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Full text of "Motamid, último rey de Sevilla : exposición dramática del reinado del príncipe Abul-Kasim-Mohamed Ibn Abbad-el Billah"

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Bilolipteoei  -A.VA.nMTE 


MOTAMID 

U/fimo  7(ey  de  Sevilla 


POR 
Blas  Infante  Feroz 


Imprentd  de  la  Editorial    A\/ANTE 

S    Pedro  Mártir,  15.--SeVilla 

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ES  PROPIEDAD.   QUEDA    HECHO  EL   DE 
íOt    i^     PÓSITO  QUE  MARCA  LA  LEY.   JOJ    50t 

C(ida  ejemplar  se  encuentra  contrase fiado  al  objeto 

dt  poder  perseguir,  a  los  impresores  que  editaren 

esta,  obra,  sin  aiUorización  de  la  "EDITORIAL 

30í      3^      JCE      AVANTE"      5^      ?^      50í 


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Exposición  dramática  del  reinado  del 

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PERSONAJES  QUE  INTERVIENEN  EN  LA  NARRACIÓN 


EL  REY  ABUL-KASIM  BEN  ABBAD  (MOTAMID) 

Elevado  al  trono  a  los  veintinueve  años;  apasionado  por 
la  gloria;  gran  poeta  y  filósofo;  protector  vehemente  de  toda 
actividad  artística^  filosófica  o  científica;  guerrero  impulsivo  é 
impetuoso,  ágil  y  fuerte;  político  culto;  a  veces  impremedi- 
tado. 

ITIMAD    (ROMAIQUIA) 

Primero,  esclava  de  Romaic.  Después,  Reina  de  Sevilla 
Espíritu  ingenuo,  altamente  poético  y  religioso;  adora  tam- 
bién la  gloria.  Diez  años  más  joven  que  Motamid.  Es  hermo- 
sa y  plena  de  gracia. 

IBN-AMMAR 
Compañero  y  hagib  del  Rey;  próximamente  de  su  edad. 
Poeta;  amigo  del  fausto;  lleno  de  ambiciones  y  supersticioso. 

ROGERIO 

Poeta  siciliano,  joven;  expulsado  de  su  patria  y  refugiado 
en  SeviUa. 

EL  HALCÓN  GRIS 

Exbandido.  Brigadier  de  la  guardia  de  Seguridad  públi- 
ca. Hombre  ya  maduro  y  roblizo. 

ZOHAIR 

Joven  de  la  nobleza;  capitán  de  la  guardia  real. 

EL-DJAILI 

Poeta  de  la  Corte.  De  juventud  un  poco  pasada!  inge- 
nuo,, vehemente  y  locuaz. 

ALMUNDAFFAR 
Guerrero  y  político  hábil. 

THOFAIL 
Filósofo  de  la  Corte;  hombre  rayano  en  la  vejez;  fuerte  y 
exageradamente  circunspecto. 

EBN-MOKRl 

Visir;  anciano  ministro  del  Rey. 


EL  MUFTl 

Obispo  o  jefe  de  los  alfaquíes  (sacerdotes). 
EL  CADÍ    DE  LOS  CADÍES 

Presidente  de  los  jueces  dd  Reino. 

ROM  Al  C 

Dueño  de  Romaiquia;  viejo  mercader. 

UN  SANTÓN 

Imán  o  iluminado  venido  en  misión  del  África  alnjDja- 
vide. 

OMAR 

Soldado  del  Halcón  Gris.  * 

HABIBAH 
Doncella  de  la  Reina.  Joven  ingeniosa,  traviesa  y  linda. 

Al  XA 

Dama  intendente  de  las  habitaciones  de  la  Reina,  en  el 
Alcázar  de  Córdoba,  y  profesora  de  erudicción. 

AMINA 

Aya  de  los  hijos  del  Rey. 
XELIMA 

Niña  de  diez  años. 
ZAHIRA 

Niña  de  seis  años. 

OMMALISAN 

Niña  de  cuatro  añoe 

ABDERRAMÁN 

Niño  de  siete  años. 

Caballeros  y  damas  de  la  Corte;  soldados  del  ejército  y 
de  las  guardias  real  y  ciudadana;  soldados  de  Yussuf;  arifs 
(ujieres  :  catibes  (secretarios);  mercaderes,  hombres  y  mujeres 
del  pueblo. 

La  acción  se  desarrolla  en  la  segunda 
mitad  del  siglo  XI. 


hijos  de  Motamid  y  de  Ro- 

/  maiquia. 


JORNRDn  PRIMERA 
T^ea/eza  Ubre  y  J(ealeza  Ssc/ava 


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Escenario 

En  la  Pradera  de  Plata;  almuzara  o  lugar  de  esparcimien- 
to de  los  vecinos  de  Sevilla.  La  Pradera  se  extiende  por  la. 
planicie  que  riberiza  el  Río. 

Es  un  día  de  Primavera  y  de  Mercado. 

Los  vendedores  pregonan  sus  mercancías  con  voces  tim- 
bradas por  motivos  melódicos.  Unos  deambulan  por  entre  la 
multitud  cargados  de  objetos;  y  otros  gritan  desde  las  puertas 
dé  sus  tiendas,  construidas  con  lienzos  de  vario  color. 

El  pueblo  bulle  llenando  las  calles  del  campamento.  Par- 
te de  la  muchedumbre  refluye  a  este;  otra  parte  se  distiende 
por  la  alfombra  de  verdor  de  la  Pradera,  sembrada  de  flores 
y  sombreada  por  palmeras  de  cimbreadora  esbeltez:  Desde 
los  altos  alminares  de  las  mezquitas  o  desde  los  torreones  del 
Alcázar,  o  desde  las  almenas  y  ajimeces  de  la  Torre  del  Oro 
se  percibiría,  al  mirar,  un  sol  en  cada  armadura  o  alfanje  re- 
luciente, brillando  fugaz,  como  los  costados  de  los  peces  que 
surgen  a  la  superficie  del  occeáno,  en  este  mar  de  turbantes 
blancos  y  rojos,  rematados  por  gorros  dorados,  encarnados  o 
verdes.  Los  airones  y  cimeras  en  los  turbantes  de  los  ociosos 
guerreros,  pájaros-temblorosos,  mensajeros  de  todos  los  co- 


10  BLAS  INFANTE 


loreS;  parecerían  de  Iris,  la  diosa  de  la  luz;  y,  por  entre  los  jai- 
ques y  alquiceles,  de  varias  y  vivas  tonalidades,  el  puro  blaif- 
cor  pálido  de  las  túnicas  y  mantos  femeninos,  ofrecería  la  vi- 
sión de  grandes  azucenas  que  se  mueven;  de  lirios  blancos^, 
que,  alados,  pasean. 

La  Primavera,  borracha  de  resplandores,  tiene  un  suefí© 
de  infinitas  irisaciones,  en  el  espacio  terso  y  deslumbrador 
como  verbos  refulgentes  que  vinieron  a  encarnar  en  los  infini- 
tos colores,  con  las  flores,  paridos  por  la  Tierra.  La  polifonía 
de  las  voces  que  asciende  de  la  tierra,  rima  un  himno  con  la 
policromía  de  la  luz  que  desciende  del  ciclo.  Sonidos  y  luces, 
cantos  y  perfumes,  se  encuentran  en  el  espacio  radiante;  se 
besan  y  aman  y  estallan  ep  loca  explosión  de  alegría  que  res- 
ponde a  la  alegría  bulliciosa  del  Sol.  Las  aguas  transparentes 
del  Río,  discurren  lentas  y  perezosas,  como  si  les  angustiara 

alejarse  para  siempre  de  las  márgenes  floridas  de  la  Pradera 
de  Plata... 


PasaJ©  I 

(Abuí  Kasím,  Ibn  Ammar  yRogerio  advienen  desde  la 
ciudad  a  la  Pradera.  Visten  amplios  alquiceles  blancos,  rema- 
tados por  capuchones,  con  los  cuales,  cubriéndose  la  cabeza 
y  ocultándose  hasta  los  ojos,  pretenden  esconder  el  semblan- 
te y  pasar  desapercibidos  por  entre  la  multitud.) 

ABUL  KASIM 

Dejemos  un  instante  el  poema,  para  admirarla 
almuzara. 

(A  Rogerio).— Te  prometí,  extranjero,  un  rega- 
lo más  liberal  que  aquél  que  te  hiciera  al  donarte  mi 
camello  de  ámbar  con  incrustadas  perlas.  Helo,  aquí. 

Dime  por  tus  dioses,  siciliano,  si  has  soñado  alguna 
vez  con  una  tan  espléndida  visión  como  esta  que 

ahora  te  ofrezco  en  la  Pradera  de  Plata. 


MOTAMID  ULTIMO,   REY  DE  SEVILLA  1 1 


ROGERIO 

(Admirado).— Bella  es  mi  Sicilia,  Príncipe,  p€- 
ro  si  el  Reino  de  la  Belleza  es  la  Patria  de  todos  los 
poetas  del  Orbe,  mi  patria,  señor,  es  el  Andalus. 

Soñaron  una  realidad  los  aedas  griegos  que  en 
el  Andalus  pusieron  los  Campos  Elíseos.  Y  si  la  rea- 
leza verdadera  es,  por  ser  la  natural,  la  del  espíritu 
superior  que  piensa  y  siente  y  obra  como  un  rey  o 
como  un  dios  sobre  los  demás  hombres,  mi  prínci- 
pe, señor,  no  es,  un  rey  fabricado  por  plebeyos,  quie- 
nes por  necesitar  de  reyes,  se  fingen  un  rey,  ador- 
nando espíritus  plebeyos,  espíritus  vasallos,  con  co- 
ronas de  oropel  y  mantos  y  cetros  de  bisutería.  Mi 
príncipe,  mi  rey,  es  un  príncipe  y  un  rey  [de  verdad. 
Eres  tú,  Abul  Kasím,  que  eres  a  mí  superior  en  la 
alteza,  en  la  realeza  de  pensar,  de  lobrar  y  del  sentir. 

AMMAR 
(A  Rogerio).— ¿De  cuál  camello  habló  el  Señor? 
ABUL  KASIM 

(Riendo).— De  aquél  que  te  sugiriera  tanto  respeto 
supersticioso,  evocando  tus  tétricas  imaginaciones. 
Un  día  tú  entraste  en  mi  Cámara.  La  estatua  de  ám- 
bar del  camello  hubo  de  despertar  tu  admiración.. 
Las  misteriosas  irisaciones  de  las  perlas  que  incrus- 
taban la  talla  (perlas  negras,  fingían  sus  ojos;  perlas 
de  varia  tonalidad,  en  su  color  pálido,  los  arreos  de 
la  montura);  esas  irisaciones  de  luz  que  fué  prisio- 
nera, en  los  abismos  del  mar,  alumbraron,  en  tí,  no 
se  qué  abismos  de  superstición.  Señor,  preguntaste; 


12  BLAS  INFANTE 


—¿Quién  fabricó  tan  exótica  estatua?— No  se  sabe, 
te  respondí  con  misterio.  Dicen  que  es  un  símbolo  o 
ídolo  de  países  lejanos  en  el  espacio  y  en  el  tiempo. 
Representación  tal  vez*  de  la  Humanidad;  camello 
en  cuyos  ojos  hay  una  prisión  de  luz  venida  de  re- 
motas profundidades,  el  cual,  con  lento  paso,  mar- 
cha cargado  con  su  gibosidad,  por  caminos  incier- 
tos hacia  un  fin  ignorado;  perdido  quizá  en  las  en- 
crucijadas de  las  sendas.  La  Humanidad,  como  una 
perla,  tal  vez  sea  una  tumba  perdida  de  la  luz.» 

(A  Rogerio).— Ammar,  al  escuchar  esta  serie  de 
desatinos,  vestidos  de  ampulosas  palabras  lúgubres, 
hubo  de  mirar  con  cierto  recelo  el  camello,  viendo 
en  él  siempre  una  misteriosa  solemnidad. 

(A  Ammar).— Tranquilízate  ya,  hijo  venturoso  de 
mi  inolvidable  Silves,  en  la  antigua  Lusitania.  El  ca- 
mello ha  salido,  más  que  de  prisa,  de  mi  Cámara,  en 
las  manos  aladas  de  este  afortunado  poeta. 

AMMAR 

(A  Rogerio).— ¿Te  lo  ha  regalado? 

ROGERIO 

La  primera  vez  que  entré  en  la  Cámara  regia,  hí- 
zome  el  rey  tan  espléndido  donativo.  Contaba  yo  al 
Señor  las  desdichas  de  mi  patria,  depredada  por  el 
"  Normado,  cuando  llegó  a  aquél  un  presente  de  nue- 
vas monedas  de  oro,  acabadas  de  salir  del  troquel. 
El  Príncipe  tomó  h  s  sacos.  Leyó  en  las  láminas  de 
metal  reluciente,  recitando  en  alta  «voz  sus  poéticas 
leyendas,  y  después,  señalando  aquel  tesoro,  dijo: 


MOTAxMID,   ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  13 

—Tómalo,  extranjero.  Estas  monedas  son  para  tí. — 
Señor,  contesté,  para  transportar  tan  preciosa  carga 
necesitaría  un  camello.— Pues  coge  ese.  También  te 
lo  regalo— replicó  el  rey,  mostrándome  la  estatua 
de  ámbar  y  perlas.— Y  por  esta  razón,  sabio 
Ammar,  el  camello  cargado  de  monedas  de  oro,  es 
hoy  joya  que  deslumbra  a  cuantos  visitan  mi  aloja- 
miento. 

(EL  HALCÓN  GRIS,  seguido  por  varios  SUBORDINA- 
DOS, entra  en  escena.  Su  aire  es  afectado.  Con  un  gesto  de 
cómico  orgullo,  percibe  cómo  los  individuos  de  la  multitud 
se  fijan  en  él,  susurrando  murmuraciones*  misteriosas  y  vol- 
viendo la  cabeza  para  contemplarle  más  tiempo. 

Al  descubrir  a  los  TRES  ENCAPUCHADOS,  el  Halcón 
los  mira  con  recelo,  y  dice  rápidamente,  dirigiéndose  a  uno  de 
sus  guardias.) 

HALCÓN 

Ornar:  No  pierdas  de  vista  a  estos  tres  de  Tos  ca- 
puchones. O  son  bandidos  que  abandonaron  la  Sie- 
rra asustados  del  Halcón  Gris,  o  jóvenes  caballeros 
de  la  Corte  que  habrán  venido  a  jugar  alguna  bro- 
ma pesada  a  los  pobres  mercaderes. 

(Dicho  esto,  el  Halcón  sigue  hacia  la  Pradera  con  igual 
aire  de  petulante  majestad.  Omar,  colocado  en  un  ángulo  de 
la  escena,  sigue  sin  pestañear  los  movimiento  de  los  tres  en- 
capuchados, moviéndose  a  compás  de  estos.) 

ABUL  KASIM 
(Riéndose  y  dándose  cuenta  de  todo.)— Para  llegar  a 


14  BLAS  INFANTE 


ser  un  buen  policía,  es  preciso  haber  sido  anterior- 
mente un  buen  ladrón.  Ese  delicioso  Halcón  no  ha 
dejado  un  bandido  en  toda  la  comarca.  Se  explica 
muy  bien.  Una  vez  estuvo  en  las  puertas  del  Infier- 
no. Y  ya  se  hallaban  éstas  abiertas  de  paren  par,  a  fin 
de  franquearle  la  entrada  con  todos  los  honores;  y 
los  demonios  se  disputaban  los  primeros  puestos  pa- 
ra recibirle  y  aclamarle,  cuando,  desde  el  dintel,  hu- 
bo, de  volver  la  cabeza  para  mirar  nostálgico  a  la  vi- 
da, no  por  la  vida,  sino  por  el  placer  de  robar.  Y 
así,  en  taltrance,  vino  a  dirigir  una  de  las  más  in- 
geniosas operaciones  de  entre  tantas  como  llevara  a 
cabo  durante  su  existencia  de  ladrón.  No  pensó  en 
aquellos  instantes  en  elevar  al  cielo  la  mirada  implo- 
radora.  ¡En  el  cielo  no  existe  lo  ajeno  ni,  por  tanto, 
el  placer  de  apoderarse  de  lo  que  no  nos  pertenece! 

(Rogerio  mira  al  Príncipe  extrañado  e  interrogante). 
¿Quieres    saber    cómo    fué    esto?    Explícale 
Ammar,  cómo  fué  la  conversión  del  Halcón  Gris 
en  brigadier  de  la  guardia  de  Seguridad  del  Reino. 

(El  Príncipe  saca  un  pergamino  y  empieza  a  leer). 

IBN  AMMAR 

Cosas  de  esta  tierra,  extranjero.  Has  de  saber 
que  ese  Halcón  Gris  eraun  temible  bandido  queaso- 
laba  con  sus  rapiñas  estas  com'arcas  del  Andalus. 

Puesta  a  precio  su  cabeza,  tras  grandes  esfuer- 
zos, vino  a  caer  en  poder  del  Cadí.  Este  le  condenó 
considerando  sus  terribles  hazañas,  a  morir  en  un 
suplicio  excepcional:  a  ser  crucificado,  para  escar- 


MOTAMID,    ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  15 


miento  de  todos  los  de  su  jaez.  Enclavaron  en  una 
cruz  al  famoso  Halcón,  y  le  elevaron  con  ella  sobre 
el  borde  de  un  camino.  Durante  el  primer  día  de 
suplicio,  una  inmensa  muchedumbre  hubo  de  acu- 
dir a  contemplarle,  pero,  al  atardecer  del  segundo 
día,  viéndole  ya  exangüe  y  moribundo,  hasta  los 
guardias  que  lo  custodiaban  lo  abandonaron,  yendo 
estos  últimos  a  reponer  un  tanto,  en  la  próxima  al- 
quería, sus  estómagos  vacíos. 

Quedaron  sólo,  al  pie  de  la  cruz,  la  mujer  y  los 

hijos  del  ajusticiado. 

La  pobre  mujer  lloraba  diciendo:  «¡Ah,  pobre 
Halcón!  ¡Desamparados  nos  dejas,  entregados  sólo 
a  la  merced  de  Alah,  antes  clemente,  ahora  despia- 
dado con  nosotros  y  contigo!  ¿Qué  habrán  de  co- 
mer nuestros  pobres  niños?  ¡Pobres  huérfanos,  cas- 
tigados sin  culpa  por  el  injusto  Alah!»  El  Halcón  no 
contestaba.  Sus  ojos  sangrientos  y  nublados  por  la 
sombra  de  la  muerte,  escudriñaban  atentos  a  lo  lar- 
go del  camino.  Un  viandante  avanzaba  por  la  pista, 
aproximándose  hasta  venir  a  parar  debajo  de  la  cruz. 

Era  un  mercader:  el  cual  conducía  un  macho 

cargado  de  telas  y  de  otros  objetos  con  los  cuales 
comerciaba  por  las  numerosas  alquerías. 

— ¡Este  es  el  Halcón  Gris!— exclamó  el  merca- 
der con  cierta  satisfacción,  sombreada  por  el  recuer- 
do del  terror  antiguo,  mientras  se  limpiaba  el  sudor 
y  miraba  atentamente  la  cruz.  v 

—Tu  servidor,  amigo.— contestó  el  Halcón  con 
voz  apagada.— Perdona  que  no  pueda  :  liudarte  en 
esta  incómoda  postura. 


16  BLAS  INFANTE 


— jAIabado  sea  el  nombre  de  Alah!— dijo  el 
mercader.— ¡Bendito  mil  veces  su  profeta  Moha- 
med!  Buenos  sustos  me  hiciste  pasar  durante  mis 
caminatas  a  lo  largo  de  las  sendas.  Seguros  y  tran- 
quilos estarán  desde  ahora  las  veredas  y  caminos 
reales. 

