EL SANTÓN
Y será destruido el Charadjid, palacio pagano
de vuestro Rey, y... (La muchedumbre aclama burlesca-
n^ente al Santón, quien sigue gesticulando).
AMMAR
Yusuf, el califa africano, acecha el venir a Espa-
ña por segunda vez. Primero, señor, cadíes y fa-
quíes, acusándote de tibieza y de sumisión con res-
pecto a los cristianos, te forzaron a romper con el
Rey de León y a llamar en auxilio de los príncipes
del Islam, en el Andalus, al bárbaro Yusuff y a sus
hordas morabitas. Ahora, el salvaje comendador de
(1) Doctrinero.
(2) Decretos de excomuuión.
24 BLAS INFANTE
los creyentes, piensa acaso volver a España, pero,
no ya como amigo y auxiliar, sino como conquis-
tador. Y es él quien, seguramente, envía por delan-
te de sí a esos doctrineros, en complot con los doc-
tores de las aljamas (3) para sublevar al pueblo con-
tra tí y dominarlo él, como restaurador del Islam y
protector de la Ley del Profeta.
ABUL KASIM
Es cierto, Ammar, que estoy a punto de pagar
muy cara mi impremeditación cuando por primera
vez hube de llamar al califa moravid, y de despertar
con su visita a estos territorios su codicia por po-
seerlos. El auxilio hase tornado en bárbara amenaza.
Y esta amenaza no es Alfonso, el derrotado de Za-
laca por las fuerzas coaligadas de Yusuf y las nues-
tras, quien ha de sufrirla, cuando en realidad triste
se torne. Somos nosotros, los príncipes andaluces,
los ahora amenazados de ser desposeídos. Pero, en
cuanto al emirato de Sevilla, ¿crees tú que conse-
guirán las gentes de las mezquitas, partidarias de la
intervención de Yusuf, ganar a mi pueblo? Ya lo
ves. Tanto o más que a su Rey, repugna al pueblo
el salvajismo del Mogreb.
ROGERIO
Jamás hubiera podido concebir en mi pobre y
hermosa Sicilia, la existencia feliz de un pueblo
coKio este. La Corte es una Academia presidida
por el príncipe. Nadie hay que no sepa leer y escri-
(3) Mezquitas.
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 25
bir. Los más deliciosos frutos, aquí los he visto casi
de balde. Aun no he llegado a percibir por los ca-
minos viajando alguien a pie. ¿Cómo podrá rebe-
larse contra tal rey tal pueblo? Ni este pueblo pue-
de tener otro Emir, ni algún otro Emir pudiera re-
gir este pueblo.
ABUL KASIM
Ya lo estás escuchando, Ammar. Verdadera-
mente, Rogerio conoce a mi pueblo, aunque no
sean ciertas las lisonjas a su Emir.
AMMAR
No hay pueblo en el cual no exista muchedum-
bre. En todo pueblo, la minoría es el pueblo; la ma-
yoría es la muchedumbre, sin conciencia. Y, a la
muchedumbre, la fuerza organizada le parece augus-
ta, cuando la potencia de esta fuerza es superior a su
potencia inconsciente. La muchedumbre es como
el agua que, no pudiendo romper el dique, discurre
esclava por el cauce que viniera a abrirla, un organi-
zado poder. Si el poder de Yusuf es superior al tu-
yo, por el cauce moral que le abra Yusuf discurri-
rá la muchedumbre del Andalus, hasta que a través
de los siglos, lentamente, el pueblo, la minoría, la
ordene por otras madres. Y si hoy la muchedumbre
sigue su curso por el cauce que le abrieras tú, diri-
giéndose contra el califa africano, mañana, cuando
encuentre en este un poder superior al tuyo, por los
cauces de este poder se lanzará, señor, contra tí
Mira, príncipe mío, que los partidarios de Yu-
suf halagan el interés de ciertas clases poderosas,
26 * BLAS INFANTE
que ejercen dominación incontrastable, cuyas raíces
son nada menos que las conciencias de los muertos
latentes en la subconciencia de los vivos...
ABUL KASIM '
Y bien, sí: los faquíes me acusan de ser irreli-
gioso; los cadíes me tachan de ser despreciador de la
Ley... Mi pueblo sabe que no. Mi pueblo sabe que
lo de cierto en este asunto es que yo percibo esas
realidades, religión y ley a través de cristales más
transparentes que el cristal alcoránico; cristales lim-
pios de sombras ancestrales, depurados por el ge-
nio de nuestra raza y por la reflexión de nuestra Fi-
losofía.. El pueblo mira también a través de los cris-
tales de su Rey. ¿Cómo, pues, podrá alguna vez
seguirles?
AMMAR
¿Y los mercaderes? En tu reino sobran los in-
gresos de Aduanas para cubrir los gastos públicos.
Los mercaderes se quejan, de que de este modo son
ellos los únicos que vienen a pagar impuestos. Ade-
más, la rancia nobleza, de abolengo sirio o árabe^
protege a los imanes; y, todos unidos, ¿no determi-
narán algún día, en contra de tí, a la plebe esclava?
¿No facilitarán así su conquista al emperador de los
muslimes morabitas?
ROGERIO
Escuchad... Otra vez pretenden, en burla, hacer
silencio para que se oiga la voz del Santón.
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 27
(Los partidarios de que el Santón siga perorando, impo-
nen silencio humorísticamente a la multitud, con gestos y sig-
nos.)
UNO DE LA MULTITUD
¡Callad! Dice el Santón que, si lo atendéis, de-
clamará sus últimas palabras.
OTROS
¡Que las diga y se vaya!
OTROS
¡Callad! ¡Viva el Santón!
EL SANTÓN
Porque vuestros príncipes son impíos y el pue-
blo duerme mientras el muezzín llama a los fíeles,
desde los altos alminares, a la oración del alba-
porque desprecian a los imanes y forman en la plé-
yade maldita de los sabios que no respetan a Al Ko-
ran: porque los pueblos del Andalus se mofan, con
sus emires, de los decretos de Alan, y están vacías
las Aljamas, y las mujeres dejan los serrallos y se
entregan a estudios de impiedad, o van por las ca-
lles con la faz descubierta, y departen con los hom-
bres en escandalosas tertulias: esto dirá el Emir Al-
mumenín, el gran Califa Yusuf, quien por la gracia
de Alah, reina en el África sobre los buenos musli-
mes; En nombre de Alah Grande y Misericordioso
(loado sea por los siglos) yo, el Emir de los creyen-
tes, con el consejo de los doctores, declaro despo-
seídos a los príncipes del Islam en Occidente...
28 BLAS INFANTE
VARIOS DEL AUDITORIO
¡Fuera! ¡Fuera! ¡Puerco!
EL SANTÓN
Sobre el armazón de piedra del gigante Atlas,
semillero de mis huestes...
(La gritería de la multitud es espantosa. Varios derriban
al Imán de su pedestal).
AMMAR
Indignad o.— ¡Vendrá, señor, vendrá! Escucha
mi consejo: Convoca aMos emires; pacta alianza con
los cristianos; asusta a los imanes y a los espías de
Yusuf. ¡Sé prudente, señor!
ABUL KASIM
¡Bah! «Laprudencia consiste en no ser pruden-
te...» Nada podríamos ni el pueblo ni yo contra las
tribus morabitas, las cuales, al querer el emperador,
inundar pudieran toda la tierra del Andalus, como
Occéano impetuoso. Sólo queda una esperanza: la
de que el bárbaro califa, entretenido en otras gue-
rreras ocupaciones, desdeñe nuestra dominación...
Si así no sucediera... ¡Y bien! Yo he soñado
con una bella muerte heroica bajo la gloria de este
sol. Sus rayos divinos juguetearían en los lagos de
mi sangre... ¡Y bien! ¡Todo sería, ofrecer con mi san-
gre, a mi sol, un espejo rojo en el cual vinieran a
remirarse las irradiaciones doradas de su vivir ar-
diente!
Vamos, amigos; continuemos fraguando elpoe-
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 2Q
ma por otras calles de tiendas, no profanadas por la
voz de África; ni inquietadas por el tumulto del
pueblo.
AMMAR
No es preciso. El Imán se aleja, prometiendo
volver.
EL SANTÓN
(Rechiflado por el pueblo, sale de la escena gritando).—
¡Ay del pueblo que burla a los enviados de Alah!
¡Ya los fieles de Alkorán se aprestan contra el Occi-
dente impío! ¡Ya los torrentes desgajados del Atlas
siguen al que por Alah, vuela al combate!...
(La muchedumbre, vociferando, sale tras del Santón,
quien vuelve ala ciudad. Al desaparecer el tumulto que ocul-
tara una tienda de sedería, en el centro de la escena, aparece
Romaiquia, en la puerta, dispuesta a vender sus mercancías).
ABUL KASIM
¡Linda vendedora nos ocultaba el tumulto!
(El rey se aproxima al lado de la tienda, en el espacio li-
bre entre ésta y la contigua, desde el cual se descubre la mar-
gen del río. Sus compañeros le siguen, situándose todos en
dicho espacio)*
¿Fué, acaso, la voz del Imán quién te evocó
del cielo? (A Romaiquía) Hace poco hubimos de pa-
sar por aquí y tú no te encontrabas en la puerta de
esta tienda.
30 BLAS INFANTE
ROMAIQUIA
Yo he salido de la tienda atraída por el grite-
río de la multitud. Roimaic, mi amo^ mientras el
Imán hablaba, me dejó al cuidado de las mercan-
cías y él fuese para la ciudad, con ánimo de volver
pronto. ¿Desean comprar algo los señores?
ABUL KASIM
La seda que más nos agrada de la tienda no
está en esas piezas de varios colores. Es la seda de
tu piel.
ROMAIQUIA
(Con cierta tristeza) Está yá comprada, señor.
ROGERIO
(Contemplando la margen del río) Y es claro y ver-
de el gran rio:— De misteriosas ondinas— Dios los
ojos forjaría— con el cristal de sus aguas.
AMMAR
(Emulando a Rogerio en un pugilato de improvisación)—
Cuando es más bello, en la noche:— El cadáver de
la luna— que insepulto en los espacios— Vaga la
sombra encendiendo— en fosforecente llama:— en
cada onda del río— pone una mirada triste:— trému-
lo fulgor que alumbra— como el fuego tembloroso
— en que el alma de los muertos,— azulada y fugi-
tiva—de la sepultura sale...
ABUL ASÍM
¡Bien, amigos! Cada cual improvisó según su
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 31
genio. Cada cual percibió la belleza del río, según
«1 cristal con que su espíritu mira al mundo.
Yo la veo de distinto modo:
Sierpe es el río de plata fundida — laterada con
haces de sol. — Con su lomo terso como un diaman-
te—Yo, un escudo, para el combate,— fraguaría res-
plandeciente...
ROMAIQUIA
(Que ha observado con gran atención, escuchando con
interés a los poetas).— Ningún puñal clavaría el escu-
do;—si como el frío del desamparo— común a las
almas funde— y en su unión las fortalece — viniese
el frío de la tierra— fundiendo, heladas, las ondas—
a forjar dura coraza.
ABUL KASIM
(Sorprendido) ¡Por Alah, linda doncella; a to-
dos nos superastel
ROGERIO
(Asombrado).— ¿Es posible?
AMAIAR
(Secillamente).— No es extraño en el Andalus.
¿Te gusta la poesía, muchacha?
ROMAIQUIA
(Con gracia y desenvoltura).— Soy la Poesía, señor.
AMMAR
(Algo aturdido).— Lo creo. ¡La pregunta fué imper-
tinente!
32 BLAS INFANTE
ABULKASIM
(Riendo).— ! Por los dioses!, que las damas de la
Corte reiríanse ahora de tu ingenio galanteador. Di-
me. tú, (a Romaiquía) que haces gala de un genio poé-
tico superior al de los poetas consagrados por la
fama, ¿serias capaz de acometer la obra que voy a
encomendarte? Como un portento creado por la
vida en su trabajoso ansiar de belleza a través de
los siglos, yo, el último de sus soldados, vendría a
adorarte coa mi ardiente fé.
¿Qué os parece, señores? ¿Pudiera esta mucha-
cha rematar el poema que discutíamos hace poco?
AMMAR
No sería imposible, señor. Las más famosas
poetisas que en Córdoba y Sevilla emularon y emu-
lan a la cantora de Lesbos, no hubieran improvisa-
do tan pronta y bellamente como esta sirviente de
un mercader.
ROGERIO
Si mi asombro no fuese ya grande, bastaría es-
te hecho para colmarle, dejándome pasmado de ad-
miración.
ABUL KASIM
Veamos hermosa niña. Los señores y yo de-
partíamos hace unos momentos, investigando los
versos que mejor concluyeran el poema este. (Des-
enrolla el pergamino que antes hubo de leer). Un enamo-
rado (nadie deja de estarlo alguna vez de una sombra de be-
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 33
jlcza: de Realidad Suprema que en vano se busca por el Mun-
do.) finge haber llegado a conseguir su aspiración.
Sobre la Tierra encuentra un ser celestial: una hurí.
Las huríes, según una interpretación de Alkorán y
de la Sumna hecha por el Andalus, solo pueden vi-
vir respirando el ambiente del Paraíso. El de la Tie-
rra es impuro y denso y vendría a asfixiarlas, como
a un hombre sumergido en las aguas de un infecto
pantano. Nuestros padres, además, decían que uno
de los efluvios que componen el paradisíaco am-
biente, es el de las heridas de los muslines que mue-
ren en los combates de Alah. Y, el enamorado, he-
rido de amor, dice en el poema: ¿Es que el efluvio
de la herida mía, sobre la Tierra te fingió un Edén?
Así solo puede explicarse la existencia de una
hurí en nuestro planeta.
He aquí como el poeta expresa su pensamiento:
Hurí de los jardines celestiales,— no me con-
tento con amar tu gracia, — quiero conocer y aspirar
su esencia.— Del radíente Edén de muslimes fieros
—en donde es aroma el efluviar de heridas— de los
que murieron en combate santo— viniste al Anda-
lus, dulce patria nuestra— ¿Es que el perfume de la
herida mía— en el Andalus te fingió un Edén?
Poco más hay escrito. Pero este poeta (dirigién-
dose a Ammar) dice: Si la hurí fué la causante de la
herida de amor y la hurí habita en el Paraíso, ¿có-
mo el enamorado pudo verla sobre la tierra? Y si
no la pudo ver. ¿cómo llegó su visión a herirle? Y
3
34 BLAS INFANTE
$i no le hirió, ¿cómo pudo emanar su herida el pa-
radisíaco ambiente que sobre la tieria fingió un
Edén atrayendo engañada a la hurí?
Y así departíamos cuando la voz del Imán hu-
bo de convocarnos con la muóhcdumbre frente a la
puerta de tu tienda.
AMMAR
(Mirando expresivamente al príncipe.) Muchacha:
puesto que aceptamos tu bello arbitraje, ¿quién te-
nía razón, el crítico o el poeta?
ROMAIQUIA
Un poeta no ñngido, jamás se equivoca. Un
corrector sinctro, siempre puede tener razón. Yo
compuse poesías a hurtadillas de mi amo el merca-
der.
No sé si podré acertar a completar la obra de
un poeta famoso, resolviendo las contradicciones
del poema.
Pero, dadme, señores; haré por continuarlo.
ABUL KASIM
(Emocionado y significativo.) ¿Serás tú la hurí? Sí
lo eres, haz lo que dices!
(El Rey entrega a la doncella el pergamino.)
ROMAIQUIA
(E'mpieza a leer en silencio. Después continúa a mcdi
voz.) ¿Es que el perfume de la herida mía— en el
1
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 35
Andalus te fingió un Edén?— Porque esta herida
que tu amor causara— no exhala de macho temblo-
roso—que lujuria aulla en la selva virgen — ergui-
das las cerdas crepitantes— el acre olor, nuncio a las
ninfas,— de Pan en el sagrado bosque;— cuyo seno
misterioso guarda— la pureza de celestes lagos...
(Romaiquia calla unos momentos, reconcentrándose en
sí; el pergamino cae de sus lindas manos y sigue recitando con
Toz queda y temblorosa, con voz de iluminada.)
Ansia de belleza mana mi herida,— ansia de be-
lleza pura e inmortal...— ¡Oh, tú, muslim que en el
combate mueres— por la santa causa de Alah pode-
roso!—Tu anhele es igual al anhelo mío; igual es
la herida que mana tu anhelo,— si la muerte no
afrontas como vasallo— que esclavo servil, adulan-
do ofrenda— su vida humillada a un alto señor... —
Hombres potentes y bellos y heroicos— Amor y
Dolor; Fuerzas y sonrisas,— gestos todos de Natura
madre,— dioses fueron y copas vacías,— apenas gus-
tados, de esencia inmortal.— Amor a estos dioses,
herida es de Dios.— Vacías las copas, los hombres
sedientos:— Más, gritan, más; y, alados creando— en
Alah del cielo que no vieron nunca— la copa sin fin
de un eterno Dios,— al combate van por saciar en
ella— su sed de belleza para no morir.— Mujeres,
destellos de mujer celeste— de celeste mujer, mati-
ces distintos,— irisaciones de una belleza,— luz que
sois varia, una en el seno— de la blanca luz de Fe-
minidad.—Los hombres os aman y apenas gusta-
36 BLAS INFANTE
das — vacías las copas, los hombres sedientos:— ¡Más,
gritan, más!, y alados buscando— en mujer celeste
que no vieron nunca— la copa sin fin de suma mu-
jer—al combate van, y crean a Afrodita.— Copa de
mujer que jamás se extingue,— esencia inmortal de
mujeres todas— de toda mujer, resumen divino... Y
así de belleza, hidrópicos siempre,— de mujeres y
dioses la esencia absoluta— buscando en la tierra
vendréis a crear— la divinidad una que a toda belle-
za—en una belleza vendrá a resumir. — ¡Será la
Belleza Suma de Alah...!
Ansias de belleza mana mi heria— ansias de be-
lleza pura e inmortal— ansias de Dios que fraguan
a Dios— ansias de Edén que crean el Edén.— En el
creado Edén son el aroma— que a aspirarse viene
como premio santo— y al ser mis ansias ambiente
del cielo— ¡el ambiente del cielo es de bella inquie-
tud...!
Y, así, ¡oh hurí!, te atrajo a la Tierra— del cie-
lo perfume... el anhelo mío...
Hurí de los jardines de Mohamed.— Mujer ce-
leste del Edén de Alah,— no me contento con amar
tu gracia,— quiero fundirme con tu suma esencia...
(La voz de Romaiquia tiene una sublime vibración pro-
íética y se timbra al final de dulzura suave y temblorosa.)
ABUL KASÍM
(Conmovido.) ¿Quién eres, di?
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 37
ROMAIQUIA
Me Hamo Itimad: pero todo me dicen Romai-
quia; porque mi dueño es Romaic.
ABUL KASIM
Pues bien, Itimad: a tí buscaba yo. Quiero lle-
varte y nada se opondrá a mi propósito. (Vehemente)
Ammar, vé y que traigan una litera.
(El Rey señala a Ammar el camino de la ciudad con ges-
to imperativo. Ammar sale a cumplir el mandato.)
ROGERIO ■
Dime, por tu vida, Romaiquia. el dramático
misterio que esencie la historia de tu existencia.
ROMAIQUIA
Ninguno, señor. Quedé huérfana a los pocos
años. Mi padre fué guerrero. Sola y niña hubo de
tomarme Romaic.
ABUL KASIM
Itimad: He enviado por una litera para con-
ducirte. Me dejé arrastrar por el impulso de mi ve-
hemencia... Quiero, no obstante, consultar tu volun-
tad soberana.
¿Te agradará venir conmigo?
ROMAIQUIA
Yo...
ABUL KASIM
¿No quieres? Tú lo has dicho: la poesía eres
38 BLAS INFANTE
tú. ¿Por qué ha de estar la poesía esclavizada en la
tienda de un mercader? Para ella, el Poeta, en su
espíritu, tiene un templo; y el Príncipe te brinda en
su Alcázar, un pobre Palacio.
ROMAIQUIA
¿El Príncipe...?
ABUL KASIM
Quiero que ahora conozcas únicamente al Poe-
ta, (Se levanta el capuchón de modo que sólo Romaiquía le
contemple el semblante.)
Itimad: yo hube de decir en cierta ocasión: la
Belleza existe; la Copa no la encuentro.
Bostan unos puntos suspensivos para rectificar
ahora la blasfemia de un instante.
La Copa de las bellas plenitudes— en que be-
ber aspira mi inmortal anhelo,— esa Copa de infini-
ta fragancia, — ¡es tu boca, Romaiquia! ¡Itimad:
eres tú!
Eternidad de inquietudes divinas, — llegará un
instante, luminoso abismo, — que abrirá ante mi
Eternidad mejor,— ansias potentes que aspirando
crean,— en combate sin tregua, la Realidad, al fin —
mis ansias de belleza, eternal Romaiquia, — en tí en-
carnaron soberano aliento— y crearon en tí, el He-
cho Divino.
Ven, conmigo.
ROMAIQUIA
¿Lo permitirá mi dueño?
MOTAMiD, ULTIMO REY DE SEVILLA 39
ABULKASLM
Itimad: yo creo en la esclavitud. Esclavos son
los hombres que necesitan señor. Libre es el hom-
bre que se siente y cree señor y que como a señor
se gobierna y gobierna a los demás.
¡Malditas leyes que hacen de la Ley caricatura!
|Tú eres libre! ¡Tal vez sea tu esclavo tu señor!
ROMAIQUIA
He aquí que mi señor llega.
(Romaic, el viejo mercader, arriba, en efecto de la ciu-
dad. Primero mira con extrañeza a los encapuch iados ante sm
tienda. Después con desconñanza.)
ROMAIC
(Aproximándose).— ¿Desean comprar algo los se-
ñores?
ABUL KASIM
Deseamos redimir la libertad de tu señora,» Ro-
maiquia.
EL MERCADER
(Con ira.) No tengo a esta muchacha para ateso-
rar galanteos de jóvenes desocupados.
ABULKASIN
Formalmente, te propongo la cesión de tu sir-
40 BLAS INFANTE
vienta. Cuanto me pidas por ella, yo llegaré a dár-
telo.
ROMAIC
Aquí se compran objetos y se viene a pagar en
moneda real.
ABUL KASIM
Moneda real yo te entregaré, Romaic.
(Los ojos del mercader empieza a brillar de codicia. N©
obstante, vacila aún. Cree todavía que aquella gente noble y
desocupada pretende embromarle.)
Buen Romaic, pide. ¿Cuánto deseas recibir a
cambio de la cesión? Cuanto exijas, te será pagado.
ROMAIC
(Ablandándose.) ¿Pero hablas formalmente, se-
ñor? .
(Ammar llega dentro de la litera que conducen dos ja-
yanes.)
AMMAR
(Saliendo de la Hiera.) Tu mandato fué cumplido,
señor. Aquí tienes la litera para conducir a la joven.
ROMAIC
(Dándose cuenta de que le pretenden arrebatar a Ro-
maiquia.) ¡Adentro, Romaiquia! ¡Obedece!
ABUL KASIN
^Señalando a la muchacha la litera.) ¡Adentro, Itl-
maó...!
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 41
ROAMIC
(Interponiéndose.) ¡Eso no será!
AMMAR
¡Atrás, esclavo!
(Ammar rechaza al mercader contra la tienda y le arro-
ja una bolsa de oro.)
ROMAIC
(Cogiendo la bolsa y vislumbrando en la resistencia un
mejor negocio.) ¿Así vas a olvidarme, Romaiquia?
¡Favor, favor, que me roban mi tienda!
ROGERIO
(Tapándole rápidamente la boca.) ¿Callarás, maldito?
(Omar, el soldado vigilante puesto por el Halcón Gris
para seguir a los tres caballeros, interviene rápidamente. La
gente empieza a aglomerarse ante la puerta de la tienda. Du-
rante el curso de esta escena, no dejan de llegar pasean tes
que asisten curiosos al suceso. Los mercaderes salen de sus
tiendas para presenciar también el desarrollo de la cuestión.
OMAR
No hay derecho a hacer fuerza a nadie. ¿Qué
pretendéis^ caballeros?
ROGERIO
Este hombre (señalando a Romaic ) nos ha cedido
su sirvienta a cambio de la bolsa de oro que ves en
sus manos.
AMMAR
Y, ahora, el malvado no quiere dejárnosla ve-
nir.
42 BLAS INFANTE
ROMAIC
¡Mientes! ¡Mientes! ;Yo no la he cedido! ¡Es
falso, es falso...!
AMMAR
Levantando el cortinaje de ]a litera, sin hacer caos-
del soldado ni del mercader.— Pasa, señora, (invitando a
Itini ad, a quien toca en el brazo.
ROMAIC
jNo será, no será...!
OMAR
Tiene razón este hombre. ¡Eh, tú! (A Ammar.)
Deja a la muchacha. Y vosotros (a ios jayanes) llevaos
la litera. Venid y resolverá este pleito el cadí de los
mercados.
AMMAR
(A los jayanes.) ¡Permanece aquí! ¡Lo mando yo!
PBMBlm ¥1!
El Halcón Gris entra en escena acompañado de varios
soldados. Los mercaderes murmuran a favor de Romaic; entre
el pueblo se dividen las opiniones.
UN MERCADER
Tiene razón Romaic. ¿Por qué ha de perder su
sirvienta? Es suya.
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE ÍEVILLA 43
UNO DEL PUEBLQ
¡Que diga ella misma con quién prefiere mar-
char y que se haga tal como su voluntad lo qniera!
VARIOS DEL PUEBLO
¡Muy bien, muy bien! ¡Que sea hecha su vo-
luntad!
OTROS
Que los lleven ante el cadí.
EL HALCÓN
¡Callad y abrid paso! (se lo abre a fticrza de puños).
VARIOS DEL PUEBLO
¡El Halcón!...
EL HALCÓN
¿Qué ocurre, Ornar?
OMAR
Ocurre que estos hombres se empeñan en lle-
varse en la litera a esta muchacha. Su dueño el mer-
cader Romaic, se niega a ello. Los señores, sin em-
bargo, alegan que éste hubo de cedérselas por una
bolsa de oro.
EL HALCÓN
Bien suponía yo que estos encapuchados venían
a turbar la paz en el mercado y a burlarse de los
44 BLAS INFANTE
vendedores. Muchachos: Llevadlos al cadí y que
aclare la Justicia este asunto.
AMMAR
Por el Halcón.— ¡Imbécil!
A Abul Kasím.~¡Te van a descubrir, señor!
EL HALCÓN
A Ammar en tono autoritario.— ¿Qué es lo que tú
murmuras?
AMMAR
Entono despectivo.— Digo lo que me parece.
EL HALCÓN
Amoscado.— Ten la lengua y dinos quién eres.
AMMAR
¿Qué te importa?
EL HALCÓN
A Rogerio a quien tiene cerca de sí. — ¡Eh, tú, levanta
el capuchón!
El Halcón destoca la cabeza a Rogerio, descubriéndole el
el semblante.
ROGERIO
¡Miserable!
EL HALCÓN
¡Ea, ya se cansó el Halcón de aguantar el mis-
terio! (Gritando a sus soldados). ¡Coged a ese! (por Am-
mar.
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 45
Y tú (se dirige a Abul Kansim) ¡descubre el rostro
enseguida!
El Rey rehuye la acometida y se separa unos pasos del
Halcón.
¿No quieres? lo harás de grado a por fuerza
Intentando sujetarle agarrándosele al alquicel.
ROGEEIO
(Desnudando la espada). ¡Atrás, malvado!
AMMAR
(imitando a Rogerio). ¡Quieto, Halcón, O te atra-
vieso el vientre!
EL HALCÓN
(A sus soldados). ¡A ellos, muchachos!...
Los soldados esgrimen los alfanjes y se disponen a aco-
meter a los rebeldes. La multitud rehuye y hace cerco a los
combatientes. Romaiquia se cubre el rostro con las manos,
Romaic se sitúa aterrado adentro del dintel de su tienda.
ABUL KASIM
¡Teneos todos! (con voz autoritaria) ¿Qué deseas.
Halcón? ¿Llevarnos ante el cadí? ¡He aquí la voz del
que está por encima del cadí de los cadíes! Itimad
quiere venir con nosotros y esto se lo impide su
dueño Romaic. Decid: ¿Puede ser esclava de su va-
sallo, una reina? Las leyes todas aspiran a traducir
en el mundo la ley que Alah para el mundo vino a
promulgar desde el Cielo. Y esta ley, al noble de
46 BLAS INFANTE
espíritu, hizo libre y señor del ruía de alma, a quien
naturalizó eselavo. Y el espíritu soberano Alah lo
ungió Rey desde el principio de los siglos, otorgán-
dole plena potestad para derogar las leyes contra-
rias a la Ley de Alah...
EL HALCÓN
(Impaciente) A callar y a obedecer, charlatán en-
-capuchado. ¿Te vas a burlar de mí? ¡Eh, u os ren
dís de buen grado o por Alah que, vivos o muertos,
ante el cadí habréis de ser conducidos!
AMMAR
Quier© hablarte, Halcón. ¿No consentirás en
escucharme unas cuantas palabras en secreto?
EL HALCÓN
El Halcón no oirá nada secreto. El Halcón
quiere jugar claramente en todos los asuntos. Y me-
nos que a nadie a tí, que te mantienes con la capucha
calada y el alfange en la diestra.
¡Ea, rendios los dos! (a Rogerio y a Ammar que es-
grimen aún sus armas).
¿No queréis? ¡Pues matadlos! (en tono de mando
a sus soldados).
(Los soldados van a acometer nuevamente, defendiéndo-
se Rogerio y Ammar).
ABUL KASIM
(A los dos caballeros) Ammar, Rogerio: ¡Volved
las armas ai cinto!
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 47
(Los dos señores obedecen con sumisión).
¡Quietos, soldados de la guardia. Lo mando yo!
(Los soldados se detiene un tanto, contenidos por el im-
perativo del Rey).
EL HALCÓN
(Iracundo a sus soldados). ¡Amarradlos, y sea el
primero este charlatán que osa ordenar en donde
está el Halcón Gris!
ABUL KASIM
Dice el que está por encima del Cadí de los
cadíes: ¡Halcón; paso a tu Reina!...
Abul Kasin sonriente, se destoca la cabeza descubrien do
•éí rostro).
EL HALCÓN
(Asombrado). ¡El Rey!
LOS SOLDADOS Y EL PUEBLO
(Respetuosos). ¡El Emir!
ROMAIC Y ALGUNOS MERCADERES
¡Señor!
(Todos se inclinan y retroceden, mostrando un respeto
religioso. Romaic llega a tocar con la frente el suelo).
ABUL KASIM
(A los jayanes que conducen la litera). ¡Acercaos!
(A Itimad). Entra, señora. (El Rey invita a Romai-
quia a pasar al interior del vehículo, inclinándose ante ella
48 BLAS INFANTE
mientras sostiene el cortinaje. Romaiquia, silenciosa, obedece
a Abul Kasim).
(Al pueblo). Has de saber, pueblo, que es fun-
ción del verdadero soberano investigar y alumbrar
la realeza oculta. Y, en esta tienda, se alojaba una
realeza escondida. (A Romaic) Mercader: ve mañana a
Palacio por el precio que a tu arbitrio fijares como
valor de la que fué tu sirvienta. Para tí era una escla-
va. Para mí es una Reina. La Reina Itimad. Por ser
uno con esta Reina, mi nombre será el mismo suyo
en nombre de varón: Ella se llama Itimad. Yo me
llamaré Motamid...
El Rey penetra en la litera con Romaiquia. Los soldados
presentan las armas, y la muchedumbre extiende los brazos
en señal de sumisión, mientras el vehículo, conducido por los
jayanes, empieza a marchar, hacia la ciudad, seguido por
Ammar y Rogerio.
VAI^IAS VOCES
¡Salud al Rey Motamid!
OTRAS VOCES
i Guarde Alah al Emir de Sevilla!
JORNRDR SEGUNDA
Gl triunfo de la T{ealeza
Escenario
Salón de la Reina en el Alkázar de Córdoba.
En el fondo, un ajimez con vistas a la Sierra.
Las puertas del ajimez están cerradas.
Es de noche. HABIBAH y AIXA se ocupan en el exor-
no del salón. Dirigen a los criados, quienes cuelgan tapices,
tienden alfombras y disponen la colocación de luces, pebe-
teros, cogines, etc., los cuales objetos van entrando otros
servidores del Palacio.
HABIBAH
(Con cierta languidez).— jOh, Aixa mía! ¡Con cuán-
ta pena hube de salir esta tarde de Medina Zahara!
¡Qué bellos días los de nuestro descanso en la
encantada ciudad! Jamás los ojos, siempre abiertos
de la favorita del gran califa Abderramán, los ojos
de fijo y expresivo mirar de la estatua de Zahara,
tallada en la puerta del Palacio; jamás vieron entrar
52 BLAS INFANTE
en el magnífico recinto de la Medina, un tan lucida
y brillante cortejo.
AIXA
Sin embargo, el Palacio ha perdido mucho
desde la época de Abderramán y Aíaken.
HABIBAH
Sí. Durante el gobierno de la República Cor-
dobesa, la Medina hubo de sufrir un lamentable
abandono. Los ojos de la imagen de Zahara, en su
eterno mirar hacia el valle riente, extrañarían duran-
te todo ese tiempo el silencio de olvido de su poé-
tica tumba, aguardando en vano la irrupción de
aquellas oleadas de clamores y de colores que du-
rante los días de la grandeza imperial, se llega-
ban a la gran plaza para concertar en los torneos
reales, poemas brillantes, con el ritmo armonioso
del sonido y de la luz. Cada caballero jugaba un
verso; cada dama una estrofa, en aquellos poemas
sonoros y resplandecientes.
La Princesa muerta, dejó también de ser arru-
llada en su sueño divino, por la dulce salmodia de
los versos nostálgicos cantados por las princesas
vivas, con voces de plata, en la azul transparencia
de las noches del Andalus. jDelicadas princesas, para
siempre enmudecidas, que en los jardines edénicos
del Palacio más bello de la tierra, rivalizaban en ins-
piración con la suprema poetisa de Mitilene!
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 53
II ■ > ■! *»■ ■■- ■ ■ ■ ■—.■■■■ ■- ■ ■ I I ..^ ■ ■ ■■ ■ ■„ — — ■
Pero los buenos tiempos volverán para la Me-
dina. Motamid quiere restaurarla para mansión de
Itimad. ¿Desde cuándo, Aixa, no te has recreado por
aquellos jardines?
AIXA
Desde la anterior estancia de Romaiquia en
Córdoba. También hubimos de gozar allí un agra-
dable descanso.
HABIBAH
¡Si tú hubieras visto, Aixa amiga! Hemos des-
cansado en Medina durante tres días inolvidables.
A toda hora, el certamen ha estado abierto. Hom-
bres y mujeres en continuo pugilato poético, cientí-
fico o artístico; interrumpido a veces por las trave-
suras de Itimad. Todos los atardeceres, en la gran
plaza que, ante el Pórtico principal, se extiende are-
nosa, los jóvenes caballeros y los principales vazires,
contenerán en torneos airosos. Las veladas, jugába-
mos en los jardines, adornando los árboles y los
macizos de flores con iluminaciones ' fantásticas
Aixa: ¿tú no conoces al Djaili?
AIXA
¿No es un poeta de la Corte? Versos suyos, sí
recuerdo haber leído. Pero al Djaili no le conozco.
HABIBAH
Pronto habrás de conocerle, pues en breve lie-
54 BLAS INFANTE
gara a Córdoba... ¿Te parece, Aixa, que demos ya
por concluido el exorno del Salón?
AIXA
Creo que está ya suficientemente arreglado
para recibir a la Reina. (A los criados que, habiendo con-
cluido, aguardan órdenes junto a la puert» del Salón),
Podéis retiraros. (Loscriados se retiran).
HABIBAH
Pues, sí, Aixa: el Djaili es muy divertido. Yo
gozo mucho haciéndole rabiar. ¡Cómo nos ha dis-
traído! Es un tarabilla que habla en verso. Inocente
y candoroso, siempre estábamos ideando travesuras
para reírnos de él.
Verás una:
¿Conoces a Thofail, el filósofo?
AIXA
jYa lo creo! Es hombre muy serio, excesiva-
mente circunspecto y no a propósito para jugar
bromas.
HABIBAH
(Riendo).— Pues hubo de jugarla a la fuerza.
Verás. Una noche, la primera de nuestra estancia en
la Medina, Itimad dijo a Thofail.— «Filósofo, acom-
pañante mañana al amanecer en una excursión que
haremos a la Alquería de Ben Abbás. Este me ha
ponderado su labranza y quiero verla. Solamente
nos acompañarán Myriam y Ben Alwacil, el inge-
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 55
niero de los riegos. Una nave nos aguardará en la
Ribera del Rio».— Enseguida, Thofail, fuese a acos-
tar, para levantarse al amanecer, agradeciendo el
honor que le hacía la señora. Y con ella fué el des-
prevenido filósofo a la excursión. Nosotros, enton-
ces, los que habíamos concertado la broma con Ro-
maiquia, apenas los vimos marchar, hubimos de en-
trar en el cuarto de Thofail. Los conjurados éra-
mos solamente, Hixen el médico, Sobheya la cama-
rista, y yo. Hicimos un muñeco de serrín y lo me-
timos en un féretro, el cual vinimos a colocar, en-
vuelto en un sudario, en el mismo centro del cuar-
to del filósofo. Entonces, Hixem, se situó gravemen-
te a la cabecera del féretro y nosotras salimos a
llamar a unas criadas para que, dolientes, plañeran.
¡Por Alah, que hubimos de escandalizar el Pa-
lacio en todas direcciones!, porque por todos los
corredoras y galerías íbamos gritando: ¡Ay, pobre
Thofail, que ha muerto de repente! ¡Ay, pobre Tho-
fail, cómo se va a disgustar el Rey!... ¡Ay, pobre
Thofail, que gran fiilósofq pierde el Andalus!
Todos los caballeros y todas las damas íbanse
despertando al oir nuestros gritos; y, luego, corrían
todos hacia las habitaciones de Thofaii, preguntan-
do: «Pero, ¿qué ha ocurrido? > Y unos a otros se
respondían: «Dicen que Thofail, el filósofo, ha muer-
to de repente. > Así fueron llegándose, durante toda
la mañana, a la habitación del féretro, en cuya ca-
becera, con lúgubre aspecto, encontrábase el médi-
56 BLAS INFANTE
co del Rey, Hixem. ¡Pobrecito! ¿De qué ha muerto?
preguntaban los recien llegados: Hixem repetía
tristemente: «De una apoplegía, señores.»
Hasta que vimos aparecer al Djaili, quien, des-
de que se enteró en su alojamiento, para no dejar de
hablar, empezó a enumerar y a criticar las obras del
filósofo difunto; y, así, ocupado en esta tarea, venía
andando por los corredores. «¿De qué ha muerto?»
—preguntó el Djaili, en llegando a la cámara mor-
tuoria. Hixem contestó: «De una apoplegía».— El
Djaili, entremetido como siempre, replicó, — «Hay
que embalsamarle y llevarle a Córdoba. Merece el
difunto, que el Rey asista a su entierro, descubierto,
a la cabeza de la comitiva, como hace en los entie-
rros de todos los sabios.»— «No puede ser, alegó el
médico. Está muy corrompido y habrá necesidad de
enterrarle enseguida.»— «No huele», volvió a decir
el Djaili.— «Olerá pronto», replicó el médico.
En efecto, el médico había preparado, con no
sé qué drogas infernales, una pequeña cajita, la
cual, en abriéndola exhalaba un olor insoportable,
como de cadáver corrompido. Tenía depositada la
caja debajo del muñeco, e inclinándose hacia el fé-
retro, como para reconocer a Thofail, abrió la caji-
ta. A poco, el Djaili se llevó las manos a las narices
y exclamó espantado: «¡Ya huele...!» Yo, entonces,
desde la puerta de la estancia, le imploré llorando:
«¡Oh, Djaili, ¿quién mejor que tú para componer
un epitafio en honor de Thofail?»
4
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 57
Rodeado por todos, se sentó a escribir en la
habitación contigua y, en un pergamino, fraguó el
epitafio más dolorido y quejumbroso, más pompo-
so y erudito que jamás se compusiera a ningún
muerto ilustre.
—¡Firma con letra muy grande, Djaili! — dije
yo conmovida.— Lo merece ese poema.
El cuitado, envanecido, escribió su nombre con
letra tan grande que desde muy lejos perfectamen-
te se percibía.— «Ahora^ continué, cuelga el epitafio
en la cabecera del lecho mortuorio». —El Djaili,
con la mano sobre la nariz, entró orgulloso en el
cuarto fúnebre y clavó el pergamino sobre el lugar
indicado.
Por la tarde se hizo el entierro. La Corte en-
tera asistió al acto, contristada. El Djaili repetía a
todo el mundo su epitafio.
A media noche regresó inopinadamente, la Se-
ñora, con los excursionistas. Todos la aguardaban
al siguiente día, y nadie había despierto en el Pala-
cio. Thofail, pidió permiso para acostarse, y se fué
a su habitación.
A poco, los conjurados le oímos gritar: <¡Por
los dioses, imbécil ¿ioeta, que no te burlarás más de
mí con grotescos epitafios e inundándome el cuarto
con olores nauseabiuidos!»
Ocultos, vimos a Thofail quien, trémulo de ira,
salía de su albergue y se llegaba, entrando en la
habitación del Djaüi. Figúrate, Aixa, la impresión
58 BLAS INFANTE
del poeta al verse zamarreado en la cama por un
hombre a quien había visto cadáver putrefacto y a
cuyo entierro había asistido en la tarde anterior. Un
grito de horror, lanzado por el Djaili, llegó hasta
nosotros y a poco, el pobre poeta, casi desnudo,
desencajado y pálido, con los cabellos erizados y
espantados los ojos, salía de su cuarto huyendo,
perseguido por Thofail, quien virilmente le vapu-
leaba gritando:— *¡ Perro: cobarde... Para que te
acuerdes de Thofail. ..!>
Itimad, compadecida, nos invitó a salir al paso
del fugitivo.
—¿Qué es eso, buen Djaili?— preguntó la se-
ñora.
Thofail quedó inmóvil, ante la intervención de
la Reina.
El Djaili, tardó un buen rato en salir de su es-
tupor, y contestó así:
—Señora: que yo ya soy ortodoxo: y reniego
de todas mis heregías; que creo en que las almas
de los muertos penan... — Y miraba espantado al
adusto Thofail.
—Y tú, dijo a éste, Romaiquia: ¿Por qué gol-
peas al Djaili?
—Señora, dijo el filósofo; porque ha tenido la
osadía de escribirme un epitafio.
—¿Tan malo era, Thofail?— repuso el Djaili.—
Mira, sombra venerable, que impresionado con tu
muerte yo lo compuse con la mejor intención. Tho-
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 59
fail, intervino amenazador:— ¿Lo ves, señora? Aun
se burla de mi este perro.— Pero, ¿qué está dicien-
do?, preguntó, fingiendo extrañeza, Romaiquia.—
Señora, dijo El Djaili, restregándose los ojos y cre-
yéndose víctima de una pesadilla: Yo compuse el
epitafio por encargo de Habibah, cuando hubimos
de ver muerto a Thofail, en su propio cuarto, esta
mañana. Después, por la tarde, lo recité en su en-
tierro, momentos antes de aquel momento en que
hubieron de sumergir el cadáver mal oliente del
filósofo en la negra morada de la Tumba. Y, ahora,
esta sombra, entró en mi habitación helándome de
pavor en el lecho... Y lo que me sorprende es que
vosotros la veáis también sin terror alguno.— ¡Este
imbécil está borrachol, exclamó desesperado Tho-
fail.—¿Tú qué sabes de esto, Habibah?, interrogó
la Reina.— Yo, señora, contesté, que ni he encarga-
do a El Djaili epitafio alguno, ni entiendo nada de
lo que dice sobre la muerte y entierro de Thofail.
¡Válgame Aíah y qué aspavientos hizo enton-
ces El Djaili! Si lo hubieses visto, Aixa, te mueres de
risa. Pero su asombro rayó en pasmo petrificador,
cuando hubo de hablar de la apoplegía, del embal-
samamiento del cadáver y del médico Hixen y éste
negó en redondo todas aquellas escenas que El
Djaili juraba haber presenciado.
Thofail se acostó persuadido de la borrachera
de El Djaili. Este fué conducido a su cuarto, con-
vencido de que todo había sido una pesadilla es-
6o
BLAS INFANTE
pantosa; y nosotros hubimos de aguardar vigilantes
al nuevo día, en el cual vimos cómo los más gra-
ves personajes corrían asustados cuando el fantas-
ma de Thofail iba a acercárseles; hasta que extendi-
da por ía Medina la noticia de su resurrección, to-
dos,, hasta el mismo Thofail, reían la broma.
AIXA
Fué ingeniosísima verdaderamente la ocurren-
cia. Pero no es preciso que la Corte venga a Medi-
na, para estar alegre... Yo recuerdo que en Sevilla...
HABIBAH
Sí, también en Sevilla... ¡Pero este encanto que
tiene Medina!...
Este mismo viaje a Córdoba me huele a com-
binación de algo ingenioso, y de oculta trama. Na-
die esperaba salir tan pronto de la Medina, cuando
he aquí que inopinadamente, el intendente de Pa-
lacio, hubo de decirme esta tarde: «Habibah, irás a
Córdoba y dirás a Aixa que esta noche habrán de
quedar arregladas las habitaciones de la Reina para
recibir a la señora. Tu palanquín está preparado. A
media noche estaremos todos allí, para esperar al
señor, que regresa de Granada. > Y añadió recal-
cando mucho esta orden: «De ningiín modo vayáis
a abrir los maderos que cierran el ajimez del fondo
del salón >.
Y bien, Aixa, sin duda no ignoras tú lo que
esto significa. ¿Quieres explicármelo?
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 61
AIXA
(Enigmática y sonriente). Nada puedo decirte, se-
ñora. El Rey ha encargado que este asunto sea lle-
vado con gran sigilo. Dentro de pocos instantes se
desvanecerá el enigma.
HABIBAH
Aixa, te ruego me adelantes alguna noticia: Me
muero de curiosidad.
AIXA
No puedo adelantarte noticia alguna. Si acaso,
por complacerte, sólo te puedo ofrecer algún ante-
cedente de la cuestión.
HABIBAH
Di, pronto, señora.
AIXA
¿Tú estuviste aquí hace cuatro meses, cuando
la Corte vino a Córdoba recien conquistada por
Motamid?
Es una fecha para mí bien grata. Yo era una
humilde profesora de erudición quien, unas veces
en Córdoba y otras en Sevilla, ganaba rhi vida dan-
do lecciones de casa en casa, a los niños y a las
doncellas.
HABIBAH
Sin embargo, Aixa; tengo entendido que per-
teneces a una rama ilustre del tronco moawita.
AIXA
Es cierto. Mi padre era nieto de aquél dulce
62 BLAS INFANTE
emperador que se llamó Abderramán V. Estoy or-
gullosa de la sangre omniada que me legaron mis
padres. Pero ellos quedaron arruinados cuando la
disolución del califato y el advenimiento de la Re-
pública. El Mexuar de Córdoba nos hubo de con-
ceder generosamente una pensión; pero fué recha-
zada por mi padre, y yo me vi precisada a recurrir
al trabajo para sostener mis propias atenciones. Es-
taba Itimad en Medina Zahara, cuando hubieron de
hablarla de mí. Me rogó que fuera a visitarla, y lle-
gó a acogerme con gran benevolencia. A los pocos
días vinimos todos a Córdoba; Romaiquia me con-
firió el cuidado de estos Alkázares; me retenía a su
lado constantemente; me hacía guardar considera-
ciones excepcionales y hablaba entusiastamente con-
migo sobre las grandes poetisas de mi familia y
sobre la gloria de mis antepasados, encarnada en
el esplendor soberbio del Imperio cordobés.
Por esto, tuve ocasión de presenciar la escena
que voy a contarte y de la cual sólo un va:^o ru-
mor llegó a la Corte, quien seguramente lo habrá
ya olvidado.
HABIBAH
(Esforzándose por recordar). Yo he olvidado esa
noticia, si por acaso llegué a conocerla.
AIXÁ
Es el caso que, durante una de las últimas no-
MOTAMID; ULTIMO REY DE SEVILLA 63
ches de la estancia del Rey en Córdoba, hubo de
nevar copiosamente. La Sierra, momentos antes de
apuntar el amanecer, parecía una luna gigante. El
Sol llegó conducido por un alba perezoso. Y tanto
impresionó el inusitado espectáculo al astro del día,
que por contemplarle mejor, disipó con sus rayos
ardientes todas las nieblas del cielo. La Sierra, en-
tonces herida por el mirar del Sol, manó por sus
heridas, que irradiaban haces de luz, torrentes fúl-
gidos de agua, como plata derretida. Pero he aquí,
que todo penetrante mirar viene a desnudar de sus
vestiduras y a desvanecer las superficiales aparien-
cias de las cosas, que de esta manera vienen a ser
miradas. Y, así, la Sierra bajo el mirar del Sol, fué
desnuda de la pureza de sus vestidos blancos y re-
cobró el color bermejo. Así fué desnuda la Sierra
por el Sol enardecido, como por el lujurioso aman-
te lo es una desposada, del blanco traje de novia,
■en la cámara nupcial.
Itimad, acodada en el alféizar de este ajimez
(Aixa señala el del fondo) oprimiéndose las mejillas con
las manos, contemplaba el deshielo tristemente. En
el cendal de blancos vapores que se desvanecía en
lo azul, esfumábanse también sus delicados sueños,
y las argentinas fantasías que el traje nuevo de la
Sierra, en su imaginación evocara.
Yo, aquel día, hube de levantarme muy tem-
prano; y comprendiendo que a la Reina tal vez en-
cantaría el nevado paisaje, la hice avisar. Itimad ja-
64 BLAS INFANTE
más había presenciado una nevada. Levantóse en-
seguida Y; desde el alba, no consintió en separarse
un punto del ajimez; hasta que el deshielo hecho,
fué el encanto roto; y hasta que las casas de las
huertas y de los morabitos serranos, volvieron a
destacar su blancor, por entre el verdor de los ár-
boles que destilaban hilos de oro.
Entonces Itimad, quedóse muy triste; muy tris-
te; y, así de triste estaba, cuando, en esta sala, vino
a entrar Motamid, el cual se acercó a ella diciendo:
«¡Oh dulce Romaiquia! Vengo a sugerirte el tor-
mento de los celos, al leerte el poema que he com-
puesto esta mañana para mi hermosa desposada
nueva. >
Y, entonces^ el Rey, recitó unos preciosos ver-
sos en los cuales imaginaba a Córdoba como a una
novia solicitada por muchos-reyes cristianos y mus-
limes, y a él rendida, por la fortaleza del amor.
HABIBAH
Sí, he oído recitar ese pequeño poema muchas
veces a las damas en Sevilla.
Empieza así:
Ahora celebramos nuestras dulces bodas —
Córdoba y yo en su bello Alkásar— Los demás re-
yes, mis rivales vanos,~Lloran de rabia y envidiosos
tiemblan^...— De Córdoba hermosa obtuve la mano
—Fué ella amazona valiente y esc^uiva— Que a re-
chazar vino sus pretendientes.— ¡De su lanza airosa,
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 65
en la mano firme— Huyó ia Corte de galanteadores
AIXA
Recitas muy bien, señora mía: Ese es el poem^a.
Pues con ser tan bello, no hizo gracia alguna a Ro-
maiquia. Esta seguía acodada en el ajimez y entre-
gada a su dolor, mientras el señor se esforzaba por
modular sus versos, produciendo una voz de sua-
ve timbre, en la cual vibraba todo su amor por Iti-
mad; por el Andalus y por la Gloria.
Viéndola inmóvil, la interrogó Motamid: —
¿Qué tienes, Itimad?— Ella volvió la cabeza. Nubla-
ba el llanto sus hermosos ojos.— ¿Por qué lloras,
Itimad?, volvió a preguntar el Rey. ¿Será posible?
— continuó. — ¿Habrás llegado a sentir celos de mi
amor por Córdoba?— Y entonces el Rey siguió ha-
bla ndola fervorosamente de que ansiaba acariciar a
Córdoba, adornándola con obras bellas que supe-
raran su esplendor pasado.— Esta mañana, dijo, a
semejanza del primer Omeya, yo he plantado una
palmera en el patio prindpal de la Gran Aljama de
Occidente. La he regado con amor y prodigalidad.
Símbolo de que todos los jugos de mi alma se
aprestan a vivificar el renacimiento de la antigua
Sultana espiritual del mundo. Volverá a ser la enor-
me ciudad de nuestros padres, de ochenta Univer-
sidades, de novecientos baños públicos y de biblio-
tecas ingentes como la del Gran Alaken, a donde
vendrán a beber su inspiración todos los sabios
que habrán de modelar la futura Europa...
66 BLAS INFANTE
Y, el Rey, concluyó su disertación con estas
palabras fogosas...: — ¡Espíritu grande del Andalus,
que fraguas en instantes fugitivos ingentes creacio-
nes seculares, obras de siglos de constancia; aban-
donándolas enseguida por seguir en raudos vuelos
tus ciegos impulsos de eterna inquietud...!
Romaiquia apenas le escuchaba. La Reina le
miraba llorosa.— ¿Pero quieres decirme de una vez
cuál es tu pena?— volvió a preguntarla Motamid.—
Manda Itimad: Cuanto pidas será hecho. Es el Rey
quien te lo fía;— afirmó el Monarca con orgullo.
La Reina entonces se irguió ante el abierto aji-
mez y extendiendo el brazo hacia la Sierra obscura,
exclamó con gesto imperativo: — ¡Quiero que otra
vez la Sierra de Córdoba se vista de blanco!
¡Quiero ver otra vez nevada la Sierra de esta ciudad,
tu amada preferida...!
Motamid, saltó de sorpresa. Después, replicó
anonadado:— Ni el mismo Alah tiene poder para
hacer nevar dos días seguidos, bajo el poder del
Sol que abrasa esta tierra!
—¡Pues... Lo quiero! — ordenó Romaiquia.
— ¡Imposible!— repuso Motamid.
Entonces Itimad, indignada, le contestó di-
ciendo:
—¿Y tú eres Rey? ¡No, no, y no! ¿Por qué eres
Rey, porque heredaste sin ningún esfuerzo real ni
augusto, un manto con que los hombres visten fin-
gidas realezas? ¿Porque los homl^res te acatan co-
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 67
mo a tal Rey? jNO; no, y no!... Tú no eres Rey. Los
hombres son monos que se pagan del brillo falso
de los vidrios y de los colorines. ¡Así te acatarían
también por tus vidrios y oropeles heredados, aun-
que fueras plebeyo miserable; bandido redomado
o estúpido imbécil! Si tu espíritu no es rey, tú eres
vasallo de los espíritu reales. Así lo repites tú mis-
mo constantemente. Si tu espíritu es Rey, ¡pruéba-
melo enseguida! Haz nevar otra vez sobre aquella
Sierra. ¡Envuelve su lujurioso verdor en la pureza
de una túnica blanca!...
— ¿Por qué te incomodas conmigo, loca Iti-
mad? ¿Cómo es posible que un hombre, aunque
sea Rey, haga lo que tú pretendes? Que soy Rey^
verdadero, no por nacimiento, siuo por espíritu
real, ¿no te lo dice este hecho elocuente de haber
descubierto mi reina en una reina, de esclava ves-
tida?
Ni aun con esta galantería consiguió el señor
calmar a Romaiquia; antes por el contrario, ésta
gritó nerviosa:— ¡Ah, ningún favor me hiciste, pre-
suntuoso! Que a veces los espíritus reales son más
libres, esto es, más reyes de sí, siendo subditos,
que siendo reyes de artificio. La felicidad consiste en
acumular realezas en el alma y en poderliberarlas en
acciones de Rey. He aquí el goce verdadero en que
consiste la dicha. Tú eres un tirano que has venido
a atarme a la ridicula etiqueta, a esclavizarme atada
con su cadena; a hacerme mover como muñeco
6á BLAS INFANTE
grotesco por sus resortes, en figuraciones ridiculas...
Y, Romaiquia, rompió a llorar, amargamente.
Motamid desesperado, hubo de gritar:— ¡Tira-
no yo! i Acuérdate del día del barro!...
Itimad, en oyendo este reproche, se ruborizó
y dejó de llorar... No sé qué significaría este con-
juro del barro...
HABIBAH
(Riendo). ¿No lo sabes, señora? Yo fui una de
las damas que intervinieron en la aventura.
Es el caso que Itimad y unas cuantas donce-
llas paseábamos cierto día lluvioso por una terra-
za del Alkázar de Sevilla: Casi al pie de los muros
del Palacio, varias muchachas desarrapadas, chapo-
teaban en el lodo y jugaban a hacer muñecos de
barro. La señora estaba muy contenta aquél día.—
Vamos, nos dijo, a descalzarnos nosotras y a salir
también para jugar como esas muchachas?— Las
damas acogieron con entusiasmo la idea. La Reina
paimoteaba de entusiasmo.— ¡Vamosi-gritábamos
todas. Salíamos por un corredor cuando llegando
hasta el Rey la noticia de la algazara, vino hacia
nosotras diciendo:— ¿Es posible, Itimad? ¿La Rei-
na de Sevilla y sus nobles doncellas, quieren ju-
gar como muchachas perdidas en los lodazales del
arroyo? ¡Pues no he de consentirlo!— Retiróse la
Reina malhumorada y llorosa. Poco después hu-
bimos de escuchar su voz en la cámara de Mota-
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 69
mid, inculpando a éste de tiranía insoportable. A
poco vino a salir el Rey y una hora después to-
das las damas fuimos llamadas a la presencia real.
Compareció, también con nosotras, la Reina, dis-
plicente y esquiva. Motamid, dijo:— ¿Me perdonas,
señora, el disgusto que hube de darte no dejándote
ir con tus damas a jugar en el barro?— ¡No te per-
dono!, contestó Romaiquia muy seria, y con resuel-
ta voz.— Pues bien, ¡timad, repuso riendo el Rey.
Puedes descalzarte si quieres. El barro os espera a
tí y a tus camaristas.— Palmeteando, como locas
atravesábamos corriendo salones y galerías para
salir del Alkázar, cuando he aquí que al llegar al
primer patio interior, ¿qué dirás tú, Aixa, que vi-
mos? Allí había dispuesto un barro hecho con pol-
vo de anjolí y mengibre, mezclados con miel. Y
sobre aquel barro llovía agua de rosas de modo
que todo el amplio recinto estaba encharcado y en-
lodado con estas materias. Todas nos hubimos de
descalzar; y allí chapoteando y fabricando muñecos,
ya no volvimos a pensar en salir a la calle. Poco
después apareció Motamid sonriente en la galería
alta que circundaba el patio y desde la cual hacían
llover el agua de rosas. La Reina llena de barro,
empapada hasta los cabellos, subió hasta el lugar
en que apareciera su esposo; y colgándose de su
cuello lo besaba diciendo: ^¡Este es un Rey!»
AIXA
Bello es el cuento. Pero aguarda el final de
70 BLAS INFANTE
éste. Como te decía, Itimad, al oir lo del barro, se
ruborizó y dejó de llorar; pero seguía triste y silen-
ciosa.
El Rey paseó durante unos instantes pensativo.
De repente, su semblante se iluminó con un brillo
más intenso; brillar de alegría y de potencia que
encendiera sus ojos. Se detuvo ante Romaiquia y
dijo así:
— Nuestros padres para conquistar a España,.
con la ayuda de los árabes, necesitaron un año.
¿Para conquistar poderes ultracelestes que no tiene
ni el mismo Alah, me concedes tirana Itimad, cua-
tro meses de término? Si te dignas otorgarme ese
plazo, te prometo, señora, que haré nevar en la
Sierra. Y tú, acodada en ese mismo alféizar, volve-
rás en un alba como éste, a contemplar la mágica
visión:..
Romaiquia, le abrazó gozosa. El Rey entonces,
advirtió:— Habrás Romaiquia de guardar el secreto
de mi promesa. Y tú, Aixa, guárdalo también...
HABIBAH
(Comprendiendo y palmoteando). Y será CUando es-
ta noche empiece a parir el día, cuando el Rey poe-
ta cumplirá su bella palabra. Ya está explicado el
porqué Motamid prescribió a Itimad salir para Cór-
doba en una carta que decía así:— «Entrarás en Cór-
doba, la noche mediada. Y esperarás a que el día
comience a salir del vientre de las sombras, en la
Sala de la Divina Promesa...»
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 71
Y dime, Aixa: es verdad? ¿está nevada la Sierra?
AIXA
(Sonriente, hace un mohín de misterio).
HABIBAH
Quiero ver... (va hacia el ajimez).
AIXA
(Interponiéndose). Guárdate de esto, señora.
UN UGIER
Si me das permiso, señora...
AIXA
Habla, Arif.
EL UGIER
Adb-el-Djaili, desea hablarte. Viene de Medina
Zahara.
HABIBAH
(Regocijada). jEl Djaili! Ordena que pase, Aixa
enseguida.
AIXA
(Al Arif). Conduce a Abd-el-Djaiii a este salón.
72 ' BLAS INFANTE
(Habibah está muy contenta de que tan pronto tenga
Aixa ocasión de conocer a su amigo).
HABIBAH
Ya veras, Aixa; ya verás, como nos distrae mien-
ras llega la Corte...
(Abd-el Djaili entra en la cámara. Extiende los brazos
saludando a las damas. Nerviosamente salta su mirada escru-
tadora de uno a otro punto de la estancia; pareciendo satis-
fecho al ver el exorno concluido. Habla con vehemencia, al
mismo tiempo que examina de este modo el salón).
EL DJAILI
Me he adelantado a la comitiva para avisar a
la Guardia y daros prisa, mi bellas señoras. La Rei-
na, llegará pronto. Mi señora, Itimad, se muere de
impaciencia. Y, antes de la media noche, ordenó a
la Corte abandonar Zahara... ¡La Reina!... Es un
Poema, rimado en carne por la Armonía. Su espíri-
tu excelso es el alma de este Poema. ¡Ah, venid,
poetas y filósofos y genios todos del Orbe a encan-
taros Con la gracia del Poema Soberano! ¡Lo inspi-
ró el Urano azul, lo compuso y lo -escribió el An-
dalus, con su pluma de oro...!
¡Esos malditos Imanes, izadíes y faquíes!... Aho-
ra han dado en decir que es ella, Romaiquia, la de-
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 73
pravada Reina, la causa de la heterodoxia de la
Corte y, del Pueblo... ¡Cómo si este Pueblo no
hubiese seguido siempre en esta tierra desde que
fué libre y dominador, iguales rutas espirituales de
luz!... jPues sí; ella, Itimad, es la que tiene la culpa
de que el pueblo se ría de los leguleyos y someta
al arbitraje sus juicios; ella la causante de que la
gente no concurra a las aljamas y de que se burlen
de Alkoran y del profeta Mohamed, a quien acusan
de borracho, de caza dotes y de mal Poeta...
Borracho y caza dotes de ricas viudas, sí; ¡pero
mal poeta, no!, ¡viven los dioses! El Pueblo está
equivocado. A mí me gusta Alkoran como obra de
Poesía... libre. La intención de Mohamed ya no fué
tan buena; pero, ¡vamos!... Los apergaminados des-
cendientes de aquellos auxiliares árabes y sirios, se
creen aún fautores de la conquista de España...
Ellos dicen que a los verdes estandartes se debió la
conquista y no a nosotros, los naturales, que los
hubimos de conducir a arrojar a los germanos has-
ta más allá de los montes, tras cuyas vertientes mo-
ran los francos. Aun se creen conquistadores... Y,
ellos y los comerciantes avaros siguen a aquellas
obscuras aves de la sombra. ¡Que si los impuestos!...
¡Bárbaros! ¿Cuándo ha producido el Reino más? En
cuanto varias alquerías necesitan de una acequia
común, allí está el dinero de los impuestos para
ayudar a fabricarla. En cuanto un hombre descuella
en el saber, allí está el dinero de los impuestos pa-
74 BLAS INFANTE
ra que prescindiendo de otra ocupación, eduque aí
p ueblo y cultive la ciencia...
Si Motamid acaricia, a la tierra; si cuida de que
estén siempre repletos de energía sus sen©s sagra-
dos y rebosantes de leche sus ubres de madre; si
ama y exalta a los labradores que para todos orde-
ñan la Tierra, y carga la mano a los intermediarios
de bisutería... ¡Hace bien, maldición de Alah! ¿Pues
qué, no están aquí los frutos más baratos que en
ninguna otra parte del mundo? ¡Ahí les duele! Los
impuestos de Motamid salvan al pueblo, porque no
dejan vivir a los especuladores!
¡Los Impuestos!... Pues en la Corte no se gasta.
Yo he estado en León y en el país de los francos.
Allí existe la efiqueta. Pero, ¡aquí!...
¿En qué se gastan los impuestos malditos? Ca-
da vez que se construyen unos Baños o una Escue-
la, gritan esos rapaces: «¡Con mi dinero, con mi
dinero...! >
Los comerciantes dicen: «Un pueblo limpio no
se ensucia: menos baños y más usura*. Los cadíes
dicen: «menos bibliotecas, menos ciencia y más juz-
gados». Los faquíes dicen: «menos escuelas y más
aljamas...»
Sobre todo la construcción de Palacios y de las
obras de arte que recrean al Pueblo, eso les saca de
quicio... ¡Cuántas maldiciones el Charadjid!