—Todo  lo  merezco,  buen  trajinante— replicó  el 
Halcón.— Pero  por  Alah  te  pido  no  me  nieges  esta 
pequenez  de  favor  que  voy  a  suplicarte  ahora.  Es  el 
último  deseo  de  un  moribundo:  ¿Ves  aquél  pozo 
cuyo  brocal  resalta  allá  abajo?  Es  un  pozo  seco  y 
profundo.  Cuando  esos  malditos  soldados  del  Ca. 
di  iban  a  cogerme,  yo,  viéndome  irremisiblemente 
perdido,  hube  de  arrancar  de  mi  cinto  una  bolsa:  lle- 
na de  dinares  de  oro,  la  cual  arrojé  al  fondo  obscu- 
ro de  aquella  cisterna.  Mira  ahora,  honrado  merca- 
der, ¡oh,  hombre  compasivo!,  cómo  esta  familia  mía 
implora  contra  mi  suerte,  temerosa  de  perecer  de 
hambre.  ¡Yo  te  conjuro  por  Alah  clemente  a  que  ba- 
jes al  fondo  del  pozo,  extraigas  la  bolsa  y,  tomando, 
en  recompensa,  la,  mitad  de  sü  contenido,  entregues 
la  otra  mitad  a  esa  pobre  mujer,  madre  de  mis  tris- 
tes hijos...! 

Fuese  por  compasión  o  por  codicia  de  llevar 
la  parte  en  la  bolsa  del  bandido,  es  lo  cierto  que  el 
buen  traficante  accedió  a  la  demanda.— ¡Ayúdale!, 
dijo  el  Halcón  a  su  mujer.  Toma  esa  larga  cuerda 
con  la  cual  fui  amarrado  por  todo  mi  cuerpo  a  esta 
cruz.  Átala  al  brocal  del  pozo  y  que  descienda  por 
ella  este  buen  hombre.— Y,  al  decir  esto,  un  gesto 


17  MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA 


de  suprema  compunción  le  contraía  el  semblante. 
Así  lo  hicieron.  Ayudada  por  el  mercader,  la 

mujer  confeccionó  con  la  cuerda  una  escala.  La 
tendieron  sobre  el  brocal  y,  apenas  hubo  aquél  ba- 
jado por  ella,  hasta  el  fondo  del  pozo.  «¡Córtala 
cuerda!  >  gritó  el  Halcón  a  su  consorte.  Y  mientras  el 
cuitado  mercader  se  desgañitaba,  en  vano,  sumer- 
gido en  el  fondo  de  la  cisterna,  el  crucificado  bribón 
mandó  a  la  madre  de  sus  hijos  llevarse  lejos  de  allí 
el  macho  cargado  de  mercancías,  para  que  vendién- 
dolas, pudiera  gozar  de  ellas  con  la  bendición  suya 
y  la  del  clemente  Alah. 

Mi  señor  Abul  Kasim  sustituía,  por  entonces,  en 
el  Gobierno  a  su  padre  Motadhid.  El  ingenio  es  el 
mejor  título  de  honor  en  la  Corte  de  Sevilla.  Ente 
rose  el  Príncipe  de  la  ocurrencia  y  mandó  ensegui- 
da, aquella  misma  noche,  desenclavar  al  Halcón  de 
la  cruz.  Comparecido  que  fué  éste  ante  su  presen- 
cia, le  preguntó  mí  señor:— ¿Es  posible  que  en  vez 
de  rezar  aprovecharas  para  robar  tus  últimos  instan- 
tes?— Mi  príncipe,  contestó  el  Halcón  Gris  con  voz 
debilitada:  si  tu  supieras  el  gran  goce  que  se  expe- 
rimenta robando,  cambiarías  tu  manto  real  por  mi 
alquicel  de  ladrón.— «Por  un  sólo  instante,  repuso  el 
príncipe,  que  hubieras  entonces  abandonado  tu  vi- 
cio, Alah  te  habría  otorgado  el  Edén. >  El  Halcón  ar- 
gumentó imperturbale:— «¿No  dicen  que  es  el  Paraí- 
so el  Centro  de  todos  los  goces?  Pues  no  sería  Pa- 
raíso si  en  él  no  existiera  el  gran  goce  de  robar.  > 

2 


18  BLAS  INFANTE 


Rió  grandemente  el  príncipe  la  filosofía  del  la- 

dJÓn,  y  hubo  de  interrogarle  así: 

—¿Entonces  no  existe  para  tí  posibilidad  Se  un 

oficio  honrado? 

El  Halcón  respondió:  «Robar  o  perseguir  ladro- 
nes; no  conozco  otros  oficios.  > 

Incontinenti,  el  Halcón  fué  nombrado  para  la 
Guardia  de  Seguridad,  y  tales  proezas  hizo  en  la 
persecución  de  los  bandoleros,  que  hoy,  ya  lo  has 
visto,  es  el  brigadier  de  la  guardia. 

ROGERIO 

Sí,  que  es  el  cuento  interesante. 

ABUL  KASIM 

(Apartando  la  vista  del  pergamino  en  el  cual  tuvo  concen- 
trada la  atención  durante  la  narración  de  Ammar). 

¿Te  gustó  el  cuento,  siciliano?  Para  la  visión 
optimista  de  los  ojos  del  Andalus,  aunque  estén  re- 
presentados por  los  de  un  bandido,  la  muerte  tiene 
un  gesto  cómico  y  ridículo.  Nada  podrá  la  Muerte 
contra  la  Gloria  de  este  vivir. 

Pero  no  puedo  rematar  este  poema.  Ayúdame, 
Ammar.  Vayamos,  señores,  hacia  adelante,  por  la 
Almuzara,  en  donde  las  mujeres  hermosas  bullen. 

(Los   caballeros    siguen   caminando   Pradera    adelante. 
EL  REY  sale  recitando  a  media  voz,  dirigiéndose  a  Ammar): 
Hurí  de  los  jardines  celestiales: 
No  me  contento  con  amar  tu  gracia. 
Quiero  también  penetrar  su  esencia... 
(Ornar,  el  soldado  destacado  por  el  Halcón,  sigue  a  los 
encapuchados,  cumpliendo  las  órdenes  de  su  jefe). 


MOTAiMID,  ULTIMO   REY  DE  SEVILLA  19 

Paia|#  lili 

(UN  CHATIB,  desarrapado  y  sucio,  rodeado  de  plebe  y 
de  chiquillería,  entra  en  !a  escena,  llegando  del  lado  de  la  ciu~ 
dad.  Viene  a  pararse  junto  a  unas  cajas  de  madera  que  sirvie- 
ron para  conducir  al  mercado  efectos  de  los  vendedores.  En- 
caramándose sobre  lo  alto  de  las  cajas,  comienza  a  hablar.  En 
torno  de  él  van  agrupándose  hasta  el  final  de  la  peroración, 
gentes  de  todas  las  clases  y  condiciones). 

EL  SANTÓN 

(En  tono  de  profeta  fulminante). — Escuchad,  ¡oh  cre- 
yentes! lo  que  dice  por  mi  boca  el  Libro  de  la  Es- 
pada... 

UNO  DEL  AUDITORIO 
¡Arrojadle! 

OTRO  DEL  AUDITORIO 
¡Dejadle!  Es  divertido... 

UNA  VIEJA  MUJER 
¡Callad  impíos!  Es  un  siervo  de  Alah! 
EL  SANTÓN 

(Colérico).  ¡No  os  rebeléis  contra  mí,  hijos  del 
Andalus  resplandeciente..!  Que  Alah  es  fuerte  y  el 
Emir  AlmiUmenim...  (En  tono  de  amenaza). 

VARIOS  DE  LA  MULTITUD 

¡Echadle;  echadle!  ¡Que  vaya  a  amenazar  a  Lis 
aldeas.. I 

OTROS  DE  LA  MULTITUD 

¡Santón,  di  a  tu  señor  africano  que  el  Andalus 
es  libre! 


20  BLAS  INFANTE 


OTROS 

¡Que  venga  Yusuff  cuando  quiera!  (En  son  át 
reto  y  de  chacota). 

OTROS 
jEs  un  espía!  (Por  el  Santón). 

UN  JOVEN  CABALLERO 

(Encaramándpse  sobre  otra  caja  y  haciendo  silencio  en  la 
multitud)^  Este  buen  imán,  ¡oh  andaluces!  viene  a 
convertirnos  para  Alkorán  y  para  el  califa  almora- 
vid,  siervo  de  los  imanes,  del  mismo  modo  que  sus 
cofrades  del  África  catequizan  lamtunas  y  salvajes 
tribus,  encaramados  en  los  riscos  de  los  montes. 
Que  no  diga  cuando  vuelva  a  su  país  que  el  Anda- 
lus  no  se  presta  a  servir  de  escena  para  los  teatros 
todosl 

Ved:  La  caja  en  que  se  encuentra  subido  es  un 
risco  de  la  negra  cordillera  a  quien  Atlante  legó  su 
nombre.  Vosotros  sois  lamtunas  prestos  a  escuchar 
la  voz  de  Alah  el  fuerte,  y  yo  uno  de  vuestra  tribu 
que  os  ha  exhortado  a  escuchar  al  imán  que  a  re- 
dimirnos viene  de  tenebrosos  abismos  que  ultratum- 
ba os  aguardan.  Repartidos  los  papeles,  empieze  la 
farsa.  ¡Hable  el  imán!  (El  caballero  desciende  de  su  tribu- 
na. La  multitud,  regocijada,  prorrumpe  en  risas  y  aplausos  al 
orador). 

VARIOS  DE  LA  MULTITUD 

¡Dice  muy  bien!  ¡Que  hable  el  Imán!  ¡Que 
hable...! 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  21 


EL   SANTÓN 

(Irritado).  /Andalus,  Andalus;  hurí  pervertida 
que  abandonaste  el  harem  del  Profeta!  ¡La  Trompe- 
ta de  Israfil,  el  juicio  anuncia  del  Andalus,  corrom- 
pido de  impiedad...  Ay  de  vosotros  el  día  en  que  el 
Ángel  Gabriel  sostenga  la  balanza,  cuyos  >  platos 
vendrán  a  contener  el  cielo  y  la  tierra,  suspendidos 

el  uno  del  Paraíso  y  el  otro  del  Infierno...! 

; Escuchad,  infieles,  la  sura  terrible  de  Alkorán 
Los  que  no  crean  serán  vestidos  de  fuego;  agua  hir- 
viendo caerá  sobre  sus  cabezas  y  en  el  agua  hirvien- 
do se  derretirá  su  piel;  y  se  disolverán  sus  entrañas 
y  apaleados  serán  con  mazas  de  hierro...  (La  multitud 
ríe  burlonamente.  El  Santón,  algo  mohíno,  prosigue  más  hu- 
manizado). 

¡Orad  y  combatid,    oh  creyentes!  La  oración 

conduce  al  creyente  hasta  la  mitad  del  camino  del 
cielo;  el  ayuno  le  lleva  hasta  la  puerta  del  Altísi- 
mo; la  limosna  le  abre  la  entrada. 

La  espada  es  la  llave  del  Cielo  y  del  Infierno, 
y  una  sola  gota  de  sangre  derramada  en  defensa  de 

la  fe  o  del  territorio  del  Islam,  es  más  grata  a  Dios 
que  el  ayuno  de  dos  meses. 

¡Oh,  creyentes!  No  digáis  jamás  que  han  muer- 
to los  que  mueren  en  la  pelea  por  la  religión  de 
Alah.  Ellos  viven,  pero  vosotros  no  entendéis  de 
esto.  ¡Oh,  Profeta!  Alah  es  tu  apoyo  y  los  verdade- 
ros creyentes  que  te  siguen...! 

¡Andalus  que  no  rezas  a  Alah  y  que  con  los 
perros  cristianos  convives....  ¡Ay  del  Andalus  que  ni 

ora  ni  combate  contra  los  enemigos  de  la  Fé,  olvi- 


22  BLAS  INFANTE 

dando  al  santo  Profeta!  Leéis  en  libros  que  no  son 
AJkorán.  La  verdad  terrible  sólo  en  él  está  escrita. 
¡La  Verdad  de  la  Naturaleza  es  contraria  a  la  Verdad 
de  Dios...! 

¡Maldición  sobre  el  pueblo  engrandecido  por 
la  Ley  de  Alah,  que  contra  el  Profeta  se  rebeló: 
¡Maldición  sobre  el  Andalus,  sobre  Córdoba,  sobre 
Granada,  sobre  Sevilla...  ¡Sevilla,  la  ciudad  adúltera 
e  impía,  corroída  de  vicios!... 

El  pneblo  alborota  y  clama  contra  el  africano,  vociferan- 
do todos  sin  entenderse  ninguno.  Unos  quieren  que  siga  de- 
clamando para  divertirse  con  el  discurso.  Otros  se  oponen  a 
la  pretensión  de  los  primeros,  pidiendo  que  sea  arrojado  el 
Santón. 

Pa§3|®  IJV 

(Atraídos  por  el  tumulto  y  la  corriente  de  la  muchedum- 
bre, vuelven  allugar  de  la  escena  ABUL  KASIN,  AMMAR 
y  ROGERIO,  vigilados  sienipre  por  el  soldado  Omar). 

VARIOS  DE  LA  MULTITUD 
¡Nos  amenaza  y  nos  insulta! 

OTROS 
¡No  puede  durar  más  tiempo  esta  broma...! 

OTROS 
¡Dejadle...  Dejadle...  Que  hable!... 

OTROS 
íEstá  loco...! 


MOTAMID,   ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  23 

AMMAR 

Maldito  aljafít...  (1).  He  aquí  la  voz  salvaje  que 
el  África  grosera  nos  envía.  De  seguir  en  tal  liber- 
tad los  imanes  para  publicar  sus  insolentes  fetvas 
(2)  y  el  África  para  enviar  a  sus  santones,  seguramen- 
te en  connivencia  con  los  cadíes  y  los  faquíes  de 
nuestras  Mezquitas,  ¡oh  Abul  Kasin!,  pronto  te  for- 
zarán, como  a  Almansur,  a  encender  hogueras  con 
los  libros  acumulados  en  las  bibliotecas  del  Reino, 
a  derribar  las  estatuas  de  tus  palacios  y  a  destruir 
las  pinturas  que  embellecen  sus  muros. 

ABUL  KASIM 

(Sonriente).     Mira  el  pueblo. 
(La  multitud  sigue  profiriendo  burias  contra  el  Santón, 
quien  gesticula  enardecido,  sin  poder  hacerse  oir). 

EL  SANTÓN 

Y  será  destruido  el  Charadjid,  palacio  pagano 

de  vuestro  Rey,  y...  (La  muchedumbre  aclama  burlesca- 
n^ente  al  Santón,  quien  sigue  gesticulando). 

AMMAR 
Yusuf,  el  califa  africano,  acecha  el  venir  a  Espa- 
ña por  segunda  vez.  Primero,  señor,  cadíes  y  fa- 
quíes, acusándote  de  tibieza  y  de  sumisión  con  res- 
pecto a  los  cristianos,  te  forzaron  a  romper  con  el 
Rey  de  León  y  a  llamar  en  auxilio  de  los  príncipes 
del  Islam,  en  el  Andalus,  al  bárbaro  Yusuff  y  a  sus 
hordas  morabitas.  Ahora,  el  salvaje  comendador  de 


(1)  Doctrinero. 

(2)  Decretos  de  excomuuión. 


24  BLAS  INFANTE 


los  creyentes,  piensa  acaso  volver  a  España,  pero, 
no  ya  como  amigo  y  auxiliar,  sino  como  conquis- 
tador. Y  es  él  quien,  seguramente,  envía  por  delan- 
te de  sí  a  esos  doctrineros,  en  complot  con  los  doc- 
tores de  las  aljamas  (3)  para  sublevar  al  pueblo  con- 
tra tí  y  dominarlo  él,  como  restaurador  del  Islam  y 
protector  de  la  Ley  del  Profeta. 

ABUL  KASIM 

Es  cierto,  Ammar,  que  estoy  a  punto  de  pagar 
muy  cara  mi  impremeditación  cuando  por  primera 
vez  hube  de  llamar  al  califa  moravid,  y  de  despertar 
con  su  visita  a  estos  territorios  su  codicia  por  po- 
seerlos. El  auxilio  hase  tornado  en  bárbara  amenaza. 
Y  esta  amenaza  no  es  Alfonso,  el  derrotado  de  Za- 
laca  por  las  fuerzas  coaligadas  de  Yusuf  y  las  nues- 
tras, quien  ha  de  sufrirla,  cuando  en  realidad  triste 
se  torne.  Somos  nosotros,  los  príncipes  andaluces, 
los  ahora  amenazados  de  ser  desposeídos.  Pero,  en 
cuanto  al  emirato  de  Sevilla,  ¿crees  tú  que  conse- 
guirán las  gentes  de  las  mezquitas,  partidarias  de  la 
intervención  de  Yusuf,  ganar  a  mi  pueblo?  Ya  lo 
ves.  Tanto  o  más  que  a  su  Rey,  repugna  al  pueblo 
el  salvajismo  del  Mogreb. 

ROGERIO 

Jamás  hubiera  podido  concebir  en  mi  pobre  y 
hermosa  Sicilia,  la  existencia  feliz  de  un  pueblo 
coKio  este.  La  Corte  es  una  Academia  presidida 
por  el  príncipe.  Nadie  hay  que  no  sepa  leer  y  escri- 


(3)      Mezquitas. 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  25 

bir.  Los  más  deliciosos  frutos,  aquí  los  he  visto  casi 
de  balde.  Aun  no  he  llegado  a  percibir  por  los  ca- 
minos viajando  alguien  a  pie.  ¿Cómo  podrá  rebe- 
larse contra  tal  rey  tal  pueblo?  Ni  este  pueblo  pue- 
de tener  otro  Emir,  ni  algún  otro  Emir  pudiera  re- 
gir este  pueblo. 

ABUL  KASIM 
Ya  lo  estás  escuchando,  Ammar.  Verdadera- 
mente, Rogerio  conoce  a  mi  pueblo,  aunque  no 
sean  ciertas  las  lisonjas  a  su  Emir. 

AMMAR 

No  hay  pueblo  en  el  cual  no  exista  muchedum- 
bre. En  todo  pueblo,  la  minoría  es  el  pueblo;  la  ma- 
yoría es  la  muchedumbre,  sin  conciencia.  Y,  a  la 
muchedumbre,  la  fuerza  organizada  le  parece  augus- 
ta, cuando  la  potencia  de  esta  fuerza  es  superior  a  su 
potencia  inconsciente.  La  muchedumbre  es  como 
el  agua  que,  no  pudiendo  romper  el  dique,  discurre 
esclava  por  el  cauce  que  viniera  a  abrirla,  un  organi- 
zado poder.  Si  el  poder  de  Yusuf  es  superior  al  tu- 
yo, por  el  cauce  moral  que  le  abra  Yusuf  discurri- 
rá la  muchedumbre  del  Andalus,  hasta  que  a  través 
de  los  siglos,  lentamente,  el  pueblo,  la  minoría,  la 
ordene  por  otras  madres.  Y  si  hoy  la  muchedumbre 
sigue  su  curso  por  el  cauce  que  le  abrieras  tú,  diri- 
giéndose contra  el  califa  africano,  mañana,  cuando 
encuentre  en  este  un  poder  superior  al  tuyo,  por  los 
cauces  de  este  poder  se  lanzará,  señor,  contra  tí 

Mira,  príncipe  mío,  que  los  partidarios  de  Yu- 
suf halagan  el  interés  de  ciertas  clases  poderosas, 


26  *  BLAS  INFANTE 


que  ejercen  dominación  incontrastable,  cuyas  raíces 
son  nada  menos  que  las  conciencias  de  los  muertos 
latentes  en  la  subconciencia  de  los  vivos... 

ABUL  KASIM  ' 

Y  bien,  sí:  los  faquíes  me  acusan  de  ser  irreli- 
gioso; los  cadíes  me  tachan  de  ser  despreciador  de  la 
Ley...  Mi  pueblo  sabe  que  no.  Mi  pueblo  sabe  que 
lo  de  cierto  en  este  asunto  es  que  yo  percibo  esas 
realidades,  religión  y  ley  a  través  de  cristales  más 
transparentes  que  el  cristal  alcoránico;  cristales  lim- 
pios de  sombras  ancestrales,  depurados  por  el  ge- 
nio de  nuestra  raza  y  por  la  reflexión  de  nuestra  Fi- 
losofía.. El  pueblo  mira  también  a  través  de  los  cris- 
tales de  su  Rey.  ¿Cómo,  pues,  podrá  alguna  vez 
seguirles? 