¿Y de las mujeres? ¡Que son literatas... que ya
no paran en los serrallos, que llevan el rostro des-
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 75
cubierto y alternan en las tertulias de los hombres..
¡Y de todo esto, es Itimad la culpable!.. ¿Pero
es que quieren lacerar el corazón de Motamid...?
Ellos saben hacia adonde apuntan y el temple de
las flechas que hieren mejor... Maldición sobre ellos.
Porque...
HABIBAH
(Tapándose los oídos). Porque el día que reinen
los doctores de Yusuff, los versos alocados de Ebn
el Djaili, implorarán de ellos humJlde merced...
Este torrente necesita una valla... ¡Qué hombre?
¡qué modo de hablar...!
Estamos enteradas de su misión, señor El'
Djaili. Enteradas y más que enteradas.
Y bien, Aixa; nos hemos olvidado de colocar
el Espejo...
AIXA
Tienes razón, señora; voy... (se dispone a salir).
EL DJAILI
Aguarda, señora mía. Que tú no me conoces y
quiero en un instante desvanecer ese juicio desfa-
vorable de la cruel Habibah sobre tu servidor hu-
milde...
(A Habibah). Mis versos alocados, burlona don-
cella, sólo se hicieron para cantar las glorias de Mo-
tamid, señor de la generosidad y del valor. Que yo
76 BLAS INFANTE
no soy uno de esos mendigos en quienes los versos
humillados vienen a representar como lazarillos de
imploraciones... ¡Como ese lusitano Ibn Ammar
que, en los infiernos, ahora danza. El llegó hasta el
Señor, cuando éste era príncipe, engañándole en
Silves con uno de esos hipócritas poemas...
Del mismo modo, Ammar, cuando era pobre,
hubo de cantar las glorias de un burgués grosero,
quien vino a premiar sus poéticas adulaciones con
un saco de cebada que le envió para su muía. Y di-
cen que cuando Ammar llegó a Visir siendo en una
ocasión gobernador de Silves, correspondió al bur-
gués su regalo devolviéndole el mismo saco lleno
de monedas de plata y enviándole a decir con afec-
tación: «Si en v.ez de haberme regalado este saco
■colmado de blanca cebada me lo hubieras donado
lleno de dorado trigo, ahora yo te lo hubiera de-
vuelto repleto de monedas de oro=^. ¡Ah, Ibn Am-
mar! No me extrañó después por esta su manera de
ser, su traición en Murcia, cuando enviado allá por
^1 Señor, soñó en proclamarse Emir y se hacía tri-
butar honores reales. Sus deslealtades para con Mo-
tamid, quien le elevó al primer puesto del Estado.
Sus sátiras contra Romaiquía, después de haber
obtenido su primer perdón; debido a Itimad, preci-
samente... ¡Ah, yo le vi entrar en Córdoba, después
de sus últimas rebeliones, prisionero, montado en
un asno; sobre un serón de esparto... Yo estuve pre-
sente en la entrevista que con el prisionero tuvo
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILAL 77
Motamid en su calabozo de Sevilla. Ammar se arras-
tró en su presencia y Motamid iba otra vez a per-^
donarle enternecido...
Pero, aún, el monstruo se atrevió a decir que
el Rey le perdonaría porque en esta entrevista ha-
bíase reanudado entre los dos cierta relación con-
traria a Naturaleza... ¡Maldito!
Yo no me alegro del mal del prójimo y menos
si este prójimo es un cofrade... Pero, ¡por Alah!, que
hube de sentirme dichoso cuando llegué a enterar-
me de que Motamid, indignado por esta última vi-
leza, le había degollado con su alfange vengador...
Después me decía tristemente el Rey: «He aqui
Djaili, que existen los hados y sus predestinaciones.
Porque has de saber, amigo, que una noche, Ammar
dormía junto a mí cuando yo era príncipe, y por tres
veces oyó una gran voz que lúgubre le decía: «¡Este
que duerme a tu lado habrá de darte la muerte!»
Ammar se levantó asustado. Yo le busqué al
despertar y hube de encontrarle oculto entre unas
esteras en el pórtico del Alkázar>. Así vino a decir-
me el Rey.
No hube yo de llegar así a Motamid, no...
(Mientras el Djaili endilga atropelladamente el anterior
discurso a Aixa, paciente y aburrida, Habibah hace signos de
impaciencia unas veces, otras pugna por no reir).
HABIBAH
(Riendo). ¡Pobre Aixa! ¡Pobre de mí! ¿Pero es-
78 BLAS INFANTE
posible Djaili que por atropellar palabras se te olvi-
de hasta respirar?
DJAILI
(Cortado). ¡Pues no otorgo yo a todo el mundo
el favor de mi oratoria...!
AIXA
(Compadecida). Perdón, señora. El Djaili habrá
de contarnos como hubo él de llegar hasta el Prín-
cipe; y enseguida iremos por el espejo que ha de
concluir el adorno del salón.
DJAILI
(Ofendido). Es que...
HABIBAH
Ha sido una broma, Djaili (burlona). Yo te estoy
tnuy agradecida por el poema que compusiste a
«La inquieta Habibah>. No he querido ofenderte
(afectando seriedad). Complace a Aixa. Yo te lo ruego.
DJAILI
Implacable Habibad. ¿No te basta perseguirme
-con tus risoteos por los jardines de Sevilla? ¿No te
ha colmado aquello del respetable Thofail, el filó-
sofo...?
(Ambas damas ríen grandemente).
Pues habrás de saber, señora mía, (a Aixa) que
yo compuse un poema, el cual remataba así:
MOTAiMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 79
Ante los mil dinars
Toda promesa sucumbe
Y toda vida se vende.
Hubo de leerlo el Rey. Envió por mí, y llega-
do a su presencia, le estuve hablando en verso toda
la tarde, con locuacidad tal, que el Rey vino a califi-
carla de maravillosa.
Entonces me dijo:— Toma los mil dinars. Tu
vida es mía. Tendré en tí un huracán de versos...
(Empieza a oírse un confuso ruido exterior. Toques
marciales resuenan dentro de Palacio).
AIXA
Llaman a la Guardia. Es la Señora que se apro-
xima. Vamos, Habibah, traigamos el espejo; (salen
ambas de la sala).
Pasaje í¥
(El Djaili queda mirando la puerta por donde salieron ías
mujeres. De vez en vez, su semblante se torna más serio; por
último, aproximándose a un ángulo, inclina sobre el pecho la
cabeza).
EL DJAILI
¡Habibah...!
FatmJ© V
{Precedidas por Aixa y Habibah entran dos doncellas
80 BLAS INFANTE
conduciendo un gran espejo de acero con caballete dorado.
Entre todas lo colocan en el ángule de la sala, a la derecha
del ajimez).
HABIBAH
Djaili: ¿Tú; pensativo...?
¡Calla, pues es verdad! ¡El Djaili melancólico!
EL DJAILI
(Saliendo de su abstracción). ¿Puedo ayudaros, se-
ñoras?
(El Djaili interviene en la operación de colocar el mueble).
HABIBAH
Gracias Djaili. Ya hiciste alguna vez cosa de
utilidad.
EL DJAILI
(Previo unos instantes de contemplación del espejo).
Espejo del espejo de la Gracia de Sevilla— Del
espejo que es el rostro de una reina verdadera —
Nadie ose en tí mirarse: Nadie habrá su magestad...
HABIBAH
(Se interpone entre el poeta y el mueble y empieza a ali-
sarse con zumbona coquetería).
EL DJAILI
Espejo...
HABIBAH
(Accionando e imitando los gestos del Djaili). Menos
I
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 81
mal espejo amado que es el aire raudo espejo— Del
sonido que modula lengua arítmica de animal...
Menos mal...
EL DJAILI
(A Aixa, que ríe). ¿Lo ves, señora?
(Se oye en la plaza el son de una música dulce y melo-
diosa).
HABIBAH
(Al Djaili). Bah...
AIXA
jLa Reina!
HABIBAH
¡Salgamos a recibirla, Aixa!
(a El Djaili). Poeta: imil dinars si sales a recibir
a la Reina! (Salen riendo, las dos, juntamente con las don-
cellas).
El poeta no se mueve entre ofendido y subyugado.
Entran en la sala varios soldados que forman en la puer-
ta, guardia de honor.
EL JEFE
(Descubriendo al Djaili). ¡Eh, tú! ¿Qué haces aquí?
6
82 BLAS INFANTE
EIDJAILI
^Saliendo de su ensimismamiento). Ya lo ves: nada.
EL JEFE
¿Quién eres?
EL DJAIU
(Desdeñoso). ¿Qué te importa?
EL JEFE
(Con cierto respeto). ¿Eres de la Corte?
EL DJAILl
• (Con énfasis). Soy el Djaili, capitán.
EL JEFE
Perdona, Djaili. ¡Salud, poetal
EL DJAILI
(Mirando a los soldados con dignidad y pavoneándose
un tanto). jSalud, bravos guerreros!
EL JEFE
Djaili. He oído hablar de tus arengas en la
Corte. Mientras llega la Reina, dinos una.
EL DJAILI
¡Capitán! ¡Soldados! Corte de sabios y de gue-
gueros es la Corte de Motamid. Guerreros somos
nosotros: tanto como vosotros lo venís a ser. Con
nuestras plumas como lanzas, y con nuestro pen-
samiento, como estratega, conquistamos del negro
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 83
seno del Misterio, sus secretos a la Verdad; y, a la
Belleza, sus encantos.
Y para imponerlo a lo inarmónico, investiga-
mos los principios de la armonía. Así allegamos
potencia y gracia para el Reino de los hombres.
Pero la banda de guerreros matadores de hombres,
acecha la corte de aquellos guerreros y a vosotros
también os amenazan: ¡a vosotros, los que veíais
por nosotros, para que nuestra acción guerrera no
se interrumpa! ¡Entonces las plumas se tornarán en
espadas, de hombres matadoras! Uno seremos en
la guerra que habrá de vencer la guerra, para la
eterna guerra que sostenemos y sostendremos nos-
otros, contra las fuerzas indomadas e inarmónicas
del Universo! ¡Hermanos guerreros!... ¡Viva Mota-
mid!, ¡Viva la Reina Itimad!
EL CAPITÁN
(Escuchando ruido acelerado de pasos en el corredor).
¡La Reina! (Alinea a sus soldados a ambos lados de la puer-
ta del salón).
= ¥tl
Entra la Reina acompañada de su séquito. Caballeros y
y damas de la Corte, entre las cuales aparecen Aixa y Habi-
bad. Los soldados se retiran de ambos lados de la puerta
inmediatamente después de haber entrado Romaiquia.
ROMAIQUIA
(Descubriendo al Djaili). ¡Cómo! ¿Tu aquí, Djaili?
84 BLAS INFANTE
EL DJAILI
Señora... (saludando respetuoso).
ROMAíQUIA
Al entrar, hánme anunciado que espera un co-
rreo enviado por el Rey, delante de sí. (Llamando).
iAriflj, (surge un urgier). ¡que entre ese correo!
ZOHAIR
(Entrando). Soy y O, señora.
ROMAÍQUIA
¿Ah, eres tú, Zohair? ¿En dónde hubiste de
dejar al Rey?
ZOHAIR
A una jornada de Córd^^a me hizo adelantar
para entregarte esta carta. Creo estará aquí dentro
de algunas horas.
ROMAíQUIA
Lee en voz baja el pergamino.
El Rey por esta carta viene a asegurarnos en la
certeza de que antes del alba estará en Córdoba,
para presenciar el portento que en esta hora ha de
realizarse.
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 85
Y dime, Zohair: ¿Qué pasa en Granada? ¿Qué
ha sucedido a Motamid en la ciudad de Ebn Nasar?
Has podido tú observar si viene satisfacho de su
visita al emperador Yussuf? y
ZOHAIR
(La Corte escucha atentamente sus palabras). Señora,
en Granada domina hoy Yussuf. El Rey Abdaliah
está preso. Su madre, la Sultana, ha sido obligada
por crueles medios a entregar los tesoros de la di-
nastía.
En el auditorio se promueve un movimiento de indig-
nación.
El fautor de este resultado ha sido un Cadí,
protegido por la madre del desventurado Abdaliah,
la cual bien cara paga hoy su piedad intempestiva.
ROMAIQUIA
¿Su piedad?
ZOHAIR
Es el caso. Señora, que el Cadí Ebn Djafar, ha
sido en Granada el intrigante principal de esta cru-
zada, emprendida por los doctores contra los prín-
cipes del Andalus. Abdaliah hubo de mandarlo
prender y lo encerró en una fortaleza. Mas he aquí
que el astuto Cadí prisionero, llevábase todo el día
recitando en su calabozo, en voz alta y solemne los
más impresionantes versículos de Alkorán. Su pro-
pósito no era otro que excitar con la noticia de esta
86 BLAS INFANTE
conducta la excesiva superstición de la madre del
Rey. Llegaron al conocimiento de la Reina estas
muestras de piedad del zorro Cadí y forzó a su hijo
a liberarlo. Enseguida que se vio libre, Djafar, trai-
cionó nuevamente a Abdallah, yendo a contar al
Emir de África los propósitos sustentados contra él,
por el Rey de Granada. Sublevóse la plebe en la
misma Granada excitada por las patrañas de los
doctores, los cuales aseguraban vendría a abolir
Yussuf todo tributo y a suprimir las cargas que so-
bre el pueblo había impuesto aquella corte de dis-
pendiarios, artistas, hombres de ciencia y filósofos:
con otras patrañas por el estilo; y he aquí señora,
que Abdallah, yace hoy triste en el fondo de prisio-
nes obscuras, dominado el reino, por Yussuf, los
faquíes y los jueces del Islam.
ROMAIQUIA
¿Y Motamid?
ZOHAIR
Motamid aunque nada dice, parece conmovido
ante estos tristes presagios.
Preferible hubiera sido el seguir pagando tribu-
to a los cristianos a haber llamado auxiliares como
éstos. Yussuf y sus fanáticas tribus caldeadas por
el sol del desierto, de tosco y duro corazón, como
las rocas africanas, son bárbaros y fanáticos tanto o
más que los cristianos del Rey de León.
MOTAiMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 87
Yussuf no hace nada sin el previo consejo y sin
el fetva de los imanes que lo autorice. No conoce
el árabe literario. No entiende las metáforas de los
poetas y trata a los sabios con grosero desdén. Los
poetas de Granada hubieron de enviarle versos can-
tando en su loor.— «¿Te gustan?»— Preguntó a Yus-
suf, Motamid: y Yussuf respondió: «No entiendo
nada de esto. ¡Sólo sé que piden pan!> Con nuestro
Rey ha estado el emperador en apariencia muy afa-
ble. Pero el señor ha comprendido, al fin. Ha temi-
do incluso que Yussuf se apoderara de él en Gra-
nada, para poder así más fácilmente conquistar el
reino de Sevilla...
(Los caballeros llevan instintivamente mano a la espada).
Y ha tenido necesidad de pretextar que los
cristianos amenazan estas tierras para no alarmar a
Yussuf, evitando que este le hiciera prisionero antes
de salir de Granada...
ALMUNDHAFFAR
Los bárbaros africanos nada podrán contra
nuestros alfanges poderosos. ¡Juremos, caballeros,
que antes de consentir profanación alguna de este
territorio moriremos todos defendiendo al Rey Mo-
tamid y a la Reina ítimad...!
(Los guerreros desnudan las espadas y extendiendo los
brazos con ellas empuñadas saludan a la Reina .
EL DJAILI
( - xcitado por la escena, no teniendo alfange que cmpu-
88 BLAS INFANTE
ñar, da algunos pasos adelante, colocándose en medio de los
circunstantes y muy excitado viene a declamar):
¡Oh, faquíes y oidíes, de espíritu anquilosado —
Oh, grotescos guardadores de la ciencia del pasado
—Que os decís depositarios de la inspiración de
Alah.— Si la vida es despreciable ¿qué os importa
su dominio?— ¿Y por qué contra su gloria conci-
táis el exterminio.— Si la gloria de este mundo por
si sola morirá?...
(Estos últimos versos los dice el Djaili, con gesto y tono
de gran ironía).
—Oh, doctores islamitas...
(Habibah, hace grandes esfuerzos por no reir desde que
principió el poeta su improvisación. Se tapa los oídos con las
manos, y, por último, no pudiéndose contener, procura ha-
cerse ver en esta actitud por el Djaili. Empujando a unos y a
otros, consigue, por fin adelantar y que este se fije en ella).
(El poeta queda cortado).
ROM.MQUIA
¿Qué te ocurre, Djaili?
HABIBAH
Señora, que Alah le ha cortado la lengua por
hablar mal contra los suyos.
(Todos ríen desvaneciendo el ambiente trágico de la es-
cena anterior. El Djaili, algo corrido, pretende también seguir
la broma, saludando ceremoniosamente a Habibah).
AIXA
(Destacándose al frente de un grupo de damas). Seño-
ra, si tú nos das permiso...
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 8Q
ROMAIQUIA
¿Qué deseas, Aixa?
AIXA
Proyectábamos estas damas y yo el salir a la
terraza sobre el jardín, para pasear, adorando el pue-
blo de estrellas que, en los espacios fríos, habitan,
sin Rey.
ROMAIQUIA
Id, Aixa, y si por acaso descubrís en lo lejano
señales que avisen la llegada del Señor, corred a
avisarme.
AIXA
¿Vienes, Pjaili?
EL DJAILI
Iré si nos acompaña Habibah. Tú digiste Aixa,
amiga, que las estrellas no tienen Rey. La Reina de
las estrellas (señalando a Habibah) bajó a atormentar a
El Djaili, a este Planeta obscuro.
HABIBAH
Haré contigo las paces, Djaili; pues a ello me
fuerza tu galantería, si aciertas a decirme en serio,
el por qué la estrellas no tienen Rey.
EL DJAILí
En serio lo dije, Habibad: ...Porque al venir tú
90 BLAS INFANTE
a estas moradas de Edes, quedó vado el trono deí
Urano.
HABIBÁH
(Con mimoso desdén). Bah...
ROMAIQUIA
Esa pregunta se contesta muy fácij,mente,
Djaili.
Las Estrellas no tienen Rey porque todos los
Soles son reyes... No es esto, Habibah?
HABIBAH
Exacto, señora. Las estrellas no tienen Rey,
porque no lo necesitan. Y no lo necesitan, porque
cada una de ellas reina sobre su órbita y ninguna
la traspasa para invadir la órbita ajena.
AIXA
Las estrellas no tienen Rey, porque cada una
tiene un rey en su propio deber, que es el dere-
cho de las demás estrellas.
Señora, si tú lo permites...
ROMAIQUIA
Sí, Aixa. Id sobre el jardín. Cantad en la terra-
za, envueltos en el espacio frío, mirando a las lu-
minarias del cielo, el día en que los hombres no
necesitarán rey, porque todos sean reyes como lo
son los soles.
MOTAMID, ÚLTIMO REY DET SEVILLA 91
Será el día en que los hombres podrán libe-
rarse de la tiranía de los reyes y, los reyes de la
tiranía de los vasallos. Será el día en que los hom-
bres sean por su propia luz incendiados como lo
son las estrellas; el día en que no necesiten de la
ajena luz para caminar entre las sombras, ni del aje-
no impulso como fuerza vital que les haga recorrer
su trayectoria por los ámbitos de lo Infinito. . ^
Los hombres, como los soles, girarán sin cho-
car entre sí, en sus propias órbitas, y la solidaridad
de los hombres será como la de los astros: enjam-
bre de radiantes mariposas que por las negruras del
éter volarán juntos hacia un eterno e ignoto foco de
luz; faro perdido en la obscuridad de la noche in-
sondable...
Cantad al día en que todos los seres, así in-
cendiados por la Verdad, el Universo será todo luz,
en cuyo potente llamear, la noche quedará por
siempre desvanecida. Entonces, el Universo será
una estrella, cuando todos los seres sean soles. Lo
infinito brillará como una Gloria...
Id amigos, a pasear sobre la terraza, bajo las
luminarias del cielo...
(La Reina extiende el brazo señalando la puerta. Salen
Aixa, Habibah y varios caballeros y damas acompañados por
el Djaili).
Q2 BLAS INFANTE
(La reina queda ensimismada durante algunos instantes.
La Corte permanece silenciosa).
ROMAIQÚIA
¿Tardará mucho el señor, Zohair? ¿Falta aún
mucho tiempo para que aparezca el alba?
ZOHAIR
Señora. El Rey no puede tardar. Dentro de
una hora la voz del Muezzin llamará a los fíeles a
la oración matutina desde el minarete más alto de
la gran Aljama.
ROMAIQÚIA
He aquí, señores, que me siento morir de cu-
riosidad. ¿Será verdad que mi esposo tuvo poder
para hacer nevar sobre la sierra de Córdoba? Di
palabra de que yo nada preguntaría y de que hasta
que el Muezzin anunciara hoy el nacimiento del día
nuevo, yo no abriría las puertas de ese ajimez para
presenciar el gran milagro.
Vosotros, caballeros de Córdoba, (dirigiéndose
sonriendo a Almundhaffar) sabreis ya si Motamid llegó
a cumplir su promesa, más bien que real, divina.
ALMUNDHAFFAR
(Sonriendo). Señora, tenemos el deber de callar-
lo todo. No podemos desobedecer al Rey; el cual
ordenó no se dijera nada sobre este asunto.
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 93
ROMAIQUIA
¡La sierra de Córdoba blanca como el armiñol
Tenía cuando yo la vi irisaciones rosadas como una
gigante concha de nácar transparente... Yo la hube
de contemplar llorando... ¿Por qué? No sé... A ve-
ces la sierra blanca me parecía un túmulo de inma-
culada pureza acogido amorosamente en el regazo
de lo azul. Motamid y yo dormíamos en el centro
de la blanca tumba, coronados para siempre con
diademas de flores.
¡Oh! los antiguos reyes del ignoto Egipto, cu-
yos ojos inmóviles en esfinges hieráticas, paraliza-
dos están por el terror del supremo Misterio; los
reyes milenarios de ese lejano y obscuro país en
que el río, el hombre, la serpiente, el pájaro, la es-
tatua y la flor, son formas nostálgicas de un trágico
anhelo de eternidad perdida entre sombras espan-
tables; esos reyes estáticos de rígida línea como la
fatalidad irreductible, construyeron en la árida pla-
nicie de los desiertos sin fin, grises mausoleos de
montañas ingentes, dentro de las cuales buscaron
refugio, contra la profanación de los siglos, sus
sombras adustas.
¡Ah... qué afán de vivir...! ¿Cómo no ha de ser
vencida, al final, la muerte? ¡Andalus riente... Tus
pájaros, tus flores y tus ríos, y tus hombres, y tus
estatuas, tienen ojos de resplandeciente claridad,
como el puro cristal de la Gloria conseguida!...
94 BLAS INFANTE
Una tumba blanca, como una montaña de nie-
ve, sembrada de rosas, bordeada por la magnífica
pompa verde de mirtos y limoneros, acariciada por
el dulce batir de las cimbreantes palmeras; perfu-
mada por el efluviar de los azahares... ¡He aquí una
tumba digna de los reyes del Andalus...!
(Romaiquia se aproxima al ajimez y mira a través de las
celosías). ¡No veo nada! Todo está sumergido entre
las fauces de las tinieblas.
{Cuánto se hace esperar esta noche la voz del
Muezzin!...
¡Cuánto tarda Motamid!...
¿Le habrá ocurrido alguna mala aventura?
¿Por qué hubiste de dejarle tú, valiente Zohair?
Una celada, quizás...
¡Ah señor! ¿Por qué nos odian tanto esos hom-
iDres pálidos que nos combaten en nombre de la
Religión y de la Ley?
¿Nuestra Religión, no es acaso la de ellos?
Crear belleza; esto es, encarnar en el Hecho el
Verbo divino de la Belleza que es la desnuda Ver-
dad...
¿No es esa la finalidad suprema de la vida?
¿V no es la finalidad suprema de la vida la su-
prema finalidad de la Religión y de la Ley?
¿Por qué han de soliviantar al pueblo y a Vu-
suf CM contra de nosotros?
Motamid les responde con su dulce tolerancia:
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 95
¿Acaso no estoy yo aquí, para defender la libertad
de mis enemigos?
Que analicen uno por uno los detalles de
nuestro vivir, ¿Qué Biblia, qué Evangelio o qué
Alkorán podrá repugnarlos?
Hablan los hijos de .Israel de un macho que
cargaba con los pecados del pueblo. Nuestros ene-
migos no tienen ojos en el espíritu para percibir las
esencias de vida que por nosotros obran. Sólo tie-
nen ojos en la cara y, éstos; necesitan para ver, de
cuerpos que resalten y de materiales extensiones.
He aquí que Romaiquia es ahora el símbolo
tangible del Pecado. El macho que conduce las
fingidas impiedades del Andalus pecador. ¡Como el
macho de Israel, la pobre Itimad, arrojada será al
desierto solitario...!
(Itimad sobrecogida por una sombría visión, guarda si-
lencio durante unos instantes. Después continúa lentamente
y como hablando consigo misma).
¡Al Desierto...! Al África hosca de huracanes
de arena, como aludes de cenizas abrasadas de
muertos calcinados! ¡A la costa huraña de rocas
aguzadas como puñales, encarnadoras de una mal-
dición de odio estéril e implacable!
¡Oh príncipe mío!... Tal vez serán nuestros
cuerpos por el éxodo separados; y en las agrias ver-
tientes de los petrificados montes, alcanzaremos, al
fin, inhospitalaria sepultura!...
Tal vez el polvo de nuestros cadáveres profa-
96 BLAS INFANTE
nados, arena vendrá a ser calcinada del desierto,
que en tromba asoladora irá a destruir los verdes y
humildes oasis, cegando sus fuentes rumorosas y
fecundas...
¡Pero, no! ¿Verdad que no, Zohair? ¿Verdad
que no, Almundhaffar? ¿Verdad que no, valientes
caballeros andaluces? ¿Verdad que vosotros tenéis
alfanges resplandecientes, como serpientes de sol,
para garantir a vuestra Reina, a la pobre Itimad, un
eterno sueño de amor en la sierra más bella del
Andalus, vestida de blancor esplendente?
(Algunas damas lloran escuchando a la Reina. Los caba-
lleros se conmueven profundamente)
ALMUNDHAFFAR
(Exaltado). ¡Guay del emperrador Yusuf y de los
bárbaros africanos! ¡Maldito el Rey de León! ¡No
verán nuestros ojos el vencimiento de Motamid!
(Se oye a lo lejos el resonar de clarines y atambores).
ROMAIQUIA
(Animada por un goce repentiao). ¡El Rey! Alegré-
mosnos, señores; y olvidad mis lúgubres augurios...
¡Nadie podrá vencer al Sol. Nadie podrá anu-
lar a los hijos de la luz!
¡Una humilde luz llegará a bastar para incen-
diar ancho campo de tinieblas...!
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA Q7
PasaJ© K
(Entran en el Salón AIXA, HABIBAH, EL DJAILI y el
cortejo de señores que hubieron de salir a la terraza).
HABIBAH
(Precipitada). Señora. El Rey llega. Las antorchas
de su comitiva se confunden con las estrellas, a lo
lejos. Aixa dijo: *Ved que allí aparece una multitud
de nuevos soles*. El Djaili contestó, galante como
siempre. *¡No, Aixa. Son las antorchas del Rey!>
desmintiendo enfáticamente a esta señora. Yo, ha-
ciendo justicia a los guerreros de la escolta, hube de
replicar: «¡Estúpido, esas luces son las estrellas del
Andalus!>
ROMAIQUIA
(Muy alegre). ¿Cómo es eso, Djaili? ¿Tú desmen-
tir a una dama? (E1 poeta calla) ¿Por qué callas, di?
¿A dónde fué entonces tu locuacidad? ¡Habla, hura-
cán de palabras!
EL DJAILI
Señora. Si el Djaili es un huracán de versos,
Habibah es una tormenta seca de rayos, descargan-
do sin cesar sobre el pobre Djaili. Cuando sobre-
viene una de esas tormentas, se aquieta la atmós-
fera. Los rayos son exhalados de los senos desga-
rrados de las nubes. El espacio es sofocante y el aire
cálido. El huracán se retira entonces a sus guaridas
98 BLAS INFANTE
ignotas. Y esto sucede a este huracán (indicando a sí
mismo) con respecto a esa tormenta (señalando a Ha-
bibah). La verdad es que cuando aparece esta mujer
yo no sé en dónde me meto. Desde luego no estoy
en mí...
ROMAIQUIA
Pues si Habibah es tormenta de rayos y tú eres
el huracán, la tempestad completa clama por la
unión de Habibah y el Djaiii.
HABIBAH
(Vivamente). ¡Ah, señora! Yo recurriré al mismo
Alah contra ese decreto de la tempestad completa.
Si yo fuera hurí divina y el Djaiii llegase a entrar en
el cielo, antes que ser destinada a su palacio en el
Paraíso, me erigiriría en Espartacus de las huríes
contra los creyentes gloriosos y contra su señor
Alah.
(Los clarines y atambores se escuchan más cerca anun-
ciando la proximidad del cortejo).
ROMAIQUIA
¡Salgamos al pórtico, a recibir al Rey!
(El Rey entra apresuradamente en el salón).
MOTAMID
El Rey se adelantó a ia comitiva y está ya aquí,
entre vosotros. (Abraza a Romaiquia).
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 09
Salud, señores. (Se dirige afectuosamente a todos
los reunidos saludando a cada uno cariñosamente).
ROMAIQUIA
Conduciéndolo al diván junto al muro del fondo.
Descansa aquí, mi señor. (Se sienta en un taburete
junto a la cabecera del diván).
¡Oh, Motamid; ya empiezo a creer que se rea-
lizará el gran milagro!
MOTAMID
Dentro de pocos minutos sabrá Itimad, cuanto
puede llegar a crear la Potencia divina del Amor.
No es justo, señora, corresponder a la divinidad de
un amor que obra milagros, con la tibieza de deli-
cados desvíos.
ROMAIQUIA
(Mimosa). ¿Mi señor habla así de su esclava Iti-
mad?
MOTAMID
Hablo así a Itimad, mi tirana señora. ¿Es por
que no apresuré mi vuelta de Granada pdra descan-
sar en Zahara unos días, por lo que me escribió la
Reina esta carta que con mi última se cruzó? Todas
tus cartas han comenzado siempre de este modo,
con estt fórmula inventada por tí: «De Itimad, la
esclavizada por el amor, a Motamid, su señor, Rey
natural de hombres (reine mi señor tantos años co-
mo ha reinado y reinará el Amor)...»
¿Por qué suprimiste en el comienzo de tu úl-
100 BLAS INFANTE
tima carta esta dulce fórmula, y con ella tu nombre
adorable? Es lo que mi señora se diría: «Estoy en-
fadada con él por no haber venido a gozar conmi-
go del amor que le tengo, en la bella Medina. Pues,
por Alah, que ha de pagar bien caro mi enfado. Si
llega a leer mi nombre, Itimad, en el principio de
mi carta, lo ha de besar, como siempre... ¡Pues,
por el amor ofendido! Que no ha de besar mi
nombre, cuya esencia es un suspiro del amor, la-
tente en un ritmo de plata que compuso Orfeo.
ROMAIQUIA
Fué una distracción, señor. Como el nómada
atraído, a la vez, en el desierto, por la voz perfuma-
da de cien oasis, así es nómada el alma de Romai-
quia, por cien jardines de ensueño, atraída a la vez
en el desierto de la vida; toda desierta, cuando se
ausenta su señor.
MOTAMID
jOh, señora! La distracción de una deidad,
¿cuántas desdichas no puede venir a inflingir a los
mortales? ¿Queréis llegar a ser dioses? Pues no dis-
traeros jamás. Tú lo digiste, Itimad, en el bello
poema que hubiste de componer aquel claro día en
la bulliciosa Almuzara. «¡El ambiente del cielo es
de bella inquietud!» La distracción de un día hará
caer al Dios desde lo alto del Olimpo, , entre los
mortales inarmónicos. El Olimpo es la suprema ar-
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 101
monía y para mantenerse en él, hay que llegar a
conservarse en un supremo equilibrio, el cual ven-
dría a desvanecer la más leve distracción... Pero, ya
empiezan a llegar los rezagados de mi escolta.
(Entran en el salón varios guerreros de la comitiva del
Rey).
(Los recién llegados saludan respetuosamente a los dos
soberanos).
Pacaje
EL KADER
(Quien preside a los que entraron).
—A tu orden, gran señor.
MOTAMID
¡Hola, Kader; bien os apresurasteis!
KADER
Señor; te hubimos de seguir al galope, pero
ninguno pudo alcanzar tu caballo alado como el
huracán. Dentro de varios instantes llegarán a Pa-
lacio todos los de la comitiva.
MOTAMID
Y, Ebn Mokri, a pesar de sus años, ¿se propu-
so seguiros?
KADER
Tu Visir llegó con nosotros, pero hubo de en-
102 BLAS INFANTE
contrar en una antecámara a su gran amigo Thofail,
el filósofo, quien venía hacia acá, y allí quedaron
departiendo unos momentos, antes de entrar a sa-
ludarte. "
MOTAMID
(Con cxtrañeza). ¡¡Thofailü
KADER
De tu extrañeza he participado también yo,
gran señor. Tú sabes que Ebn Mokri era grtn ami-
go de Thofail, el filósofo. Tú conoces cuánto hubo
de lamentar su muerte, cuando un correo que le
enviaron, desde Medina a Granada, vino a asegu-
rarle que había presenciado su entierro. Figúrate
cuál sería su sorpresa y aun la nuestra, cuando al
atravesar uno de los salones del Alkázar, sale a
abrazarle Thofail.
MOTAMID
Es cierto que un amigo de Ebn Mokri, cono-
cedor de su amistad con el filósofo, le hubo de co-
municar la triste nueva. Por cierto, que yo he ex-
trañado el que no se me participara a mí también
la noticia, dada la estimación grande en que tengo
a Thofail.
ROMAIQUIA
No quisimos, señor, llevar tan lejos la broma.
(Aparecen en la sala Ebn Mokri y Thofail).
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 103
MOTAMID
(Viéndoles aparecer). ¿Pero es que no moriste,
Thofaii?
(Todos miran al Djaili y a Thofaii, y ríen).
THOFAIL
Señor, es cierto que murió el antiguo Thofaii,
filósofo serio y hermético. Queda el nuevo Thofaii,
hechura de una broma de la Corte: y como hijo de
una broma, alegre y expansivo.
MOTAMID
(Riendo). ¿Y te llegaron a enterrar? Habla; es
curioso.
EBN MOKRÍ
Hixem, el médico, certificó la muerte de un
muñeco, diciendo que era el muerto Thofaii. Al
muñeco enterraron y, al cadáver supuesto, un epi-
tafio compuso el Djaili.
THOFAIL
Un hombre impenetrable, de seriedad cons-
tante y hermética, es un muñeco fingido. Con mi
seriedad, enterraron este muñeco. Resucité sólo un
momento merced a la indignación que me produjo
un epitafio que me compuso el Djaili. Era una bro-
ma más seria que la misma muerte.
EL DJAILI
¡Oh, señor. Yo fui quien hube de recibir los
últimos muñecazos...!
104 BLAS INFANTE
MOTAMID
Ya me habrás de recitar tu epitafio, querido
Djaili. Ahora déjame decir una cosa a Ebn Mokri:
¿Tienes pronto el pliego para el rey de León? (al
Hagib).
EBN MOKRI
Está aquí, gran señor, (indicando su cartera).
MOTAMID
Almudhaffar. He pensado en tí, para confiarte
una misión...
ALMUDHAFFAR
Estoy pronto a,servir a mi Emir.
MOTAMID
Buscarás al rey Alfonso. Debe hallarse en To-
ledo. Le entregarás de mi parte el pliego que te
dará el Visir.
Procura con tu elocuencia y por los medios
todos, que el Rey cristiano acuda con todas sus fuer-
zas al llamamiento que le dirige el Rey de Sevilla.
(En la sala se produce un movimiento de simpatía al
escuchar la orden del Rey).
¿Qué, señores míos? ¿Acogéis mi resolución con
complacencia? Ya no puede vacilarse por más tiem-
po. Si Alfonso no se alia con nosotros, en contra
de nuestro común enemigo, bien pronto el Emirato
de Sevilla, y Córdoba la excelsa, serán meras pro-
vincias del imperio africano de Yussuff...
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 105
ALMUDHAFFAR
¡Muera Yussuff! ¡Quebrantemos el imperio
africano!
(Los circunstantes acogen con vivas muestris de apro-
bación las imprecaciones de Almudhaffar).
MOTAMID
No sé si será aún tiempo para que el rey de
León acucia en socorro de los andaluces. He visto a
Yussuff en Granada y su comportamiento no es de
amigo, sino de franco conquistador... Almudhaffar,
en ese pliego van mis ofrecimientos y seguridades
para el monarca leonés. Entrégalo, Hagib.
(El Mokri entrega el pliego a Almudhaffar).
ALMUDHAFFAR
¿Cuándo habré de partir, señor?
MOTAMID
Que te preparen escolta, y parte en seguida.
ALMUDHAFFAR
jReine por muchos años, mi señor!
(Almudhaffar sale de la Cámara):
MOTAMID
(Después de un instante de abstracción, en que el Rey
aparece sumido en profundos pensamientos). Grandes días
de prueba se aproximan para nuestro esfuerzo in-
domable, valientes compañeros míos; los que con-
migo compartís la soberanía de esta tierra.
106 BLAS INFANTE
Ya no es posible ocultarlo. Las hordas fieras
del bárbaro Yussuff, van a guerrear muy pronto
contra los soldados de Motamid. La fuerza ciega
de elementos brutales que por sus instintos se mue-
ven, como catapultas arrolladoras, habrá de empu-
jarlos contra los débiles representantes de la fuerza
espiritual, contra los representantes de la fuerza
consciente que, en el Fin, habrá de domar a aque-
lla fuerza.
En el Fin, no tengo duda... Pero en este trán-
sito fatigoso, en que por la posibilidad de vencer
en parciales combates el mal al bien; el bruto al ci-
vilizado; la maldad a la justicia; la sombra a la luz;
en este tránsito, el cual por esa posibilidad, es tránsi-
to y no es fin...
Mas he aquí que bastante hube de contristar-
me en Granaba, viendo como la grosería del bruto
triunfaba de la delicadeza de los verdaderamente
fuertes...
Los fuertes somos nosotros; ¡pero somos tan
pocos aún...!
¡Y para contrastar nuestra fortaleza se necesita
de que resista tantos combates nuestra debilidad!...
(El Rey se levanta).
¡Eh, señores!... Vivamos estos instantes de trán-
sito fatigoso, como si en el día estuviéramos del
combate triunfal!
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 107
PEsaJe M
(Hasta la sala luminosa abrillantada por la corte esplen-
dente empiezan a llegar las ondas cristalinas que conducen la
voz del Muezzin de la Gran Aljama, recogida por el seno
puro de un limpio y blaaco amanecer).
La voz del Muezzin:
El tránsito oscuro de la noche muere
Y en radiante tránsito aparece Dios.
¡Tránsito del día que de Oriente llega!...
ROMAIQUIA
¡El Muezzin! (Se levanta y corre hacia el cerrado aji-
mez).
MOTAMID
(Deteniendo con suavidad a Romaiquia). Todavía no,
Itimad. Esperemos a escuchar hasta el fin, su cantu-
ría sagrada.
Un poeta amigo, la hubo de componer. Un
imán, aún no sublevado contra el Rey, mandó reci-
tarla en este día, al Muezzin.
(Mientras el Rey habla con su esposa, el Muezzin canta,
repitiendo dos veces más, las estrofas anteriores. Después,
continúa).
La voz del Muezzin:
Trémulos, en el blancor del alba,
Desperézanse, al despertar los seres,
Y en nacientes cantos, al Señor reviven.
¡Por ellos Dios canta el Reinar de Dios!
108 BLAS INFANTE
Dios es el Día que, contra sombras, viene:
Y en un día eterno quiere ser Dios.
Su grito de luz ahuyenta la noche
Dios, entre sombras, un grito es de luz.
Y es Dios la luz, que por ser en todo,
Quiere incendiar las tristes tinieblas...
En la blanca Oración que la Aurora dice
Diciendo su voz para el gran combate.
Todos los seres al Señor proclaman.
¡Confesadlo también, todos los humanos!
Este Dios, Único de todos los seres
Alah es, y la luz de los muslimes.
¡Proclama, oh muslim, por el riiundo entero:
«¡No hay más Dios que nuestro Dios Alah,
Y es Mohamed su único profeta!...
motaMid
¡Ven, Romaiquia!
(El Rey va a abrir los maderos que cierran el ajimez de
fondo. La sierra de Córdoba aparece nevada, a la luz azulada
del amanecer).
ROMAIQUIA
(Aproximándose conmovida al vacío del ajimez). ¡Está
blanca!... Mi rey, hizo nevar para mí!...
La reina se acoda en el alféizar de azulejería. De sus her-
mosos ojos brotan lágrimas de ternura y admiración. Des-
pués queda extática, contemplando con adoración la sierra...
La Corte presencia conmovida y muda la escena. El Rey mira
a Itimad, radiante de gozo.
I
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 109
MOTAMID
(Después de un largo silencio). Cumplióse, Itimad^
tu deseo y mi palabra.
(El Rey sigue hablando con cierta solemnidad y lentitud).
Este manto de rosada nieve, no hubo de llo-
ver del cielo, en lentos copos albos, como vedijas
de lana, de corderos limpios.
Hilado fué en las entrañas de la tierra, en don-
de duermen las energías creadoras de las Potencias
celestes...
Ellas aguardan para surgir divinas, en creación
de Gloria, la evocación poderosa de Dios.
Encarnación en hechos soberanos, clama el ver-
bo de Dios que vive en mi amor eterno a Itimad: en
en mi anhelo inextinguible de Belleza, sin fin. Y el
verbo de Dios que vive en mi Amor a Romaiquia y
en mi anhelo de inmortal belleza quiso, excitado
por la Diosa Itimad, evocar las energías dormidas
en el seno de la Sierra. ¡Ah, cuando una mujer es
Diosa, cómo excita a obrar al Dios que el amado
lleva VIVO, en el Santuario de un espíritu real! Y
fueron mis servidores comprando y descuajando al-
mendros, y requisando carretas, por todos los ámbi
tos del Andalus, y trasladándolos fueron a esa parte
de la Sierra que ahora absorve la adoración de la
Diosa que excitó a obrar milagros, a mi Dios. Y ahí
fueron plantados durante el hivierno, como esperan-
zas de Primavera. Han transcurrido los tres meses
de plazo que pedí a Itimad, para realizar el porten-
lio BLAS INFANTE
to. (Motamid, ríe.) ¡Portento! El mas grande portento
de Dios está en la sencillez y expontaneidad de sus
naturales creaciones!... Y pasados los tres meses, los
Almendros han florecido, y la Sierra está blanca:
(a itimad.) blanca como tu pureza: como tu candor:
como tus vestidos de novia eterna mía; blanca, co-
mo tú; virginal amada de este Dios: blanca con los
suaves tintes rosa de tu pudor angélico: siempre ino-
cente: siempre alarmado: nunca por esto, ofendido.
Itimad: eterna niña: eterna virgen: eterna no-
via: eterna novia serás, porque una novia es novia
porque siempre es nueva para el amante: porque
siempre el novio encuentra novedad en el encanto
de la novia. ¡Transparente como la clara linfa de una
fuente pura, es la sabiduría de las palabras que usa-
ron los antiguos hombres!
Para nuestros remotos antecesores, novia y
nueva era lo mismo. ¡Itimad, mi siempre novia: mi
siempre nueva, en un nuevo encanto de tu Belleza
blanca!
El Rey ha ido acercándose, lentamente, a Romaiquía, du-
rante este parlamento. Ella saliendo de su abstracción, viene a
abrazar el cuello del príncipe.
ITIMAD
¡Motamid, Motamid: haz otro milagro! ¡Impide
que los bárbaros vengan a arrancar las flores de
jiieve que al conjuro de tu amor brotaron en la Sie-
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 111
rra! ¡Yo quiero dormir, eternamente, bajo el esplen-
dor inmaculado de las flores blancas!
Esto lo dice Romaiquia, con supremo fervor, pretendien-
do ocultar la cabeza en el pecho palpitante del Rey.
MOTAMID
¡Morir! ¡Dormir! El milagro está hecho, Itimad.
Vivirás siempre, y un palio de flores blancas, siem-
pre tendrás por dosel de Reina.
Tu eres la luz, la pureza: el calor: el perfume:
¿No oiste la voz de! Muezzin? Vendrá el invierno: y
vendrá la noche: tránsitos de frió y de tinieblas: Pe-
ro acabará su tránsito, y volverá el tránsito radiante
de la Primavera y del Día, que es el tránsito de Dios
que afirmarse quiere por siempre en un Día eterno:
en el florecer de una Primavera Eternal... Nosotros,
Itimad, somos la Primavera y el día: nosotros somos
la Vida: Nosotros somos Dios que quiere afirmarse;
que quiere ser también en los tránsitos fríos y os-
curos del Invierno y de .la noche: La Vida es el cla-
mor de una eterna necesidad: Perfección Suma: es-
to es: Dios: la necesidad de Dios. V Dios será solo
cuando todo sea una satisfacción de esta necesidad:
una encarnación del verbo universal de Dios: Para
que Dios, la absoluta luminosidad, y la Absoluta
Belleza, y la Absoluta Animación pueda ser, se ne-
cesita que no haya¡ algo que sea sombra: ni algo
que sea frió: ni algo que sea feo: ni algo que sea
inerte.
Se necesita que no haya invierno y que no ha-
112 BLAS INFANTE
ya noche: que todo sea una palpitación de vida
triunfadora: que el Universo sea una luz: un Amor:
un Perfume... Nuestra luz y nuestro amor.
Dios lo quiere y lo será: lo será. El milagro
está hecho, Itimad. Tu, eterna flor blanca, vivirás
siempre; es un Decreto de Dios. Es Dios mismo,
quien vivirá por tí; y quien por tu vida, se conser-
vará.
ITIMAD
¡Dios: Dios! Perdona mi amargura, y mis lágri-
mas rojas como las del Sol Poniente; amado mío.
Son las lágrimas que tiñen de púrpura el espacio,
en donde llora el poniente Sol. ¡Andalus, dulce
como un atardecer, en que el Sol que se muere,
llora! ¡Andalus, Tierra del Sol Poniente: Tierra de
los duelos del Sol!... Flores blancas de la Sierra:
Reino de Motamid y de Itimad: la Estrellase mue-
re, de este día... ¡Pero no llorad la muerte de la
Estrella!
Como un grano limpio que se siembra ente-
rrándose entre sombras, vendrá a surgir purificada
y nueva por el Oriente Blanco. Trasladémosnos al
Alba sonoro en que habrá de volver triunfante, y
sea nuestro duelo un canto de vida a la eterna vic-
toria del divino Sol!...
La corte escucha arrobada el diálogo de Motamid y de
Itimad. En los ojos de todos, húmedos por la emoción, acaso
brilla una lágrima en donde alientan fundidos, sus amores
por el Rey y sus amores por las bellezas de su Creación; y
amenazada ya por la inminencia de la Muerte...
JORNADA TERCERA
Jla agonía de la J^ea/eza
^-^ XX XK XK XK XX X)C....XK^ jX^
Escenario
En un Salón del Alkázar de Sevilla. El salón está dividi-
dos en dos compartimientos, separados por una balaustrada
de arabesca azulejería. Sobre la balaustrada, se asientan es-
beltas columnas de alabastro que sostienen arcadas de cala-
dos frisos. Ambos compartimientos se comunican por el es-
pacio abierto entre un extremo de la balaustrada y el muro
de la izquierda. En el centro del muro lateral derecha, del pri-
mer compartimiento, la puerta principal de acceso al Salón.
En el fondo del segundo, un gran ajimez que abre sobre la
Plaza del Palacio.
Largos cogines laterales, se extienden a lo largo de la base
de los muros. Otros se encuentran repartidos por el suelo.
Pasaje I
En esta segunda estancia, silenciosamente, Motamid ce-
lebra consejo rodeado de sus oficiales. Todos se encuentra»
cubiertos con armaduras guerreras. Una mesita circu nda-
da por los almohadones en que se asientan los circunstan tes.
116 BLAS INFANTE
ostenta sobre el tablero varios planos y rollos de pergamino
los cuales consultan de vez en cuando el rey y sus consejeros.
Hasta el primer compartimiento del Salón, llega apagado e]
rumor de sus palabras. El Halcón Gris, aguarda en la puerta
de separación de ambos departamentos, rígido y sombrío,
las órdenes del Rey.
En la estancia de primer término, aparece ¡timad, er-
guida, de pie, e inmóvil, junto al muro lateral izquierda. Pa-
rece abstraída e indiferente a todo lo que sucede a su alre-
dedor.
Habibah, Myriam y otras damas de la Corte, forman un
corro, triste, pero hablador, cerca de la Reina.
Es el anochecer del día 7 de Septiembre de 1091. La cla-
ridad penetra por los ajimeces del Salón, en penumbra. La
luz trabajosamente filtrada, sostiene todavía un angustioso
combate contra las sombras, en triunfo.
Al aparecer la escena, las damas hablan en voz queda y
vuelven de vez en cuando, hacia la Reina, los ojos llenos de
lágrimas.
HABIBAH
(Apartándose del grupo y yendo a tomar entre las suyas
las manos de Itimad).
—Estás helada, señora... ¿Quieres permitirme
que te envuelva en un manto?
ROMAIQUIA
(Sorprendida; y como al despertar bruscamente de un
siicno).
—Inútil, Habibah.— Se pone el Sol. Hace frío.
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 117
(Dulcemente). Mi creencia de vida va hacia el Ocaso .
La noche reina en el alma. La noche es negra y
helada. Aceptemos la fatalidad de este tránsito de
frío y de sombras. No me contentan las artificiales
hogueras que fingen luz y calor, en la noche. Yo
quiero el Sol... o nada. En el Oriente de mi alma,
acecho yo, ahora, una Esperanza de Sol...
MYRIAM
(Conteniendo con grandes esfuerzos los sollozos).
Tengamos esperanza, aún, señora. Quizás ven-
gan refuerzos que obliguen a Abuberk a levantar
el sitio. Tal vez los cristianos...
HABIBAH
(Observando que Romaiquia ha vuelto a absorberse en su
silencio, suelta con un gesto doloroso las manos de la Reina,
y viene a sentarse desalentada al lado de Myriam. Las seño-
ras, aproximan sus cogines, haciendo un cerco a su alrededor.
Habibah, mira primero a la esposa del Emir, con triste amor,
y dice, después, en voz baja).
Es muy triste esta negación de toda esperan-
za... Ya lo ha dicho Itimad, esta tarde. No es la
muerte de un reinado. Es el ocaso de una creencia...
Tenía razón la señora. Los enterradores, nos
cercan, de nuestra creencia de vida... (Pausa. Después,
Habibah sigue hablando, con irónica vivacidad, y en tránsito
brusco del dolor a la ironía). Y si al menos esas bestias
no tuvieran forma humana... No se podrían enamo-
rar de nosotras. No podrían cometer con nosotras
118 BLAS INFANTE
las doncellas de Palacio, el pecado grosero de la
bestialidad... Hermanas: dentro, de poco la bestia
vendrá a abrazarnos, despidiendo acre olor, con sus
patas sucias... ¡Nos matará, sí, de repugnancia y de
miedo! ¡Nos pateará, sí, creyendo que nos acaricia!...
(Habibah, ríe nerviosa y significativamente como si ju-
gara una broma sombría a sus compañeras).
¿Quién dijo a la Naturaleza supremo artífice,
ni perfecta a la Creación? ¡Cuánto falta para que
todo sea perfecto! ¡Cuánto falta para que sea Dios!
Un hombre es' más perfecto, cuando su obra es
más perfecta: cuando la creación universal sea per-
fecta; entonces será la Perfección Absoluta viva: en-
tonces será Dios. Al ser, lo forjará Dios, su propia
obra perfecta. Así dicen nuestros Filósofos... Y mi-
rad, hermanas, si la creación es aún perfecta. La
bestia morabita tiene forma humana: Si cada espíri-
tu tuviera su forma propia, según su especie, los
que dicen hombres del desierto no verían en las
delicadas doncellas del Andalus, hembras selectas
para sus cubiles. ¿Pues qué, sabría profanarnos un
mono de los que se columpian en las selvas? (Habi-
bah vuelve a abrir sus labios en risa trágica. Las demás mu-
jeres escuchan aterradas).
UNA DAMA
¡Yo digo, que antes de verme encerrada en el
harem de Abu-Berk...! (Hace un gesto significativo).
MOTAxMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 119
HABIBAH
Y, allí, seréis complacientes con el señor. Y
habréis de recitar diariamente los versículos del Al-
korán... Todos los poderosos gozan en la Tierra,
por adelantado, del Paraiso. Vosotras seréis las hu-
ríes, prometidas por Alah, a esos terribles morazos
negros...
MVRIAM
Calla, por Dios, Habibah...
¡Quién sabe, aún, si los cristianos!...
UNA DAMA
Yo digo que los cristianos...
MVRIAM
Acaso, ¿no están tan interesados como nos-
otros, en arrojar a Yussuff de España? ¡Si pudiéra-
mos aguantar el cerco, vendrían; vendrían, en nues-
tra ayuda, seguramente!
UNA DAMA
Otra vez, con los cristianos, Myriam! Después
de los combates de Almodóvar se retiró Alvar Fa-
ñez, sin apenas pelear contra el general de Yussuff,
nuestro sitiador Abu-Berk. Los leoneses son de la
nisma camada que la bestia almoravid. Según hu-
ie de escuchar no hace dos horas a Zohair, parece
cue la tierra ha tracrado a los soldados de Alfonso.
120 BLAS INFANTE
Y, añadía Zohair: «Están ya muy claras las inten-
ciones del rey de León. Abandonar a Motamid:
porque sabe el Rey cristiano que en cuanto Yussuff
y sus hordas dominen en el Andalus, los pueblos
andaluces se levantarán contra el Califa; y, entonces,
será,muy fácil al monarca leonés, vencer al uno y
conquistar los otros... >
OTRA DAMA
(Angustiada). No. No puede haber salvación al-
guna. Todas las ciudades del Reino han caido en
poder de Abu-Berk. La rendición de Carmona, ha
sido la muerte de Sevilla. El incendio de esta ma-
ñana, que redujo a cenizas la flota sevillana en el
río...
MYRIAM
Pues yo creo en la salvación, aún. Tengo íéen¡
el valor magnánimo de nuestro señor. No osarán!
los moravides volver a penetrar en la ciudad, des-
pués de haberles obligado Motamid, con inaudita
fiereza, a repasar esta mañana, la brecha que abrie/
ran los traidores.
HABIBAH
¡Bendita tu candidez; Myriam! El populaclo
gobernado por los faquíes y por los jueces, nueías
brechas abrirán por donde penetren los barbarías...
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 121
MYRIAM
Y los bárbaros hallarán los pechos acerados de
este pueblo que decían Corte de filósofos herejes y
de afeminados artistas. Mira al Djaili, ¡quién lo hu-
biera podido pensar siquiera!
HABIBAH
(Animándosele los ojos, pero afectando indiferencia) •
He oído decir que El Djaili hizo esta mañana ha-
blar a su espada mucho más que antaño a su len-
gua. ¿Sabe tú con detalles lo ocurrido? Me interesa,
porque es extraño.
MYRIAM
Al mismo Emir lo oí contar cuando volvieron
al Alkázar los guerreros enardecidos, después del
combate.
HABIBAH
(Con gran interés). ¿Y qué dijo Motamid?
MYRIAM
Después de haber peleado en primera fila, co-
mo un león a quien le matan su hembra, el Djaili
salió de la ciudad por el boquete de la muralla per-
siguiendo a los invasores. Muertos varios soldados
que hubieron de seguirle, el Djaili continuó batién-
dose por entre la nube de flechas que lanzaban si-
122 BLAS INFANTE
tiadores y sitiados. Entonces de entre los morabitos
se destacó un jeque que ordenó a los suyos deja-
sen de acometer al Djaili. Y dirigiéndose al Poeta,
así le dijo:
* No es justo que muera obscuramente, acri-
billa do de heridas, causadas por innúmeras manos
anóni mas, el que tales prodigios de noble valor y
de indomable fuerza viene a realizar en este com-
bate duro. Dime quién eres y si estás dispuesto a
pelear contra el noble Abenasid. Si tú me vencie-
ras, libre te dejarán mis soldados penetrar en la
ciudad por la brecha de la muralla. Y si a vencerte
llegase yo, tu cabeza sería para mí, el más glorioso
trofeo de todas mis rudas batallas. >
Y el Djaili, erguido, cubierto de sangre, con la
cara negra de polvo y de sudor, contestó esgri-
miendo la espada roja:
— Soy el Djaili. Poeta de la Corte de un hom-
bre rey: Motamid. Peleo por el Rey: y no como tú,
por el Paraiso de huríes que a los muertos por el
Profeta, promete Alkorán.
Mi hurí es de la Tierra y en el Palacio del Rey
vive mi hurí. Ella no me ama. Mi amor, sin embar-
go, pelea por el Rey.
Con la pluma de ave, versos escribo en perga-
minos tersos, y con mi alfange altivo en los cuer-
pos de los bárbaros, grabaré con roja tinta, venga-
doras estrofas sagradas...»
Abenasid hizo mandato a los suyos y los arcos
^
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 123
de los flecheros, colgando ociosos, quedaron en-
tre las manos y de los hombros suspensos. Mo-
tamid, apercibido, ordenó parar a los flecheros el
combate. Y las murallas, se coronaron de guerre-
ros; presididos por el Rey. Y los altozanos de la
llanura bulleron brilladores, al posarse en ellos, el
enjambre curioso de los guerreros de Abu-Berk,
que quisieron presenciar la lucha.
Abenasid, gritó con voz poderosa:
—Sé tú, señor. Emir de Sevilla, Rey de poetas
guerreros, quien venga a dar la señal del combatel
Y el Rey dio la señal, agitando con ambas ma-
nos un rojo alquicel.
Y los dos enemigos esforzados, se acometie-
ron. Los escudos multicolores, buscaban febriles
las espadas obscurecidas de sangre, ofreciendo en
los choques rudos, a las aceradas puntas, fugitivos
destellos de Sol. La Estrella del Día se gozaba en
el combate, envolviendo el Palenque en derroche
de luz. E Iris palpitaba riente jugando alocada, en
los mil colores brillantes de los guerreros que en-
tusiasmados contemplaban la pelea: y en los vestí-
dos y armaduras de los dos paladines, sublimados
por el ansia de gloria y por el heroico valor.
Hasta que el Djaili, concentrando en esfuerzo
último toda la vehemencia generosa, acumulada por
el Sol, en la sangre y en el vino del Andalus, saltó
como un tigre sobre su fuerte rival, y el alfanje del
Poeta hirió el cuello del africano. Y la cabeza del
124 BLAS INFANTE
hijo del desierto, rodó palpitante por el polvo has-
ta quedar rígida y amoratada, apretados por el do-
lor, los labios cárdenos.
El cuerpo del caballero morabita, un instante
fué surtidor de sangre que se elevó a lo azul, como
una ofrenda roja al Dios de los guerreros. Después
cayó pausadamente, a! mismo tiempo que llegaba
rodando su cabeza a los pies del poeta vencedor.
HABIBAH
(Pretendiendo, inútilmente, ocultar las lágrimas). Ha-
ce seis días que no he visto al Djaili.
MYRIAM
Yo le vi después del combate, en la Plaza del
Alkázar. Le felicitaban todos los guerreros y él les
recitaba un poema compuesto en honor de Mota-
mid, glorificando su bravura. Decía El Djaili: «El
valor del Rey nos incendió a todos. ¿Quién sospe-
charía fuerzas de Hércules en un hombre delicado,
como lo es nuestro Emir? Un capitán moravid, fué
a acometerle. Era un hombre rudo y alto como
una montaña. Pues, lo mismo que Hércules, nues-
tro padre, rompió en dos, la barrera de montañas
que impedían el amor y el abrazo del mar interior
y del mar de Occidente, así Motamid con su alfanje
poderoso, hendió de alto a abajo, el cuerpo de aquel
gigante, cortándolo en dos pedazos. Cuando Hér-
cules rompió la barrera que impedía los amores
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 125
del misterioso Occeano y del mar azul, se precipi-
taron el uno sobre el otro en efusión atronadora,
de espuma hirviente. Así la sangre del cuerpo gi-
gantesco herido, fluía a borbotones por los dos pe-
dazos, y se mezclaba sobre ellos, elevándose en la
efusión de una cabellera o de una llama roja.* Y
los caballeros, aplaudían con entusiasmo el poema
de versos escritos por el Djaili...
Pasaje IJI
Zohair, el capitán de la guardia del Rey, aparece en cí
dintel de la puerta del Salón. En su rostro viril, de líneas enér-
gicas, éstas se suavizan influenciadas por la emoción que en
el corazón del guerrero evocan la visión de la Reina, arrogan-
te aún: en su ensimismamiento sombrío; y la de las mujeres,
que, tristes, departen su anterior conversación, fundida en el
susurro que hasta el capitán llega de sus quedas voces.
ZOHAIR
Señora...
HABIBAH
(Apercibiendo al recien llegado). ¡Chstl (Yendo hasta
la puerta). ¿Qué ocurre, Zohair?
ZOHAIR
Algo muy grave, que comunicar al Rey.
126 BLAS INFANTE
HABIBAH
¿Qué es ello, capitán?
ROMAIQUIA
(Que ha percibido el movimiento de Habibah, y a Zo-
hair en el dintel).
—¿Qué deseas, Zohair?
ZOHAIR
(Inclinándose). Hablar al Rey.'
ROMAIQUIA
Entra. (Señalando al segundo compartimiento del Sa-
lón).
(Zohair avanza y queda junto a la puerta de la estancia
del Rey, en donde, inmóvil, se encuentra el Halcón).
MOTAMID
(Notando la presencia del recien llegado). Avanza, ca-
pitán. ¿Por qué vienes? ¿Ocurre novedad?
ZOHAIR
(Embarazado por el temor de comunicar la noticia).
—Señor...
MOTAMID
(Resuelto). Habla, Zohair. En estos supremos
instantes ninguna noticia debe ser secreta, para
quienes son ya víctimas de una misma desgracia
irreparable.
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 127
ZOHAIR
Señor: Los moravides acaban de entrar nueva-
mente en la ciudad.
(Las mujeres escuchan aterradas. Romaiquia; indiferen-
te. Motamid salta de su asiento, como un tigre acosado).
MOTAMID
Vuela, Zohair, y prepara la Guardia. Saldre-
mos en cuanto esté a punto. (Va a salir Zohair). Aguar-
da. ¿Por donde abrieron la brecha?
ZOHAIR
No ha sido brecha, señor. Los traidores abrie-
ron al enemigo la puerta de la ciudad que da sobre
la pradera de Plata. Un oficial que envía tu gene-
ral Ben Amid, trae la noticia. Aguarda ahí, fuera.
MOTAMID
Qué tardas en hacerlo pasar? (Zohair sale).
¡Halcón, el casco y la espada!
(El Halcón ra hacia el cojín donde se encuentran estos
arreos, y comienza a ceñirlos a su señor).
Pasaje Sil
(Zohair vuelve con el oficial y sale enseguida a cumplir
la orden del Emir).
MOTAMID
Habla, oficial (al enviado de Ben Amid). ¿Los mo-
rabitos invaden la ciudad?
128 BLAS INFANTE
EL OFICIAL
¡Han entrado en ella, sin combate!
MOTAMID
(Apresurado). ¿Y Ben Amid?
EL OFICIAL
Conforme a tus órdenes, las tropas de Ben
Amid se concentran y guardan las calles de acceso
a la Cindadela.
Ben Amid, tu general, me envía para decirte
que dada la muchedumbre de enemigos que en-
tran por la Puerta traicionada, sólo cabe resistir y
no atacar.
Su plan consiste en utilizar los parapetos cons-
truidos en las calles próximas al Alkázar, y las mu-
rallas de la Cindadela, para defender el tiempo que
se pueda el castillo.
MOTAMID
Hay que atacar enseguida, y que morir cuan-
to antes. Vamos, señores, a reforzar los puestos; y
si todo está perdido, busquemos la muerte en las
calles invadidas de la ciudad.
(Todos se levantan y siguen al Rey. Al llegar a la estan-
cia de primer término, un Arif aparece en la puerta principal .
del Salón).
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 129
ARIF
jAlah acreciente los dones de mi señor! El
Gran Faquí y el Cadí de los cadíes piden tu venia
para hablarte.
MOTAMID
Hazlos pasar, mientras se arma mi guardia.
(Desaparece el Arif, y al instante surgen en el dintel del
Salón el Gran Faquí y el Cadí de los cadíes).
MOTAMID
(Viendo a los recien llegados). ¡Ah, ¿acechabais ahí,
notables zorros? Pasad: (Los interpelados vacilan). ¡Pa-
sad, os digo! (Con ímpetu).
(El Faquí y el Cadí entran haciendo humildes zalé-
alas).
He aquí el gallinero abierto; y ahí (señalando a
Romaiquia) el ave predilecta que ansiabais devorar...
Pero, ¡por Alah!, que aún soy en este Palacio el
Rey de Sevilla. Y vais a conocer, de una vez, la jus-
ticia del Emir. ¡Halcón! ¡Halcón!