AMMAR 

¿Y  los  mercaderes?  En  tu  reino  sobran  los  in- 
gresos de  Aduanas  para  cubrir  los  gastos  públicos. 
Los  mercaderes  se  quejan,  de  que  de  este  modo  son 
ellos  los  únicos  que  vienen  a  pagar  impuestos.  Ade- 
más, la  rancia  nobleza,  de  abolengo  sirio  o  árabe^ 
protege  a  los  imanes;  y,  todos  unidos,  ¿no  determi- 
narán algún  día,  en  contra  de  tí,  a  la  plebe  esclava? 
¿No  facilitarán  así  su  conquista  al  emperador  de  los 
muslimes  morabitas? 

ROGERIO 

Escuchad...  Otra  vez  pretenden,  en  burla,  hacer 
silencio  para  que  se  oiga  la  voz  del  Santón. 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  27 

(Los  partidarios  de  que  el  Santón  siga  perorando,  impo- 
nen silencio  humorísticamente  a  la  multitud,  con  gestos  y  sig- 
nos.) 

UNO  DE  LA  MULTITUD 

¡Callad!  Dice  el  Santón  que,  si  lo  atendéis,  de- 
clamará sus  últimas  palabras. 

OTROS 
¡Que  las  diga  y  se  vaya! 

OTROS 

¡Callad!  ¡Viva  el  Santón! 

EL  SANTÓN 

Porque  vuestros  príncipes  son  impíos  y  el  pue- 
blo duerme  mientras  el  muezzín  llama  a  los  fíeles, 
desde  los  altos  alminares,  a  la  oración  del  alba- 
porque  desprecian  a  los  imanes  y  forman  en  la  plé- 
yade maldita  de  los  sabios  que  no  respetan  a  Al  Ko- 
ran: porque  los  pueblos  del  Andalus  se  mofan,  con 
sus  emires,  de  los  decretos  de  Alan,  y  están  vacías 
las  Aljamas,  y  las  mujeres  dejan  los  serrallos  y  se 
entregan  a  estudios  de  impiedad,  o  van  por  las  ca- 
lles con  la  faz  descubierta,  y  departen  con  los  hom- 
bres en  escandalosas  tertulias:  esto  dirá  el  Emir  Al- 
mumenín,  el  gran  Califa  Yusuf,  quien  por  la  gracia 
de  Alah,  reina  en  el  África  sobre  los  buenos  musli- 
mes; En  nombre  de  Alah  Grande  y  Misericordioso 
(loado  sea  por  los  siglos)  yo,  el  Emir  de  los  creyen- 
tes, con  el  consejo  de  los  doctores,  declaro  despo- 
seídos a  los  príncipes  del  Islam  en  Occidente... 


28  BLAS  INFANTE 


VARIOS  DEL  AUDITORIO 

¡Fuera!  ¡Fuera!  ¡Puerco! 

EL  SANTÓN 

Sobre  el  armazón  de  piedra  del  gigante  Atlas, 
semillero  de  mis  huestes... 

(La  gritería  de  la  multitud  es  espantosa.  Varios  derriban 
al  Imán  de  su  pedestal). 

AMMAR 

Indignad  o.— ¡Vendrá,  señor,  vendrá!  Escucha 
mi  consejo:  Convoca  aMos  emires;  pacta  alianza  con 
los  cristianos;  asusta  a  los  imanes  y  a  los  espías  de 
Yusuf.  ¡Sé  prudente,  señor! 

ABUL  KASIM 

¡Bah!  «Laprudencia  consiste  en  no  ser  pruden- 
te...» Nada  podríamos  ni  el  pueblo  ni  yo  contra  las 
tribus  morabitas,  las  cuales,  al  querer  el  emperador, 
inundar  pudieran  toda  la  tierra  del  Andalus,  como 
Occéano  impetuoso.  Sólo  queda  una  esperanza:  la 
de  que  el  bárbaro  califa,  entretenido  en  otras  gue- 
rreras ocupaciones,  desdeñe  nuestra  dominación... 

Si  así  no  sucediera...  ¡Y  bien!  Yo  he  soñado 
con  una  bella  muerte  heroica  bajo  la  gloria  de  este 
sol.  Sus  rayos  divinos  juguetearían  en  los  lagos  de 
mi  sangre...  ¡Y  bien!  ¡Todo  sería,  ofrecer  con  mi  san- 
gre, a  mi  sol,  un  espejo  rojo  en  el  cual  vinieran  a 
remirarse  las  irradiaciones  doradas  de  su  vivir  ar- 
diente! 

Vamos,  amigos;  continuemos  fraguando  elpoe- 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  2Q 


ma  por  otras  calles  de  tiendas,  no  profanadas  por  la 
voz  de  África;  ni  inquietadas  por  el  tumulto  del 
pueblo. 

AMMAR 

No  es  preciso.  El  Imán  se  aleja,  prometiendo 
volver. 

EL  SANTÓN 

(Rechiflado  por  el  pueblo,  sale  de  la  escena  gritando).— 
¡Ay  del  pueblo  que  burla  a  los  enviados  de  Alah! 
¡Ya  los  fieles  de  Alkorán  se  aprestan  contra  el  Occi- 
dente impío!  ¡Ya  los  torrentes  desgajados  del  Atlas 
siguen  al  que  por  Alah,  vuela  al  combate!... 

(La  muchedumbre,  vociferando,  sale  tras  del  Santón, 
quien  vuelve  ala  ciudad.  Al  desaparecer  el  tumulto  que  ocul- 
tara una  tienda  de  sedería,  en  el  centro  de  la  escena,  aparece 
Romaiquia,  en  la  puerta,  dispuesta  a  vender  sus  mercancías). 


ABUL  KASIM 
¡Linda  vendedora  nos  ocultaba  el  tumulto! 

(El  rey  se  aproxima  al  lado  de  la  tienda,  en  el  espacio  li- 
bre entre  ésta  y  la  contigua,  desde  el  cual  se  descubre  la  mar- 
gen del  río.  Sus  compañeros  le  siguen,  situándose  todos  en 
dicho  espacio)* 

¿Fué,  acaso,  la  voz  del  Imán  quién  te  evocó 
del  cielo?  (A  Romaiquía)  Hace  poco  hubimos  de  pa- 
sar por  aquí  y  tú  no  te  encontrabas  en  la  puerta  de 
esta  tienda. 


30  BLAS  INFANTE 


ROMAIQUIA 

Yo  he  salido  de  la  tienda  atraída  por  el  grite- 
río de  la  multitud.  Roimaic,  mi  amo^  mientras  el 
Imán  hablaba,  me  dejó  al  cuidado  de  las  mercan- 
cías y  él  fuese  para  la  ciudad,  con  ánimo  de  volver 
pronto.  ¿Desean  comprar  algo  los  señores? 

ABUL  KASIM 

La  seda  que  más  nos  agrada  de  la  tienda  no 
está  en  esas  piezas  de  varios  colores.  Es  la  seda  de 
tu  piel. 

ROMAIQUIA 

(Con  cierta  tristeza)    Está  yá  comprada,  señor. 

ROGERIO 
(Contemplando  la  margen  del  río)    Y  es  claro  y  ver- 
de el  gran  rio:— De  misteriosas  ondinas— Dios  los 
ojos  forjaría— con  el  cristal  de  sus  aguas. 

AMMAR 

(Emulando  a  Rogerio  en  un  pugilato  de  improvisación)— 
Cuando  es  más  bello,  en  la  noche:— El  cadáver  de 
la  luna— que  insepulto  en  los  espacios— Vaga  la 
sombra  encendiendo— en  fosforecente  llama:— en 
cada  onda  del  río— pone  una  mirada  triste:— trému- 
lo fulgor  que  alumbra— como  el  fuego  tembloroso 
— en  que  el  alma  de  los  muertos,— azulada  y  fugi- 
tiva—de la  sepultura  sale... 

ABUL      ASÍM 

¡Bien,  amigos!  Cada  cual  improvisó  según  su 


MOTAMID,     ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  31 

genio.  Cada  cual  percibió  la  belleza  del  río,  según 

«1  cristal  con  que  su  espíritu  mira  al  mundo. 

Yo  la  veo  de  distinto  modo: 

Sierpe  es  el  río  de  plata  fundida — laterada  con 

haces  de  sol. — Con  su  lomo  terso  como  un  diaman- 
te—Yo, un  escudo,  para  el  combate,— fraguaría  res- 
plandeciente... 

ROMAIQUIA 

(Que  ha  observado  con  gran  atención,  escuchando  con 
interés  a  los  poetas).— Ningún  puñal  clavaría  el  escu- 
do;—si  como  el  frío  del  desamparo— común  a  las 
almas  funde— y  en  su  unión  las  fortalece — viniese 
el  frío  de  la  tierra— fundiendo,  heladas,  las  ondas— 
a  forjar  dura  coraza. 

ABUL  KASIM 

(Sorprendido)     ¡Por  Alah,  linda  doncella;  a  to- 
dos nos  superastel 

ROGERIO 

(Asombrado).— ¿Es  posible? 
AMAIAR 

(Secillamente).— No  es  extraño  en  el  Andalus. 
¿Te  gusta  la  poesía,  muchacha? 

ROMAIQUIA 

(Con  gracia  y  desenvoltura).— Soy   la  Poesía,  señor. 
AMMAR 

(Algo  aturdido).— Lo  creo.  ¡La  pregunta  fué  imper- 
tinente! 


32  BLAS  INFANTE 


ABULKASIM 

(Riendo).— ! Por  los  dioses!,  que  las  damas  de  la 
Corte  reiríanse  ahora  de  tu  ingenio  galanteador.  Di- 
me.  tú,  (a  Romaiquía)  que  haces  gala  de  un  genio  poé- 
tico superior  al  de  los  poetas  consagrados  por  la 
fama,  ¿serias  capaz  de  acometer  la  obra  que  voy  a 
encomendarte?  Como  un  portento  creado  por  la 
vida  en  su  trabajoso  ansiar  de  belleza  a  través  de 
los  siglos,  yo,  el  último  de  sus  soldados,  vendría  a 
adorarte  coa  mi  ardiente  fé. 

¿Qué  os  parece,  señores?  ¿Pudiera  esta  mucha- 
cha rematar  el  poema  que  discutíamos  hace  poco? 

AMMAR 

No  sería  imposible,  señor.  Las  más  famosas 
poetisas  que  en  Córdoba  y  Sevilla  emularon  y  emu- 
lan a  la  cantora  de  Lesbos,  no  hubieran  improvisa- 
do tan  pronta  y  bellamente  como  esta  sirviente  de 
un  mercader. 

ROGERIO 

Si  mi  asombro  no  fuese  ya  grande,  bastaría  es- 
te hecho  para  colmarle,  dejándome  pasmado  de  ad- 
miración. 

ABUL  KASIM 

Veamos  hermosa  niña.  Los  señores  y  yo  de- 
partíamos hace  unos  momentos,  investigando  los 
versos  que  mejor  concluyeran  el  poema  este.  (Des- 
enrolla el  pergamino  que  antes  hubo  de  leer).  Un  enamo- 
rado (nadie  deja  de  estarlo  alguna  vez  de  una  sombra  de  be- 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  33 

jlcza:  de  Realidad  Suprema  que  en  vano  se  busca  por  el  Mun- 
do.) finge  haber  llegado  a  conseguir  su  aspiración. 
Sobre  la  Tierra  encuentra  un  ser  celestial:  una  hurí. 
Las  huríes,  según  una  interpretación  de  Alkorán  y 
de  la  Sumna  hecha  por  el  Andalus,  solo  pueden  vi- 
vir respirando  el  ambiente  del  Paraíso.  El  de  la  Tie- 
rra es  impuro  y  denso  y  vendría  a  asfixiarlas,  como 
a  un  hombre  sumergido  en  las  aguas  de  un  infecto 
pantano.  Nuestros  padres,  además,  decían  que  uno 
de  los  efluvios  que  componen  el  paradisíaco  am- 
biente, es  el  de  las  heridas  de  los  muslines  que  mue- 
ren en  los  combates  de  Alah.  Y,  el  enamorado,  he- 
rido de  amor,  dice  en  el  poema:  ¿Es  que  el  efluvio 
de  la  herida  mía,  sobre  la  Tierra  te  fingió  un  Edén? 
Así  solo  puede  explicarse  la  existencia  de  una 

hurí  en  nuestro  planeta. 

He  aquí  como  el  poeta  expresa  su  pensamiento: 

Hurí  de  los  jardines  celestiales,— no  me  con- 
tento con  amar  tu  gracia, — quiero  conocer  y  aspirar 
su  esencia.— Del  radíente  Edén  de  muslimes  fieros 
—en  donde  es  aroma  el  efluviar  de  heridas— de  los 
que  murieron  en  combate  santo— viniste  al  Anda- 
lus, dulce  patria  nuestra— ¿Es  que  el  perfume  de  la 
herida  mía— en  el  Andalus  te  fingió  un  Edén? 

Poco  más  hay  escrito.  Pero  este  poeta  (dirigién- 
dose a  Ammar)  dice:  Si  la  hurí  fué  la  causante  de  la 
herida  de  amor  y  la  hurí  habita  en  el  Paraíso,  ¿có- 
mo el  enamorado  pudo  verla  sobre  la  tierra?  Y  si 
no  la  pudo  ver.  ¿cómo  llegó  su  visión  a  herirle?  Y 

3 


34  BLAS  INFANTE 


$i  no  le  hirió,  ¿cómo  pudo  emanar  su  herida  el  pa- 
radisíaco ambiente  que  sobre  la  tieria  fingió  un 

Edén  atrayendo  engañada  a  la  hurí? 

Y  así  departíamos  cuando  la  voz  del  Imán  hu- 
bo de  convocarnos  con  la  muóhcdumbre  frente  a  la 
puerta  de  tu  tienda. 

AMMAR 

(Mirando  expresivamente  al  príncipe.)  Muchacha: 
puesto  que  aceptamos  tu  bello  arbitraje,  ¿quién  te- 
nía razón,  el  crítico  o  el  poeta? 

ROMAIQUIA 

Un  poeta  no  ñngido,  jamás  se  equivoca.  Un 
corrector  sinctro,  siempre  puede  tener  razón.  Yo 
compuse  poesías  a  hurtadillas  de  mi  amo  el  merca- 
der. 

No  sé  si  podré  acertar  a  completar  la  obra  de 
un  poeta  famoso,  resolviendo  las  contradicciones 
del  poema. 

Pero,  dadme,  señores;  haré  por  continuarlo. 

ABUL  KASIM 

(Emocionado  y  significativo.)     ¿Serás  tú  la  hurí?  Sí 

lo  eres,  haz  lo  que  dices! 

(El  Rey  entrega  a  la  doncella  el  pergamino.) 

ROMAIQUIA 
(E'mpieza  a  leer  en  silencio.  Después  continúa  a    mcdi 

voz.)    ¿Es  que  el  perfume  de  la  herida  mía— en  el 


1 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  35 

Andalus  te  fingió  un  Edén?— Porque  esta  herida 
que  tu  amor  causara— no  exhala  de  macho  temblo- 
roso—que lujuria  aulla  en  la  selva  virgen — ergui- 
das las  cerdas  crepitantes— el  acre  olor,  nuncio  a  las 
ninfas,— de  Pan  en  el  sagrado  bosque;— cuyo  seno 
misterioso  guarda— la  pureza  de  celestes  lagos... 

(Romaiquia  calla  unos  momentos,  reconcentrándose  en 
sí;  el  pergamino  cae  de  sus  lindas  manos  y  sigue  recitando  con 
Toz  queda  y  temblorosa,  con  voz  de  iluminada.) 

Ansia  de  belleza  mana  mi  herida,— ansia  de  be- 
lleza pura  e  inmortal...— ¡Oh,  tú,  muslim  que  en  el 
combate  mueres— por  la  santa  causa  de  Alah  pode- 
roso!—Tu  anhele  es  igual  al  anhelo  mío;  igual  es 
la  herida  que  mana  tu  anhelo,— si  la  muerte  no 
afrontas  como  vasallo— que  esclavo  servil,  adulan- 
do ofrenda— su  vida  humillada  a  un  alto  señor... — 
Hombres  potentes  y  bellos  y  heroicos— Amor  y 
Dolor;  Fuerzas  y  sonrisas,— gestos  todos  de  Natura 
madre,— dioses  fueron  y  copas  vacías,— apenas  gus- 
tados, de  esencia  inmortal.— Amor  a  estos  dioses, 
herida  es  de  Dios.— Vacías  las  copas,  los  hombres 
sedientos:— Más,  gritan,  más;  y,  alados  creando— en 
Alah  del  cielo  que  no  vieron  nunca— la  copa  sin  fin 
de  un  eterno  Dios,— al  combate  van  por  saciar  en 
ella— su  sed  de  belleza  para  no  morir.— Mujeres, 
destellos  de  mujer  celeste— de  celeste  mujer,  mati- 
ces distintos,— irisaciones  de  una  belleza,— luz  que 
sois  varia,  una  en  el  seno— de  la  blanca  luz  de  Fe- 
minidad.—Los  hombres  os  aman  y  apenas  gusta- 


36  BLAS  INFANTE 


das — vacías  las  copas,  los  hombres  sedientos:— ¡Más, 
gritan,  más!,  y  alados  buscando— en  mujer  celeste 
que  no  vieron  nunca— la  copa  sin  fin  de  suma  mu- 
jer—al combate  van,  y  crean  a  Afrodita.— Copa  de 
mujer  que  jamás  se  extingue,— esencia  inmortal  de 
mujeres  todas— de  toda  mujer,  resumen  divino...  Y 
así  de  belleza,  hidrópicos  siempre,— de  mujeres  y 
dioses  la  esencia  absoluta— buscando  en  la  tierra 
vendréis  a  crear— la  divinidad  una  que  a  toda  belle- 
za—en una  belleza  vendrá  a  resumir.  —  ¡Será  la 
Belleza  Suma  de  Alah...! 

Ansias  de  belleza  mana  mi  heria— ansias  de  be- 
lleza pura  e  inmortal— ansias  de  Dios  que  fraguan 
a  Dios— ansias  de  Edén  que  crean  el  Edén.— En  el 
creado  Edén  son  el  aroma— que  a  aspirarse  viene 
como  premio  santo— y  al  ser  mis  ansias  ambiente 
del  cielo— ¡el  ambiente  del  cielo  es  de  bella  inquie- 
tud...! 

Y,  así,  ¡oh  hurí!,  te  atrajo  a  la  Tierra— del  cie- 
lo perfume...  el  anhelo  mío... 

Hurí  de  los  jardines  de  Mohamed.— Mujer  ce- 
leste del  Edén  de  Alah,— no  me  contento  con  amar 
tu  gracia,— quiero  fundirme  con  tu  suma  esencia... 

(La  voz  de  Romaiquia  tiene  una  sublime  vibración  pro- 
íética  y  se  timbra  al  final  de  dulzura  suave  y  temblorosa.) 


ABUL  KASÍM 
(Conmovido.)  ¿Quién  eres,  di? 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  37 


ROMAIQUIA 

Me  Hamo  Itimad:  pero  todo  me  dicen  Romai- 
quia;  porque  mi  dueño  es  Romaic. 

ABUL  KASIM 

Pues  bien,  Itimad:  a  tí  buscaba  yo.  Quiero  lle- 
varte y  nada  se  opondrá  a  mi  propósito.  (Vehemente) 
Ammar,  vé  y  que  traigan  una  litera. 

(El  Rey  señala  a  Ammar  el  camino  de  la  ciudad  con  ges- 
to imperativo.  Ammar  sale  a  cumplir  el  mandato.) 

ROGERIO     ■ 

Dime,  por  tu  vida,  Romaiquia.  el  dramático 
misterio  que  esencie  la  historia  de  tu  existencia. 