(El Halcón Gris abandona su rigidez y viene al encuen-
tro de su amo).
—¿Por qué te hiciste ladrón? Contesta breve-
mente. Los minutos son siglos.
9
130 BLAS INFANTE
HALCÓN
Señor: Un hombre de gran influencia en las
Aljamas, alegó no sé qué derechos sobre la alque-
ría que cultivaron mis abuelos, y con cuyos produc-
tos alimentaba mi padre a mis hermanos y a mí. El
Cadí resolvió a favor de aquel hombre y envió a
los alguaciles para desampararnos de nuestra ha-
cienda. Yo maté a los alguaciles, y no maté al Ca-
dl... (con saña feroz).
MOTAMID
(Vivamente). Porque los cadíes se encuentran
guardados por los soldados del Rey, para evitar
contra ellos la acción de la verdadera justicia. Por
eso no le mataste. Explicado y comprendido, buen
Halcón. Los cadíes tienen una honda: la Ley; y una
piedra: los alguaciles. Con la honda de la Ley arro-
jan a los alguaciles sobre la cabeza de los desven-
turados huérfanos de toda influencia con el Cadí. Y
la honda y la piedra, y la mano del Cadí que mue-
ve la honda, al servicio están de las personas influ-
yentes en las Aljamas.
Tú, Halcón, no mataste al Cadí: te limitaste a
rechazar la piedra.
Pero, continúa. ¿Cómo robabas, Halcón?
HALCÓN
Asaltaba con mis hombres a los viandantes ri-
cos y los convoyes reales. ¡Siempre desafié el peli-
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 131
gro frente a frente! (Mirando con orgullo significativo ti
Gran Emir y al Sacerdote).
MOTAMID
Comprendido, Halcón, comprendido. Llegastes
a atacar cara a cara todo aquello que representaba
cuanto vino a aniquilarte. He aqui, respetable Cadí:
venerable Faquí, una de las manchas con que vues-
tros fetvas, reprochan obscurecido mi reinado. jUn
exbandido, brigadier de la seguridad del Reino!
Vosotros, honderos de las personas influyen-
tes de las Aljamas, vinisteis a robar, no por necesi-
dad, sino por codicia, al padre de este hombre,
traicionando al Emir, que, para la Justicia, os con-
fió la misión de aplicar la Ley. Este hombre robó
por venganza contra la Ley la cual antes habíale ro-
bado los medios de una honrada subsistencia. Y ro-
bó, abierta y lealmente; exponiendo su vida arrogan-
te y fiera en los caminos reales. Vosotros, no: vos-
otros disteis la orden de robar; pero no expusisteis
el pecho al peligro. Mientras que con los labios irt-
sultábais la santidad de la Justicia: mandabais a los
soldados del Emir como ejecutores de vuestros
desafueros. Así traicionasteis la Justicia y mi confian-
za. Decid: ¿no es la lealtad, la suprema condición de
los buenos servidores? He aquí porque para servir
a la seguridad de mis subditos, nombré al Hilcón,
ladrón leal de caminos: y no a uno de vuestros pro-
tegidos: ladrón de esos que traman robos entre
132 BLAS INFANTE
las sombras de la traición, ambiente de vuestras
aljamas...
(Los dos funcionajios están aterrados, sufriendo sobre
la cabeza baja el descargar formidable de la cólera del Rey).
Ahora bien... Hasta ahora no me decidí a lan-
zar contra vosotros mis justos castigos. Unas veces
por la intervención piadosa y tolerante de esa Rei-
na, por vosotros vilipendiada; otras, por temor de
alarmar a aquellos de mis vasallos embaucados por
vosotros, siempre hube de aguardar tiempos mejo-
res para haceros sentir el peso de mi ley, contem-
plando impasible vuestra obra de serpiente, que
deslizaba la traición contra mi reinado... Llegaron,
por fin, esos tiempos mejores. Son los instan-
tes, en que mi ciudad concitada contra mí, por vos-
otros, abre sus puertas a los bárbaros del desierto,
a quienes vosotros mismo hubisteis de llamar!
Son los instantes en que mi trono se derrumba,
y en que mi realeza soporta humillaciones tremen-
das, que vosotros atrajisteis contra mi espíritu real.
i Halcón, venga a tu padre, y que la cabeza de
los traidores, clavadas en picas y elevadas sobre los
muros de mi Alkázar, contemple dentro de poco,
cómo finaliza en triunfo el desarrollo de su trai-
ción!
EL GRAN CADÍ
(Arrebatado por el miedo). Señor, venimos a sal-
var tu vida.
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 133
MOTAMID
¡Malas bestias! Habéis matado mi reino, y aún
fingís la generosidad de querer salvar lo que no
puede ser sin mi reino: mi Vida.
Malas bestias! Vosotros podéis vivir sin vivir y
reinar...
Una voz doliente clama aprisionada en el fon -
do más obscuro de nuestra conciencia. Es la voz de
Dios. ¡Dios, a quien invocáis en público: a quien
martirizáis entre las sombras del ser, lleno de ape-
titos groseros, convertido en cárcel impenetrable
y en verdugo implacables de la Divinidad.
¡Malas bestias! Esa voz, en vosotros, doliente y
lejana: es en mí voz imperiosa que me llena el ser.
Esa voz pide siempre reinar en mí y por mí. Es la
voz de Dios; es toda, toda mi vida. Voz que aquí
tiene un templo (golpeándose el pecho). La conciencia
es el único templo verdadero de Dios. Si Dios no
ha de reinar por mí, que el Templo de mi concien-
cia se derrumbe. Preferible es a llenarlo, como ha-
céis vosotros, de instintos mercaderes: de instintos
de bestias; de enemigos de Dios; mientras que él
en su propio Templo se ampara, perseguido, ago-
biado, lacerado, despreciado y con voz implorante,
en un ángulo estrecho de la Sombra...
EL GRAN FAQUÍ
Señor... Abu-Berk.
134 BLAS INFANTE
MOTAMID
Zorro: crees que ese nombre me infunde te-
mor, y que este temor habrá de contener el impul-
so de mi brazo justiciero.
EL GRAN CADÍ
Permítenos, señor, hablarte: y dispon después
de nuestras cabezas, según tu voluntad.
MOTAMID
(Impaciente). Sea, pero acabad pronto.
EL GRAN CADÍ
Supimos que esta mañana, nuestro señor Abul
Kasim, (Alah proteja su estirpe) había enviado a
Abu-Berk proposiciones de capitulación. El general
africano exigía la rendición sin condiciones de la
plaza de Sevilla...
Señor, mintieron quienes vinieron a hablarte
de nuestra animosidad contra tí. Los demás faquíes
y cadíes de España, promulgaron fetvas despose-
yendo a los príncipes del Islam en el Andalus. Los
de Sevilla, no.
Prueba de nuestra adhesión al Emir, es esta de
que fuimos a rogar a Abu-Berk, para que por res-
petos a nuestro carácter sagrado...
MOTAMID
(Indignado). Acaba Serpiente!
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 135
EL GRAN FAQUÍ
... Se comprometiera a respetar tu vida, y la de
los tuyos. En el nombre de Alah, clemente, escú-
chanos Abul-Kasin, Ebn-Abad-Billah (guarde Dios
tu prosperidad...)
MOTAMID
(Dcsesperado).0 acabáis pronto la burla, o por
Alah, a quien vosotros desconocéis, que con este
mismo alfange os cercenaré la cabeza...
EL GRAN CADÍ
Abu-Berk nos recibió con los honores debidos
a nuestra representación. Y nos mandó que vinié-
semos a tí, para asegurarte que si rendías inmedia-
tamente la ciudadela, tu vida sería salva y la de tu
familia también; y que, además, os dotaría Yussuff
de una pensión decorosa.
MOTAMID
«Un veneno es más dulce que la vergüenza
de esa rendición. > Los bárbaros me quitarán mi
reino, y me abandonarán mis soldados. Pero, ¿qué
importa? No me abandonarán jamás, porque son
realmente míos, la dignidad y el valor.
En cuanto a vosotros... Halcón. Entrégame el
fetva que, por orden mía, te procuraste de manos
de los conspiradores.
Tú, Gran Faquí, toma, y lee.
136 BLAS INFANTE
(El Faquí toma temblando el pergamino que le entrega
el Halcón). *
Escuchad, señores: lo que drcen los imanes,
:adíes, alfaquíes y doctores del Islam, sublevados
contra la impiedad de Motamid.
Faquí, lee: y si tarda un punto, despedázalo,
aquí mismo, buen Halcón.
( El Halcón desenvaina el alfange y se sitúa junto al gran
Faquí).
EL GRAN FAQUÍ
(Leyendo con voz temblorosa).
«En el nombre de Alah, clemente y misericor-
dioso. A todos los fieles muslimes de las tierras del
Andalus, que se encuentran bajo el Emir Abul-Ka-
sim-Ebn-Abad-El-Billah, llamado también Mota-
mid, (maldecidos sean su nombre y su simiente.
Relevados sois de la santa obligación que os hubi-
mos de imponer, de rezar por su prosperidad re-
/erentes zuras en las Aljamas del Emirato.)
SABED: que nos, los doctores del Islam, y en
en nombre de todos, el Gran Faquí y el Gran Ca-
dí de esta Aljama de Sevilla, hemos absuelto a Yus-
suff-ben-Tasfchin (guarde Dios su vida para gloria
del Islam) del juramento que prestara a los Emires
del Andalus, cuando hubo de salir de África para
ayudar a esos príncipes contra los cristianos de León
(estirpe Alah, para siempre, su semilla de toda la
haz de la tierra) de no tomar jamás las armas para
conquistar las tierras de dichos príncipes.
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 137
Y mandamos, a todos los muslimes, que obe-
dezcen a Yussuff, Califa en Marrakesch, y a sus
emires y visires, como representantes del Islam. Ca-
sado vuestro Emir con una esclava libertina, los
preceptos del Alkorán son burlados y el Libro de
la Espada es objeto de befa impía. Los pueblos son
expoliados por los impuestos. La hez de los filóso-
fos y poetas, presididos por el Emir y su esclava,
hacen escarnio del Islam.
Dice el Gran Yussuff (acreciente Dios sus triun-
fos) por nuestro Consejo:
«Iré contra ellos, en nombre del Alah (sea ben-
dito eternamente) y les desposeeré de sus tierras; y
el pueblo no pagará tributos; y la ley del Islam, se-
rá restablecida...»
MOTAMID
¡Basta. Ya veis como es inútil negar vuestra
participación en el crimen!
ZOHAIR
(Entrando). Señor: La guardia está dispuesta.
MOTAMID
(Disponiéndose a salir y haciendo al Halcón una seña
significativa que aterran al Juez y al Sacerdote).
138 BLAS INFANTE
Hasta luego, Itimad. (Estrechando amorosamente
las manos de la Reina. Esta inclina la cabeza, llorando, so-
bre el hombro del Emir.)
No temas: volveremos a vernos. A reconocer
voy los puestos que guardan la fortaleza. Aún no
ha sonado la hora del combate definitivo. (Va a sa-
lir acompañado de los oficiales).
El Halcón Gris se arroja ansioso sobre el Cadí y el Fa-
quí, apresándoles los brazos con sus dedos de hierro, e inten-
tando arrastrarles fuera del Salón, tras de la comitiva del
Emir.
. EL CADÍ
(Con suprema imploración a Romaiquia).
Señora: ¿no podrás tú salvar nuestra vida? So-
mos ilegalmente condenados. Nuestro carácter es
el de embajadores.
EL GRAN FAQUÍ
(Volviendo hacia Itimad la cabeza).
Señora, Alah misericordioso, implora, por mí,
tu clemencia...
EL HALCÓN
(Empujándoles). De parte del Halcón iréis como
embajadores a Alah.
EL CADÍ
¡Piedad, señora!
EL HALCÓN
¡Callad! Mi padre os condena desde el Reino
de las Sombras. (Los empuja con más fuerza).
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 139
- >»
ROMAIQUIA
(Interviniendo). ¡Quieto, Halcón! ¡Señor, señor!:
(a Motamid, que ya dobla el dintel seguido por los suyos).
MOTAMID
(Volvicado a entrar en el Salón. El cortejo que le sigue,,
ac abre en dos alas para dejarle paso).
¿Qué deseas, Itimad?
ROMAIQUIA
Una última gracia para Itimad. Ella te pide que
le cedas estos prisioneros.
MOTAMID
Es Dios quien vive en tu piedad, como hace
un instante vivió en mi justicia. Halcón, obedece a
tu Reina, en quien vive Dios. (El Halcón los suelta, con
gran disgusto). ¡Y pensar que este Dios ha de ser
vencido ahora, en el combate!
En tu poder los tienes: divina Itimad. Perdona
a los enemigos que te escarnecieron... Es la Ley: es
la Ley...
El Rey conmovido lleva las manos a los ojos y sale pre-
cipitadamente de la estancia, seguido de los guerreros y del
Halcón.
140 BLAS INFANTE
Vil
ELGRANFAQUI
(Al Cadí, aparte). Nadie se atreverá ahora a dete-
nernos. Cerca está ahora nuestra venganza. Veamos
de complacer a Abu-Berk, quien desea ahorrar la
resistencia del castillo, (a la Reina). Señora...
ROMAIQUIA
Adelantando hacia ellos, con el brazo extendido hacia
la puerta.
— ¡Sois libres!
EL FAQUI
Señora: ¿no podrías tú convencer a Motamid
para que entregase la cindadela? ¿No quiere tu pie-
dad ayudarnos a ahorrar sangre abundante de fie-
les musümes?
¡Sois libres!
ROMAIQUIA
EL CADI
Tal vez si Motamid cediese, conservaría la
vida y... ¡aún quién sabe! Reformando sus princi-
pios y su conducta ilegal, quizás* por un pequeño
tributo, como el que ha pagado a los cristianos, ven-
dría Yussuff a dejarle el Reino.
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 141
ELFAQUI
{Con cierta petulancia). TÚ no ignoras, mujcr, que
Yussuff, para obrar, pide previo consejo a Faquíes
y Cadíes, tal como en la Ley está mandado. Y, nos-
otros, en pago de tu perdón...
ROMAIQUIA
(Con dulzura y como si tratara de persuadir a locos o
niños).
Un reino no es una corona y un manto de púr-
pura y un rebaño de subditos o servidores. Quien
no ejerce una dominación espiritual no es rey, a
pesar de todo esto... Vosotros seríais reyes si tuvie-
rais la libertad y la inspiración de un espíritu real.
Idos. No queremos nada. Somos la vida derro-
tada por la muerte, en el episodio pasajero de las
individualidades nuestras... Nos confesamos venci-
dos, pero rendidos no. ¿Quiénes somos nosotros
para rendir la Vida? Ella, vencida en nosotros,
triunfa ahora mismo, en otros lugares y cuerpos
del espacio. Habéis arruinado una fortaleza: pero
ni habéis podido humillar al guerrero que en ella
alentaba, ni mucho menos, cautivar el ejército que
defiende la inspiración de sus estandartes...
Sois libres. Vuestro castigo estará en vivir pri-
sioneros, esclavizados de la Muerte. Nuestro pre-
mio estará en morir cuando ya no podamos liberar
nuestra realeza...
142 BLAS INFANTE
EL FAQUI
Eres soberbia; mujer.
ROMAIQUIA
Es soberbia real. La soberbia de la vida ante
la muerte. La soberbia real es soberbia virtud.
Quien llega a sentir esta soberbia no se degradará
jamás. Ella es virtud magnífica que aspira sin cesar
al trono. Antes de entrar en la ergástula, mata al
ser que domina, quien, bendiciéndola, muere.
Dijisteis que Alah crea incesantemente: y que
el Rey representa a Alah. Cuando el Rey no puede
crear no es Rey: y antes de dejar de serlo, se crea
una muerte real: una muerte bella, que es vida
triunfante de la muerte, aun en sus propios domi-
nios obscuros.
EL CADI
No nos engañaron mujer. Tu filosofía ha per-
dido al Rey. El Emir debió dar ejemplo a sus sub-
ditos cumpliendo la ley; y tu...
ROMAIQUIA
(Con ingenuidad) ¿De qué ley hablas, Cadí?
EL CADI
Principalmente de Alkoran, mujer.
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 143
ROMAIQUIA
Cadí: Dentro de tí sientes un Imperativo Bue-
no. Es el verbo de Dios. Y un grosero imperativo.
Es el aullido del animal. La ley humana es una
fórmula de transacción buscada por el legislador
entre el Dios y el animal, cuya unidad es el hom-
bre...
El Faquí haoe signos de horror.
¿Te ofenden mis palabras, Faquí?
EL GRAN FAQUI
Mujer: es la Ley divina. Es Alkoran...
ROMAIQUIA
(Con indulgencia). Ley de Dios, dijeron para do-
minar los legisladores. De ella dedujeron conse-
cuencias con relación a los hechos, y fundaron los
tratados jurídicos... La voz de Dios en la Ley, fué
más ahogada aun, en los tratados, por la voz de la
bestia lógica: por el aullido recortado con líneas
geométricas, de la bestia racional... (Observando los
signos de horror de los dos funcionarios). Hay una ley
que dice: No podrás alumbrar una fuente en una
peña...
Pero, por si la peña tiene un cóncavo que pue-
da guardar el eco de mi evocación: por si este eco
puede ser alguna vez alma que anime a la peña,..
Cadí: Faqui: Escuchad con calma a vuestra
acusada, Itimad.
144 BLAS INFANTE
Dios no está fuera de todo. Dios no es un ser
fuera de todo: Dios, desde el Principio, es un Ver-
bo en todo: que clama acción: encarnación de su
propio Imperativo de Bondad. Dios es un Verbo que
se encuentra en todo, clamando, desde el fondo de
cada ser, encarnación; creación en hechos que reali-
cen la Verdad. Así, Dios es en todas las manifestacio-
nes de la vida universal. Y aquellos seres hombres o
no, que cumplen este Imperativo de Dios: que reali-
zan la encarnación del Verbo de Dios, en obra buena:
o lo que es igual: en obra redentora: en obra grande:
en obra verdadera, creadora de la vida o de la glo-
ria de Dios sobre la tierra; .creedlo rocas, que rocas
sois, por falta de creencia; esos seres abnegados,
heroicos, creadores, son dioses que realizan: que
crean a Dios; el cual será creado, cuando sea reali-
zado su Verbo absoluto, por entero, en la Vida
Universal... ¿No veis cómo la frente de esos seres
circundada es por aureola de luz? ¿No veis, cómo
alumbra lo pasado, esa aureola de los creadores de
Pios? ¿Os sorprende oirme hablar así? Escuchad:
es Dios: Alah: que llevo en mí: quien por mi boca
os habla...
ElFAQUI
Calla: calla, Itimad.
ROMAIQUIA
TÚ, Cadí, atiende. Yo necesito un juez, porque
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 145
todo inocente lo desea. Tú, Cadí, acostumbrado a
escuchar los crímenes de bandidos monstruosos,
escucha los crímenes benditos de esta pobre mu-
jer...
FAQUI
¿Per© tú eres, mujer?
ROMAIQUIA
(Sonriendo). Ahora hablará Dios; ni mujer ni hom-
bre. (Al Cadí). Y yo, dije al Príncipe. Cumplamos la
voz de Dios. Realicemos al Dios, que dentro de sí
llevamos, y sea esta nuestra Ley. Avivemos el verbo
de Dios en la conciencia y en el corazón de nues-
tros subditos: en su afán de Belleza: en su afán de
verdad: en su ansia de creación y de gloria. Que la
voz de Dios, igual en el ánimo de todos, porque
Dios es uno, sea la Ley de tu Reino, Motamid. Que'
Dios más libre en tí que en los demás, (porque más
que otro alguno, en tus hechos, lo liberas o reali-
zas, tú) y que su voz más potente en tí que en los de-
más (porque más claramente sientes tú el Imperati-
vo de su Verbo); que Dios por tí, y no tú, sea el
Rey...
He aquí que es falsa tu acusación, Cadí. Nos-
otros hemos cumplido la ley: la Ley de Dios. Tú
no puedes comprender el honor que se debe a esa
ley, porque el honor que a ella se debe es tributa-
do a la otra; y este honor, ¡oh gran Juez, es para tí!
10
146 BLAS INFANTE
iMotamid: Itimad! Hemos sido una efusión de Dios.
Una efusión de alegría de Dios, en libertad. He
aquí la causa de la perdición nuestra. La Fatalidad
condena a los dioses efusivos, jün parto muy lento,
muy doloroso ha de crear la Serenidad de Dios!
Dios es el dolor, en el Principio... ¡Pero es tan dul-
ce ser una efusión de Tí! (Elevando las ojos en oración,
Romaiquia queda en actitud de éxtasis. Después, como justi-
ficándose y hablando consigo misma). El Andalus es un
arrebato efusivo de la generosidad luminosa del
Sol...
EL GRAN FAQUÍ
(Viendo al Cadí, a punto de conmoverse). Humíllate,
mujer o Reina. Vuelve en ti. Olvidaste a Alah. No
fuiste al Templo. El Rey y el Pueblo convocados
por tu voz de Sirena, dejaron de asistir los viernes
a las Aljamas. Y ni escucharon la voz del Muezzin
que les invitaba ala oración: ni guardaron el ayu-
no en la Pascua del Ramadán: ni creyeron en el
Profeta: ni en los imanes y faquíes: ni en los santos
del Islam: y se mofaron de los preceptos de la Re-
ligión y no creyeron en la vida eterna del Paraíso...
ROMAIQUIA
(Con infinita dulzura, en voz queda y armoniosa).
El Cadí identificó su Ley con la ley. Tú, sacer-
dote, identificas con tu religión, la Religión. He
aquí la soberbia mala. Esta es la soberbia vana y
no la magnífica virtud de la soberbia real. Porque
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 147
la Ley, es mi ley: y ía Religión es mi Religión,., y
lo que vosotros tenéis, realmente, de Religión y de
Ley.
Motamid os lo dijo: yo también.
Os hemos anunciado es Dios el Verbo eter-
no que hace vibrar la esencia de todas las manifes-
taciones de la Vida, en un ansia de conservación
para el mejoramiento: de mejoramiento, para la
creación de la Belleza y de la Verdad. ¡La Belleza
es la Verdad realizada: es la carne de Dios!
Dios es majestad en la Tempestad grandiosa:
Armonía en el alba claro y sonoro: serenidad en la
Noche azul, en que trazan imperturbables sus circu-
ios luminosos las blancas estrellas. Dios, es ingenui-
dad en los amores de los pájaros inocentes, que
agitan sus alas en temblor de colores: cruzando los
picos con emoción inefable , ardientes los ojos, cual
ascuas de amor. Dios es el concierto alegre de los
cantos y rujidos de las selvas: con el silbar de los
aires y el mugir del Mar. Que está Dios palpitante
y vivo en el ritmo: en el eco: en el torbellino armo-
nioso: en el rumor de la espuma virgen, inmacula-
da, que suspira rubores al besar la playa y esparcir
la cabellera por el regazo moreno de la arena lim-
pia. Dios es conciencia en los seres que despiertan
al amor: a la admiración y a la creación de la be-
lleza y de la verdad: el Fiat eterno que conduce la
agitación de los seres en ineludible fatalidad crea-
dora... ¡Belleza: verdad: carne de Dios!... ¿Veis; veis
148 BLAS INFANTE
mi Sierra de Córdoba vestida de novia con las flo-
res que hilaron los almendros de Motamid? ¡Pues,
allí: allí estaba Dios! Los bárbaros han descuajado
ya esos almendros, en misión despiadada e impía.
¿Veis: veis? ¡Así han perseguido: han ahuyentado a
Dios, que vivía en el blanco florecer de la sierra...
Ahora está desolada: está triste: los pájaros se fui-
ron: los arroyos se secaron. Nada hay que cante ni
que perfume. ¡De ella fué cruelmente arrojado
Dios! jLa Muerte, la enemiga de Dios, reina en la
Sierra!
EL FAQUI
¿Eres mujer o una apariencia de Satán?
, ROMAIQUIA
(Con unción). Tú lo has dicho Faquí. La realidad
soy. Realidad que no puede ahora, sumergida en
mundo de tinieblas, desvanecer el sueño, a veces,
f^ombrío, la pesadilla infantil, de Alah, tu Dios. Esa
pesadilla será desechada un día... Pero será un trán-
sito terrible: Por negar al Dios de su pesadilla, los
hombres habrán de negar en absoluto, a Dios. Un
abismo, se abrirá a la Humanidad entre tu Dios y
el mío... Mi Dios será el de la Era última. Ya ves,
raqui, si amo a Dios, que si los hombres no llega-
sen a comprender el mío, yo desearía que amasen
el tuyo...
EL CADÍ
(Admirado). Perdona, Faquí. Esta mujer se ha
MOTAMID; ULTIMO REY DE SEVILLA 149
3 — . —. « ■■--»■•'■■
defendido de tu acusación de vivir sin Dios. Pero
r\9 ha contestado el porqué no fué al Templo y
por qué apartó al pueblo del culto al Profeta y de
los santos del Islam.
ROMAIQUIA
Cadí: Faquí: Os agradezco el consuelo de rni
acusación en las últimas horas de mi reinado. Pen-
saba recibir al verdugo con pasividad, que espanta-
ra a la misma muerte. Al hacer revivir mi creencia^
habéis venido a revivir mi alegría.
Yo no fui al Templo, porque el templo estaba
y está en mi.
Si Dios realizado es la Belleza y la Verdad: y si
Dios, en potencia, es el Verbo de Perfección, que
en la esencia de cada ser clama encamación en he-
chos: la Verdad o Belleza, ya creadas, y el espí-
ritu de cada ser, es el Templo verdadero en que
mora lo que existe creado de Dios. Alli donde
exittían Belleza o Verdad, allí acudió Itimad a ado-
rarlo y a gozar de Él. V me recogí en el templo de
mi espíritu, para adorarle también, en su creación
ya hecha, y en su verbo divino, ansiando con fer-
vor encarnar su voz con mis propios actos, en la
realidad del Mundo. He aquí, la oración.
¡La voz del Muezzin que a la oración convo-
ca! No es desde lo alto de los minaretes de las Al-
jamas, desde donde la voz del Muezzin verdadero
convoca a la verdadera oración,..
150 BLAS INFANTE
El seno blanco del Alba, arrebolado por los
rayos virginales de la faz rosada del Sol naciente^.,
vibra conmovido y perfumado, por los himnos a la
vida, de los seres que reviven: por el fresco des-
pertar de las flores en abrir de radiantes corolas:
por el sonido de cristales que chocan en el bronce
de las esquilas y en las linfas de las fuentes.
He aquí el Muezzin que me invita a la oración.
No hay agitación, ni aleteo de voz o fuerza de ser
alguno que no sea un Muezzin, invitando a la ora.
ción. No fueron los viernes, fueron todos los días
y todas las horas, en que al escuchar esa invitación,
Romaiquia, se recogió en su Templo. ¡Que no ayu-
no en la Pascua del Ramadán! ¡Ay, de vosotros los
que ayunáis un día y os hartáis el resto del año!
Tiene para mí, tan poca importancia y tan poco
goce el comer, que no le concedo seriedad al-
guna a la obligación de ayunar. ¡Lo absolutamente
preciso para conservar fortalecido y sano este cuer-
po, templo del espíritu: este espíritu, templo donde
mi Dios se levanta...
¡Que no he honrado a los faquíes! ¿Qué es un
Faquí? Un sacerdote: es decir, un guardador del
templo de Dios y un sacrificador en el altar de
Dios. Y yo te digo, Faquí, que cada hombre tiene
en sí su templo; el espíritu: y en su templo, un al-
tar: la conciencia. Y yo te aseguro, Faquí, que cada
hombre es sacrificador en este altar verdadero de
Dios: obrando en él, el verdadero sacrificio, que no
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 151
consiste en inmolar inocentes animales en altares
de piedra; sino en inmolar estímulos groseros: es-
tímulos de bestia: que nos incitan a no sufrir el do-
lor que la encarnación del verbo de Dios nos pro-
duce. Así es este sacrificio creador, el verdadero
sacrificio: así es la conciencia el verdadero altar de
Dios: así todos los hombres que guardan su tem-
plo, y que sacrifican en este altar, son los sacerdo-
tes de Dios. Motamid e Itimad honraron siempre a
los hombres que más sacerdotes fueron, a los que
más sacrificaron por la creación o encarnación de
Dios, en el altar de la conciencia...
¡Ah, mi creencia es más grande que la tuya!
Tú crees que sólo son los faquíes los sacerdotes
ungidos por Dios: y yo creo que Dios hizo sacer-
dotes a los hombres todos.
EL CADÍ
Entonces, ¿para tí, Mohamed, no fué un Profe-
ta? ¿No crees, ni admiras, la virtud de los santos
del Islam?
ROAIAIQUIA
(Se recoge un momento en sí y una sonrisa ilumina d«s-
pués su pálido semblante. Cerrando los ojos, habla lentamen-
te, como leyendo en su espíritu esclarecido por deslumbrante
luz interior).
¡Profetas!... Y, hubp hombres que amaron to-
do. Fundidos con lo Infinito en una soberana efu-
sión de amor, su ojo y su corazón, miraron y sintie-
152 BLAS INFANTE
ron por lo Infinito, las supremas verdades del Ser.
¡Profetas! Y hub® hombres en quienes Dios, a
quien todos los seres llevan en sí, clamó con voz
más clara y potente: proclamando y escribiendo las
supremas verdades de la Vida: despertando a Dios,
que en los demás hombres, como en Todo, alienta.
Profetas fueron, son y serán, todos aquellos hom-
bres que marchan delante diciendo y señalando los
caminos de Dios, que son los de la Belleza, la Ver-
dad y el Bien.
¡Santos! Fueron todos aquellos que siguiendo
a los Profetas, con inquebrantable firmeza, avanza-
ron adelante por esos caminos de Dios, sin que
bastare a detenerles los desgarramientos de todos
los mentidos martirios, ni las caricias de todos los
falsos amores...
¡Oh, Cadí! No es Mohamed mi profeta. (El Fa-
quí se oculta el rostro con las manos). No SOn miS san-
tos, los santos del Islam. Es más amplia la creen-
cia mía... Mis profetas y mis'santos son los profe-
tas y los santos de todas las religiones, en cuanto
tuvieron visión de lo Infinito: en cuanto sintieron el
Dolor de la Santidad... Dolor que parirá a Dios...
¡Religión..! Ella sirve para crearle: para realizarle en
la vida! Dime, Faquí: ¿soy irreligiosa? Yo te imvito
como una hermana a creer, que todas las religiones,
son religiones, en cuanto han presentido o tienen
esencia de la Religión!
(El Cadí y el Faquí están anodadados y miran con asom-
liro a Romaiquia).
MOTAMIP, ULTIMO REY DE SEVILLA 153
EL CADI
Señora: Sabíamos que la Corte de Motemid,
era descreída de nuestra creencia...
ROMAIQUIA
Y por esto la llamasteis descreída..:
EL CADI
Itimad: ¿en dóhde aprendiste todo eso?
ROMAIQUIA
Yo no sé nada. Habla por mí, no mi Dios: el
Dios de todos. En mi conciencia, su voz escribió un
Koran.
Dios vino a mí, a través de generaciones que
lo parieron con dolor, y fui yo el último parto de
su parir doloroso e incesante... Yo... fui un ritmo
de alegría, creado por el dolor. Un ritmo que, aho-
ra, en el concierto de los ruidos trágicos, se desva-
nece. Reintegrémosnos al Dolor... nuestro padre y
el mejor escultor de las almas. Ahora Dios, es eso.
La alegría definitiva de Dios estará al fin: en el fin
de su creación gloriosa y triunfal...
(Romaiquia dobla la cabeza, como aguardando el sa-
crificio).
EL FAQUÍ
(Despertando del hechizo producido por las palabras
de Itimad).
Sacrilegio es ese sueño tuyo, mujer. ¡Ay de tí,
154 BLAS INFANTE
cuando las trompeta de Israfil llame a los hombres-
ai juicio de Alah!
ROMAIQUIA
(Resignada). Sueño llaman los hombres a la rea-
lidad de Dios: y realidad a los sueños de sus modo-
rras de bestia.
Prácticos son los objetos que puedan alcanzar
sus miembros pesados. Aquellos que requieren alas
para llegar hasta ellos, son fantasmas: son utopias.
(Mirando al cielo). ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo no
volverá a vivir Itimad?
Pmm¡m VIII
(Amina, el aya de los hiios pequeños del Emir, aparece
en la puerta de la estancia. Itimad al percibirla, despierta
bruscamente de su abstracción).
ROMAIQUIA
\Yendo hacia Amina). ]MÍS hijOs!... (Volviéndose al
Cadí y al Faquí). He aquí que en mis hijos pongo yo,
en este mundo, mi creencia. ¿Qué es de ellos, Ami-
na?
AMINA
Te echan de menos y piden verte.