ROMAIQUIA 

Ninguno,  señor.  Quedé  huérfana  a  los  pocos 
años.  Mi  padre  fué  guerrero.  Sola  y  niña  hubo  de 
tomarme  Romaic. 

ABUL  KASIM 

Itimad:  He  enviado  por  una  litera  para  con- 
ducirte. Me  dejé  arrastrar  por  el  impulso  de  mi  ve- 
hemencia... Quiero,  no  obstante,  consultar  tu  volun- 
tad soberana. 

¿Te  agradará  venir  conmigo? 

ROMAIQUIA 

Yo... 

ABUL  KASIM 

¿No  quieres?  Tú  lo  has  dicho:  la  poesía  eres 


38  BLAS  INFANTE 


tú.  ¿Por  qué  ha  de  estar  la  poesía  esclavizada  en  la 
tienda  de  un  mercader?  Para  ella,  el  Poeta,  en  su 
espíritu,  tiene  un  templo;  y  el  Príncipe  te  brinda  en 
su  Alcázar,  un  pobre  Palacio. 

ROMAIQUIA 
¿El  Príncipe...? 

ABUL  KASIM 

Quiero  que  ahora  conozcas  únicamente  al  Poe- 
ta, (Se  levanta  el  capuchón  de  modo  que  sólo  Romaiquía  le 
contemple  el  semblante.) 

Itimad:  yo  hube  de  decir  en  cierta  ocasión:  la 
Belleza  existe;  la  Copa  no  la  encuentro. 

Bostan  unos  puntos  suspensivos  para  rectificar 
ahora  la  blasfemia  de  un  instante. 

La  Copa  de  las  bellas  plenitudes— en  que  be- 
ber aspira  mi  inmortal  anhelo,— esa  Copa  de  infini- 
ta fragancia,  —  ¡es  tu  boca,  Romaiquia!  ¡Itimad: 
eres  tú! 

Eternidad  de  inquietudes  divinas, — llegará  un 
instante,  luminoso  abismo, — que  abrirá  ante  mi 
Eternidad  mejor,— ansias  potentes  que  aspirando 
crean,— en  combate  sin  tregua,  la  Realidad,  al  fin — 
mis  ansias  de  belleza,  eternal  Romaiquia, — en  tí  en- 
carnaron soberano  aliento— y  crearon  en  tí,  el  He- 
cho Divino. 

Ven,  conmigo. 

ROMAIQUIA 

¿Lo  permitirá  mi  dueño? 


MOTAMiD,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  39 


ABULKASLM 

Itimad:  yo  creo  en  la  esclavitud.  Esclavos  son 
los  hombres  que  necesitan  señor.  Libre  es  el  hom- 
bre que  se  siente  y  cree  señor  y  que  como  a  señor 
se  gobierna  y  gobierna  a  los  demás. 

¡Malditas  leyes  que  hacen  de  la  Ley  caricatura! 

|Tú  eres  libre!  ¡Tal  vez  sea  tu  esclavo  tu  señor! 

ROMAIQUIA 

He  aquí  que  mi  señor  llega. 

(Romaic,  el  viejo  mercader,  arriba,  en  efecto  de  la  ciu- 
dad. Primero  mira  con  extrañeza  a  los  encapuch  iados  ante  sm 
tienda.  Después  con  desconñanza.) 

ROMAIC 

(Aproximándose).— ¿Desean  comprar  algo  los  se- 
ñores? 

ABUL  KASIM 

Deseamos  redimir  la  libertad  de  tu  señora,»  Ro- 
maiquia. 

EL  MERCADER 

(Con  ira.)  No  tengo  a  esta  muchacha  para  ateso- 
rar galanteos  de  jóvenes  desocupados. 

ABULKASIN 

Formalmente,  te  propongo  la  cesión  de  tu  sir- 


40  BLAS  INFANTE 


vienta.  Cuanto  me  pidas  por  ella,  yo  llegaré  a  dár- 
telo. 

ROMAIC 

Aquí  se  compran  objetos  y  se  viene  a  pagar  en 
moneda  real. 

ABUL  KASIM 

Moneda  real  yo  te  entregaré,  Romaic. 

(Los  ojos  del  mercader  empieza  a  brillar  de  codicia.  N© 
obstante,  vacila  aún.  Cree  todavía  que  aquella  gente  noble  y 
desocupada  pretende  embromarle.) 

Buen  Romaic,  pide.  ¿Cuánto  deseas  recibir  a 
cambio  de  la  cesión?  Cuanto  exijas,  te  será  pagado. 

ROMAIC 

(Ablandándose.)  ¿Pero  hablas  formalmente,  se- 
ñor? . 

(Ammar  llega  dentro  de  la  litera  que  conducen  dos  ja- 
yanes.) 

AMMAR 

(Saliendo  de  la  Hiera.)  Tu  mandato  fué  cumplido, 
señor.  Aquí  tienes  la  litera  para  conducir  a  la  joven. 

ROMAIC 

(Dándose  cuenta  de  que  le  pretenden  arrebatar  a  Ro- 
maiquia.)  ¡Adentro,  Romaiquia!  ¡Obedece! 

ABUL  KASIN 

^Señalando  a  la  muchacha  la   litera.)   ¡Adentro,    Itl- 

maó...! 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  41 


ROAMIC 

(Interponiéndose.)  ¡Eso  no  será! 
AMMAR 

¡Atrás,  esclavo! 

(Ammar  rechaza  al  mercader  contra  la  tienda  y  le  arro- 
ja una  bolsa  de  oro.) 

ROMAIC 

(Cogiendo  la  bolsa  y  vislumbrando  en  la  resistencia  un 
mejor  negocio.)  ¿Así  vas  a  olvidarme,  Romaiquia? 
¡Favor,  favor,  que  me  roban  mi  tienda! 

ROGERIO 

(Tapándole  rápidamente  la  boca.)  ¿Callarás,  maldito? 

(Omar,  el  soldado  vigilante  puesto  por  el  Halcón  Gris 
para  seguir  a  los  tres  caballeros,  interviene  rápidamente.  La 
gente  empieza  a  aglomerarse  ante  la  puerta  de  la  tienda.  Du- 
rante el  curso  de  esta  escena,  no  dejan  de  llegar  pasean  tes 
que  asisten  curiosos  al  suceso.  Los  mercaderes  salen  de  sus 
tiendas  para  presenciar  también  el  desarrollo  de  la  cuestión. 

OMAR 

No  hay  derecho  a  hacer  fuerza  a  nadie.  ¿Qué 

pretendéis^  caballeros? 

ROGERIO 
Este  hombre  (señalando  a  Romaic )  nos  ha  cedido 
su  sirvienta  a  cambio  de  la  bolsa  de  oro  que  ves  en 
sus  manos. 

AMMAR 

Y,  ahora,  el  malvado  no  quiere  dejárnosla  ve- 
nir. 


42  BLAS  INFANTE 


ROMAIC 

¡Mientes!  ¡Mientes!  ;Yo  no  la  he  cedido!  ¡Es 
falso,  es  falso...! 

AMMAR 

Levantando   el   cortinaje  de    ]a  litera,  sin  hacer  caos- 
del  soldado  ni  del  mercader.— Pasa,  señora,  (invitando  a 
Itini  ad,  a  quien  toca  en  el  brazo. 

ROMAIC 

jNo  será,  no  será...! 

OMAR 

Tiene  razón  este  hombre.  ¡Eh,  tú!  (A  Ammar.) 
Deja  a  la  muchacha.  Y  vosotros  (a  ios  jayanes)  llevaos 
la  litera.  Venid  y  resolverá  este  pleito  el  cadí  de  los 
mercados. 

AMMAR 
(A  los  jayanes.)  ¡Permanece  aquí!  ¡Lo  mando  yo! 


PBMBlm  ¥1! 


El  Halcón  Gris  entra  en  escena  acompañado  de  varios 
soldados.  Los  mercaderes  murmuran  a  favor  de  Romaic;  entre 
el  pueblo  se  dividen  las  opiniones. 

UN    MERCADER 

Tiene  razón  Romaic.  ¿Por  qué  ha  de  perder  su 
sirvienta?  Es  suya. 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  ÍEVILLA  43 

UNO  DEL  PUEBLQ 

¡Que  diga  ella  misma  con  quién  prefiere  mar- 
char y  que  se  haga  tal  como  su  voluntad  lo  qniera! 

VARIOS   DEL    PUEBLO 

¡Muy  bien,  muy  bien!  ¡Que  sea  hecha  su  vo- 
luntad! 

OTROS 

Que  los  lleven  ante  el  cadí. 

EL  HALCÓN 

¡Callad  y  abrid  paso!  (se  lo  abre  a  fticrza  de  puños). 

VARIOS    DEL    PUEBLO 

¡El  Halcón!... 

EL   HALCÓN 

¿Qué  ocurre,  Ornar? 

OMAR 

Ocurre  que  estos  hombres  se  empeñan  en  lle- 
varse en  la  litera  a  esta  muchacha.  Su  dueño  el  mer- 
cader Romaic,  se  niega  a  ello.  Los  señores,  sin  em- 
bargo, alegan  que  éste  hubo  de  cedérselas  por  una 
bolsa  de  oro. 

EL   HALCÓN 

Bien  suponía  yo  que  estos  encapuchados  venían 
a  turbar  la  paz  en  el  mercado  y  a  burlarse  de  los 


44  BLAS  INFANTE 


vendedores.  Muchachos:  Llevadlos  al  cadí  y  que 
aclare  la  Justicia  este  asunto. 

AMMAR 

Por  el  Halcón.— ¡Imbécil! 

A  Abul  Kasím.~¡Te  van  a  descubrir,  señor! 

EL  HALCÓN 
A  Ammar  en  tono  autoritario.— ¿Qué   es  lo  que   tú 

murmuras? 

AMMAR 

Entono  despectivo.— Digo  lo  que  me  parece. 

EL  HALCÓN 

Amoscado.— Ten  la  lengua  y  dinos  quién  eres. 

AMMAR 

¿Qué  te  importa? 

EL   HALCÓN 

A  Rogerio  a  quien  tiene  cerca  de  sí. — ¡Eh,  tú,  levanta 
el  capuchón! 

El  Halcón  destoca  la  cabeza  a  Rogerio,  descubriéndole  el 
el  semblante. 

ROGERIO 
¡Miserable! 

EL  HALCÓN 

¡Ea,  ya  se  cansó  el  Halcón  de  aguantar  el  mis- 
terio! (Gritando  a  sus  soldados).  ¡Coged  a  ese!  (por  Am- 
mar. 


MOTAMID,  ULTIMO   REY  DE  SEVILLA  45 

Y  tú  (se  dirige  a  Abul  Kansim)  ¡descubre  el  rostro 
enseguida! 

El  Rey  rehuye  la  acometida  y  se  separa  unos  pasos  del 
Halcón. 

¿No  quieres?  lo  harás  de  grado  a  por  fuerza 
Intentando  sujetarle  agarrándosele  al  alquicel. 

ROGEEIO 

(Desnudando  la  espada).  ¡Atrás,  malvado! 

AMMAR 

(imitando  a  Rogerio).  ¡Quieto,  Halcón,  O  te  atra- 
vieso el  vientre! 

EL    HALCÓN 

(A  sus  soldados).  ¡A  ellos,  muchachos!... 

Los  soldados  esgrimen  los  alfanjes  y  se  disponen  a  aco- 
meter a  los  rebeldes.  La  multitud  rehuye  y  hace  cerco  a  los 
combatientes.  Romaiquia  se  cubre  el  rostro  con  las  manos, 
Romaic  se  sitúa  aterrado  adentro  del  dintel  de  su  tienda. 

ABUL  KASIM 

¡Teneos  todos!  (con  voz  autoritaria)  ¿Qué  deseas. 
Halcón?  ¿Llevarnos  ante  el  cadí?  ¡He  aquí  la  voz  del 
que  está  por  encima  del  cadí  de  los  cadíes!  Itimad 
quiere  venir  con  nosotros  y  esto  se  lo  impide  su 
dueño  Romaic.  Decid:  ¿Puede  ser  esclava  de  su  va- 
sallo, una  reina?  Las  leyes  todas  aspiran  a  traducir 
en  el  mundo  la  ley  que  Alah  para  el  mundo  vino  a 
promulgar  desde  el  Cielo.  Y  esta  ley,  al  noble  de 


46  BLAS  INFANTE 


espíritu,  hizo  libre  y  señor  del  ruía  de  alma,  a  quien 
naturalizó  eselavo.  Y  el  espíritu  soberano  Alah  lo 
ungió  Rey  desde  el  principio  de  los  siglos,  otorgán- 
dole plena  potestad  para  derogar  las  leyes  contra- 
rias a  la  Ley  de  Alah... 

EL  HALCÓN 

(Impaciente)  A  callar  y  a  obedecer,  charlatán  en- 
-capuchado.  ¿Te  vas  a  burlar  de  mí?  ¡Eh,  u  os  ren 
dís  de  buen  grado  o  por  Alah  que,  vivos  o  muertos, 
ante  el  cadí  habréis  de  ser  conducidos! 

AMMAR 

Quier©  hablarte,  Halcón.  ¿No  consentirás  en 
escucharme  unas  cuantas  palabras  en  secreto? 

EL  HALCÓN 

El  Halcón  no  oirá  nada  secreto.  El  Halcón 
quiere  jugar  claramente  en  todos  los  asuntos.  Y  me- 
nos que  a  nadie  a  tí,  que  te  mantienes  con  la  capucha 
calada  y  el  alfange  en  la  diestra. 

¡Ea,  rendios  los  dos!  (a  Rogerio  y  a  Ammar  que  es- 
grimen aún  sus  armas). 

¿No  queréis?  ¡Pues  matadlos!  (en  tono  de  mando 
a  sus  soldados). 

(Los  soldados  van  a  acometer  nuevamente,  defendiéndo- 
se Rogerio  y  Ammar). 

ABUL    KASIM 

(A  los  dos  caballeros)  Ammar,  Rogerio:  ¡Volved 
las  armas  ai  cinto! 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  47 

(Los  dos  señores  obedecen  con  sumisión). 
¡Quietos,  soldados  de  la  guardia.  Lo  mando  yo! 
(Los  soldados  se  detiene  un  tanto,  contenidos  por  el  im- 
perativo del  Rey). 

EL  HALCÓN 

(Iracundo  a  sus  soldados).  ¡Amarradlos,  y  sea  el 
primero  este  charlatán  que  osa  ordenar  en  donde 
está  el  Halcón  Gris! 

ABUL   KASIM 

Dice  el  que  está  por  encima  del  Cadí  de  los 
cadíes:  ¡Halcón;  paso  a  tu  Reina!... 

Abul  Kasin  sonriente,  se  destoca  la  cabeza  descubrien  do 
•éí  rostro). 

EL  HALCÓN 
(Asombrado).      ¡El  Rey! 

LOS  SOLDADOS  Y  EL  PUEBLO 
(Respetuosos).     ¡El  Emir! 

ROMAIC  Y  ALGUNOS  MERCADERES 

¡Señor! 

(Todos  se  inclinan  y  retroceden,  mostrando  un  respeto 
religioso.  Romaic  llega  a  tocar  con  la  frente  el  suelo). 

ABUL   KASIM 

(A  los  jayanes  que  conducen  la  litera).     ¡Acercaos! 
(A  Itimad).      Entra,  señora.  (El  Rey  invita  a  Romai- 
quia  a  pasar  al  interior  del  vehículo,  inclinándose  ante  ella 


48  BLAS  INFANTE 


mientras  sostiene  el  cortinaje.  Romaiquia,  silenciosa,  obedece 
a  Abul  Kasim). 

(Al  pueblo).  Has  de  saber,  pueblo,  que  es  fun- 
ción del  verdadero  soberano  investigar  y  alumbrar 
la  realeza  oculta.  Y,  en  esta  tienda,  se  alojaba  una 
realeza  escondida.  (A  Romaic)  Mercader:  ve  mañana  a 
Palacio  por  el  precio  que  a  tu  arbitrio  fijares  como 
valor  de  la  que  fué  tu  sirvienta.  Para  tí  era  una  escla- 
va. Para  mí  es  una  Reina.  La  Reina  Itimad.  Por  ser 
uno  con  esta  Reina,  mi  nombre  será  el  mismo  suyo 
en  nombre  de  varón:  Ella  se  llama  Itimad.  Yo  me 
llamaré  Motamid... 

El  Rey  penetra  en  la  litera  con  Romaiquia.  Los  soldados 
presentan  las  armas,  y  la  muchedumbre  extiende  los  brazos 
en  señal  de  sumisión,  mientras  el  vehículo,  conducido  por  los 
jayanes,  empieza  a  marchar,  hacia  la  ciudad,  seguido  por 
Ammar  y  Rogerio. 

VAI^IAS  VOCES 

¡Salud  al  Rey  Motamid! 

OTRAS   VOCES 

i  Guarde  Alah  al  Emir  de  Sevilla! 


JORNRDR  SEGUNDA 
Gl  triunfo  de  la  T{ealeza 


Escenario 

Salón  de  la  Reina  en  el  Alkázar  de  Córdoba. 

En  el  fondo,  un  ajimez  con  vistas  a  la  Sierra. 

Las  puertas  del  ajimez  están  cerradas. 

Es  de  noche.  HABIBAH  y  AIXA  se  ocupan  en  el  exor- 
no del  salón.  Dirigen  a  los  criados,  quienes  cuelgan  tapices, 
tienden  alfombras  y  disponen  la  colocación  de  luces,  pebe- 
teros, cogines,  etc.,  los  cuales  objetos  van  entrando  otros 
servidores  del  Palacio. 

HABIBAH 

(Con  cierta  languidez).— jOh,  Aixa  mía!  ¡Con  cuán- 
ta pena  hube  de  salir  esta  tarde  de  Medina  Zahara! 

¡Qué  bellos  días  los  de  nuestro  descanso  en  la 
encantada  ciudad!  Jamás  los  ojos,  siempre  abiertos 
de  la  favorita  del  gran  califa  Abderramán,  los  ojos 
de  fijo  y  expresivo  mirar  de  la  estatua  de  Zahara, 
tallada  en  la  puerta  del  Palacio;  jamás  vieron  entrar 


52  BLAS  INFANTE 


en  el  magnífico  recinto  de  la  Medina,  un  tan  lucida 
y  brillante  cortejo. 

AIXA 

Sin  embargo,  el  Palacio  ha  perdido  mucho 
desde  la  época  de  Abderramán  y  Aíaken. 

HABIBAH 

Sí.  Durante  el  gobierno  de  la  República  Cor- 
dobesa, la  Medina  hubo  de  sufrir  un  lamentable 
abandono.  Los  ojos  de  la  imagen  de  Zahara,  en  su 
eterno  mirar  hacia  el  valle  riente,  extrañarían  duran- 
te todo  ese  tiempo  el  silencio  de  olvido  de  su  poé- 
tica tumba,  aguardando  en  vano  la  irrupción  de 
aquellas  oleadas  de  clamores  y  de  colores  que  du- 
rante los  días  de  la  grandeza  imperial,  se  llega- 
ban a  la  gran  plaza  para  concertar  en  los  torneos 
reales,  poemas  brillantes,  con  el  ritmo  armonioso 
del  sonido  y  de  la  luz.  Cada  caballero  jugaba  un 
verso;  cada  dama  una  estrofa,  en  aquellos  poemas 
sonoros  y  resplandecientes. 

La  Princesa  muerta,  dejó  también  de  ser  arru- 
llada en  su  sueño  divino,  por  la  dulce  salmodia  de 
los  versos  nostálgicos  cantados  por  las  princesas 
vivas,  con  voces  de  plata,  en  la  azul  transparencia 
de  las  noches  del  Andalus.  jDelicadas  princesas,  para 
siempre  enmudecidas,  que  en  los  jardines  edénicos 
del  Palacio  más  bello  de  la  tierra,  rivalizaban  en  ins- 
piración con  la  suprema  poetisa  de  Mitilene! 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  53 

II  ■        >       ■!        *»■  ■■- ■       ■    ■  ■—.■■■■  ■- ■  ■  I  I  ..^    ■  ■  ■■        ■  ■„  —  — ■ 

Pero  los  buenos  tiempos  volverán  para  la  Me- 
dina. Motamid  quiere  restaurarla  para  mansión  de 
Itimad.  ¿Desde  cuándo,  Aixa,  no  te  has  recreado  por 
aquellos  jardines? 

AIXA 

Desde  la  anterior  estancia  de  Romaiquia  en 
Córdoba.  También  hubimos  de  gozar  allí  un  agra- 
dable descanso. 

HABIBAH 

¡Si  tú  hubieras  visto,  Aixa  amiga!  Hemos  des- 
cansado en  Medina  durante  tres  días  inolvidables. 
A  toda  hora,  el  certamen  ha  estado  abierto.  Hom- 
bres y  mujeres  en  continuo  pugilato  poético,  cientí- 
fico o  artístico;  interrumpido  a  veces  por  las  trave- 
suras de  Itimad.  Todos  los  atardeceres,  en  la  gran 
plaza  que,  ante  el  Pórtico  principal,  se  extiende  are- 
nosa, los  jóvenes  caballeros  y  los  principales  vazires, 
contenerán  en  torneos  airosos.  Las  veladas,  jugába- 
mos en  los  jardines,  adornando  los  árboles  y  los 

macizos  de  flores  con  iluminaciones '  fantásticas 

Aixa:  ¿tú  no  conoces  al  Djaili? 

AIXA 

¿No  es  un  poeta  de  la  Corte?  Versos  suyos,  sí 
recuerdo  haber  leído.  Pero  al  Djaili  no  le  conozco. 

HABIBAH 
Pronto  habrás  de  conocerle,  pues  en  breve  lie- 


54  BLAS  INFANTE 


gara  a  Córdoba...  ¿Te  parece,  Aixa,  que  demos  ya 
por  concluido  el  exorno  del  Salón? 

AIXA 
Creo  que  está  ya  suficientemente  arreglado 

para  recibir  a  la  Reina.  (A  los  criados  que,  habiendo  con- 
cluido, aguardan  órdenes  junto  a  la  puert»  del  Salón), 
Podéis  retiraros.  (Loscriados  se  retiran). 

HABIBAH 

Pues,  sí,  Aixa:  el  Djaili  es  muy  divertido.  Yo 
gozo  mucho  haciéndole  rabiar.  ¡Cómo  nos  ha  dis- 
traído! Es  un  tarabilla  que  habla  en  verso.  Inocente 
y  candoroso,  siempre  estábamos  ideando  travesuras 
para  reírnos  de  él. 

Verás  una: 

¿Conoces  a  Thofail,  el  filósofo? 

AIXA 

jYa  lo  creo!  Es  hombre  muy  serio,  excesiva- 
mente circunspecto  y  no  a  propósito  para  jugar 
bromas. 

HABIBAH 

(Riendo).— Pues  hubo  de  jugarla  a  la  fuerza. 
Verás.  Una  noche,  la  primera  de  nuestra  estancia  en 
la  Medina,  Itimad  dijo  a  Thofail.— «Filósofo,  acom- 
pañante mañana  al  amanecer  en  una  excursión  que 
haremos  a  la  Alquería  de  Ben  Abbás.  Este  me  ha 
ponderado  su  labranza  y  quiero  verla.  Solamente 
nos  acompañarán  Myriam  y  Ben  Alwacil,  el  inge- 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  55 

niero  de  los  riegos.  Una  nave  nos  aguardará  en  la 
Ribera  del  Rio».— Enseguida,  Thofail,  fuese  a  acos- 
tar, para  levantarse  al  amanecer,  agradeciendo  el 
honor  que  le  hacía  la  señora.  Y  con  ella  fué  el  des- 
prevenido filósofo  a  la  excursión.  Nosotros,  enton- 
ces, los  que  habíamos  concertado  la  broma  con  Ro- 
maiquia,  apenas  los  vimos  marchar,  hubimos  de  en- 
trar en  el  cuarto  de  Thofail.  Los  conjurados  éra- 
mos solamente,  Hixen  el  médico,  Sobheya  la  cama- 
rista, y  yo.  Hicimos  un  muñeco  de  serrín  y  lo  me- 
timos en  un  féretro,  el  cual  vinimos  a  colocar,  en- 
vuelto en  un  sudario,  en  el  mismo  centro  del  cuar- 
to del  filósofo.  Entonces,  Hixem,  se  situó  gravemen- 
te a  la  cabecera  del  féretro  y  nosotras  salimos  a 
llamar  a  unas  criadas  para  que,  dolientes,  plañeran. 

¡Por  Alah,  que  hubimos  de  escandalizar  el  Pa- 
lacio en  todas  direcciones!,  porque  por  todos  los 
corredoras  y  galerías  íbamos  gritando:  ¡Ay,  pobre 
Thofail,  que  ha  muerto  de  repente!  ¡Ay,  pobre  Tho- 
fail, cómo  se  va  a  disgustar  el  Rey!...  ¡Ay,  pobre 
Thofail,  que  gran  fiilósofq  pierde  el  Andalus! 

Todos  los  caballeros  y  todas  las  damas  íbanse 
despertando  al  oir  nuestros  gritos;  y,  luego,  corrían 
todos  hacia  las  habitaciones  de  Thofaii,  preguntan- 
do: «Pero,  ¿qué  ha  ocurrido? >  Y  unos  a  otros  se 
respondían:  «Dicen  que  Thofail,  el  filósofo,  ha  muer- 
to de  repente. >  Así  fueron  llegándose,  durante  toda 
la  mañana,  a  la  habitación  del  féretro,  en  cuya  ca- 
becera, con  lúgubre  aspecto,  encontrábase  el  médi- 


56  BLAS  INFANTE 


co  del  Rey,  Hixem.  ¡Pobrecito!  ¿De  qué  ha  muerto? 
preguntaban  los  recien  llegados:  Hixem  repetía 
tristemente:  «De  una  apoplegía,  señores.» 

Hasta  que  vimos  aparecer  al  Djaili,  quien,  des- 
de que  se  enteró  en  su  alojamiento,  para  no  dejar  de 
hablar,  empezó  a  enumerar  y  a  criticar  las  obras  del 
filósofo  difunto;  y,  así,  ocupado  en  esta  tarea,  venía 
andando  por  los  corredores.  «¿De  qué  ha  muerto?» 
—preguntó  el  Djaili,  en  llegando  a  la  cámara  mor- 
tuoria. Hixem  contestó:  «De  una  apoplegía».— El 
Djaili,  entremetido  como  siempre,  replicó,  — «Hay 
que  embalsamarle  y  llevarle  a  Córdoba.  Merece  el 
difunto,  que  el  Rey  asista  a  su  entierro,  descubierto, 
a  la  cabeza  de  la  comitiva,  como  hace  en  los  entie- 
rros de  todos  los  sabios.»— «No  puede  ser,  alegó  el 
médico.  Está  muy  corrompido  y  habrá  necesidad  de 
enterrarle  enseguida.»— «No  huele»,  volvió  a  decir 
el  Djaili.— «Olerá  pronto»,  replicó  el  médico. 

En  efecto,  el  médico  había  preparado,  con  no 
sé  qué  drogas  infernales,  una  pequeña  cajita,  la 
cual,  en  abriéndola  exhalaba  un  olor  insoportable, 
como  de  cadáver  corrompido.  Tenía  depositada  la 
caja  debajo  del  muñeco,  e  inclinándose  hacia  el  fé- 
retro, como  para  reconocer  a  Thofail,  abrió  la  caji- 
ta. A  poco,  el  Djaili  se  llevó  las  manos  a  las  narices 
y  exclamó  espantado:  «¡Ya  huele...!»  Yo,  entonces, 
desde  la  puerta  de  la  estancia,  le  imploré  llorando: 
«¡Oh,  Djaili,  ¿quién  mejor  que  tú  para  componer 
un  epitafio  en  honor  de  Thofail?» 


4 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  57 

Rodeado  por  todos,  se  sentó  a  escribir  en  la 
habitación  contigua  y,  en  un  pergamino,  fraguó  el 
epitafio  más  dolorido  y  quejumbroso,  más  pompo- 
so y  erudito  que  jamás  se  compusiera  a  ningún 
muerto  ilustre. 

—¡Firma  con  letra  muy  grande,  Djaili! — dije 
yo  conmovida.— Lo  merece  ese  poema. 

El  cuitado,  envanecido,  escribió  su  nombre  con 
letra  tan  grande  que  desde  muy  lejos  perfectamen- 
te se  percibía.— «Ahora^  continué,  cuelga  el  epitafio 
en  la  cabecera  del  lecho  mortuorio». —El  Djaili, 
con  la  mano  sobre  la  nariz,  entró  orgulloso  en  el 
cuarto  fúnebre  y  clavó  el  pergamino  sobre  el  lugar 
indicado. 

Por  la  tarde  se  hizo  el  entierro.  La  Corte  en- 
tera asistió  al  acto,  contristada.  El  Djaili  repetía  a 
todo  el  mundo  su  epitafio. 

A  media  noche  regresó  inopinadamente,  la  Se- 
ñora, con  los  excursionistas.  Todos  la  aguardaban 
al  siguiente  día,  y  nadie  había  despierto  en  el  Pala- 
cio. Thofail,  pidió  permiso  para  acostarse,  y  se  fué 
a  su  habitación. 

A  poco,  los  conjurados  le  oímos  gritar:  <¡Por 
los  dioses,  imbécil  ¿ioeta,  que  no  te  burlarás  más  de 
mí  con  grotescos  epitafios  e  inundándome  el  cuarto 
con  olores  nauseabiuidos!» 

Ocultos,  vimos  a  Thofail  quien,  trémulo  de  ira, 
salía  de  su  albergue  y  se  llegaba,  entrando  en  la 
habitación  del  Djaüi.  Figúrate,  Aixa,  la  impresión 


58  BLAS  INFANTE 


del  poeta  al  verse  zamarreado  en  la  cama  por  un 
hombre  a  quien  había  visto  cadáver  putrefacto  y  a 
cuyo  entierro  había  asistido  en  la  tarde  anterior.  Un 
grito  de  horror,  lanzado  por  el  Djaili,  llegó  hasta 
nosotros  y  a  poco,  el  pobre  poeta,  casi  desnudo, 
desencajado  y  pálido,  con  los  cabellos  erizados  y 
espantados  los  ojos,  salía  de  su  cuarto  huyendo, 
perseguido  por  Thofail,  quien  virilmente  le  vapu- 
leaba gritando:— *¡ Perro:  cobarde...  Para  que  te 
acuerdes  de  Thofail. ..!> 

Itimad,  compadecida,  nos  invitó  a  salir  al  paso 
del  fugitivo. 

—¿Qué  es  eso,  buen  Djaili?— preguntó  la  se- 
ñora. 

Thofail  quedó  inmóvil,  ante  la  intervención  de 
la  Reina. 

El  Djaili,  tardó  un  buen  rato  en  salir  de  su  es- 
tupor, y  contestó  así: 

—Señora:  que  yo  ya  soy  ortodoxo:  y  reniego 
de  todas  mis  heregías;  que  creo  en  que  las  almas 
de  los  muertos  penan... — Y  miraba  espantado  al 
adusto  Thofail. 

—Y  tú,  dijo  a  éste,  Romaiquia:  ¿Por  qué  gol- 
peas al  Djaili? 

—Señora,  dijo  el  filósofo;  porque  ha  tenido  la 
osadía  de  escribirme  un  epitafio. 

—¿Tan  malo  era,  Thofail?— repuso  el  Djaili.— 
Mira,  sombra  venerable,  que  impresionado  con  tu 
muerte  yo  lo  compuse  con  la  mejor  intención.  Tho- 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  59 

fail,  intervino  amenazador:— ¿Lo  ves,  señora?  Aun 
se  burla  de  mi  este  perro.— Pero,  ¿qué  está  dicien- 
do?, preguntó,  fingiendo  extrañeza,  Romaiquia.— 
Señora,  dijo  El  Djaili,  restregándose  los  ojos  y  cre- 
yéndose víctima  de  una  pesadilla:  Yo  compuse  el 
epitafio  por  encargo  de  Habibah,  cuando  hubimos 
de  ver  muerto  a  Thofail,  en  su  propio  cuarto,  esta 
mañana.  Después,  por  la  tarde,  lo  recité  en  su  en- 
tierro, momentos  antes  de  aquel  momento  en  que 
hubieron  de  sumergir  el  cadáver  mal  oliente  del 
filósofo  en  la  negra  morada  de  la  Tumba.  Y,  ahora, 
esta  sombra,  entró  en  mi  habitación  helándome  de 
pavor  en  el  lecho...  Y  lo  que  me  sorprende  es  que 
vosotros  la  veáis  también  sin  terror  alguno.— ¡Este 
imbécil  está  borrachol,  exclamó  desesperado  Tho- 
fail.—¿Tú  qué  sabes  de  esto,  Habibah?,  interrogó 
la  Reina.— Yo,  señora,  contesté,  que  ni  he  encarga- 
do a  El  Djaili  epitafio  alguno,  ni  entiendo  nada  de 
lo  que  dice  sobre  la  muerte  y  entierro  de  Thofail. 

¡Válgame  Aíah  y  qué  aspavientos  hizo  enton- 
ces El  Djaili!  Si  lo  hubieses  visto,  Aixa,  te  mueres  de 
risa.  Pero  su  asombro  rayó  en  pasmo  petrificador, 
cuando  hubo  de  hablar  de  la  apoplegía,  del  embal- 
samamiento del  cadáver  y  del  médico  Hixen  y  éste 
negó  en  redondo  todas  aquellas  escenas  que  El 
Djaili  juraba  haber  presenciado. 

Thofail  se  acostó  persuadido  de  la  borrachera 
de  El  Djaili.  Este  fué  conducido  a  su  cuarto,  con- 
vencido de  que  todo  había  sido  una  pesadilla  es- 


6o 


BLAS   INFANTE 


pantosa;  y  nosotros  hubimos  de  aguardar  vigilantes 
al  nuevo  día,  en  el  cual  vimos  cómo  los  más  gra- 
ves personajes  corrían  asustados  cuando  el  fantas- 
ma de  Thofail  iba  a  acercárseles;  hasta  que  extendi- 
da por  ía  Medina  la  noticia  de  su  resurrección,  to- 
dos,, hasta  el  mismo  Thofail,  reían  la  broma. 

AIXA 
Fué  ingeniosísima  verdaderamente  la  ocurren- 
cia. Pero  no  es  preciso  que  la  Corte  venga  a  Medi- 
na, para  estar  alegre...  Yo  recuerdo  que  en  Sevilla... 

HABIBAH 

Sí,  también  en  Sevilla...  ¡Pero  este  encanto  que 
tiene  Medina!... 

Este  mismo  viaje  a  Córdoba  me  huele  a  com- 
binación de  algo  ingenioso,  y  de  oculta  trama.  Na- 
die esperaba  salir  tan  pronto  de  la  Medina,  cuando 
he  aquí  que  inopinadamente,  el  intendente  de  Pa- 
lacio, hubo  de  decirme  esta  tarde:  «Habibah,  irás  a 
Córdoba  y  dirás  a  Aixa  que  esta  noche  habrán  de 
quedar  arregladas  las  habitaciones  de  la  Reina  para 
recibir  a  la  señora.  Tu  palanquín  está  preparado.  A 
media  noche  estaremos  todos  allí,  para  esperar  al 
señor,  que  regresa  de  Granada.  >  Y  añadió  recal- 
cando mucho  esta  orden:  «De  ningiín  modo  vayáis 
a  abrir  los  maderos  que  cierran  el  ajimez  del  fondo 
del  salón >. 

Y  bien,  Aixa,  sin  duda   no  ignoras  tú  lo  que 
esto  significa.  ¿Quieres  explicármelo? 


MOTAMID,   ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  61 

AIXA 

(Enigmática  y  sonriente).  Nada  puedo  decirte,  se- 
ñora. El  Rey  ha  encargado  que  este  asunto  sea  lle- 
vado con  gran  sigilo.  Dentro  de  pocos  instantes  se 
desvanecerá  el  enigma. 

HABIBAH 

Aixa,  te  ruego  me  adelantes  alguna  noticia:  Me 
muero  de  curiosidad. 

AIXA 
No  puedo  adelantarte  noticia  alguna.  Si  acaso, 
por  complacerte,  sólo  te  puedo  ofrecer  algún  ante- 
cedente de  la  cuestión. 

HABIBAH 

Di,  pronto,  señora. 

AIXA 

¿Tú  estuviste  aquí  hace  cuatro  meses,  cuando 
la  Corte  vino  a  Córdoba  recien  conquistada  por 
Motamid? 

Es  una  fecha  para  mí  bien  grata.  Yo  era  una 
humilde  profesora  de  erudición  quien,  unas  veces 
en  Córdoba  y  otras  en  Sevilla,  ganaba  rhi  vida  dan- 
do lecciones  de  casa  en  casa,  a  los  niños  y  a  las 
doncellas. 

HABIBAH 

Sin  embargo,  Aixa;  tengo  entendido  que  per- 
teneces a  una  rama  ilustre  del  tronco  moawita. 

AIXA 

Es  cierto.  Mi  padre  era  nieto  de  aquél  dulce 


62  BLAS  INFANTE 


emperador  que  se  llamó  Abderramán  V.  Estoy  or- 
gullosa  de  la  sangre  omniada  que  me  legaron  mis 
padres.  Pero  ellos  quedaron  arruinados  cuando  la 
disolución  del  califato  y  el  advenimiento  de  la  Re- 
pública. El  Mexuar  de  Córdoba  nos  hubo  de  con- 
ceder generosamente  una  pensión;  pero  fué  recha- 
zada por  mi  padre,  y  yo  me  vi  precisada  a  recurrir 
al  trabajo  para  sostener  mis  propias  atenciones.  Es- 
taba Itimad  en  Medina  Zahara,  cuando  hubieron  de 
hablarla  de  mí.  Me  rogó  que  fuera  a  visitarla,  y  lle- 
gó a  acogerme  con  gran  benevolencia.  A  los  pocos 
días  vinimos  todos  a  Córdoba;  Romaiquia  me  con- 
firió el  cuidado  de  estos  Alkázares;  me  retenía  a  su 
lado  constantemente;  me  hacía  guardar  considera- 
ciones excepcionales  y  hablaba  entusiastamente  con- 
migo sobre  las  grandes  poetisas  de  mi  familia  y 
sobre  la  gloria  de  mis  antepasados,  encarnada  en 
el  esplendor  soberbio  del  Imperio  cordobés. 

Por  esto,  tuve  ocasión  de  presenciar  la  escena 
que  voy  a  contarte  y  de  la  cual  sólo  un  va:^o  ru- 
mor llegó  a  la  Corte,  quien  seguramente  lo  habrá 
ya  olvidado. 

HABIBAH 
(Esforzándose  por  recordar).    Yo   he   olvidado    esa 

noticia,  si  por  acaso  llegué  a  conocerla. 

AIXÁ 

Es  el  caso  que,  durante  una  de  las  últimas  no- 


MOTAMID;  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  63 

ches  de  la  estancia  del  Rey  en  Córdoba,  hubo  de 
nevar  copiosamente.  La  Sierra,  momentos  antes  de 
apuntar  el  amanecer,  parecía  una  luna  gigante.  El 
Sol  llegó  conducido  por  un  alba  perezoso.  Y  tanto 
impresionó  el  inusitado  espectáculo  al  astro  del  día, 
que  por  contemplarle  mejor,  disipó  con  sus  rayos 
ardientes  todas  las  nieblas  del  cielo.  La  Sierra,  en- 
tonces herida  por  el  mirar  del  Sol,  manó  por  sus 
heridas,  que  irradiaban  haces  de  luz,  torrentes  fúl- 
gidos de  agua,  como  plata  derretida.  Pero  he  aquí, 
que  todo  penetrante  mirar  viene  a  desnudar  de  sus 
vestiduras  y  a  desvanecer  las  superficiales  aparien- 
cias de  las  cosas,  que  de  esta  manera  vienen  a  ser 
miradas.  Y,  así,  la  Sierra  bajo  el  mirar  del  Sol,  fué 
desnuda  de  la  pureza  de  sus  vestidos  blancos  y  re- 
cobró el  color  bermejo.  Así  fué  desnuda  la  Sierra 
por  el  Sol  enardecido,  como  por  el  lujurioso  aman- 
te lo  es  una  desposada,  del  blanco  traje  de  novia, 
■en  la  cámara  nupcial. 