ROMAIQUIA
¿Qué hacen?
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 155
AMINA
Señora: Tu hija Xelima calma a los más peque-
ños. Parece, entre ellos, una tierna madrecita.
Lloraban, hace unas horas, por ir a jugar, co-
mo de costumbre, a la Pradera de Plata, extrañán-
dose, como en los días anteriores, de que no se les
llevase a aquel lugar.
Zahira preguntaba: — ¿Por qué tantos días sin
ir a la Pradera? Y Xelima contestó:— No puede
ser: Hoy tenemos que estar aquí y acompañar a
madre. Además, en la Pradera, hay soldados. Es
la guerra.
Y dijo, entonces, Abderramem, pasándose los
puños por los ojos, para enjugar las lágrimas:— ¿Y
qué es la guerra?
En esto una inmensa bandada de estorninos
apareció en el trozo de cielo que se descubre desde
la puertecilla de la terraza. Un aguilucho los per-
seguía y llegó a acom.eterles. Los pájaros se reple-
garon, primero, en una apretada nube obscura. Des-
pués la banda se estiraba o retorcía en el aire, como
una alada serpiente. El aguilucho se vio precisado
a detener el vuelo ante los torbellinos de aire que
los pájaros fraguaban con la fuerza de sus concen-
traciones.
—Esa es la guerra— dijo Xelima, señalando ai
cielo.— Un pájaro grande que quiere comerse a los
chicos. Sólo que en la guerra, en vez de ser pája-
ros, son hombres.
156 BLAS INFANTE
Pero Abderramem replicó:— ¿Y cuál es el pá-
jaro grande que quiere comerse a los hombres?
Entonces Xelima, vencida por Abderramem,
contestó así:— Es verdad, hermanito. Los hombres
debieran unirse todos para combatir sólo los pája-
ros extraños: porque los pájaros iguales, juegan a
ver quien vuela más, pero no se matan unos a
otros. ¡Sólo hacen la guerra a los pájaros distintos!
Zahira, seguía preguntando por tí: y la más
pequeña, Ommalisam, lloraba, sin consuelo, en los
brazos de Zoraida. Entonces, Abderramen, quedó un
instante pensativo, y rompió a llorar también: «Ma-
dre no viene, decía, porque se la ha comido un
pájaro grande! »
ROMAIQUIA
jMis hijos! Amina. Bájalos al Patio, en donde
acostumbran a jugar, y avísame, enseguida, para ir
a unirme con ellos.
Cadí: Faquí: Me acusabais, hace unos instantes
de no cí eer en la Eternidad y en el Paraíso de los
fíeles He aquí que esa mujer os contestó, por mí,
al invocar a mis hijos. He aquí que estas damas
que me escuchan y que los guerreros que siguen .
al Rey, espíritus idénticos al de Motamid y Romai-
quia, os contestan por esta Reina, destronada ya.
EL CADI
No te entendemos. Señora.
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 157
ROMAIQUIÁ
Hermanas: (a las señoras de la Corte).
Convirtamos el dolor en goce, al transformar nues-
tro dolor, durante estas horas amargas, en bella es-
peranza de un etcrnal Paraíso.
EL FAQÜI
(Desesperado). ¿Te burlas aún, maldita?
(Las damas de la Corte protestan ante el insulto extem-
poráneo).
HABIBAH
¡Todavía eres la Reina, señora! ¡Aún existen en
Palacio soldados que acudan a tu voz!
OTRA DAMA
(Aproximándose al dintel de la puerta y a grandes vo-
ces).
¡Soldados: la Reina os llama!
MYRIAM
(Abandonando su natural dulzura y mirando indignada
al Faquí).
¡Malvado! ¿Te atreves a insultar a la Reina?
Cúmplase, señora, y cúmplase pronto; la sentencia
del Emir!
158 BLAS INFANTE
\ÍS^
(Aparecen varios soldados de la guardia en la puerta del
Salón).
EL JEFE
(De los soldados, inclinándose). Dispuestos nos ha-
llamos, señora.
LA REINA
No es ya nada. Podéis retiraros. (Los soldados se
van. Al Faquí y al Cadí, con dulzura).
¿Por qué me insultas, Faquí, antes de escuchar
mi pensamiento? Te dije que a la invocación de mis
hijos, y de estas damas y de aquellos guerreros,
espíritus idénticos a los de Motamid e ¡timad, res-
ponde mi creencia en un eternal Paraíso. Te dije
que el dolor de morir puede transfonmarse duran-
te las horas amargas, en el adelanto del goce de
vivir, por siempre, en ese Paraíso Eternal, ¿No me
tachabas de descreída en la Eterindad y en el Paraí-
so?
EL CADI
Perdona al Faquí, Itímad. Su religioso celo le
llevó más lejos de su deseo de respetarte...
El FAQUI .
No te entiendo, oh mujer, si de otro modo no
expones tu creencia..!
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 15Q
ROMAIQUIA
(A sus damas, con ingenuidad y alegría, inefables).
Alegrémosnos hermanas. La Eternidad es nues-
tra... (Pausa, después de la cual, ríe). ¿VeiS? (al Cadí y al
Faquí). ¿Veis? Son muy dulces estas horas, muy dul-
ces: ya no viviremos en Sevilla... sino en el Paraí-
so... Este día... Es un día eternal y radioso... Reinan
por siempre, Motamid e Itimad... ¡Yussuff! Los ca-
díes y faquíes... ¡Pobres animales inferiores! Vos-
otras lo sabéis... Siempre me encantaron los pobres
animales... Cuando alguno me picaba o mordía, yo
protestaba contra quienes querían castigarles... ¿Qué
saben ellos? Son nuestros hermanos, que dicen in-
feriores. Hijos de la vida: son nuestra propia vida,
a quien debemos querer como tutores piadosos.
Perdonadlos. Curemos la herida que el animal nos
cause, con el bálsamo infalible, con la alegría infi-
nita de nuestra dulce piedad...
EL FAQUÍ
¡Está loca!
ROMAIQUIA
(Apercibiéndose). Escucha, doctor. He aquí mi
^desvarío, sobre la Eternidad. Tú has venido a decir-
me: Descreída, ¿qué Religión es esa tuya, que no
cree en la Eternidad? Tienes Dios, templos; altares,
profetas, santos; pero Eternidad... ¡Eso no! Ese afán
de vivir, sólo nosotros podremos satisfacerlo. Es-
cuchad, doctores del Islam. Creed, como cree Ro-
160 BLAS INFANTE
maiquia, y como Romaiquia, vendréis a gozar, y
será salva nuestra vida.
(La Reina se sienta entre sus damas en el centro del co-
gín lateral, al borde de la balaustrada del fondo. Se dirige a
los demás en actitud complaciente y mimosa, como si fuese a
narrar un cuento a sus hijos).
Cuentan que, en cierta ocasión, llegó un der-
viche predicando Alkorán, a cierta tribu pacífica
que moraba un oasis feliz, en el desierto. Y cuen-
tan que el jeque de la tribu, al derviche, hubo de
preguntar irónico: «Dime, sacerdote; si la Religión
existe para la Eternidad, ¿en qué Eternidad creen
los muslimes? ¿Cómo se premia eternamente a los
buenos y se castiga eternamente a los malos?>
Y el derviche habló, entonces, al jeque salvaje^
de otra vida de ultratumba, adonde el individuo
humano, después de muerto, va a gozar o a sufrir
por una eternidad, en el Paraíso, morada de Alah,
o en el Infierno, morada de Satán.
El jeque reía piadosamente escuchando el cuen-
to, como ríe un anciano ante los sueños de un niño.
«Ven conmigo >, dijo al derviche. Y le condujo a
su jardín. «Mira, añadió entonces, la lección de
Eternidad que nos ofrece Naturaleza». Y tomando
entre sus dedos, un grano de trigo, así empezó el
salvaje a hablar de Eternidad. «Ves, derviche, este
grano? Se siembra. A poco de él queda la cascara,
la escoria: la envoltura; esto es, el cadáver. ¿Pero
se puede decir, por esto, que el grano murió? No.
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 161
Mira como su vida apunta renovada en el .germen;
como asciende dotada de nuevas energías por el
tallo; y como viene a florecer y a multiplicarse en los
granos de la espiga. ¿Qué son los granos de la es-
piga, sino el mismo grano que se sembró, renova-
do, multiplicado en su propio vivir, que viene a
aumentar, de este modo, sus garantías contra la
Muerte? Y observarás, continuó el jeque, que los
labradores para sus siembras, escogen siempre las
semillas sanas. Estas son las fuertes; las robustas; es
decir, las semillas buenas: porque estas semillas son
únicamente las que se multiplican en cosechas
abundosas. Las semillas podridas: esto es, las ma-
las, esas no se eternizan multiplicándose en la co-
secha futura. He aquí, pues, lo que sucederá con
los hombres buenos y malos. Los hombres se eter-
nizarán sólo por la espiga de sus hijos, que son su
misma vida florecida y multiplicada. Los hombres
buenos, fuertes, robustos, como las semillas bue-
nas, se multiplicarán en cosechas abundosas. Los
raquíticos y malos no se perpetuarán por esta espi-
ga. Si llegan a engendrar, son granos raquíticos,
que se extinguirán al fin. Los hijos se avergüenzan
de la vida mala de sus padres. Arrojarán de sí la
vida mala de aquellos antepasados que les aver-
güenza, y acojerán y fortalecerán la buena, de
aquellos antepasados que vengan a enorgullecerles.
Así, sólo estos antepasados buenos, sobrevirán. Es
por esto, la negación, la muerte eterna, el castigo
11
162 BLAS INFANTE
de la Barbarie y de la Maldad: y la afirmación, el
eterno vivir, renovado y triunfante, el premio in-
mortal de la Belleza y át\ Bien: de la Fortaleza y
del Heroísmo...»
He aquí, como habló el salvaje.
Hermanas: Motamid y Romaiquia, mitades de
un sólo Ser, fundidos por las nupcias, en una
vida única, fueron el grano que sembró el Amor.
De ambos quedará la envoltura inerte: la escoria: el
cadáver. Pero, he aquí que nuestra vida no morirá,
reproducida en renovación , florecida y multiplicada
por esta espiga de nuestros hijos, quienes de nuestra
obra embellecedora de la vida, se enorgullecerán...
¡Nuestros hijos! No son sólo esos niños que
lloran por su madre... Son también estas damas: son
también la corte de los hombres magníficos, en
cuyo espíritu engendraron y modelaron su propio
espíritu, su propia vida, Motamid e Itimad. ¡He
aquí la espiga gloriosa de nuestros hijos espiritua-
les! Si éstos creen, y piensan, y sienten, y gozan, y
penan, y aspiran el vivir y por el vivir como nos-
otros, ¿no vendrán a ser reproducciones nuestras?
¿Y qué nos puede importar la muerte, si en ellos,
nuestra vida perdurará?
Ya veis, juez y sacerdote, porque Romaiquia,
en^ su último día, no llora; y, contenta, ríe.
Mi venganza ha triunfado de la barbarie que
morirá. ¿Cuál es mi venganza? jMultiplicar mi luz
entre las sombras! La belleza entre la monstruosi-
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 163
dad: el bien de mis obras entre el mal enemigo.
Por esto, río. La muerte me ha vencido, en mi...
¡Pero, ay, de la muerte combatida por mí con la
eternidad de mis hijos, del espíritu y de la carne!
(Profética).
... Y llegará un día en que nuestros hijos del
Andalus se avergonzarán de la grosería bárbara de
sus antepasados morabitos y se enorgullecerán de
la delicadeza y potencia espiritual, de Romaiquia y
de Motamid. Y dirán, ellos, entonces: «Neguemos
en nuestra propia vida, la vida de los morabitos:
consagremos, en nuestra propia vida, el reinado
eterno de Motamid e Itimad...> Decid, doctores del
Islam: ¿Tenía razón para reírme ante esta decep-
ción de la muerte, representada por vosotros?
AMINA
(Entrando). Señora: tus hijos te esperan.
ROMAIQUIA
(Levantándose, sonriente). Vamos, hermanas. Adios,
doctores de la Ley.
La estirpe excelsa de los reyes de Sevilla se
continuará por los hijos de Itimad, en el destierro.
Ellos serán los reyes y no el Rey de Marruecos,
164 BLAS INFANTE
aunque el Rey de Marruecos, en esclavos los con-
vierta-
No matad a los hijos dt Motamid. Como aquel
Rey que quiso matar al nifto-rey, para suprimir com-
petidor, Bada adelantaréis matando a estos niños.
El niño Rey escapará, siempre. Cada niño es una
esperanza de rey. El niño Rey, será mi niño. El es-
píritu de mis hijos conduce al Rey, y es la flecha,
aún no truncada de la santa fatalidad que os ven-
drá a negar algún día. En él, alentaráfuerte e in-
contrastable el espíritu de Ftimac), la esclava, pro-
clamada Reina, por Motamid, Rey de Sevilla. ^
( Salen Romaiquia y las demás mujeres. El salón cada
vez más obscurecido, va siendo dominado por las sombras
de la noche).
MI
EL CADI
(Gon estupor). Faquí: jamás hablé con Itimad. No
la comprendo; pero esa mujer era un gran peligro,
EL FAQUI
Está loca... Su reinado ha concluido, para siem-
pre... (Temeroso). Pero no debemos permanecer
aquí más tiempo. Si el Rey volviera...
EL CADÍ
Nos haría matar.
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 165
EL FAQUI
(En voz baja). Salgamos y sigamos concitando al
pueblo para que la ciudadela no resista... (Compun-
gido). Ahorremos sangre preciosa de muslimes ino-
centes. Abu-Berk y Yussuff nos lo pagarán. Y, Alah,
nos premiará por su mano... (Amenaza los muros con
los puños cerrados). ¡Ctsa de profanación!
EL CADÍ
Espera, sacerdote. Nosotros purificaremos es-
tos muros, asilo hasta ahora, de la impiedad. El pa-
lacio será nuestro. Los libros, en los cuales se acu-
muló el error, serán quemados en grandes piras.
Las estatuas serán calcinadas por el .fuego, y des-
truidas serán las pinturas de escenas nefandas. Los
filósofos interpretarán Alkorán con la censura de
los imanes y escribirán luminosos tratados de de-
recho; y los poetas dedicarán sus versos al Profeta
de los creyentes y a sus representantes en la Tie-
rra... Las Bibliotecas se compondrán de histori as
eruditas, que escribirán rebuscadores de nuestra
tradición y comentadores admirados del texto le-
gal. Nos respetarán supersticiosamente. ¡Faquí! jPe-
ro cumplamos ahora, las órdenes del Califa!
EL FAQUÍ
jAlah acreciente sus triunfos y prosperidades!
(Salen cautelosamente, mirando primero desde la puerta ha-
166 BLAS INFANTE
cía el corredor. La sala queda un instante solilaria y en tinie-
blas.)
Paga]© XII
, El Djaili aparece, a poco, vestido de guerrero. Investiga
la estancia, y al descubrirla vacía, grita, yendo hacia el dintel.
EL DJAILI '
¡Hola, traed luces!
El poeta se recuesta sobre un ángulo del salón en actitud
meditabunda y sombría.
Faiaje KM
Llegan dos soldados, trayendo candelabros con bujías
encendidas, de múltiples colores, las cuales vienen a colocar
sobre el mármol de la balaustrada divisoria del salón.
EL DJAILI
(A uno de los soldados).
—¿En donde están la Reina y sus damas?
UN SOLDADO
La señora y sus doncellas cuidan ahora de los
hijos del Emir.
EL DJAILI
Ve y di a Habibah que Abd-el-Djaili la saluda
MOTAMiD, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 167
y que la ruega venga a escucharle unos momentos*
(Salen los soldados).
Pa§a|@ XIJV
El Djaili queda en la misma actitud pensativa que adop-
tara durante el pasaje anterior. A poco, entra en la estancia
la bella Habibah.
HABIBAH
(Entrando). ¡Salud, Abd-eI-DjaÍlÍ! (Sin disimular su
alegría).
No dirás, poeta, que soy desatenta contigo. En-
seguida me apresuré a acudir a tu llamamiento...
EL DJAILI
(Levantándose). ¡Habibah!
El Djaili mira apasionadamente y con firmeza a Habi-
bah. Esta dobla el hermoso cuello, inclinando la cabeza.
EL DJAILI
Habibad; Esperaba, como siempre, por saludo
tuyo, una chanza.
HABIBAH
(Algo confundida, y sin levantar los ojos).
Es que tu... ¡me pareces otro, Abd-el-Djaili! ^
EL DJAILI
(Aproximándose a la doncella). ¿Acaso, porque des-
168 BLAS INFANTE
pues de varios días en que no nos hemos vis to,
me presento ante tí, vestido con traje de guerrero?
HABIBAH
(Atreviéndose a mirarle). Ya sé, Djaili, que has ri-
mado, durante estos días, tus mejores versos he-
roicos..,
EL DJAILI
(Con tristeza). ¿Te satisfizo mi comportamiento,
bella Habibah...?
La doncella no responde, impresionada por el acento de
su interlocutor. Durante unos momentos, ella piensa que tal
vez el Djaili ha querido dirigirle un triste reproche por el
menosprecio de sus burlas de antaño.
HABIBAH
(Después de un silencio), i Djaili!
EL DJAILI
Pasaron ya los tiempos de las burlas felices...
Ya no hago reir a nadie, Habibah... El brazo
de El Djaili, silencioso, se mueve durante estos
días, tanto como antaño se movió su lengua. La
corte se pregunta asombrada: ¿Pero es posible que
sea este Djaili, el charlatán que. tanto nos divertía?
¡Quién hubiera pensado que su apariencia sencilla
e ingenua, fuese el vestido de tanta seriedad!
HABIBAH
(Como si se defendiera de una acusación)* Vo no me
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 16Q
t- ■ — ■■ s.^ — ■ -- -
paré jamás a investigar si tú eras serio... Pero no sé
como yo he presentido siempre tu seriedad. ¿Quie-
res que te sea franca, Djaili? (Dejándose arrebatar por
la ingenua efusión de su arrepentimiento, y con much a ani-
mación). ¿Quieres que te sea franca? Cuando se reían
de tí, yo, sentía sorda rabia contra tí, porque ha cías
reir a los demás; y para vengarme de ti... yo te hu-
be de burlar con más safla que otro alguno .
EL DJAILI
(Agradecido). ¡He hecho reir!... Es cierto. Los ne-
cios se ríen de aquel que sin ser suyo, a los demás
se derrocha, en ingenuas efusiones. (El Djaili ríe). Por
primera vez, durante mi vida, heme recogido en
mí y no me he derrochado a los demás, sin ser an-
tes mío.
Atiende, Habibah. Cuando por las noches que-
daba a solas, conmigo mismo, y pensaba en las
risas y en los desvíos o menosprecios que provoca-
ba en la Corte, a causa del desate de mi lengua , yo
me decía, de vez en cuando, con indignación. ¿Por
qué se han de reir de mí, charlatán, siendo yo más
discreto que ellos, silenciosos?
Ellos aparentaban recogerse en sí, como si
dentro de sí, tuvieran otra cosa que el vacío. Ya,
este fingimiento, es verdadera discrección. Yo, ocu-
pado en liberar el torrente de mis palabjas no pen-
saba en concentrar y ordenar las esencias que exis-
tían en mí. Algunas veces, en la soledad, llegué a
170 BLAS INFANTE
idear que si existiera un candado invisible, el Djai-
li lo hubiera comprado para sellar su boca,
Otras veces, hacía propósito de enmienda. Pero
mi fortaleza y buenos propósitos, durante la soledad,
diluíanse en la efusión de la compañía. Entonces,
mi voluntad ni aun siquiera pretendía venir a ser el
freno de mi lengua desenfrenada. Hasta llegué a
poner mi goce, en estos juicios de los demás: «¡Po-
bre Djaili! jEs demasiado bueno! Fiel al señor como
un perro; sensible para todo y para todos, como las
cuerdas de una guitarra en constante tensión. Su
pecho es la caja de sonoridad de la guitarra... ¡Có-
mo nos hace reir!> ¡Perdón, generosa Habibah! He
sido conscientemente, un bufón, tal como esos ena-
nos ridículos, o tal como esos hombres grotescos,
que usan para reir los reyes y los señores cristia-
nos!
HABIBAH
(Con astucia). ¡Y ha sido necesario que las des-
gracias tremendas del Reino, sobrevengan; para que
impresionado por la conmoción, el Djaili vuelva a
meterse en si mismo!
EL DJAILI
No es la muerte cercana, Habibad. Eres tú,
quien me ha metido en mí. Mi seriedad, quizás no
existiera, a pesar de la tremenda conmoción, si Ha-
bibah no viviese.,..
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 171
HABIBAH
Explícate, Djaili.
DJAILI
Habibah, quiero pedirte un favor. Para esto te
hice venir. Desde que fué inminente el peligro de
la entrada de los bárbaros en la ciudad, nació la
necesidad que me metió en mí; y me sugirió la
idea de pedirte este favor, para librarme de un gran
tormento.
HABIBAH
No puedo penetrar tus enigmas..,
EL DJAILI
Y, a medida que la hora fatal se acerca, el aci-
cate de mi necesidad es más intenso: más terrible
mi martirio, y más poderosa la idea de pedirte este
favor... No te reirás, ¿verdad, Habibah? ¿No te pa-
recerá ridículo este último favor, que pide de tí tu
amigo el Djaili, quien tanto te hizo reir, ahora serio
y moribundo?
Ya ves, Habibah. Todo está perdido. Inútiles
han sido nuestros esfuerzos, de hace unos instantes,
para contener a los bárbaros. Hemos perdido algu-
gunas calles de las que circundan la cindadela. No
hay otra salida para la esperanza que la de morir
con bella muerte... Hasta el populacho que habita
en las calles dominadas todavía por nosotros, nos
172 BLAS INFANTE
es claramente hostil y pide la rendición del castillo
para evitar el saqueo de los soldados de Yussuff
que amenazan asaltar el barrio del Alkázar... La ho-
ra terrible se acerca... y sintiéndola ya, no he podido
resistir: he abandonado mi puesto y he venido a
verte y a rogarte...
HABIBAH
(Conmovida). ¡Oh, DjailÜ ¿Y qué deseas tú de
mí?
■ í^- .
^^. DJAILI
(Después de un corto silencio). He sentido siempre
que una esencia poderosa presidía y alumbraba,
como una estrella, todo mi vivir.
Esa esencia... es mi amor por tí, Habibah.
Amor humilde, que fué en su cuna saludado
per tus burlas y tus risas de desprecio. Amor hu-
milde que ha convertido en amor sombrío y feroz,
la bárbara amenaza que nos cerca... He aquí la cau-
sa principal que metió en mí, a mi propia alma silen-
ciosa... Porque, atiende lo primero que vine a ima-
ginar: ¡Caerá Habibah, esclava de los bárbaros... y...
HABIBAH
(Espantada ante la profecía). ¡No: No!...
EL DJAILI
(Concluyendo sombrío). ... Y al harem repugnante
irá a parar, de algún bárbaro, señor!
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 173
HABIBAH
(Llorando de humillación, y con energía). ¡No, Djai-
li, no!
EL DJAILI
Habibah, te amo como te amaría un dios... Yo
te conjuro para que por ningún hombre te dejes
profanar... Ya ves: Ya ves si mi amor es divino, si
te amo como un dios a una deidad, que no ven-
go a pedirte en estos supremos instantes el consue-
lo de una leve caricia, ni la promesa de una impo-
sible esperanza. Sólo vengo a... exigirte (con tono
enérgico) a exigirte, sí, puesto que como a deidad te
amo, la seguridad de un divino juramento... Y, es...
que yo he jurado defender al Emir hasta la muer-
te... Y quiero que tú me jures que si muero sin po-
der matarte yo, te matarás tú, Habibah, antes de
caer cautiva...!
Estas últimas palabras las ha pronunciado el Djaili con
tono reconcentrado y salvaje. El semblante de Habibah ha
ido iluminándose con un goce anhelado, mientras escucha las
revelaciones de El Djaili. Por último, una sonrisa en sus la-
bios, es el amor que florece ante aquella enérgica revelación
del amor, o lo que es lo mismo, del hombre, que bajo la
apariencia de el Djaili, presentía. Ella amaba al Djaili que
adivinaba su instinto; en el poeta ligero, ingenuo locuaz. Su
amor era un presentimiento. Y su amor se vengaba del dis-
fraz grotesco que envolviera al Djaili, persiguiéndole con sus
risas de desprecio y burlas alegres e implacables.
174 BLAS INFANTE
HAfelBAH
¡Te lo juro, Djaili! (Con cierto voluptuosidad y re-
calcando las palabras.
DJAILI
Con suprema alegría y disponiéndose a salir.
Con esa promesa, divina Habibah, parto hacia
la muerte.„ No hay caricia para mi amor, como la
caricia de tu juramentó... Me esperan... Mejor di-
cho, me espera...
El Djaili va a doblar el dintel de la puerta.
HABIBAH
Extendiendo sus brazos hacia El Djaili.
— ¿Quién? (Musitando esta interrogación con cierto
anhelo y terror). ¿La muerte?
EL DJAILI
Precipitándose hacia Habibah, tomándole las manos y
besándolas con reverencia.
O la gloria. Es lo mismo. Mi vida es ahora
amor divino por Habibah... fidelidad al espíritu in-
mortal del Rey; valor de sacrificio. Ya ves tú, Habi-
bah. Fácil sería al Djaili conservar la vida. Un poe-
ma servil a Abu-Berk y, el Djaili y Habibah, goza-
rían de su amor presente. Pero al transcurrir de los
días languidecerían, morirían por siempre nuestras
vidas y nuestros amores: apagado su perfume he-
roico.
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 175
Exprimamos la flor, convirtiendo su vida en
perfume. De todos modos, la flor habrá de morir...!
Sólo su perfume no morirá nunca, amorosa-
mente recogido por los senos del espacio.
¡Tu juramento, Habibab! Cumple tu juramen-
to y, en el jardín de los amores futuros, con el mío,
se encontrará fundido tu amor, como matices divi-
nos de una flor eterna.
El Djaili vuelve a besar las manos de Habibah y torna
hacia la puerta, con resolución. Habibah, queda con los bra-
zos extendidos, y sus ojos brillan en ansias de amor y de
muerte.
Pa@it|© XV
El Rey, Zohair, Halcón y el cortejo de guerreros que
acompaña al monarca.
MOTAMID
¿Cómo, Djaili? ¿Tú en Palacio?
EL DJAILI
(Retrocediendo). Vine a hablar con Habibah...
MOTAMID
(A Habibah). ¿Algún juramento de amor?
176 BLAS INFANTE
EL DJAILI
Mi entras Habibah, baja confundida y ruborizada la ca-
beza.
—Un juramento de muerte, señor.
MOTAMID
Siendo tuyo y de Habibah, no puede ser, Djai-
li, juramento de muerte, sino de vida.
Felices los que mueren aspirando sobre la
muerte la eternidad del amor. Son gloriosos los úl-
timos instantes de aquellos que, al morir, ven cum-
plida su esperanza de amor terreno, en la esperan-
za de un amor inmortal!.
El Rey guarda un silencio de emoción durante unos
instantes.
¿Y la Reina? (A Habibah).
HABIBAH
Está en el patio con sus hijos.
MOTAMID
Acompáñala, dulce Habibah. Yo sé que mejor
que nadie la podrás consolar tú. (Habibah se dispone
a salir).
EL DJAILI
Si me das permiso, señor, yo volveré a ocupar
mi sitio en el puesto que me designaste.
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 177
MOTAMID
Id los dos.
Extendiendo el brazo hacia la puerta. Habibah sale de
la cámara, y en pos de ella, el Djaili, haciendo ambos al Emir
una reverencia.
MOTAMID
(Con voz lúgubre). Por fin, se unieron Habibah y
El Djaili...
Pausa. Durante un instante los guerreros guardan un
silencio respetuoso. El Rey parece meditar sobre las inge-
nuas alegrías pretéritas disfrutadas por su Corte.
Los bárbaros han dejado de atacar...
Encerrados nos tienen, en el castillo.
Apretado y estrechado el cerco, tal vez espe-
ran rendirnos por hambre...
El populacho teme al hambre y al saqueo.
Esos abyectos se arrastraban a mi paso por las ca-
lles, clamando, desesperadamente, rendición.
El Rey empieza a pasear lentamente por la cámara, entre
el mirar triste de los guerreros callados. De repente se detie-
ne frente al Halcón.
— Halcón: Ayúdame a despojarme de estos
hierros. (Señalando su armadura. El Halcón obedece, sin
replicar).
Se oye, adviniendo del exterior, un confuso griterío que,
12
178 BLAS INFANTE
cada vez, más aumenta; hasta llegarse a percibir distintamen-
te estas voces:
UNA VOZ
¡Salva nuestros bienes, Abul-Kasim!
OTRA VOZ
¡Salva nuestras vidas, Abul-Kasim!
OTRA VOZ
Emir; no hay esperanza. ¡Ríndete a Abu-Berk!
A cada una de estas voces, siguen ruidosos clamores de
aprobación. Los guerreros escuchan las voces con indiferen-
cia. El Halcón concluye.de desarmar a Motamid.
MOTAMÍD
Ya están ahí esas repugnantes plañideras... ¡El
populacho! ¡La muchedumbre!
Son los incapaces de soltar bocado de pan, por
absorver Belleza y besar la Gloria!
¡Maldito Emir, que nos sacaba nuestro dinero
para convertir Sevilla en espléndido nidal de los
partos del espíritu! Yussuff, abolirá los tributos.
¡Pues, viva Yussuff! Así dicen los mercaderes mi-
serables, que acumulan diñar sobre diñar, como
albañil que pasara la vida arrimando montones de
piedra para no construir edificio alguno! ¡A latigazos
hay que sacarles el dinero, para las creaciones san-
tas! Así, los mendigos que les siguen: aquellos que
al dolor de la iniciativa del esfuerzo creador, pre-
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 179
fíeaen la humillación de vivir con las migajas que
en la mesa de los ricos sobra!
El rumor exterior vuelve a alzarse en clamoreo inusita-
do c imperioso.
UNA VOZ
Ríndete, Abul-Kasim.
OTRA VOZ
¡Asesino!
(Ambas voces son coreadas, ruidosamente, por las del
populacho).
ZOHAIR
¡Malvados!
MOTAMD
¡Asesino! Porque quisiera veros suicidas he-
roicos. Un heroico suicidio, por siempre conserva-
rá una vida... Porque no quiero ¡bárbaros! que para
siempre muráis en el lento y humillante suicidio
que desarrolla una vida miserable...
Escuchadlos, señores. Son los que imploraban
hace poco, a mi paso por las calles...
Son los que, cuando no lloran, tiranizan...
Hienas, vestidas con pieles de cordero: som-
bríos rapaces, que ansian las tinieblas para acome-
terse los unos a los otros, con las fauces ensan-
grentadas.
Sólo domándolos, como a bestias cretinas, se
180 BLAS INFANTE
puede llegar a sugerirles corta inspiración y hábi-
tos humanos. ¡Esclavos! Únicamente el látigo del
capataz o el aguijón de la necesidad, podrá condu-
cirles a la alta creación... Así fueron conducidos a
la construcción de las pirámides, que elevan sobre
el desierto sus agujas obscuras, como un anhelo
confuso del misterio azul.
(Vuelve a alzarse más intenso el rumor).
¡Como grita ese rebaño temeroso!
¡Halcón, hijo; sal y despeja la Plaza, para que
la humillante mendicación no atormente nuestros
oidos!
¡Acuchilla y mata, sin piedad: véngate. Halcón!
¿Ves el Cadí y el Faquí que escaparon a tu al-
fanje justiciero? Son unas de tantas cabezas como
la hidra tiene: La hidra está ahí, en la plaza de mi
Alkázar, profanado por voces de imploración! Ellos,
los que componen la hidra , el populacho, son los
que por temor a su recíproca fiereza, fraguaron la
necesidadde la ley, y de Alkorán: y de la horca:
y del Cadí. Son ellos los que hicieron al Cadí: a
aquel Cadí que condenó a la ruina a tu padre mo-
ribundo y disgregó la pollada de tus hermanos,
condenados al azar!
¡Mátalos, Halcón, mátalos; que el hombre en
ellos, no vive; que en este tránsito monstruoso, que
ellos representan, es la Bestia quien rige la inteli-
encia del hombre: y es, por esto, el animal huma-
"MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 181
no, menos que hombre: menos que bestia: can-
tidad negativa de hombre y de bestia!
HALCÓN
Al momento verás como acallo sus aullidos...
(Sale el Halcón, desnudando el alfanje).
Pasaje X¥l¡
UNA VOZ
Abu-Berk, mos matará!
VARIAS VOCES
(Con ira). Abul Kasim, asesino!
OTRAS VOCES
(Implorantes). ¡Piedad! ¡Piedad! Ríndete, Mota-
mid!