Itimad,  acodada  en  el  alféizar  de  este  ajimez 
(Aixa  señala  el  del  fondo)  oprimiéndose  las  mejillas  con 
las  manos,  contemplaba  el  deshielo  tristemente.  En 
el  cendal  de  blancos  vapores  que  se  desvanecía  en 
lo  azul,  esfumábanse  también  sus  delicados  sueños, 
y  las  argentinas  fantasías  que  el  traje  nuevo  de  la 
Sierra,  en  su  imaginación  evocara. 

Yo,  aquel  día,  hube  de  levantarme  muy  tem- 
prano; y  comprendiendo  que  a  la  Reina  tal  vez  en- 
cantaría el  nevado  paisaje,  la  hice  avisar.  Itimad  ja- 


64  BLAS  INFANTE 


más  había  presenciado  una  nevada.  Levantóse  en- 
seguida Y;  desde  el  alba,  no  consintió  en  separarse 
un  punto  del  ajimez;  hasta  que  el  deshielo  hecho, 
fué  el  encanto  roto;  y  hasta  que  las  casas  de  las 
huertas  y  de  los  morabitos  serranos,  volvieron  a 
destacar  su  blancor,  por  entre  el  verdor  de  los  ár- 
boles que  destilaban  hilos  de  oro. 

Entonces  Itimad,  quedóse  muy  triste;  muy  tris- 
te; y,  así  de  triste  estaba,  cuando,  en  esta  sala,  vino 
a  entrar  Motamid,  el  cual  se  acercó  a  ella  diciendo: 
«¡Oh  dulce  Romaiquia!  Vengo  a  sugerirte  el  tor- 
mento de  los  celos,  al  leerte  el  poema  que  he  com- 
puesto esta  mañana  para  mi  hermosa  desposada 
nueva.  > 

Y,  entonces^  el  Rey,  recitó  unos  preciosos  ver- 
sos en  los  cuales  imaginaba  a  Córdoba  como  a  una 
novia  solicitada  por  muchos-reyes  cristianos  y  mus- 
limes, y  a  él  rendida,  por  la  fortaleza  del  amor. 

HABIBAH 

Sí,  he  oído  recitar  ese  pequeño  poema  muchas 
veces  a  las  damas  en  Sevilla. 

Empieza  así: 

Ahora  celebramos  nuestras  dulces  bodas  — 
Córdoba  y  yo  en  su  bello  Alkásar— Los  demás  re- 
yes, mis  rivales  vanos,~Lloran  de  rabia  y  envidiosos 
tiemblan^...— De  Córdoba  hermosa  obtuve  la  mano 
—Fué  ella  amazona  valiente  y  esc^uiva— Que  a  re- 
chazar vino  sus  pretendientes.— ¡De  su  lanza  airosa, 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  65 

en  la  mano  firme— Huyó  ia  Corte  de  galanteadores 

AIXA 
Recitas  muy  bien,  señora  mía:  Ese  es  el  poem^a. 
Pues  con  ser  tan  bello,  no  hizo  gracia  alguna  a  Ro- 
maiquia.  Esta  seguía  acodada  en  el  ajimez  y  entre- 
gada a  su  dolor,  mientras  el  señor  se  esforzaba  por 
modular  sus  versos,  produciendo  una  voz  de  sua- 
ve timbre,  en  la  cual  vibraba  todo  su  amor  por  Iti- 
mad;  por  el  Andalus  y  por  la  Gloria. 

Viéndola  inmóvil,   la  interrogó   Motamid:  — 
¿Qué  tienes,  Itimad?— Ella  volvió  la  cabeza.  Nubla- 
ba el  llanto  sus  hermosos  ojos.— ¿Por  qué  lloras, 
Itimad?,  volvió  a  preguntar  el  Rey.  ¿Será  posible? 
— continuó. — ¿Habrás  llegado  a  sentir  celos  de  mi 
amor  por  Córdoba?— Y  entonces  el  Rey  siguió  ha- 
bla ndola  fervorosamente  de  que  ansiaba  acariciar  a 
Córdoba,  adornándola  con  obras  bellas  que  supe- 
raran su  esplendor  pasado.— Esta  mañana,  dijo,  a 
semejanza  del  primer  Omeya,  yo  he  plantado  una 
palmera  en  el  patio  prindpal  de  la  Gran  Aljama  de 
Occidente.  La  he  regado  con  amor  y  prodigalidad. 
Símbolo  de  que  todos  los  jugos  de  mi  alma  se 
aprestan  a  vivificar  el  renacimiento  de  la  antigua 
Sultana  espiritual  del  mundo.  Volverá  a  ser  la  enor- 
me ciudad  de  nuestros  padres,  de  ochenta  Univer- 
sidades, de  novecientos  baños  públicos  y  de  biblio- 
tecas ingentes  como  la  del  Gran  Alaken,  a  donde 
vendrán  a  beber  su  inspiración  todos  los  sabios 
que  habrán  de  modelar  la  futura  Europa... 


66  BLAS  INFANTE 


Y,  el  Rey,  concluyó  su  disertación  con  estas 
palabras  fogosas...: — ¡Espíritu  grande  del  Andalus, 
que  fraguas  en  instantes  fugitivos  ingentes  creacio- 
nes seculares,  obras  de  siglos  de  constancia;  aban- 
donándolas enseguida  por  seguir  en  raudos  vuelos 
tus  ciegos  impulsos  de  eterna  inquietud...! 

Romaiquia  apenas  le  escuchaba.  La  Reina  le 
miraba  llorosa.— ¿Pero  quieres  decirme  de  una  vez 
cuál  es  tu  pena?— volvió  a  preguntarla  Motamid.— 
Manda  Itimad:  Cuanto  pidas  será  hecho.  Es  el  Rey 
quien  te  lo  fía;— afirmó  el  Monarca  con  orgullo. 

La  Reina  entonces  se  irguió  ante  el  abierto  aji- 
mez y  extendiendo  el  brazo  hacia  la  Sierra  obscura, 
exclamó  con  gesto  imperativo: — ¡Quiero  que  otra 

vez  la  Sierra  de  Córdoba  se  vista  de  blanco! 

¡Quiero  ver  otra  vez  nevada  la  Sierra  de  esta  ciudad, 
tu  amada  preferida...! 

Motamid,  saltó  de  sorpresa.  Después,  replicó 
anonadado:— Ni  el  mismo  Alah  tiene  poder  para 
hacer  nevar  dos  días  seguidos,  bajo  el  poder  del 
Sol  que  abrasa  esta  tierra! 

—¡Pues...  Lo  quiero! — ordenó  Romaiquia. 

—  ¡Imposible!— repuso  Motamid. 

Entonces  Itimad,  indignada,  le  contestó  di- 
ciendo: 

—¿Y  tú  eres  Rey?  ¡No,  no,  y  no!  ¿Por  qué  eres 
Rey,  porque  heredaste  sin  ningún  esfuerzo  real  ni 
augusto,  un  manto  con  que  los  hombres  visten  fin- 
gidas realezas?  ¿Porque  los  homl^res  te  acatan  co- 


MOTAMID,   ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  67 

mo  a  tal  Rey?  jNO;  no,  y  no!...  Tú  no  eres  Rey.  Los 
hombres  son  monos  que  se  pagan  del  brillo  falso 
de  los  vidrios  y  de  los  colorines.  ¡Así  te  acatarían 
también  por  tus  vidrios  y  oropeles  heredados,  aun- 
que fueras  plebeyo  miserable;  bandido  redomado 
o  estúpido  imbécil!  Si  tu  espíritu  no  es  rey,  tú  eres 
vasallo  de  los  espíritu  reales.  Así  lo  repites  tú  mis- 
mo constantemente.  Si  tu  espíritu  es  Rey,  ¡pruéba- 
melo  enseguida!  Haz  nevar  otra  vez  sobre  aquella 
Sierra.  ¡Envuelve  su  lujurioso  verdor  en  la  pureza 
de  una  túnica  blanca!... 

— ¿Por  qué  te  incomodas  conmigo,  loca  Iti- 
mad?  ¿Cómo  es  posible  que  un  hombre,  aunque 
sea  Rey,  haga  lo  que  tú  pretendes?  Que  soy  Rey^ 
verdadero,  no  por  nacimiento,  siuo  por  espíritu 
real,  ¿no  te  lo  dice  este  hecho  elocuente  de  haber 
descubierto  mi  reina  en  una  reina,  de  esclava  ves- 
tida? 

Ni  aun  con  esta  galantería  consiguió  el  señor 
calmar  a  Romaiquia;  antes  por  el  contrario,  ésta 
gritó  nerviosa:— ¡Ah,  ningún  favor  me  hiciste,  pre- 
suntuoso! Que  a  veces  los  espíritus  reales  son  más 
libres,  esto  es,  más  reyes  de  sí,  siendo  subditos, 
que  siendo  reyes  de  artificio.  La  felicidad  consiste  en 
acumular  realezas  en  el  alma  y  en  poderliberarlas  en 
acciones  de  Rey.  He  aquí  el  goce  verdadero  en  que 
consiste  la  dicha.  Tú  eres  un  tirano  que  has  venido 
a  atarme  a  la  ridicula  etiqueta,  a  esclavizarme  atada 
con  su  cadena;  a  hacerme  mover  como  muñeco 


6á  BLAS  INFANTE 


grotesco  por  sus  resortes,  en  figuraciones  ridiculas... 

Y,  Romaiquia,  rompió  a  llorar,  amargamente. 

Motamid  desesperado,  hubo  de  gritar:— ¡Tira- 
no yo!  i  Acuérdate  del  día  del  barro!... 

Itimad,  en  oyendo  este  reproche,  se  ruborizó 
y  dejó  de  llorar...  No  sé  qué  significaría  este  con- 
juro del  barro... 

HABIBAH 

(Riendo).  ¿No  lo  sabes,  señora?  Yo  fui  una  de 
las  damas  que  intervinieron  en  la  aventura. 

Es  el  caso  que  Itimad  y  unas  cuantas  donce- 
llas paseábamos  cierto  día  lluvioso  por  una  terra- 
za del  Alkázar  de  Sevilla:  Casi  al  pie  de  los  muros 
del  Palacio,  varias  muchachas  desarrapadas,  chapo- 
teaban en  el  lodo  y  jugaban  a  hacer  muñecos  de 
barro.  La  señora  estaba  muy  contenta  aquél  día.— 
Vamos,  nos  dijo,  a  descalzarnos  nosotras  y  a  salir 
también  para  jugar  como  esas  muchachas?— Las 
damas  acogieron  con  entusiasmo  la  idea.  La  Reina 
paimoteaba  de  entusiasmo.— ¡Vamosi-gritábamos 
todas.  Salíamos  por  un  corredor  cuando  llegando 
hasta  el  Rey  la  noticia  de  la  algazara,  vino  hacia 
nosotras  diciendo:— ¿Es  posible,  Itimad?  ¿La  Rei- 
na de  Sevilla  y  sus  nobles  doncellas,  quieren  ju- 
gar como  muchachas  perdidas  en  los  lodazales  del 
arroyo?  ¡Pues  no  he  de  consentirlo!— Retiróse  la 
Reina  malhumorada  y  llorosa.  Poco  después  hu- 
bimos de  escuchar  su  voz  en  la  cámara  de  Mota- 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  69 

mid,  inculpando  a  éste  de  tiranía  insoportable.  A 
poco  vino  a  salir  el  Rey  y  una  hora  después  to- 
das las  damas  fuimos  llamadas  a  la  presencia  real. 
Compareció,  también  con  nosotras,  la  Reina,  dis- 
plicente y  esquiva.  Motamid,  dijo:— ¿Me  perdonas, 
señora,  el  disgusto  que  hube  de  darte  no  dejándote 
ir  con  tus  damas  a  jugar  en  el  barro?— ¡No  te  per- 
dono!, contestó  Romaiquia  muy  seria,  y  con  resuel- 
ta voz.— Pues  bien,  ¡timad,  repuso  riendo  el  Rey. 
Puedes  descalzarte  si  quieres.  El  barro  os  espera  a 
tí  y  a  tus  camaristas.— Palmeteando,  como  locas 
atravesábamos  corriendo  salones  y  galerías  para 
salir  del  Alkázar,  cuando  he  aquí  que  al  llegar  al 
primer  patio  interior,  ¿qué  dirás  tú,  Aixa,  que  vi- 
mos? Allí  había  dispuesto  un  barro  hecho  con  pol- 
vo de  anjolí  y  mengibre,  mezclados  con  miel.  Y 
sobre  aquel  barro  llovía  agua  de  rosas  de  modo 
que  todo  el  amplio  recinto  estaba  encharcado  y  en- 
lodado con  estas  materias.  Todas  nos  hubimos  de 
descalzar;  y  allí  chapoteando  y  fabricando  muñecos, 
ya  no  volvimos  a  pensar  en  salir  a  la  calle.  Poco 
después  apareció  Motamid  sonriente  en  la  galería 
alta  que  circundaba  el  patio  y  desde  la  cual  hacían 
llover  el  agua  de  rosas.  La  Reina  llena  de  barro, 
empapada  hasta  los  cabellos,  subió  hasta  el  lugar 
en  que  apareciera  su  esposo;  y  colgándose  de  su 
cuello  lo  besaba  diciendo:  ^¡Este  es  un  Rey!» 

AIXA 
Bello  es  el  cuento.   Pero  aguarda  el  final  de 


70  BLAS  INFANTE 


éste.  Como  te  decía,  Itimad,  al  oir  lo  del  barro,  se 
ruborizó  y  dejó  de  llorar;  pero  seguía  triste  y  silen- 
ciosa. 

El  Rey  paseó  durante  unos  instantes  pensativo. 
De  repente,  su  semblante  se  iluminó  con  un  brillo 
más  intenso;  brillar  de  alegría  y  de  potencia  que 
encendiera  sus  ojos.  Se  detuvo  ante  Romaiquia  y 
dijo  así: 

— Nuestros  padres  para  conquistar  a  España,. 
con  la  ayuda  de  los  árabes,  necesitaron  un  año. 
¿Para  conquistar  poderes  ultracelestes  que  no  tiene 
ni  el  mismo  Alah,  me  concedes  tirana  Itimad,  cua- 
tro meses  de  término?  Si  te  dignas  otorgarme  ese 
plazo,  te  prometo,  señora,  que  haré  nevar  en  la 
Sierra.  Y  tú,  acodada  en  ese  mismo  alféizar,  volve- 
rás en  un  alba  como  éste,  a  contemplar  la  mágica 
visión:.. 

Romaiquia,  le  abrazó  gozosa.  El  Rey  entonces, 
advirtió:— Habrás  Romaiquia  de  guardar  el  secreto 
de  mi  promesa.  Y  tú,  Aixa,  guárdalo  también... 

HABIBAH 
(Comprendiendo  y  palmoteando).  Y  será  CUando  es- 
ta noche  empiece  a  parir  el  día,  cuando  el  Rey  poe- 
ta cumplirá  su  bella  palabra.  Ya  está  explicado  el 
porqué  Motamid  prescribió  a  Itimad  salir  para  Cór- 
doba en  una  carta  que  decía  así:— «Entrarás  en  Cór- 
doba, la  noche  mediada.  Y  esperarás  a  que  el  día 
comience  a  salir  del  vientre  de  las  sombras,  en  la 
Sala  de  la  Divina  Promesa...» 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  71 

Y  dime,  Aixa:  es  verdad? ¿está  nevada  la  Sierra? 

AIXA 
(Sonriente,  hace  un  mohín  de  misterio). 

HABIBAH 
Quiero  ver...  (va  hacia  el  ajimez). 

AIXA 
(Interponiéndose).  Guárdate  de  esto,  señora. 

UN  UGIER 
Si  me  das  permiso,  señora... 

AIXA 
Habla,  Arif. 

EL  UGIER 

Adb-el-Djaili,  desea  hablarte.  Viene  de  Medina 
Zahara. 

HABIBAH 

(Regocijada).  jEl  Djaili!  Ordena  que  pase,  Aixa 
enseguida. 

AIXA 

(Al  Arif).  Conduce  a  Abd-el-Djaiii  a  este  salón. 


72 '  BLAS  INFANTE 


(Habibah  está  muy  contenta  de  que  tan  pronto  tenga 
Aixa  ocasión  de  conocer  a  su  amigo). 

HABIBAH 

Ya  veras,  Aixa;  ya  verás,  como  nos  distrae  mien- 
ras  llega  la  Corte... 


(Abd-el  Djaili  entra  en  la  cámara.  Extiende  los  brazos 
saludando  a  las  damas.  Nerviosamente  salta  su  mirada  escru- 
tadora de  uno  a  otro  punto  de  la  estancia;  pareciendo  satis- 
fecho al  ver  el  exorno  concluido.  Habla  con  vehemencia,  al 
mismo  tiempo  que  examina  de  este  modo  el  salón). 

EL  DJAILI 

Me  he  adelantado  a  la  comitiva  para  avisar  a 
la  Guardia  y  daros  prisa,  mi  bellas  señoras.  La  Rei- 
na, llegará  pronto.  Mi  señora,  Itimad,  se  muere  de 
impaciencia.  Y,  antes  de  la  media  noche,  ordenó  a 
la  Corte  abandonar  Zahara...  ¡La  Reina!...  Es  un 
Poema,  rimado  en  carne  por  la  Armonía.  Su  espíri- 
tu excelso  es  el  alma  de  este  Poema.  ¡Ah,  venid, 
poetas  y  filósofos  y  genios  todos  del  Orbe  a  encan- 
taros Con  la  gracia  del  Poema  Soberano!  ¡Lo  inspi- 
ró el  Urano  azul,  lo  compuso  y  lo  -escribió  el  An- 
dalus,  con  su  pluma  de  oro...! 

¡Esos  malditos  Imanes, izadíes  y  faquíes!...  Aho- 
ra han  dado  en  decir  que  es  ella,  Romaiquia,  la  de- 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  73 

pravada  Reina,  la  causa  de  la  heterodoxia  de  la 
Corte  y,  del  Pueblo...  ¡Cómo  si  este  Pueblo  no 
hubiese  seguido  siempre  en  esta  tierra  desde  que 
fué  libre  y  dominador,  iguales  rutas  espirituales  de 
luz!...  jPues  sí;  ella,  Itimad,  es  la  que  tiene  la  culpa 
de  que  el  pueblo  se  ría  de  los  leguleyos  y  someta 
al  arbitraje  sus  juicios;  ella  la  causante  de  que  la 
gente  no  concurra  a  las  aljamas  y  de  que  se  burlen 
de  Alkoran  y  del  profeta  Mohamed,  a  quien  acusan 
de  borracho,  de  caza  dotes  y  de  mal  Poeta... 

Borracho  y  caza  dotes  de  ricas  viudas,  sí;  ¡pero 
mal  poeta,  no!,  ¡viven  los  dioses!  El  Pueblo  está 
equivocado.  A  mí  me  gusta  Alkoran  como  obra  de 
Poesía...  libre.  La  intención  de  Mohamed  ya  no  fué 
tan  buena;  pero,  ¡vamos!...  Los  apergaminados  des- 
cendientes de  aquellos  auxiliares  árabes  y  sirios,  se 
creen  aún  fautores  de  la  conquista  de  España... 
Ellos  dicen  que  a  los  verdes  estandartes  se  debió  la 
conquista  y  no  a  nosotros,  los  naturales,  que  los 
hubimos  de  conducir  a  arrojar  a  los  germanos  has- 
ta más  allá  de  los  montes,  tras  cuyas  vertientes  mo- 
ran los  francos.  Aun  se  creen  conquistadores...  Y, 
ellos  y  los  comerciantes  avaros  siguen  a  aquellas 
obscuras  aves  de  la  sombra.  ¡Que  si  los  impuestos!... 
¡Bárbaros!  ¿Cuándo  ha  producido  el  Reino  más?  En 
cuanto  varias  alquerías  necesitan  de  una  acequia 
común,  allí  está  el  dinero  de  los  impuestos  para 
ayudar  a  fabricarla.  En  cuanto  un  hombre  descuella 
en  el  saber,  allí  está  el  dinero  de  los  impuestos  pa- 


74  BLAS  INFANTE 


ra  que  prescindiendo  de  otra  ocupación,  eduque  aí 
p  ueblo  y  cultive  la  ciencia... 

Si  Motamid  acaricia,  a  la  tierra;  si  cuida  de  que 
estén  siempre  repletos  de  energía  sus  sen©s  sagra- 
dos y  rebosantes  de  leche  sus  ubres  de  madre;  si 
ama  y  exalta  a  los  labradores  que  para  todos  orde- 
ñan la  Tierra,  y  carga  la  mano  a  los  intermediarios 
de  bisutería...  ¡Hace  bien,  maldición  de  Alah!  ¿Pues 
qué,  no  están  aquí  los  frutos  más  baratos  que  en 
ninguna  otra  parte  del  mundo?  ¡Ahí  les  duele!  Los 
impuestos  de  Motamid  salvan  al  pueblo,  porque  no 
dejan  vivir  a  los  especuladores! 

¡Los  Impuestos!...  Pues  en  la  Corte  no  se  gasta. 
Yo  he  estado  en  León  y  en  el  país  de  los  francos. 
Allí  existe  la  efiqueta.  Pero,  ¡aquí!... 

¿En  qué  se  gastan  los  impuestos  malditos?  Ca- 
da vez  que  se  construyen  unos  Baños  o  una  Escue- 
la, gritan  esos  rapaces:  «¡Con  mi  dinero,  con  mi 
dinero...!  > 

Los  comerciantes  dicen:  «Un  pueblo  limpio  no 
se  ensucia:  menos  baños  y  más  usura*.  Los  cadíes 
dicen:  «menos  bibliotecas,  menos  ciencia  y  más  juz- 
gados». Los  faquíes  dicen:  «menos  escuelas  y  más 
aljamas...» 

Sobre  todo  la  construcción  de  Palacios  y  de  las 
obras  de  arte  que  recrean  al  Pueblo,  eso  les  saca  de 
quicio...  ¡Cuántas  maldiciones  el  Charadjid! 

¿Y  de  las  mujeres?  ¡Que  son  literatas...  que  ya 
no  paran  en  los  serrallos,  que  llevan  el  rostro  des- 


MOTAMID,  ULTIMO   REY  DE  SEVILLA  75 

cubierto  y  alternan  en  las  tertulias  de  los  hombres.. 
¡Y  de  todo  esto,  es  Itimad  la  culpable!..  ¿Pero 
es  que  quieren  lacerar  el  corazón  de  Motamid...? 
Ellos  saben  hacia  adonde  apuntan  y  el  temple  de 
las  flechas  que  hieren  mejor...  Maldición  sobre  ellos. 
Porque... 

HABIBAH 

(Tapándose  los  oídos).  Porque  el  día  que  reinen 
los  doctores  de  Yusuff,  los  versos  alocados  de  Ebn 
el  Djaili,  implorarán  de  ellos  humJlde  merced... 

Este  torrente  necesita  una  valla...  ¡Qué  hombre? 
¡qué  modo  de  hablar...! 

Estamos  enteradas  de  su  misión,  señor  El' 
Djaili.  Enteradas  y  más  que  enteradas. 

Y  bien,  Aixa;  nos  hemos  olvidado  de  colocar 
el  Espejo... 

AIXA 
Tienes  razón,  señora;  voy...  (se  dispone  a  salir). 
EL  DJAILI 

Aguarda,  señora  mía.  Que  tú  no  me  conoces  y 
quiero  en  un  instante  desvanecer  ese  juicio  desfa- 
vorable de  la  cruel  Habibah  sobre  tu  servidor  hu- 
milde... 

(A  Habibah).  Mis  versos  alocados,  burlona  don- 
cella, sólo  se  hicieron  para  cantar  las  glorias  de  Mo- 
tamid, señor  de  la  generosidad  y  del  valor.  Que  yo 


76  BLAS  INFANTE 


no  soy  uno  de  esos  mendigos  en  quienes  los  versos 
humillados  vienen  a  representar  como  lazarillos  de 
imploraciones...  ¡Como  ese  lusitano  Ibn  Ammar 
que,  en  los  infiernos,  ahora  danza.  El  llegó  hasta  el 
Señor,  cuando  éste  era  príncipe,  engañándole  en 
Silves  con  uno  de  esos  hipócritas  poemas... 

Del  mismo  modo,  Ammar,  cuando  era  pobre, 
hubo  de  cantar  las  glorias  de  un  burgués  grosero, 
quien  vino  a  premiar  sus  poéticas  adulaciones  con 
un  saco  de  cebada  que  le  envió  para  su  muía.  Y  di- 
cen que  cuando  Ammar  llegó  a  Visir  siendo  en  una 
ocasión  gobernador  de  Silves,  correspondió  al  bur- 
gués su  regalo  devolviéndole  el  mismo  saco  lleno 
de  monedas  de  plata  y  enviándole  a  decir  con  afec- 
tación: «Si  en  v.ez  de  haberme  regalado  este  saco 
■colmado  de  blanca  cebada  me  lo  hubieras  donado 
lleno  de  dorado  trigo,  ahora  yo  te  lo  hubiera  de- 
vuelto repleto  de  monedas  de  oro=^.  ¡Ah,  Ibn  Am- 
mar! No  me  extrañó  después  por  esta  su  manera  de 
ser,  su  traición  en  Murcia,  cuando  enviado  allá  por 
^1  Señor,  soñó  en  proclamarse  Emir  y  se  hacía  tri- 
butar honores  reales.  Sus  deslealtades  para  con  Mo- 
tamid,  quien  le  elevó  al  primer  puesto  del  Estado. 
Sus  sátiras  contra  Romaiquía,  después  de  haber 
obtenido  su  primer  perdón;  debido  a  Itimad,  preci- 
samente... ¡Ah,  yo  le  vi  entrar  en  Córdoba,  después 
de  sus  últimas  rebeliones,  prisionero,  montado  en 
un  asno;  sobre  un  serón  de  esparto...  Yo  estuve  pre- 
sente en  la  entrevista  que  con  el  prisionero  tuvo 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILAL  77 

Motamid  en  su  calabozo  de  Sevilla.  Ammar  se  arras- 
tró en  su  presencia  y  Motamid  iba  otra  vez  a  per-^ 
donarle  enternecido... 

Pero,  aún,  el  monstruo  se  atrevió  a  decir  que 
el  Rey  le  perdonaría  porque  en  esta  entrevista  ha- 
bíase reanudado  entre  los  dos  cierta  relación  con- 
traria a  Naturaleza...  ¡Maldito! 

Yo  no  me  alegro  del  mal  del  prójimo  y  menos 
si  este  prójimo  es  un  cofrade...  Pero,  ¡por  Alah!,  que 
hube  de  sentirme  dichoso  cuando  llegué  a  enterar- 
me de  que  Motamid,  indignado  por  esta  última  vi- 
leza, le  había  degollado  con  su  alfange  vengador... 

Después  me  decía  tristemente  el  Rey:  «He  aqui 
Djaili,  que  existen  los  hados  y  sus  predestinaciones. 
Porque  has  de  saber,  amigo,  que  una  noche,  Ammar 
dormía  junto  a  mí  cuando  yo  era  príncipe,  y  por  tres 
veces  oyó  una  gran  voz  que  lúgubre  le  decía:  «¡Este 
que  duerme  a  tu  lado  habrá  de  darte  la  muerte!» 

Ammar  se  levantó  asustado.  Yo  le  busqué  al 
despertar  y  hube  de  encontrarle  oculto  entre  unas 
esteras  en  el  pórtico  del  Alkázar>.  Así  vino  a  decir- 
me el  Rey. 

No  hube  yo  de  llegar  así  a  Motamid,  no... 

(Mientras  el  Djaili  endilga  atropelladamente  el  anterior 
discurso  a  Aixa,  paciente  y  aburrida,  Habibah  hace  signos  de 
impaciencia  unas  veces,  otras  pugna  por  no  reir). 

HABIBAH 

(Riendo).  ¡Pobre  Aixa!  ¡Pobre  de  mí!  ¿Pero  es- 


78  BLAS  INFANTE 


posible  Djaili  que  por  atropellar  palabras  se  te  olvi- 
de hasta  respirar? 

DJAILI 

(Cortado).  ¡Pues  no  otorgo  yo  a  todo  el  mundo 
el  favor  de  mi  oratoria...! 

AIXA 

(Compadecida).  Perdón,  señora.  El  Djaili  habrá 
de  contarnos  como  hubo  él  de  llegar  hasta  el  Prín- 
cipe; y  enseguida  iremos  por  el  espejo  que  ha  de 
concluir  el  adorno  del  salón. 

DJAILI 

(Ofendido).  Es  que... 

HABIBAH 

Ha  sido  una  broma,  Djaili  (burlona).  Yo  te  estoy 
tnuy  agradecida  por  el  poema  que  compusiste  a 
«La  inquieta  Habibah>.  No  he  querido  ofenderte 
(afectando  seriedad).  Complace  a  Aixa.  Yo  te  lo  ruego. 

DJAILI 

Implacable  Habibad.  ¿No  te  basta  perseguirme 
-con  tus  risoteos  por  los  jardines  de  Sevilla?  ¿No  te 
ha  colmado  aquello  del  respetable  Thofail,  el  filó- 
sofo...? 

(Ambas  damas  ríen  grandemente). 

Pues  habrás  de  saber,  señora  mía,  (a  Aixa)  que 
yo  compuse  un  poema,  el  cual  remataba  así: 


MOTAiMID,   ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  79 

Ante  los  mil  dinars 
Toda  promesa  sucumbe 
Y  toda  vida  se  vende. 

Hubo  de  leerlo  el  Rey.  Envió  por  mí,  y  llega- 
do a  su  presencia,  le  estuve  hablando  en  verso  toda 
la  tarde,  con  locuacidad  tal,  que  el  Rey  vino  a  califi- 
carla de  maravillosa. 

Entonces  me  dijo:— Toma  los  mil  dinars.  Tu 
vida  es  mía.  Tendré  en  tí  un  huracán  de  versos... 

(Empieza  a  oírse  un  confuso  ruido  exterior.  Toques 
marciales  resuenan  dentro  de  Palacio). 

AIXA 

Llaman  a  la  Guardia.  Es  la  Señora  que  se  apro- 
xima. Vamos,  Habibah,  traigamos  el  espejo;  (salen 
ambas  de  la  sala). 

Pasaje  í¥ 

(El  Djaili  queda  mirando  la  puerta  por  donde  salieron  ías 
mujeres.  De  vez  en  vez,  su  semblante  se  torna  más  serio;  por 
último,  aproximándose  a  un  ángulo,  inclina  sobre  el  pecho  la 
cabeza). 

EL  DJAILI 
¡Habibah...! 

FatmJ©  V 

{Precedidas  por  Aixa  y  Habibah  entran  dos  doncellas 


80  BLAS  INFANTE 


conduciendo  un  gran  espejo  de  acero  con  caballete  dorado. 
Entre  todas  lo  colocan  en  el  ángule  de  la  sala,  a  la  derecha 
del  ajimez). 

HABIBAH 

Djaili:  ¿Tú;  pensativo...? 

¡Calla,  pues  es  verdad!  ¡El  Djaili  melancólico! 

EL  DJAILI 

(Saliendo  de  su  abstracción).  ¿Puedo  ayudaros,  se- 
ñoras? 

(El  Djaili  interviene  en  la  operación  de  colocar  el  mueble). 

HABIBAH 

Gracias  Djaili.  Ya  hiciste  alguna  vez  cosa   de 
utilidad. 

EL  DJAILI 

(Previo  unos  instantes  de  contemplación  del  espejo). 
Espejo  del  espejo  de  la  Gracia  de  Sevilla— Del 
espejo  que  es  el  rostro  de  una  reina  verdadera — 
Nadie  ose  en  tí  mirarse:  Nadie  habrá  su  magestad... 

HABIBAH 

(Se  interpone  entre  el  poeta  y  el  mueble  y  empieza  a  ali- 
sarse con  zumbona  coquetería). 

EL  DJAILI 

Espejo... 

HABIBAH 
(Accionando  e  imitando  los  gestos  del  Djaili).    Menos 


I 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  81 

mal  espejo  amado  que  es  el  aire  raudo  espejo— Del 
sonido  que  modula  lengua  arítmica  de  animal... 
Menos  mal... 

EL  DJAILI 

(A  Aixa,  que  ríe).  ¿Lo  ves,  señora? 
(Se  oye  en  la  plaza  el  son  de  una  música  dulce  y  melo- 
diosa). 

HABIBAH 

(Al  Djaili).  Bah... 

AIXA 
jLa  Reina! 

HABIBAH 

¡Salgamos  a  recibirla,  Aixa! 

(a  El  Djaili).  Poeta:  imil  dinars  si  sales  a  recibir 
a  la  Reina!  (Salen  riendo,  las  dos,  juntamente  con  las  don- 
cellas). 


El  poeta  no  se  mueve  entre  ofendido  y  subyugado. 
Entran  en  la  sala  varios  soldados  que  forman  en  la  puer- 
ta, guardia  de  honor. 

EL  JEFE 

(Descubriendo  al  Djaili).  ¡Eh,  tú!  ¿Qué  haces  aquí? 

6 


82  BLAS  INFANTE 


EIDJAILI 
^Saliendo  de  su  ensimismamiento).  Ya  lo  ves:  nada. 

EL  JEFE 
¿Quién  eres? 

EL  DJAIU 
(Desdeñoso).  ¿Qué  te  importa? 

EL  JEFE 
(Con  cierto  respeto).  ¿Eres  de  la  Corte? 
EL  DJAILl 
•  (Con  énfasis).  Soy  el  Djaili,  capitán. 
EL  JEFE 
Perdona,  Djaili.  ¡Salud,  poetal 

EL  DJAILI 

(Mirando  a  los  soldados  con  dignidad  y  pavoneándose 
un  tanto).  jSalud,  bravos  guerreros! 

EL  JEFE 

Djaili.  He  oído  hablar  de  tus  arengas  en  la 
Corte.  Mientras  llega  la  Reina,  dinos  una. 

EL  DJAILI 

¡Capitán!  ¡Soldados!  Corte  de  sabios  y  de  gue- 
gueros  es  la  Corte  de  Motamid.  Guerreros  somos 
nosotros:  tanto  como  vosotros  lo  venís  a  ser.  Con 
nuestras  plumas  como  lanzas,  y  con  nuestro  pen- 
samiento, como  estratega,  conquistamos  del  negro 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  83 

seno  del  Misterio,  sus  secretos  a  la  Verdad;  y,  a  la 
Belleza,  sus  encantos. 

Y  para  imponerlo  a  lo  inarmónico,  investiga- 
mos los  principios  de  la  armonía.  Así  allegamos 
potencia  y  gracia  para  el  Reino  de  los  hombres. 
Pero  la  banda  de  guerreros  matadores  de  hombres, 
acecha  la  corte  de  aquellos  guerreros  y  a  vosotros 
también  os  amenazan:  ¡a  vosotros,  los  que  veíais 
por  nosotros,  para  que  nuestra  acción  guerrera  no 
se  interrumpa!  ¡Entonces  las  plumas  se  tornarán  en 
espadas,  de  hombres  matadoras!  Uno  seremos  en 
la  guerra  que  habrá  de  vencer  la  guerra,  para  la 
eterna  guerra  que  sostenemos  y  sostendremos  nos- 
otros, contra  las  fuerzas  indomadas  e  inarmónicas 
del  Universo!  ¡Hermanos  guerreros!...  ¡Viva  Mota- 
mid!,  ¡Viva  la  Reina  Itimad! 

EL  CAPITÁN 

(Escuchando  ruido  acelerado  de  pasos  en  el  corredor). 
¡La  Reina!  (Alinea  a  sus  soldados  a  ambos  lados  de  la  puer- 
ta del  salón). 

=  ¥tl 

Entra  la  Reina  acompañada  de  su  séquito.  Caballeros  y 
y  damas  de  la  Corte,  entre  las  cuales  aparecen  Aixa  y  Habi- 
bad.  Los  soldados  se  retiran  de  ambos  lados  de  la  puerta 
inmediatamente  después  de  haber  entrado  Romaiquia. 

ROMAIQUIA 

(Descubriendo  al  Djaili).  ¡Cómo!  ¿Tu  aquí,   Djaili? 


84  BLAS  INFANTE 


EL  DJAILI 
Señora...  (saludando  respetuoso). 
ROMAíQUIA 

Al  entrar,  hánme  anunciado  que  espera  un  co- 
rreo enviado  por  el  Rey,  delante  de  sí.  (Llamando). 
iAriflj,  (surge  un  urgier).  ¡que  entre  ese  correo! 

ZOHAIR 

(Entrando).  Soy  y  O,  señora. 

ROMAÍQUIA 

¿Ah,  eres  tú,  Zohair?  ¿En  dónde  hubiste  de 
dejar  al  Rey? 

ZOHAIR 

A  una  jornada  de  Córd^^a  me  hizo  adelantar 
para  entregarte  esta  carta.  Creo  estará  aquí  dentro 
de  algunas  horas. 

ROMAíQUIA 

Lee  en  voz  baja  el  pergamino. 
El  Rey  por  esta  carta  viene  a  asegurarnos  en  la 
certeza  de  que  antes  del  alba  estará  en  Córdoba, 
para  presenciar  el  portento  que  en  esta  hora  ha  de 
realizarse. 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  85 

Y  dime,  Zohair:  ¿Qué  pasa  en  Granada?  ¿Qué 
ha  sucedido  a  Motamid  en  la  ciudad  de  Ebn  Nasar? 
Has  podido  tú  observar  si  viene  satisfacho  de  su 
visita  al  emperador  Yussuf?  y 

ZOHAIR 

(La  Corte  escucha  atentamente  sus  palabras).  Señora, 
en  Granada  domina  hoy  Yussuf.  El  Rey  Abdaliah 
está  preso.  Su  madre,  la  Sultana,  ha  sido  obligada 
por  crueles  medios  a  entregar  los  tesoros  de  la  di- 
nastía. 

En  el  auditorio  se  promueve  un  movimiento  de  indig- 
nación. 

El  fautor  de  este  resultado  ha  sido  un  Cadí, 
protegido  por  la  madre  del  desventurado  Abdaliah, 
la  cual  bien  cara  paga  hoy  su  piedad  intempestiva. 

ROMAIQUIA 

¿Su  piedad? 

ZOHAIR 

Es  el  caso.  Señora,  que  el  Cadí  Ebn  Djafar,  ha 
sido  en  Granada  el  intrigante  principal  de  esta  cru- 
zada, emprendida  por  los  doctores  contra  los  prín- 
cipes del  Andalus.  Abdaliah  hubo  de  mandarlo 
prender  y  lo  encerró  en  una  fortaleza.  Mas  he  aquí 
que  el  astuto  Cadí  prisionero,  llevábase  todo  el  día 
recitando  en  su  calabozo,  en  voz  alta  y  solemne  los 
más  impresionantes  versículos  de  Alkorán.  Su  pro- 
pósito no  era  otro  que  excitar  con  la  noticia  de  esta 


86  BLAS  INFANTE 


conducta  la  excesiva  superstición  de  la  madre  del 
Rey.  Llegaron  al  conocimiento  de  la  Reina  estas 
muestras  de  piedad  del  zorro  Cadí  y  forzó  a  su  hijo 
a  liberarlo.  Enseguida  que  se  vio  libre,  Djafar,  trai- 
cionó nuevamente  a  Abdallah,  yendo  a  contar  al 
Emir  de  África  los  propósitos  sustentados  contra  él, 
por  el  Rey  de  Granada.  Sublevóse  la  plebe  en  la 
misma  Granada  excitada  por  las  patrañas  de  los 
doctores,  los  cuales  aseguraban  vendría  a  abolir 
Yussuf  todo  tributo  y  a  suprimir  las  cargas  que  so- 
bre el  pueblo  había  impuesto  aquella  corte  de  dis- 
pendiarios,  artistas,  hombres  de  ciencia  y  filósofos: 
con  otras  patrañas  por  el  estilo;  y  he  aquí  señora, 
que  Abdallah,  yace  hoy  triste  en  el  fondo  de  prisio- 
nes obscuras,  dominado  el  reino,  por  Yussuf,  los 
faquíes  y  los  jueces  del  Islam. 