MOTAMID
¡Rendición! ¡Rendición! Si vosotros queréis
rendiros, es porque nada tenéis que rendir! Care-
céis de dignidad: carecéis de vida. ¡Y queréis sal-
var con la rendición, la vida...! (El Rey inclina silencio-
so la cabeza sobre el pecho. . n el exterior se oyen, a poco, los
alaridos del populacho expulsado de la Plaza por el Halcón.
Mezclados con sus imploraciones llegan a la Sálalos gritos
de los soldados que aclaman a Motamid).
182 BLAS INFANTE
LA VOZ DEL HALCÓN
¡Fuera la canalla! Matadlos a todos. ¡Viva Mo-
tamid! (Varios gritos de soldados corean al Halcón).
OTRA VOZ
(Implorante). Estamos acorralados. ¡Halcón, por
Alah, déjanos libre la puerta de la Plaza!
OTRA voz
Halcón, por piedad, déjanos huir!
ZOHAIR
El Halcón ha ocupado la puerta de la plaza y
ha encerrado a la muchedumbre, sin duda.
VARIAS VOCES
Halcón, Halcón. ¡Nuestra vida! ¡Nuestros hi-
jos...!
UN CABALLERO DE LA SALA
Vayamos a ver la hecatombe. (Muchos guerreros
van hacia la ventana del segundo compartimiento).
OTRA VOZ
(Desde fuera) ¡Motamid, salva a tus vasallos de las
iras de tu Halcón!
OTRAS VOCES
¡Perdón! ¡Perdón! ¡Viva el Emir!
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 183
LA VOZ DEL HALCÓN
Todos. T©dos vais a morir...
UN CABALLERO DE LA SALA
jVa a degollar a la muchedumbre!
MOTAMID
(Volviendo de su abstracción). iLa vida! ¡LoS hijOs!
¡Mis vasallos! ¡Huir...!
Vida vasalla de mi vida... ¡Pobre vida mía, en
mis vasallos, humillada por la Bestia, hasta la ser-
vidumbre! ¿Y he de ejecutar a mi propia vida en .
ellos prisionera, por destruir la Bestia que en ellos
mantiene su prisión? ¿Salvaré ya mi reinado, aun-
que en ellos haga perecer mi vida?
OTRAS VOCES
(De fuera). ¡Piedad! ¡Piedad!
MOTAMID
Sin piedad no exitiría Dios en el Hombre...
He aquí en esos gritos de piedad, una vibra-
ción que me llega al alma... Es la vibración de mi
propia vida, que implora con el alarido de la bestia
asustada.
Y, bien; mi reino está ya destruido... iQue
huya la bestia, aunque arrastre por ellos mi vida
en servidumbre!
184 BLAS INFANTE
¡Que huya la bestia: que se salve la bestia que
en ellos aprisiona mi vida!
Caballeros: No es precisa esa hecatombe. No se
salvará mi reinado. Es la fatalidad de la Noche que
se acerca. Si destruyo a esas bestias, no vendré por
esto, a parar el Sol, para siempre en su zenit. Y al
matar las bestias, apagaré el rincón de Sol: la vida
mía que en el fondo de sus antros animales se es-
conde tímida: debilitada: lacerada: doliente...
Concluyó mi reinado... ¡Respeto a mi vida en
los demás. Prisionera, ahora, es arrastrada... Ven-
cedora, mañana, volverá: volverá, triunfante... Lle-
gará el día en que volverá y vendrá con nosotros a
parar el Sol, para que la noche, en luz se desvanez-
ca, para siempre.
Zohair: Sal inmediatamente; ordena al Halcón
que deje la puerta de la Plaza libre, para que mis
vasallos atemorizados huyan..! (Zohair sale a cumplir
precipitadamente, las órdenes del Rey).
(Al salón llegan los alaridos de la m\ichedumbre aco-
rralada por los soldados del Halcón).
PasaJ© Kmil
MUCHAS VOCES
¡Gracia, Halcón, gracia!
OTRAS
¡Malvados! ¡Asesinos!
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 185
OTRAS
¡Piedad! ¡Piedid!
CABALLERO L*
De los asomados por el vacío del segundo comparti-
miento del salón, hacia la Plaza.
El Halcón hace en el pueblo tremenda carni-
cería.
Todos los caballeros acompañantes de Motamid, van al
segundo término de la estancia, junto a los asomados al va-
cío.
CABALLERO 2.«
Ved aquellos, como se arrodillan implorantes.
CABALLERO 3.*'
El alfange del Halcón despide chispas de san-
gre, a la luz de las antorchas.
CABALLERO A."
Ya llega Zohair, e intima al Halcón.
El Rey, ha permanecido durante este parlamento, mudo
y sombrío. Los alaridos de la multitud, condenada por el
Halcón, van disminuyendo, hasta ser sustituidos por gritos
de agradecimiento.
CABALLERO 1."
Ya el Halcón se mete por entre las filas, orde-
nando finar la matanza.
186 BLAS INFANTE
CABALLERO 2.^
Mirad, como resisten aquellos soldados fu-
riosos.
UNA voz
(Desde la Plaza). ¡Alah, premie tu piedad, Ábul
Kasim!
VARIAS VOCES
(Desde la Plaza). ¡Alah te lo premie! ¡Alah te lo
premie...!
CABALLARO 1.*»
La muchedumbre escapa, al fin. Mirad como
se atrepellan por ganar la puerta libre de la Plaza...
Hasta la cámara, eñ silencio, llega el rumor de la mu-
ckedu mbre que se fuga precipitadamente.
CABALLERO 2.*»
El Halcón escolta a los que salen y desampa-
ra, tras de ellos, la plaza del Palacio.
CABALLEROS.»
Seguramente, pretenderá lanzarlos de las ca-
lles nuestras y empujarlos hacia los barrios ocupa-
dos por los moravides.
CABALLERO L*
(Después de un instante de silencio). Algo grave de-
be ocurrir. El Halcón, seguido de sus soldados
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 187
vuelve a entrar huyendo en la Plaza. Viene gesticu-
lando como un loco...
LAVOZ DEL HALCÓN
Entre el rumor de gritos y de juramentos, se oye reso-
nar con acento extentóreo.
¡Traición, traición: Cerrad las puertas del Al-
kázar!
A este grito, siguen otros más confusos.
UNA VOZ LEJANA
¡Sevilla, por el califa Yussuff!
CABALLERO L°
El Halcón cierra las puertas de la plaza... ¿Qué
podrá ser esto?
CABALLERO 2.*»
Volviendo con otros varios al primer compartimiento,
en donde rigidizado y mudo sobre el muro frontal a la puer-
ta del salón, se encuentra el Rey Motamid.
¿Oyes, señor?
Pmm¡m XIX
ZOHAIR
Apareciendo, apresurado en la puerta de la cámara.
— ¡Señor, señorl Un escuadrón moravid ha
188 BLAS INFANTE
forzado, sin duda, los puestos que guardan este
Arrabal...
HALCÓN
Surgiendo, también precipitado detrás de Zohair, que
avanza hasta el centro de la estancia.
Los bárbaros se encuentran tras los muros de
Palacio. Empujaba yo al populacho por las calles
próximas, cuando percibí al enemigo, que se acer-
caba cautelosamente. Por un milagro, no hemos
caido en su poder...
MOTAMID
Requiriendo su espada, única arma ceñida a su túnica.
Del mismo modo que tú. Halcón, empujaste
al populacho, vayamos, Zohair, con tus soldados a
rechazar al enemigo.
Seguramente, ha burlado la vigilancia de algu-
no de los puestos guardadores de las calles nues-
tras, rompiendo sigiloso la línea de nuestros solda-
dos. De no haber sido así, todo el ejército de Abu-
Berk lo tendríamos ahora, ante nuestras puertas, y
algún aviso hubiéramos tenido del combate,..
Adelante, señores. ¡Vamos a morir, castigando
su osadía! (El Rey adelanta hacia la puerta).
HALCÓN
Señor: vas desarmado. Permite que vuelva a
vestirte las piezas de tu traje de guerrero.
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 189
MOTAMID
Halcón: quiero volar ligero hacia la muerte.
Con esta túnica sencilla, me podrán herir mejor.
Motamid se precipita hacia el corredor, seguido de su
escolta.
FaiEj# XX
Romaiquia, Myriam. Habibah, Amina y las demás da-
mas de la Reina, conduciendo a los cuatro hijos pequeños del
Rey, sorprenden a éste, en el instante de salir. Un tropel de
criados entran detrás en el salón. Vienen acobardados y tem-
blorosos. La Reina se abraza al cuello de su marido, que re-
trocede al centro de la cámara.
ROMAIQUIA
¡El Palacio está ya cercado!... ¡Nuestros hijos,
Motamid!
MOTAMID
(Conmovido), jltimad!
ROMAIQUIA
En la muerte una contigo, o en el destierro!
¿Vas a morir? Quiero caer junto a tí, en el angus-
tioso combate.
MOTAMID
Itimad. ¿Podrá la desgracia abatir tu fé?
190 BLAS INFANTE
Uno fuimos en el reinado de la Belleza y del
Amor. Uno somos en estos niños (señalando a sus
hijos) que a los dos fundidos nos conducen en abra-
zo eterno. Uno en el espíritu de aquellos que cla-
man amorosos: «iItimad-Mntamid!> Nombres de
un solo ser por el amor fundido, con dos mitades:
por la Naturaleza complementadas.
Nosotros, en uno, somos el grano que sembró
el amor... Somos el grano ya en escoria converti-
do... ¿Murió nuestro reinado? Míralo, Itimad, como
renace, conducido por esos niños: conducido por
los espíritus que nos son fieles.'. Retoños del árbol
caido de Motamid y de Itimad. (El Emir se desase de
los brazos de Itimad, y besa, uno por uno a sus hiios, levan-
tándolos entre los brazos). ¿Reinareis algún día? Os
lego un espíritu real, modelador de tronos verda-
deros en la conciencia de los pueblos reyes, que
vendrán...
Nuestro reino no es de este mundo, porque
no es de este día... Volverá' nuestro día... Nuestro
reinado, será entonces de este Mundo...
Las damas de la corte lloran oyendo hablar al Rey. Los
guerreros tienen inclinadas las cabezas. El Rey vuelve a abra-
zar a Romaiquia.
Adiós, Itimad. Nada vale este abrazo. Es fugaz,
como este instante. ¿Pero, quién podrá desunir es-
te eternal abrazo nuestro? Cuida, cuida de este
nuestro abrazo en nuestros hijos.
El Rey sale precipitadamente de la estancia, arrancando-
I
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 191
se del cuello de su esposa como si temiese nna explosión de
su emoción contenida. Los guerreros todos siguen al Emir.
Fasajt XXI
Habibah va a enlazar con sus brazos ala Reina, desam-
parada por su marido. Los niños lloran. Las damas y los
criados también. Itimad, parece un instante rendida; pero,
poco a poco su semblante se serena, iluminado por una ine-
fable expresión.
ITIMAD
Desasiéndose de Habibah y sentándose sobre el cojín
lateral del muro del fondo.
— Acercadme a los niños.
Las doncellas conducen a los hijos del Emir hasta el
cojín donde se sienta su madre. Abderramen y Xelima, se
sientan a derecha e izquierda de Itimad. Esta sienta sobre
una de sus piernas a Ommalisan, y sobre la otra a Zahira.
¡Motamid! (La Reina llora un instante, abrazada a sus
hijos. Después se serena, un tanto).
—Cada uno, habrá de besarme...
Xeliman y Abderramem, lloran, besando a su madre.
Ommalisan y Zahira alzan los brazos, ofreciéndose en cari-
cias hacia el cuello de Itimad.
— ¡Ea, no lloremos más! ¿Por qué lloras tú, Xe-
lima? ¿Y tú, Abderramem? Las madrecitas no llo-
ran, Xelima. ¿No quieres tú serlo de tus hermanos?
Las madrecitas no lloran, hasta que sus niños se
mueren... Y tú, (a Abderramem) ¡tú; un guerrero! Tú,
192 BLAS INFANTE
vas O llorar? ¿No sientes ganas de matar al pájaro
grande, que viene a embestir esta banda de pájaros
que son los hombres? Pues, si lloras, el pájaro
grande no te temerá, y se reirá de tí...
ABDERRAMEM
Padre, no vendrá más.
XELIMA
Y, a tí, (a Romaiquia) van a llevarte.
ROMAIQUIA
iQué locura! ¿No veis que contenta estoy?
Padre se está vistiendo ahí fuera un traje muy
hermoso, un traje heroico, resplandeciente como
el Sol. ¿Tú no lo sabías, Abderramem? Padre pe-
lea, ahora, contra el pájaro grande.
ABDERRAMEM
Yo quiero que me lleven con él.
ITIMAD
Los niños no tienen fuerzas para luchar con-
tra el pájaro grande. Cuando seas tú como tu pa-
dre, entonces tendrás fuerza para matarle: más
fuerza que tu padre; y tú te pondrás entonces para
pelear c on él, ese traje resplandeciente que ahora
padre se está haciendo, y que te legará en heren-
cia.
MOTAMID, ULTLMO REY DE SEVILLA 193
ABDERRAMEM
¿Y, cuándo?... Yo quiero ir ya. Padre, no
volverá.
ITIMAD
Pero tonto, si tú eres tu padre. ¿No quieres
tú ser como él?
ZAHIRA
Madre: ¿nos van a matar?
ITIMAD
¿Quién va a poder, ni a querer, matarnos, Za-
hira?
OMMALISAN
Yo quiero ir al patio, madre.
ITIMAD
Jugaremos aquí. ¿Tú no ves que aliora no se
puede salir? ¡Es de noche!
Acercaos, hermanas (a las damas de la Corte). Ve-
nid a jugar con los niños...
(Las damas van sentándose; atraen hacia ellas a los ni-
ños y los besan).
Fortalezcámosnos, en la hora suprema, con la
esperanza del más allá .Besad el más allá: Está vivo
y sobre la tierra. Son mis hijos que os ofrecen sus
bracitos para acariciaros.
13
194 BLAS INFANTE
Esf creémosnos por arrebatar a la Muerte, la
única fuente de vida, imposible de cegar: la Espe-
ranza. Vuestra Reina quiere serlo hasta el último
instante, ofreciéndoos un último consuelo real...
He aquí lo real. He aquí la realidad augusta.
La pureza de nuestras vidas: lo que en ellas hubo
de purc; es decir: de fuerte, de inmortal, alienta en
la pureza inmaculada de estos niños, que son nues-
tras vidas en renovación...
Adoremos, en ellos, nuestra esperanza de Eter-
nidad rejuvenecida... Besemos en ellos un glorioso
más allá...
El más allá: La Pureza, la verdadera fortaleza
que vencerá a la muerte, es carne que habita entre
nosotros.
j Besad a estas señoras: a los criados, también,
niños míos!
(Los niños besan a las damas y a los criados, que pues-
tas en dos filas llenan el salón).
Adoremos a los niños en la hora de la muer-
te... Sea nuestra esperanza inmortal, hecha carne en
un niño, nuestra última oración. ¡Felices los cre-
yentes que al morir son besados por los niños! Los
besa el Paraíso. Los besa, por ellos, lo que existe
hecho de Divinidad...
(El fragor del combate contra los africanos comienza a
llegar del exterior: gritos de guerra: alaridos de desgarra-
mientos; redoble de atambores: estridores de hierros: agude-
zas de clarín... Los niños siguen, yendo de personaje a perso-
naje de la escena, besándolos a todos).
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 1Q5
VARIAS VOCES
^Mezcladas con el anterior ruido).
—¡Viva Motamid!
OTRAS
¡Sevilla, por Abu-Berk!
ITIMAD
(Viendo que los circunstantes besados por los niños,
apenas si dan muestras de pavor).
A los no creyentes, aterraría ese vano ruido. El
chasquido dulce del beso de un niño, se sobrepone
a todos los ruidos bárbaros y convierte en miel la
amargura de las almas inquietas por el desasosiego
de la muerte...
Seguid tiesando, hijos de Itimad y de Mota-
mid: Seguid besando a los creyentes fieles del im-
perio augusto de la Belleza inmortal.
Los niños con los brazos alzados recorren las filas de
damas y servidores. En los ojos de todos aparecen lágrimas
amorosas, emergidas de fuentes puras de religiosa emoción.
Itimad se ha levantado de su asiento. Sus ojos están húme-
dos. Una inefable sonrisa resplandece en su boca: dirige a los
íiifíos con los brazos extendidos, como si ofreciera un pan
celestial.
La figura de la Reina, envuelta en graciosa y solemne
majestad, impresiona a sus fieles servidores. Los más próxi-
mos a ella besan la fimbria de su túnica y los bordes de su
manto.
196 BLAS INFANTE
Fasa|# KMl
El ruido del exterior va alejándose. El Djaili, tamba-
leándose, pálido, con los vestidos desgarrados y sangrientos,
y con la cabeza descubierta, entra en el salón. Su mano em-
puña una espada manchada.
EL DJAILI
(Con voz entrecortada, como si le costase gran trabajo
hablar).
Señora: Motamid, al frente de la guardia, ha
lanzado a los africanos que asediaban el Alkázar, y
ha llegado a empujarlos hasta el puesto de la calle
que guardaba yo. Ahora, como un león enloqueci-
do, los destroza y empuja hacia la ribera opuesta
del Rio Grande...
El señor me ha ordenado, mande yo el resto
de la guardia que en palacio queda, mientras él
puede volver..,
Y... es... que... ni el Emir... ni yo... (El Djaili lle-
vándose al pecho las manos, cae al suelo).
HABIBAH
(Lanzándose hacia el Djaili, caido).
— iDjaili!
EL DJAILI
(Incorporándose y mirando a Habibah, quien lo abraza^
Gon eacpresión de infinito agradecimiento).
iJ^o contábamos... con mis heridas!... ¡Pero es-
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 197
ta herida por Habibah... No es sangre; emana bál-
samo divino que las endulza todas!...
HABIBAH
(Besando la frente del poeta). ¿Vas a morir? (Con su-
premo dolor).
DJAILI
El instante de este beso, es la gloria... La glo-
ria es imperecedera... Yo que gozo de ella... no
puedo ya morir.
(Casi delirante). Qué hermoso combate, entre las
sombras... Eran antorchas las hojas de los desnudos
aceros... Las heridas irradiaban sangre, como soles
rojos... El Sol, nuestro padre, no ha querido ver
desde el cielo, la ruina tremenda de su reino ama-
do... El Sol, nuestro padre, se ocultó esta tarde...
¡Quieren apagar, en nosotros, sus hijos, las lumi-
narias de la Tierra... Vamonos con nuestro padre...
Va también ensangrentado, a hundirse en la tumba
del ocaso negro...
ITIMAD
(Acercándose al Djaili e inclinándose sobre él).
Dices bien, Djaili. El ocaso nos aguarda. Pero
muere, enjDaz. Reapareceremos, cuando al Sol nue-
vo, el alba bendito, abra el arco del Oriente.
El DJAILI
(Incorporándose con energía, alentado poruña supre-
ma visión).
Í98 BLAS INFANTE
¿Verdad, señora?... Por ello, combaten ahora
tras de Motamid envueltos entre las tinieblas impe-
netrables, los borrachos de Sol... Los que se em-
borracharon de luz en el día resplandeciente... El
Ándalas volverá a ser nuestro...
HABIBAH
(Con cierto reproche). ¡Djaill!
EL DJAILI
* Perdona, Habibah... Te amo... Después del
Sol... eres tú, mi amor primero. Amada mía... No
quiero que tu delicadeza... venga a ser empañada...
por el vaho nauseabundo... de algún bárbaro se-
ñor...
HABIBAH
¡Te he prometido morir, Djailil
Pasajs XXIll
ZOHAIR
Entra apresuradamente, acompañado de varios solda-
dos de la guardia, todos jadeantes y maltrechos.
— Señora... (Zohair está aterrado. No se atreve a ha-
blar. La Reina ha notado su presencia y su embarazo, y
apartándose del grupo que forma con Habibah y el Djaíli, se
precipita hacia el capitán, cubriéndose con las minos los
oíos).
MOTAiWID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 199
ITIMAD
(Con supremo dolor).
jHa muerto Moíamid!
Las mujeres y ios niños y la servidumbre prorrumpen en
sollozos. Los niños vienen a colgarse de la túnica de la
Reina.
ZOHAIR
(Reponiéndose un tanto y con expresión de rabia pode-
rosa).
¡No ha muerto! iPeor aún! Solo, entre millares
de bárbaros; acorralado, acometidos por todos, co-
mo un león herido, sin rendirse a nadie, le han he-
cho prisionero!
(Itimad se oprime con las manos el corazón, en trágica
arrebato. Después, vuelve a serenarse, y queda como una es-
finge del dolor real).
ITIMAD
(Con voz profunda, lenta, y ardiente, como de un terri-
ble delirio febril)
¡Motamid! jMotamid!... Está aquí.... (La Reina co-
bija a sus hijos que la rodean). ¡Está aquí!... ¡Libre, pero
sin fuerzas! ¡Es tierno aún, como todo lo que nace,
de todo lo que nvjere!...
EL DJAILI
Habibah... tu promesa... Con ella, apaguemos
una luz que, inútilmente, contra las sombras, lu-
cha...!
200 BLAS INFANTE
(El Djaili, saca, trabajosamente, una daga del cinto, y la
hunde en su pecho, con resolución, antes de que Habibah,
por un movimiento instintivo haya podido arrancarle , el ar-
ma de las manos. Habibah, se arroja sobre el cuerpo del Poe-
ta, abrazando su cuello).
Fatal®
(En el salón penetran soldados en fuga y servidumbre
azorada).
VARIAS VOCES
(De los que entran).
¡Motamid ha caido prisionero!
OTRAS VOCES
¡Los moravides han entrado en el Alkázar...!
(Se oye el chocar de aceros y la gritería del combate en
el corredor inmediato a la cámara: cada vez más próximos a
la puerta. La Reina, entre el tumulto, permanece impávida,
rodeada de sus hijos).
Fasa|@ XXV
(El Halcón Gris entra de espaldas en el salón, entre va-
rios soldados fugitivos, y blandiendo el alfanje ensangren-
tado).
201 BLAS INFANTE
EL HALCÓN
¡Atrás, bárbara canalla! ¡Viva el Emir de Se-
villa!
(Un ballestazo lanzado desde el corredor, lo hiere y cae,
soltando el alfanje, en medio de la cámara; al mismo tiempo
que aparecen en la puerta de la estancia varios soldados de
Yussuff).
UN SOLDADO
¡Sevilla por el califa Yussuff!
OTRO SOLDADO
¡Rendios, esclavos andaluces...!
(Los soldados africanos entran en la cámara, viniendo a
acometer con los aceros a los andaluces. Muchos, en la sala,
extienden los brazos en señal de sumisión. Zohair, desespera-
do, adelanta en actitud guerrera, con la espada desnuda, pre-
tendiendo contener a los bárbaros. Itimad, está erguida c in-
diferente en el centro del salón, como una estatua de sí mis-
ma. Habibah, en un arresto de suprema resolución arranca
el puñal hundido en el corazón de El Djaili y lo vuelve con-
tra su pecho...)
ERÍLOGO
■£1 peregrino del Cementerio de jTgmat
p>ERSoasrA.s
1 EL PEREGRINO.— (Alkatib, andaluz aristócrata,
Edad viril).
2 EL BEDUINO.— (Joven penitente de la tribu
de Lakm, venido a Agmat,
desde el desierto de Arabia).
3 KADOR (Campesino mísero, desarra-
pado y famélico, de ojos fe-
briles, servidor de Abdallá,
gran señor de Agmat).
4 El Cadí de la ciudad.
5 El Imán de la Aljama Grande.
6 Hombres L°, 2.^ y 3.°
7 Los viejos del bastión de la muralla.
8 Hombres, mujeres y soldados de Agmat.
La acción se desarrolla en la primera
mitad del siglo XIV.
• V* *v V 'v V* *v V 'v V* *v V* *v V* *v V* **.* *V t**-
Escenario
En el Cementerio de Agmat; situado al Este de una de
las puertas de la ciudad africana.
El camposanto está sembrado de blancos mausoleos cu-
puliformcs abiertos por árabes arcadas. Las piedras de las
tumbas de los pobres, destacan su sucio blancor por entre la
hierba seca que cubre el suelo.
En el centro del declive de la ladera, por donde el Ce-
menterio asciende, se nota un altozano, o elevación de terre-
no, sobre el cual se alza un© de aquellos monumentos funera-
rios, casi arruinado y de traza humilde.
Es un atardecer nacarado del estío. Una muchedumbre,
de labradores cansados, adviene del campo a la ciudad, por
el camino polvoriento. Las mujeres se cubren con grandes
sombreros de palmiteras. Los hombres, con harapos mancha-
dos, a guisa de turbantes. Las chilabas pardas y blancas, que
en bermejas convirtió la mugre, cubren cuerpos sudorosos,
de semblantes tostados por el Sol, y de piernas ennegrecidas
rematadas por los pies descalzos, y cubiertos de polvo, o cn-^
fundados en babuchas astrosas de color indefinible.
206 BLAS INFANTE
De vez en cuando, alguna muía o algún asno martiriza-
dos por sus ginetcs o conductores, vienen a abrirse paso, por
entre los viandantes, quienes, entonces sólo, alteran el ritmo
de su fatigado andar.
La multitud camina, silenciosa y triste: y, asi va entrando
en la ciudad; al lado de cuya puerta, sentados, con las piernas
cruzadas, sobre el bastión del muro, algunos viejos graves e
inmóviles, contemplan la escena, mientras que sus labios, en
rezos pausados se mueven; repasando, entre los dedos, las
cuantas de gruesos rosarios.
II
Un peregrino, de esclarecido semblante y de edad viril,
con rosario y bordón, al llegar, mezclado con la muchedum-
bre, delante de la puerta de la ciudad, tuerce hacia el Cemen-
rio, por una vereda estrecha que, zigzagcando, remonta el
declive del campo sagrado.
t xtrae de su bolso un pergamino; lo desenrolla, y des-
pués de leer atentamente sU contenido, señala 'con el brazo
extendido, la tumba medio derruida del altozano.
• ^ EL PEREGRLNO
(Volviendo a guardar el pergamino, y siguiendo su ca-
minata hacia la vieja sepultura).
¡Agmat!... (Se detiene un momento, para mirar la ciu-
dad, con el semblante iluminado por el amor y animado por
un fervoroso sentimiento de religiosidad inefable. Después,
continúa andando lentamente).
¡Agmall... Sagrado es ei polvo de tu tierra yer-
ma; porque es polvo de tu tierra, el cuerpo deshe-
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 207
cho de ios dioses, que atraen mi peregrinación. ¡Si
€l polvo suyo estuviera vivo, cómo haría palpitar
viviente, el grano muerto de tu tierra calcinada!
¡Agmat!... Múdente y prisionero, te pregunta-
ba el Rey:
«Dime ciudad, desierto de hombres: Carcelera
>inhospitalaria de un Rey. Quiero saber, si los
»ojos de mi cara; mejor que los de mi fantasía, han
>de volver a ver mi jardín, lleno de flores y, tam-
>bién, mi lago; en aquel noble país donde los oli-
>vos crecen. Allí van a arrullar las palomas y a gor-
»jear amores, pájaros divinos...»
He aquí, señor, que conmigo viene a adorarte
polvo vivo del noble país que te añoró en el des-
tierro.
Para el peregrino, hay un lugar sagrado: Tu
sepulcro.
Felices los que te adoraron vivo, aunque, al
verle prisionero, mis labios cantaran con la melan-
colía de tu hijo, el Raschid.
«Regulador de la lluvia protectora: señor de la
>generosidad y del valor: protector de hombres: el
> mayor favor que recibir pudiera, sería el con-
>templar tu noble semblante: brillante, él, me ser-
>viría, de antorcha en la noche; y, en el día de Sol...
(El peregrino llega hasta el altor-.-ino).
«Pero, al menos, con místico respeto, saiuda-
«ré tu tumba... Ella, de la del vulgo, se distingue
:>por la elevación del terreno. Sobresaliste, en la
208 BLAS INFANTE
>vida; y, en la muerte, sobresales entre los dormi-
>dos a tus plantas.
«¡Sultán entre los vivos y los muertos! El anhe-
»lo de los siglos no producirá un rey, como fuis-
*te tú.>
(El peregrino arrodillado se humilla sobre la tierra que
rodea el sepulcro).
¡Divina mujer adorable, una con el ser del Rey;
lo más delicado del espíritu de este ser! ¿Dónde
encontrar una palabra para nombrar tu esencia?
¡Idioma grosero de lengua animal!
■Sólo tiene el lenguaje de los hombres pala-
bras de sonido! ¡Tu nombre, como el del amor,
debiera tener una luminosa palabra! Como la divi-
na palabra que dice la pureza del amor dormido
en la serenidad imperturbable de la noche azul...
Como la divina palabra que dice la ingenua alegría
del amor niño que despierta en el seno nacarado del
alba sonoro... Una palabra, no de sonido: sino de
luz...
¿En dónde encontrar las cenizas tuyas?
¡Agmat! Si en tu recinto murió la mujer, en
dónde está la tumba de la diosa? Las cenizas de la
mujer, mezcladas con el polvo del desierto, según
su predicción sombría, asolarán en impetuosos alu-
des, acallando las risas de los espantados Oasis...
Pero la diosa, ríe: Ríe inefable, su risa de amor
en los espíritu donde su recuerdo mora. En el mío,
es aurora límpida de músicas de cristal. Ríe, dicien-
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 209
do SU divina palabra de luz transparente, en la infi-
nitud azul de las noches de luna: en la gracia impo-
luta de los amaneceres blancos... Ahora mismo, ríe
en el regazo celeste del atardecer que despide con
sonrisas de nacientes estrellas, la majestad radiante
del Sol que se va...
Inútil es, pues, el buscar su tumba. Aquí repo-
san las cenizas del Rey. Y si aquí no vivió el espí-
ritu de la Reina, velando en terrible martirio el es-
píritu del Rey, ella, que vivió en el Rey, aquí, tam-
bién, tiene su sepulcro.
(El peregrino besa, con fervor, repetidamente, la tierra
en que se encuentra arrodillado ■.
Hoy es la fiesta de la cesasión del ayuno. Los
peregrinos muslimes que van a la Meca, siete vuel-
tas dan, alrededor de la Kasba.
Este campo santo es la Meca. Las piedras de
esta tumba, son la Kasba del peregrino de la Reli-
gión de la realeza verdadera; que es la Religión de
la libertad: de la Belleza y del Amor.
(El extranjero se levanta y empieza a girar lentamente al,
rededor del sepulcro, dando las siete vueltas sagradas).
Pasaje il
(AI altozano arriban tres nuevos visitantes. Son tres
moradores de la ciudad, que llegan atraídos y asombrados
por la ceremonia del extraño penitente).
U
210 BLAS INFANTE
HOMBRE 1."
(Diwgiéndose hacia sus acompañantes).
— Este es el peregrino que venía esta tarde en-
tre los labradores que tornaban del campo. Di, ex-
trar?jero: ¿Por qué das vi\elta :dedor de esa
tumba? ¿Acaso es la del Profeta mismo?
(El interpelado absorto en su rcii'^io.sa tarea prosigue
silencioso, girando lentamente, mientras que mueve los la-
bios en piadosa oración).
HOMBRE 2.^
Contesta, í)enitente. Nosotros nos encontrába-
mos en el campo santo, a donde vinimos a rezar
sobre las tumbas de nuestros deudos. Y nos hemos
congregado, y hemos venido a preguntarte, movi-
dos por la cxtrañeza que nos produce el verte tri-
butar a la tumba de un mortal, honores divinos.
HOMBRE 3.°
¡No responde! Por Alah, peregrino; que o nos
habrás de explicar tu conducta o te habremos de
acusar, de impiedad, ante el Cadí.
HOMBRE l.<»
Dices bien. Por muy grande que sea el imán
enterrado en ese sepulcro, no pueden tributársele
las adoraciones que sólo a Alah y al profeta Moha-
med, son debidas.
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 211
HOMBRE 3.^
Llevémosle ante el Cadí, y allí concluirá su
mudtz a fuerza de palos.
(El hombre va a asir por un brazo al peregrino. Este,
habiendo concluido su religfiosa ocupación, le detiene con un
gesto).
EL PEREGRINO
(GoM suma autoridad). Si en algo estimas tu cabeza^
guárdate de tocarmel
HOMBRC 1."
¿Quién eres?
EL PEREGRINO
Un hombre, ante cuyo poder inclinaríase el
Cadí.
HOMBRE 2.°
¿Por qué vienes a acometer una profanación?
¿Quién descansa en esta tumba?
PEREGRINO
Vosotros no lo comprenderíais... ¡Idos, y de-
jadme rezar!
HOMBRE 3°
Dices que tienes autoridad para humillar al
Cadí. Tú, nos engañas, extranjero. Amedrentando-
212 BLAS INFANTE
nos, crees que escaparás a nuestro castigo. ¡Ea, ami-
gos: llevémi ble ante El Cadí, a ver si en su presen-
cia, tiene iguales arrogancias.
EL PEREGRINO
¡Soltad, bárbaros! Soltad, u os habréis de arre-
pentir.
HOMBRE 1."
Apoderémosnos de su bolso. (Le arranca el bolso
del cinto y registran los tres en él).
¡Una bolsa de oro! ¡Varios pergaminos! ¡Uno
de ellos, con el sello del Emir!
(El hombre va sacando estos objetos, a medida que los
nombres. Al descubrir el sello del Emir, el documento que
lo lleva, cae de sus manos, en un espasmo de terror).
HOMBRE 3.°
¿Qué importa que este hombre lleve un docu-
mento con el sello del Emir, para que no sea sagra-
da su persona? Lee: y, de este modo nos convence-
remos, si debemos respetarle, o no.
HOMBRE I,*'
(Recogiendo del suelo el pei^amino, y leyendo en él).
«Loor a Dios. El peregrino que presente este
documento, sagrado deberá ser para todos los fie-
les de mi Imperio: (¡maldiga Dios al impío que so-
bre él ponga su manos!...)
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA
(Los aprehcnsorcs sueltan al penitente; reverenciájidolc
I©s tres con gran humildad).
(Otro penitente, también con rosario y bordón, llega a la
tumba. Viene de la ciudad, y le sigue una multitud de hom-
trres y muj eres. Entre ellos, viene Kador).
PENITENTE 2.^
(Volviéndose a los que le siguen). Os he convocado,
para que vengáis conmigo a rendir culto a un imán
ilustre. He recorrido las calles de A^mat, entre cu-
riosas miradas y preguntas de la muchedumbre.
«¿De dónde vienes, peregrino? ¿Vienes de la Meca,
penitente?* Y yo os he asombrado cuando contes-
taba así: «No vuelvo de una peregrinación a la Me-
ca. ¡De allá vengo, en peregrinación a Agmat!>
¡Agmat! ¡Agmat! Tu has escuchado con asom-
bro que eres lugar de peregrinaciones santas... Pues
bien, aquí es el sepulcro del Imán, de quien os ha-
blé. Aquí reposa el imán más grande que los siglos
vieron... Prometí enseñároslo si me seguíais y cum-
plo mi compromiso. Ahora, dejadme orar.
(El penitente se arrodilla: besa la tierra y se abstrae des-
pués en un rezo silencioso. El peregrino 1.°, y sus acompa-
ñantes, miran con asombro al recien llegado).
214 BLAS INFANTE
UNO DE LA MULTITUD
Jamás escuché lo que nos viene a decir este
hombre. Una tumba desconocida era esta, hasta
ahora, en Agmat.
OTRO
Nunca nos dijeron nuestros abuelos, que en
este sepulcro yaciera un gran Imán.
UNA MUJER
¡No dudadlo! Lo dice el penitente. Agmat ten-
drá ya un protector en el Imán de su Cementerio.
..OTRA MUJER
Los faquíes de la ciudad construirán en su ho-
nor un aljama: y por mediación de él, Al&h, nos
concederá sus dones... Y di, penitente: ¿quién ts el
imán que está enterrado aquí?
PENITENTE
(Mabiendo concluido su rezo: con grai orgullo:)
— Es... mi antepasac'.L'.
(La multitud le rodea con respeto supersticioso).
PEREGRINO I.**
'Apareciendo ante los recien llegados). ¿Quién eres,
tú? (Al penitente).
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 215
UNA MUJER
¡Otro peregrino!
OTRA
En efecto; aquí debe estar enterrado un grain
imán que obrará milagros!
HOMBRE 3."
(Aparte). Me parece muy extraño todo esto. Su-
crilegio debe existir aquí. Por si acaso, así fuera, yo
voy a dar cuenta al Cadí y a los imanes de la Mez-
quita. (Vase).
as
asajs kV
PENITENTE 2.^'
(Asombrados a su vez).
—¿TÚ vienes también en penitencia a la tum-
ba át\ Abbad? {Ai peregrino).
UNO DE LA MULTITUD
¡Se llama el Abbad!
VARIOS OTROS
¡Se llama el Abbad!
21Ó BLAS INFANTE
PEREGRINO l.«
Yo no vengo en misión de penitencia, sino en
vuelo de amor y libertad. ¿De dónde eres tú?
PENITENTE 2.'»
Del Oriente. De la Arabia. Soy beduino. ¿Y tú?
PEREGRINO 1.*
Yo, del Occidente: Del Andalus. Soy poeta.
PENITENTE 2.»
(Con efusión). ¡Oh! ¿TÚ eres del reino luminoso
del Abbad?
PEREGRINO !.•
De allí soy. Pero dime penitente: ¿Cómo te de-
terminaste a hacer peregrinación a la tumba de mi
Rey?
PEREGRINO 2.*
No es largo de contar, y, puesto que lo deseas
sentémosnos: y lo sabrás al punto.
(El beduino se sienta: y, a su alrededor, curiosos, como
niños, que esperan escuchar la misteriosa noticia de impre-
sio nantes consejas, forman grupo el peregrino y los demás
asistentes).
PEREGRINO l.«
Habla: beduino. Te escuchamos.
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 217
PENITENTE 2.*
Atended, pues, el cuento.
La luz de la luna, sobre las tiendas blancas de
los beduinos, derramaba una plena bendición de
plata, en el dormido desierto.
Reposábamos de la caminata fagitosa del día:
en nuestros lechos, nosotros: y alrededor de nues-
tras tiendas, echados sobre la arena calcinada, ru -
miaban, silenciosos, nuestros camellos cansados.
De repente, una melodía de infinita dulzura y
de transparente pureza, vibrante en las cuerdas de
un laúd: vino a arrullar mi sueño, el cual se re-
montó en alas de aquella armonía misteriosa, desde
la tierra, al Paraíso.
Una voz, ungida de emoción divina, cantó en
palabras de hombres, la música del laúd.
Desperté, entonces. Jamás mis oídos hubieron
escuchado tan divina palabra. Nunca versos tan be-
llos vinieron a rimar los hombres.
Oíd el sentido de algunas estrofas entre aque-
llas que en el seno amoroso de las ondas limpias,
llegaron a acariciarme el espíritu, elevándole en
éxtasis arrobador. Yo no sé decir los versos del
Poema; pero sí recuerdo lo que venían a expresar.
Helo aquí:
«La noche ha extendido su velo de sombras—
>Cansados los seres^ los domina el sueño— Pero
> velan hombres a la luz de antorchas— Y, ávidos,
218 BLAS INFAN'r
»beben en brillantes cráteras— El rojo vino que, lo-
>cura, centellea.
>De riepente, torna la luz, vestida de plata.—
>Es la Luna. Y, tras ella, viene Orion. — La Luna es
»reina' magnifica y soberbia— Que con Orion, su
» doncella favorita,— Por el jardín del Universo sa-
»le— A pasear serena su blanca majestad.
>y poco a poco, las estrellas brillantes— En
»gentil cortejo y porfía de luz— vienen con la co-
»rnitiva de las Pléyades...— Que el estandarte de la
» Reina parece...
»Yo soy como ella; rodeadb aquí abajo— De
»nobles caballeros de brillantes vestidos.— Y de jó-
» ven es hermosas de negras cabelleras^ Cuyos ca-
>bel!os sonhebras del velo de la noche. —Ellas to-
>can las guitarras saHozantes; y cantan en ellas, co-
»plas de pasión.— Ellas me brindan copas respfan-
>deci£ntes:— ¡Bebamos, ami£ k las
»viñas! — ¡Bebamos. Sus cop iS,son estrellas pai'a mí!
>¿Más queréis que un conjuro el vino perfu-
»me?— Su nombre divino lo perfuma todo— Ella es
>la Perla: la hada de mis sueños.— Siento deseos
>de enfermar y, Alah lo quiera— Para ver cuidándo-
>me 'Ante mi blanco lecho— A la dulce gacela de
>purpúreos labios.— ¿Queréis que el vino para mí
>se arome?— Dejadme perfumadlo, brindando por
>ella. — Su nombre divino lo perfuma todo.— ¡Ui-
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 219
>mad, a la luz de rojas antorchas— por ti brindo
»vino resplaHdeciente!— Una corriente de Sol que
^endulza mis labios— iMe quema la gargank e in-
cendia el pecho...»
Así cantaba la voz. Atraído por la misteriosa
serenata, abandoné el lecho y salí de mi tienda.
Cerca de ella, y amparado en la sombra que otras
tiendas proyectaban, destacábase la silueta, blanca e
inmóvil, del cantor.
—¿Quién eres?— le pregunté, acercándome.
— Soy andaluz. Me llam.o Abd-Azzamad.
—¿y a qué viniste al desierto?— le repliqué.
— Vengo de Agmat, de visitar una tumba: —
me replicó;— y quise, en soledad, envolverme en
la luz blanca de la luna, sobre los párameos muer-
tos.
—Y dime Azzamad, a quien Dios bendiga, ¿de
quién son esos versos, que tienen la. limpidez de
las linfas curas de los arroyos: frescos como la
hierba que la lluvia acaba de regar; y ya tiernos y
suaves como la voz de una doncella de' coliar de
oro; y*a vigorosos y sonoros como el grito de un
camello joven?
—Son,— me contesto,— de mi Rey, quien mu-
rió en el destierro.
—Supongo,— repuse,— que ese Rey reinaría
sobre una pequeña porción de la tierra, cuando
tiempo tenía de sentir la belleza tanto?
220 BLAS INFANTE
—Percionad me— contestó;— ese Rey reinaba
s©bre un gran país: el Andalus. Y sobre una mag-
nífica ciudad, Sevilla.
—Y cómo se llamaba?
— Ben Abbad, por otro nombre Mojt*mid.
—¿Cuánto tiempo há que murió?
—Más de dos siglos ha; Sevilla es ya cristiana:
y Córdoba, también; pero todo el Andalus lo re-
cuerda.
—¿Y de qué tribu era? ¿Lo sabes tú, Azzamad?
—De la tribu de Lakhm.
Abracé a aquel hombre al escuchar sus últi-
mas palabras. ¡Ben Abbad era mi antepasado!
—¡Cuenta, extranjero, cuéntame la vida de es-
te Rey! Y, el extranjero respetuoso, contome la his-
teria del Abbad, y revivió en mí, su historia. Yo,
su descendiente, perdido en el desierto, le recordé
orgulloso en sus obras grandes, más vivamente que
a mi padre mismo. Fué un Imán; un Imán de Alah...
si es que Alah es la Belleza y el Amor... He aquí,
porqué vine en peregrinación a su tumba...
KADOR
(Que ha escuchado atentamente con vivas muestras lic
emoción las últimas palabras del beduino).
¡De la tribu de Lakm! Oí contar a mi padre en
cierta ocasión que nosotros descendíamos de la hi-
ja de un rey, desterrado en Agmat, y perteneciente
a esa tribu.
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 221
PEREGRINO 2.*»
¡Sería el Abbad!
PEREGRINO I.*»
¡Cierto! El Abbad, al morir, dejó en Agmat a
sus hijas, convertidas en sirvientas. Las princesas,
hijas del Rey prisionero, siervas fueron de familias
acomodadas,..
KADOR
(Con ofgullo). ¡El Abbad; entonces fuv: fué mi
antepasado!
PEREGRINO 1.^
¿Y quién eres tú?
KADOR
Soy Kador: el esclavo de Abdallá; ' t nbre de
grandes dominios. Ahora me emplea e, -guardar
sus campos y en cuidar sus bestias...
PEREGRINO 1.''
(Ensimismado). ¡Kador! ¡Beduino! j' (. ;ños de
Sen Abbad!... He aquí que contemplo v la hu-
millación del rey: y la soledad de su esj^i i excel-
so, condenado a vagar por los desiert(.> iramos,
envuelto en la melancolía de la luna mv ■ '...
(Abrazando a Kador). Campesino sin CciT.pos: ¿No
222 BLAS INFANTE
sabes tú la historia incomparable, de tu padrfe, el
Rey?
KADOR
,¡Oh, no! ¡Si tú me la contases, señor! No quie-
res hacerlo?
PEREGRINO l.*^
Y si en tí, al escucharla, despertara el alma del
Abbad, soterrada bajo capas seculares de grosera
esclavitud; dime, Kador: ¿te resignarías a servir a
un extraño señor: a Abdallá, el de los grandes do-
minios? ¿Podrías vivir en la ergástula de sus escla-
vos; comer su rancho; guardar sus campos, y ser-
vir sus bestias?,.
El hombre ts el Rey de la creación; el hombre
Rey. ¿Te conformarías, tú, si a serlo llegaras, si así
te conocieras, con ser el esclavo de un hombre que
jamás lo fué?
KADOR
¿Y qué hacer? ¿A donde ir?
PEREGRINO,
¡Despreciarías a tu amo...! ¡Quién sabe, si lo
matarías, al sentir humillaciones que hoy, no per-
cibe tu espíritu insensible!... (Pausa).
¿Te haré un bien? ¿Te haré uh mal? ¡Bien!
Bien! me resuelvo; te contaré: oscontaré su histo-
MOTAMÍD, ULTIMO REY DE SEVILLA 223
ría. Hijo del Abbad; hijo del Dolor, que continúas la
prisión de tu padre augusto. El iluminó el recinto
obscuro de lo.s calabozos sombríos con las radia-
ciones de la realeza de si^ alma esplendorosa. Las
sombras triunfan y la " Muerte se ríe... ¡Pues, bien!
¡Despabilemos el foco; aunque esto equivalga a
alumbrar en tí el Dolor...! ¡Dolor necesario, bendi-
to dolor! Escucha, Kador. Tú, en la ergástuta, revi-
virás a tu padre, en los calabozos. Si este dolor te
dicta tu realeza, cúmplelo. Si te manda matar, ma-
ta: y que en tí, el Rey, sea libre!
KADOR
Con la cabeza inclinada sobre el pecho, sin comprender
las palabras del peregrino. Sólo entiende que le llama «rey».
—¿Yo, rey? ¡Tengo hambre...!
PEREGRINO L^
El hambre de un Rey, es de gloria: no de pan.
Hambre de libertad y justicia: de belleza y de Po-
dír. La Realeza es ahora en tí una interrogante, por
que el hambre es e'n todos los estómagos, la prime-
ra afirmación. La prímera afirmación de tu padre
fué la realeza: lo real: esto es: la Verdad: lo que ver-
daderamente es: la vida grande: la vida. ¡El hambre!
También tiene una base real. Pero ante lo más
grande, su base es plebeya: esto es: la nadidaá: la
muerte... •
224 BLAS INFANTE
PEREGRINO 2 .•
Me agradaría escuchar esa historia famosa, de
tus labios, peregrino.
HOMBRE ].•
Cuéntala, señor.
VARIOS
Cuéntala.
KADOR
(Ensimismado). ¿Yo; rey? (Ríe).
PEREGRINO
Pues, escuchad.
(Entre los oyentes, se produce un religioso silencio; al-
gunos de ellos, alargan los cuellos, para mejor oir la palabra
del peregrino).
Nació el Abbad, en Sevilla, la desposada del
Sol... Fué su padre Mothadid, despiadado, como
un tigre; arrojado como un león; firme y duro, co-
mo las rocas. Fué su madre, la más dulce y ama-
da, entre las mujeres del Rey. Fué el Abbad hijo
de un puro y efusivo amor. Con una esclava casó
el Príncipe. Ella se llamaba Itimad. El, para fundir-
se con ella, tomó su nombre en nombre de varón:
y se llamó Motamid...
(El peregrino, sigue contando la historia que escuchan
con suma atención los circunstantes).
MOTAMID; ULTIMO REY DE SEVILLA 225
Pasaje l¥
l1 imán, y el cadi de Agmat salen de la ciudad: y bor-
bean por el camino, la ladera del Campo Santo. Les si-
guen los viejos que rezaban en el bastión de las murallas, va-
rios soldados, algunos de éstos armados de piquetas, y el
Hombre 3.** que fué a denunciarles las extrañas ceremonias de
los peregrinos.
Al llegar a la vereda que remonta hacia el Cementen©,
ascienden por ella, el declive, deteniéndose en un punto des-
de donde descubren el altozano y al auditorio que escucha
agrupado el cuento del extranjero penitente. Este, continúa
narrando, a sus oyentes, la historia de la vidB del Abbad.
IMÁN
(AI Hombre 3.*), ¿Es aquella la tumba de que ha-
blaste y son aquellos los que la adoraban?
HOMBRE 3.*»
Sí.
EL CADI
Y afirmaste que dos penitentes de lugares leja-
nos venían a ella en peregrinación?
HOMBRE 3.*»
Es cierto: allí están.
VIEJO L«
Yo he visto a uno, con rosario y bordón, que
venía esta tarde entre los labradores de la campiña.
15
226 BLAS INFANTE
VIEJO 2.'»
Y yo.
VIEJO 3.*»
Y yo. Creí viniera de la Meca.
EL CADI
(Al Hombre 3.% Oíste tú el nombre del imán
muerto, a quien querían adorar como al Profeta?
HOMBRE 3.«
(Recordando). Espera. Creo que sí. ¡Cierto! Le
llamaron el Abbad.
CADI
Imán. ¿El Abbad?
IMÁN
(Al Cadí). ¿Oíste alguna vez este nombre?
CADI
¡El Abbad! ¡El Abbad!... (Esforzando la memoria).
¿Será acaso un rey de Ocddente, el cual leí antaño
en muy antiguos pergaminos, murió desterrado en
Agmat?
HOMBRES.'
En efecto: debe ser así. El peregrino primero,
hablaba de un Rey...
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 227
MAN
(Al Cadí). ¿Y quién fué ese Abbad?
CADI
Quiero recordar que fué el Rey de un país que
se rebeló contra Alah, siendo castigado por el Emir
Yussuff-ben-Tasfchin.
IMÁN
¿Y a un reprobo adoran esos hombres? Ob-
sérvalos, Cadí. Sentados en círculo parecen que re-
zan. Pero es preciso sorprenderlos durante la eje-
cución de su delito, a fin de que para ellos no exis-
ta salvación. Ocultémosnos tras el pequeño collado
que, como un túmulo funerario, en su cumbre os-
tenta las ruinas de la tumba, y caigamos sobre ellos,
cuando en su culto satánico, rindan al sepulcro la
adoración debida únicamente al lugar más sagrado
con que cuenta el Islam.
CADI
Dices bien. Ocultémosnos: y marchad cuida-
dosos para que no aperciban con nuestra presencia
una amenaza de justo castigo.
(El Cadí empieza cautelosamente a rodear la base del
Altozano, y seguido por sus acompañantes, van todos a oculi-
tarse tras de él).
228 BLAS INFANTE
Pasaje ¥
El canto de la Majestad caída
(Los oyentes del peregrino que cuesta la historia del
Abbad, escuchan, mientras tanto, absortos, pendientes su
atención toda de la palabra del narrador).
PEREGRINO 2 .•
Es admirable, la historia.
UN OYENTE
Verdaderamente, un Imán fué ese Emir.
VARIOS
Verdaderamente...
WNA MUJER
V fué también santa la Reina.
KADOR
¡Al Andalus!...
VARIOS
íAl Andalus!...
PEREGRINO 2.»
Continúa, peregrino.
PEREGRINO 1.^
El salón, invadido por los soldados de Vus-
suff, sembrado el suelo de cadáveres, ya los salva-
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 229
jes morabitos, con sus manos ensangrentadas, iban
a profanar la inmovilidad magestuosa de la Reina,
rodeada de sus hijos aterrados, cuando un formi-
dable ruido de voces y de armas que se escuch j
resonar en la Plaza del Palacio, vino a detener el
frenesí de los soldados invasores.
Gritos que clamaban aún:— «¡Sevilla, por Ben
Abbadl» <*: ¡Sevilla, por Motamid!» se oyeron desga-
rrar la noche, entre los alaridos de muerte. Nueva-
mente bramó el combate, en los corredores inme-
diatos al salón, atrayendo a los soldados de Abu-
Berk, que dentro de aquel se encontraban...
A poco, el Rey, con la espada rota, y la alba
túnica, enrogecida y desgarrada, entró en la Cáma-
ra, yendo a abrazarse a Itimad, estatua viviente.
. Ben Abbad, en un arresto de valor heroico
había hecho repasar el río a un cuerpo de solda-
desca-africana; pero envuelto por los demás solda-
dos de Yussuif que ocupaban la ciudad; separado
del resto de sus guerreros fieles, éstos creyeron que
el Rey había sido hecho prisionero por las tropas de
Abu-Berk. Mas habiendo revuelto contra éstas;
abriendo por entre la espesa muralla de carne viva,
un cauce de sangre, Motamid, pudo volver al Alka-
zar, seguido de una corta legión de héroes.
Nuevamente, quedó aislado el Castillo, libre
de morabitos, cuyos muertos cubrían los corredo-
res, los patios y la Plaza.
Motamid e Itimad, en el salón, velaron aquella
230 BLAS INFANTE
noche los muertos queridos; la Corte muerta, ro-
deaba aún a su reyes. Las heridas del Djaili y Ha-
bibah, habían mezclado su sangre. Al suicidarse, la
alegre doncella, sus labios habían sellado en beso
supremo de amor los labios del Djaili, el poeta
amado. Motamid e Itimad, consagraron con una
bendición, sus eternas nupcias. La lealtad del Hal-
cón, sonreía triunfadora en el gesto vivo de su ros-
tro rudo e inmóvil. Aún, eí semblante del caballe-
ro Zohair amenazaba a los bárbaros, con expresión
retadora...
Vino el Alba^... Las rojas luces de las antorchas
casi extintas, se envolvieron en los sucios sudarios
del humo espeso y negro. En las pálidas frentes de
los muertos, la blanca luz del amanecer iba piadosa,
poniendo, con un beso de pureza, argentadas aureo-
las.
Itimad, acodada sobre el alféizar de un ajimez
del Salón, miraba la ciudad y seguía con los ojos
el serpentear del Pío, por la pradera de Plata. Y,
dijo Motamid:
—Mi túnica está desgarrada y mi espada se ha
roto. Ninguna flecha se clavó en mi piel. Ninguna
espada atravesó mi cuerpo. El Río sagrado parece
una sierpe amiga, que avanza, ante mis ojos, di-
ciéndome con su ( iilce rumor:— He aquí la razón
de que vivas aún. ' n. Yo que arrullé tu nacimien-
to quiero conduc: amoroso, a cumplir el fin que
resta a tu vida...
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 231
El puñado de leones con que anoche rescaté
el Palacio, está herido: una fuerza divina alienta a
los que velan todavía vigilantes, sobre las almenas
de las desguarnecidas murallas...
Estamos solos: Itimad. Nos rodea únicamente
un hálito vivo. La santidad de esos muertos... que
nos aman aún.
¿Y sabes qué me dice esa santidad, que es la
fe de su amor en nosotros? Pues me dice... lo mis-
mo que el Río.
Y. contestó la Reina:
—Oigo el murmullo del Río y el sagrado mu-
sitar de los que, por nuestro amor, murieron: Di-
cen:
—No morid, aún. No suprimid con el hierro
propio, la vida que respetó el ageno. Realizad por
completo vuestro ejemplo real. Fuisteis Reyes en el
trono; sedlo ahora, en la esclavitud. Fuisteis Reyes
en la altura. Sedlo, ahora, también, en el abismo.
Y replicó Motamid:
—Eso dicen. El hálito de amor perdurable; la
vida de la fe de los muertos que creyeron en nos-
otros nos invitan a ser dolorosas estrofas vivientes
de un bello canto de la Majestad caida. La sierpe
del Río, pasa murmurando así: «Venid los que arru-
llé en la cuna. Yo os llevaré a rimar el canto del
Dolor Real. Yo, que fui testigo de vuestro amor de
Reyes...
Y fué un silencio largo, entre los dos.
^^^ BLAS INFANTE
Itimad, acodada sobre el alféizar del ajimez,
con las manos oprimiéndose las pálidas mejillas, pa-
recía absorta en mágica visión.
—¿Ves, Itimad'— continuó el Abbad— la sierra
blanca de los almendros floridos?
Itimad musitó:
— Sí: la veo.
—¿Y no crees aún que eHa vendrá a ser mau-
soleo de tu sepulcro?
Itimad, contestó:
— La montaña se enrojece. Ahora se desvane-
ce en una llanura roja. Han florecido los alelíes.
Una llanura inmensa de sangre: de Dolor.
—No lo dudes, Itimad. Las flores rojas son be-
llas también... como las blancas. Vayamos cogiendo
flores por la llanura sangrienta. Tras de ella, estará tu
montaña blanca. Donde quiera que exista la Pureza,
allí estará un mausoleo que será cuna de la vida de
Itimad... >
Y, en el mismo día, Sevilla, lloró. Los reyes
prisioneros, condenados fueron a seguir el discurso
del Río, para buscar el África, y sufrir la prueba del
dolor real.
He aquí, como el poeta Benalabbana, cantó la
partida de los reyes esclavizados:
«Metidos en un navio, los príncipes se despi-
dieron—Llenaba la multitud la ribera, y las mujeres
estaban sin velos— Y se desgarraban llenas de do-
lor el rostro.— Gritos y lágrimas decían: ¿Qué nos
-^^
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 233
queda ya?— La casa de la generosidad y del valor
ha quedado desie.ta.— Para nada vendréis ya, ex-
tranjeros y caballeros de los cortejos triunfales...»
Sevilla, como una novia, arrepentida de haber
p©r miedo vendido ^1 novio amado, lloró de deses-
peración y clamó por la muerte... Tanto fué el do-
lor de Sevilla y tanto el amor que por ella tuvo
Motamid, que hasta los cristianos que ahora la pro-
fanan, en sus romances cantan estos versos:
Es una novia Sevilla.
Es su novio Ben-Abbad.
Su cintura el Aljarafe,
Guadalquivir su collar...
En Tánger enviaron, al Rey, los poetas, cantos
compuestos en su honor.
El Abbad donó a los 'poetas tres docenas de
dhiremes, su única fortuna.
«Los poetas m.e piden mi fortuna — Tomad
> poetas de Tánger y de Mauritania— Yo soy más
»pobre que vosotres: Pero no puedo pedir limos-
>na— El pudor reina en el fondo de mi alma— Yo,
> cautivo, no puedo reinar por el pudor sobre l©s
>hombres.,.»
Arrastrados fueron Ic^ prisioneros, desde Tán-
ger a Mequinez. Sus pies sangraban, pero el Rey
cantaba a la vida, como a un rojo alelí.
Y arrastrados, así, vinieron a Agmat.
Motamid, cargado de cadenas, cantaba al Do-
234 BLAS INFANTE
lor en un calabozo.— * Mis hijas son las siervas de
la hija— de un hombre que fuera mi ugier...>
La reina carecía de pan, y fundida con el Ab-
bad, se alimentaba sólo de ambrosía de dolor.
Perdido el cantor, el Andalus, recogió su lira y
puso las cuerdas en máxima tención, y cantó ardo-
roso la guerra contra el bárbaro morabito. El An-
dalus lloró a los dioses perdidos, mientras la vida
de los dioses entraba triunfal en el reino de la muer-
te, rimando con alegría, un magestuoso canto de
supremo dolor...
PENITENTE 2.°
¡Fué un imán!...
VARIOS OYENTES
(Con religioso respeto). ¡Fue un imán!
PEREGRINO 1.°
(Levantándose), Hijos de Agmat. Recemos ante la
tumba del Imán. Vengamos a rodear su sepulcro
adorable, con las siete vueltas consagradas.:.
(Todos se levantan).
KADOR
Yo me voy. Me espera Abdalláh...
PEREGRINO 1.*
¿Y abandonarás la adoración de tu padre por ir
a servir a tu amo?
MOTAMID, ULTIMO REY DE SEVILLA 235
KADOR
(Indeciso). No lo sé... Yo no sé si iré a servirle o
a... matarle. Pero me espera... Me espera... Tengo
hambre, y.!, odio. No sé más.
PEREGRINO I.**
Kador: Tu amo y tu Meca están aquí. (Señalan-
do el derruido mausoleo). Ven a evocar con tu amor
el revivir de tu padre, el Rey.
KADOR
(Riendo con insconscicueia dolorosa). ¡El Rey! ¡El
Rey, yo!... ¡Tengo hambre y odio! No se más...
No sé más...
(Kador desciende corriendo la ladera, hacia la ciudad).
(El peregrino l.**le mira alejarse. Después, silencioso y
solemne empieza a girar con lentitud en las siete vueltas sa-
gradas).
Pasaje VI
(Por el lado opuesto del altozano aparecen de repente,
el Cadí, seguido del Imán, de los viejos y de los soldados).
CADI
(A k)s soldados). ¡Prended a esta gente!
(Los soldados se arrojan sobre los orantes. Estjos, sor-
prendidos y asustados, extienden los brazos, en demanda de
perdón).
23Ó BLAS INFANTE
PEREGRINO !.•
(Interrumpiendo el rezo y con arrogancia).
—¿Por q«é?
EL IMÁN
jPor sacrilego!
PEREGRINO 1.^
¿Quienes sois?
EL CADI
Soy el Cadí de la ciudad. ¡Amarrad a este hom-
bre! (A los soldados. Estos van a cumplir la orden).
PEREGRINO 1.*
(Con gesto imperativo). jDeteneos! Mira, Cadí.
(Le enseña su pasaporte).
CADI
(Después de leer, el Cadí se inclina).
—¿Quién eres, tú, peregrino?
PEREGRINO !.•
Soy Alkatib, el hagib del rey de Granada, con
quien tiene alianza tu Emir.
Mi señor me dio licencia para hacer peregri-
nación a la tumba del Abbad. Vuestro Emir, envió
a mi señor tse pasaporte.
EL CADI
Consultando al Imán). La orden es terminante...
MOTAMID, ÚLTIMO REY DE SEVILLA 237
: ■ 'vr*
EL IMÁN
(Después de un instante de reflex.ón).
—Libértalos, Cadí: pereque los soldados des-
truyan esa tumba... (Señalando al mausoleo)- Así acaba-
rán, para siempre, las profanaciones.
(El Cadí, hace signos a los soldados para que cumplan
las órdenes del Imán. Aquellos, se adelantan liacia el mau-
soleo).
PEREGRINO 1.*
Imán: Cadí: Para destruir la tumba del Abbad,
todo tendríais que sumegirlo en la Nada. Vosotros
mismos, sois tumbas, en las cuales, enterrado el Rey,
no ha muerto; daerme aún... Sois su sepulcro y se-
réis su cuna en el retorno del solsticio eterno...
El imán no ha muerto: duerme... (ElKatibmira
al espacio). *La luna alumbra el cielo inmaculado y
es como una antorcha su doncella, Orion. La comi-
tiva de las Pléyades, el estandarte parece de la Rei-
na, quien al cielo encanta con su blanca majestad...
¿Por qué embellecen el cielo la Reina y su corte de
estrellas que por el occeano azul van derramando
lágrimas de luminosa alegría? ;Han salido a velar el
sueño del Rey!— ¡Préndelas, Cadí!... (El peregrino ríe)
¡Préndelas, Cadí!...
(Al Katib, el peregrino, ríe. Y empieza a descender lenta-
mente la ladera, volviendo la cabeza de vez en cuando, para
rairar a los atónitos vecinos de Agmat, los cuales coronan el
altozano, en donde los soldados armados de piquetas, des-
truyen la tumba arruinada de Motamid).
fldverfencia.
La narración se inspira en la historia de Abul-Kasim
ofrecida por el historiador holandés Dozy. La mayor parte
de los anécdotas son históricos. Los dichos auténticos y tro-
zos de poema subrayados, que se citan, los transcribe Abbas,
del cual los tomó Dozy.
El narrador para componer el argumento, se ka visto
precisado a cometer algunas heregías históricas, tal como la
supuesta restauración de Medina Azzahara en tiempos de
Motamid; la fecha de la peregrinación de Azzamad a su tum-
ba, etc., etc.
El epílogo está inspirado en la peregrinación a la tumba
de Motamid, llevada a cabo por Ibn-al-Khatib, hagib del rey
de Granada, dos siglos y medio después de la muerte del
príncipe abbadita. Los pasajes subrayados en él epílogo, son
trozos de poemas auténticos de Motamid, de su hijo y del
mismo peregrino, tomados del citado autor.
La narración del Beduino en el Epílogo se expone eon
las mismas palabras próximamente que aquél atribuye al be-
duino, sorprendido por el cantor andaluz en el desierto.
IDEIDIOA.TOK,IjÍ^
yí JAaría de las J^ngusiias, quien tuvo un vehe-
mente deseo por ver publicado este libro, -Csta, y otras
jnuchas efusiones de la vida del
AUTOR,
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pg Infante Pérez, Blas
6617 Motamid, ultimo rey de
N43M6 Sevilla