ROMAIQUIA 

¿Y  Motamid? 

ZOHAIR 

Motamid  aunque  nada  dice,  parece  conmovido 
ante  estos  tristes  presagios. 

Preferible  hubiera  sido  el  seguir  pagando  tribu- 
to a  los  cristianos  a  haber  llamado  auxiliares  como 
éstos.  Yussuf  y  sus  fanáticas  tribus  caldeadas  por 
el  sol  del  desierto,  de  tosco  y  duro  corazón,  como 
las  rocas  africanas,  son  bárbaros  y  fanáticos  tanto  o 
más  que  los  cristianos  del  Rey  de  León. 


MOTAiMID,   ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  87 


Yussuf  no  hace  nada  sin  el  previo  consejo  y  sin 
el  fetva  de  los  imanes  que  lo  autorice.  No  conoce 
el  árabe  literario.  No  entiende  las  metáforas  de  los 
poetas  y  trata  a  los  sabios  con  grosero  desdén.  Los 
poetas  de  Granada  hubieron  de  enviarle  versos  can- 
tando en  su  loor.— «¿Te  gustan?»— Preguntó  a  Yus- 
suf, Motamid:  y  Yussuf  respondió:  «No  entiendo 
nada  de  esto.  ¡Sólo  sé  que  piden  pan!>  Con  nuestro 
Rey  ha  estado  el  emperador  en  apariencia  muy  afa- 
ble. Pero  el  señor  ha  comprendido,  al  fin.  Ha  temi- 
do incluso  que  Yussuf  se  apoderara  de  él  en  Gra- 
nada, para  poder  así  más  fácilmente  conquistar  el 
reino  de  Sevilla... 

(Los  caballeros  llevan  instintivamente  mano  a  la  espada). 

Y  ha  tenido  necesidad  de  pretextar  que  los 
cristianos  amenazan  estas  tierras  para  no  alarmar  a 
Yussuf,  evitando  que  este  le  hiciera  prisionero  antes 
de  salir  de  Granada... 

ALMUNDHAFFAR 

Los  bárbaros  africanos  nada  podrán  contra 
nuestros  alfanges  poderosos.  ¡Juremos,  caballeros, 
que  antes  de  consentir  profanación  alguna  de  este 
territorio  moriremos  todos  defendiendo  al  Rey  Mo- 
tamid y  a  la  Reina  ítimad...! 

(Los  guerreros  desnudan  las  espadas  y  extendiendo  los 
brazos  con  ellas  empuñadas  saludan  a  la  Reina  . 

EL  DJAILI 
( -  xcitado  por  la  escena,  no  teniendo  alfange  que  cmpu- 


88  BLAS  INFANTE 


ñar,  da  algunos  pasos  adelante,  colocándose  en  medio  de  los 
circunstantes  y  muy  excitado  viene  a  declamar): 

¡Oh,  faquíes  y  oidíes,  de  espíritu  anquilosado — 
Oh,  grotescos  guardadores  de  la  ciencia  del  pasado 
—Que  os  decís  depositarios  de  la  inspiración  de 
Alah.— Si  la  vida  es  despreciable  ¿qué  os  importa 
su  dominio?— ¿Y  por  qué  contra  su  gloria  conci- 
táis el  exterminio.— Si  la  gloria  de  este  mundo  por 
si  sola  morirá?... 

(Estos  últimos  versos  los  dice  el  Djaili,  con  gesto  y  tono 
de  gran  ironía). 

—Oh,  doctores  islamitas... 

(Habibah,  hace  grandes  esfuerzos  por  no  reir  desde  que 
principió  el  poeta  su  improvisación.  Se  tapa  los  oídos  con  las 
manos,  y,  por  último,  no  pudiéndose  contener,  procura  ha- 
cerse ver  en  esta  actitud  por  el  Djaili.  Empujando  a  unos  y  a 
otros,  consigue,  por  fin  adelantar  y  que  este  se  fije  en  ella). 

(El  poeta  queda  cortado). 

ROM.MQUIA 
¿Qué  te  ocurre,  Djaili? 

HABIBAH 

Señora,  que  Alah  le  ha  cortado  la  lengua  por 
hablar  mal  contra  los  suyos. 

(Todos  ríen  desvaneciendo  el  ambiente  trágico  de  la  es- 
cena anterior.  El  Djaili,  algo  corrido,  pretende  también  seguir 
la  broma,  saludando  ceremoniosamente  a  Habibah). 

AIXA 

(Destacándose  al  frente  de  un  grupo  de  damas).  Seño- 
ra, si  tú  nos  das  permiso... 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  8Q 

ROMAIQUIA 

¿Qué  deseas,  Aixa? 

AIXA 

Proyectábamos  estas  damas  y  yo  el  salir  a  la 
terraza  sobre  el  jardín,  para  pasear,  adorando  el  pue- 
blo de  estrellas  que,  en  los  espacios  fríos,  habitan, 
sin  Rey. 

ROMAIQUIA 

Id,  Aixa,  y  si  por  acaso  descubrís  en  lo  lejano 
señales  que  avisen  la  llegada  del  Señor,  corred  a 
avisarme. 

AIXA 

¿Vienes,  Pjaili? 

EL  DJAILI 

Iré  si  nos  acompaña  Habibah.  Tú  digiste  Aixa, 
amiga,  que  las  estrellas  no  tienen  Rey.  La  Reina  de 
las  estrellas  (señalando  a  Habibah)  bajó  a  atormentar  a 
El  Djaili,  a  este  Planeta  obscuro. 

HABIBAH 

Haré  contigo  las  paces,  Djaili;  pues  a  ello  me 
fuerza  tu  galantería,  si  aciertas  a  decirme  en  serio, 
el  por  qué  la  estrellas  no  tienen  Rey. 

EL  DJAILí 
En  serio  lo  dije,  Habibad:  ...Porque  al  venir  tú 


90  BLAS  INFANTE 


a  estas  moradas  de  Edes,  quedó  vado  el  trono  deí 
Urano. 

HABIBÁH 

(Con  mimoso  desdén).  Bah... 

ROMAIQUIA 

Esa  pregunta  se  contesta  muy  fácij,mente, 
Djaili. 

Las  Estrellas  no  tienen  Rey  porque  todos  los 
Soles  son  reyes...  No  es  esto,  Habibah? 

HABIBAH 

Exacto,  señora.  Las  estrellas  no  tienen  Rey, 
porque  no  lo  necesitan.  Y  no  lo  necesitan,  porque 
cada  una  de  ellas  reina  sobre  su  órbita  y  ninguna 
la  traspasa  para  invadir  la  órbita  ajena. 

AIXA 

Las  estrellas  no  tienen  Rey,  porque  cada  una 
tiene  un  rey  en  su  propio  deber,  que  es  el  dere- 
cho  de  las  demás  estrellas. 

Señora,  si  tú  lo  permites... 

ROMAIQUIA 

Sí,  Aixa.  Id  sobre  el  jardín.  Cantad  en  la  terra- 
za, envueltos  en  el  espacio  frío,  mirando  a  las  lu- 
minarias del  cielo,  el  día  en  que  los  hombres  no 
necesitarán  rey,  porque  todos  sean  reyes  como  lo 
son  los  soles. 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DET  SEVILLA  91 

Será  el  día  en  que  los  hombres  podrán  libe- 
rarse de  la  tiranía  de  los  reyes  y,  los  reyes  de  la 
tiranía  de  los  vasallos.  Será  el  día  en  que  los  hom- 
bres sean  por  su  propia  luz  incendiados  como  lo 
son  las  estrellas;  el  día  en  que  no  necesiten  de  la 
ajena  luz  para  caminar  entre  las  sombras,  ni  del  aje- 
no impulso  como  fuerza  vital  que  les  haga  recorrer 
su  trayectoria  por  los  ámbitos  de  lo  Infinito.        .    ^ 

Los  hombres,  como  los  soles,  girarán  sin  cho- 
car entre  sí,  en  sus  propias  órbitas,  y  la  solidaridad 
de  los  hombres  será  como  la  de  los  astros:  enjam- 
bre de  radiantes  mariposas  que  por  las  negruras  del 
éter  volarán  juntos  hacia  un  eterno  e  ignoto  foco  de 
luz;  faro  perdido  en  la  obscuridad  de  la  noche  in- 
sondable... 

Cantad  al  día  en  que  todos  los  seres,  así  in- 
cendiados por  la  Verdad,  el  Universo  será  todo  luz, 
en  cuyo  potente  llamear,  la  noche  quedará  por 
siempre  desvanecida.  Entonces,  el  Universo  será 
una  estrella,  cuando  todos  los  seres  sean  soles.  Lo 
infinito  brillará  como  una  Gloria... 

Id  amigos,  a  pasear  sobre  la  terraza,  bajo  las 
luminarias  del  cielo... 

(La  Reina  extiende  el  brazo  señalando  la  puerta.  Salen 
Aixa,  Habibah  y  varios  caballeros  y  damas  acompañados  por 
el  Djaili). 


Q2  BLAS  INFANTE 


(La  reina  queda  ensimismada  durante  algunos  instantes. 
La  Corte  permanece  silenciosa). 

ROMAIQÚIA 

¿Tardará  mucho  el  señor,  Zohair?  ¿Falta  aún 
mucho  tiempo  para  que  aparezca  el  alba? 

ZOHAIR 

Señora.  El  Rey  no  puede  tardar.  Dentro  de 
una  hora  la  voz  del  Muezzin  llamará  a  los  fíeles  a 
la  oración  matutina  desde  el  minarete  más  alto  de 
la  gran  Aljama. 

ROMAIQÚIA 

He  aquí,  señores,  que  me  siento  morir  de  cu- 
riosidad. ¿Será  verdad  que  mi  esposo  tuvo  poder 
para  hacer  nevar  sobre  la  sierra  de  Córdoba?  Di 
palabra  de  que  yo  nada  preguntaría  y  de  que  hasta 
que  el  Muezzin  anunciara  hoy  el  nacimiento  del  día 
nuevo,  yo  no  abriría  las  puertas  de  ese  ajimez  para 
presenciar  el  gran  milagro. 

Vosotros,  caballeros  de  Córdoba,  (dirigiéndose 
sonriendo  a  Almundhaffar)  sabreis  ya  si  Motamid  llegó 
a  cumplir  su  promesa,  más  bien  que  real,  divina. 

ALMUNDHAFFAR 
(Sonriendo).  Señora,  tenemos  el  deber  de  callar- 
lo todo.  No  podemos  desobedecer  al  Rey;  el  cual 
ordenó  no  se  dijera  nada  sobre  este  asunto. 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  93 

ROMAIQUIA 

¡La  sierra  de  Córdoba  blanca  como  el  armiñol 
Tenía  cuando  yo  la  vi  irisaciones  rosadas  como  una 
gigante  concha  de  nácar  transparente...  Yo  la  hube 
de  contemplar  llorando...  ¿Por  qué?  No  sé...  A  ve- 
ces la  sierra  blanca  me  parecía  un  túmulo  de  inma- 
culada pureza  acogido  amorosamente  en  el  regazo 
de  lo  azul.  Motamid  y  yo  dormíamos  en  el  centro 
de  la  blanca  tumba,  coronados  para  siempre  con 
diademas  de  flores. 

¡Oh!  los  antiguos  reyes  del  ignoto  Egipto,  cu- 
yos ojos  inmóviles  en  esfinges  hieráticas,  paraliza- 
dos están  por  el  terror  del  supremo  Misterio;  los 
reyes  milenarios  de  ese  lejano  y  obscuro  país  en 
que  el  río,  el  hombre,  la  serpiente,  el  pájaro,  la  es- 
tatua y  la  flor,  son  formas  nostálgicas  de  un  trágico 
anhelo  de  eternidad  perdida  entre  sombras  espan- 
tables; esos  reyes  estáticos  de  rígida  línea  como  la 
fatalidad  irreductible,  construyeron  en  la  árida  pla- 
nicie de  los  desiertos  sin  fin,  grises  mausoleos  de 
montañas  ingentes,  dentro  de  las  cuales  buscaron 
refugio,  contra  la  profanación  de  los  siglos,  sus 
sombras  adustas. 

¡Ah...  qué  afán  de  vivir...!  ¿Cómo  no  ha  de  ser 
vencida,  al  final,  la  muerte?  ¡Andalus  riente...  Tus 
pájaros,  tus  flores  y  tus  ríos,  y  tus  hombres,  y  tus 
estatuas,  tienen  ojos  de  resplandeciente  claridad, 
como  el  puro  cristal  de  la  Gloria  conseguida!... 


94  BLAS  INFANTE 


Una  tumba  blanca,  como  una  montaña  de  nie- 
ve, sembrada  de  rosas,  bordeada  por  la  magnífica 
pompa  verde  de  mirtos  y  limoneros,  acariciada  por 
el  dulce  batir  de  las  cimbreantes  palmeras;  perfu- 
mada por  el  efluviar  de  los  azahares...  ¡He  aquí  una 
tumba  digna  de  los  reyes  del  Andalus...! 

(Romaiquia  se  aproxima  al  ajimez  y  mira  a  través  de  las 

celosías).  ¡No  veo  nada!  Todo  está  sumergido  entre 
las  fauces  de  las  tinieblas. 

{Cuánto  se  hace  esperar  esta  noche  la  voz  del 
Muezzin!... 

¡Cuánto  tarda  Motamid!... 

¿Le  habrá  ocurrido  alguna  mala  aventura? 

¿Por  qué  hubiste  de  dejarle  tú,  valiente  Zohair? 

Una  celada,  quizás... 

¡Ah  señor!  ¿Por  qué  nos  odian  tanto  esos  hom- 
iDres  pálidos  que  nos  combaten  en  nombre  de  la 
Religión  y  de  la  Ley? 

¿Nuestra  Religión,  no  es  acaso  la  de  ellos? 

Crear  belleza;  esto  es,  encarnar  en  el  Hecho  el 
Verbo  divino  de  la  Belleza  que  es  la  desnuda  Ver- 
dad... 

¿No  es  esa  la  finalidad  suprema  de  la  vida? 

¿V  no  es  la  finalidad  suprema  de  la  vida  la  su- 
prema finalidad  de  la  Religión  y  de  la  Ley? 

¿Por  qué  han  de  soliviantar  al  pueblo  y  a  Vu- 
suf  CM  contra  de  nosotros? 

Motamid  les  responde  con  su  dulce  tolerancia: 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  95 

¿Acaso  no  estoy  yo  aquí,  para  defender  la  libertad 
de  mis  enemigos? 

Que  analicen  uno  por  uno  los  detalles  de 
nuestro  vivir,  ¿Qué  Biblia,  qué  Evangelio  o  qué 
Alkorán  podrá  repugnarlos? 

Hablan  los  hijos  de  .Israel  de  un  macho  que 
cargaba  con  los  pecados  del  pueblo.  Nuestros  ene- 
migos no  tienen  ojos  en  el  espíritu  para  percibir  las 
esencias  de  vida  que  por  nosotros  obran.  Sólo  tie- 
nen ojos  en  la  cara  y,  éstos;  necesitan  para  ver,  de 
cuerpos  que  resalten  y  de  materiales  extensiones. 

He  aquí  que  Romaiquia  es  ahora  el  símbolo 

tangible  del  Pecado.  El  macho  que  conduce   las 

fingidas  impiedades  del  Andalus  pecador.  ¡Como  el 

macho  de  Israel,  la  pobre  Itimad,  arrojada  será  al 

desierto  solitario...! 

(Itimad  sobrecogida  por  una  sombría  visión,  guarda  si- 
lencio durante  unos  instantes.  Después  continúa  lentamente 
y  como  hablando  consigo  misma). 

¡Al  Desierto...!  Al  África  hosca  de  huracanes 
de  arena,  como  aludes  de  cenizas  abrasadas  de 
muertos  calcinados!  ¡A  la  costa  huraña  de  rocas 
aguzadas  como  puñales,  encarnadoras  de  una  mal- 
dición de  odio  estéril  e  implacable! 

¡Oh  príncipe  mío!...  Tal  vez  serán  nuestros 
cuerpos  por  el  éxodo  separados;  y  en  las  agrias  ver- 
tientes de  los  petrificados  montes,  alcanzaremos,  al 
fin,  inhospitalaria  sepultura!... 

Tal  vez  el  polvo  de  nuestros  cadáveres  profa- 


96  BLAS  INFANTE 

nados,  arena  vendrá  a  ser  calcinada  del  desierto, 
que  en  tromba  asoladora  irá  a  destruir  los  verdes  y 
humildes  oasis,  cegando  sus  fuentes  rumorosas  y 
fecundas... 

¡Pero,  no!  ¿Verdad  que  no,  Zohair?  ¿Verdad 
que  no,  Almundhaffar?  ¿Verdad  que  no,  valientes 
caballeros  andaluces?  ¿Verdad  que  vosotros  tenéis 
alfanges  resplandecientes,  como  serpientes  de  sol, 
para  garantir  a  vuestra  Reina,  a  la  pobre  Itimad,  un 
eterno  sueño  de  amor  en  la  sierra  más  bella  del 
Andalus,  vestida  de  blancor  esplendente? 

(Algunas  damas  lloran  escuchando  a  la  Reina.  Los  caba- 
lleros se  conmueven  profundamente) 

ALMUNDHAFFAR 

(Exaltado).  ¡Guay  del  emperrador  Yusuf  y  de  los 
bárbaros  africanos!  ¡Maldito  el  Rey  de  León!  ¡No 
verán  nuestros  ojos  el  vencimiento  de  Motamid! 

(Se  oye  a  lo  lejos  el  resonar  de  clarines  y  atambores). 

ROMAIQUIA 

(Animada  por  un  goce  repentiao).  ¡El  Rey!  Alegré- 
mosnos, señores;  y  olvidad  mis  lúgubres  augurios... 

¡Nadie  podrá  vencer  al  Sol.  Nadie  podrá  anu- 
lar a  los  hijos  de  la  luz! 

¡Una  humilde  luz  llegará  a  bastar  para  incen- 
diar ancho  campo  de  tinieblas...! 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  Q7 

PasaJ©  K 

(Entran  en  el  Salón  AIXA,  HABIBAH,  EL  DJAILI  y  el 
cortejo  de  señores  que  hubieron  de  salir  a  la  terraza). 

HABIBAH 

(Precipitada).  Señora.  El  Rey  llega.  Las  antorchas 
de  su  comitiva  se  confunden  con  las  estrellas,  a  lo 
lejos.  Aixa  dijo:  *Ved  que  allí  aparece  una  multitud 
de  nuevos  soles*.  El  Djaili  contestó,  galante  como 
siempre.  *¡No,  Aixa.  Son  las  antorchas  del  Rey!> 
desmintiendo  enfáticamente  a  esta  señora.  Yo,  ha- 
ciendo justicia  a  los  guerreros  de  la  escolta,  hube  de 
replicar:  «¡Estúpido,  esas  luces  son  las  estrellas  del 
Andalus!> 

ROMAIQUIA 

(Muy  alegre).  ¿Cómo  es  eso,  Djaili?  ¿Tú  desmen- 
tir a  una  dama?  (E1  poeta  calla)  ¿Por  qué  callas,  di? 
¿A  dónde  fué  entonces  tu  locuacidad?  ¡Habla,  hura- 
cán de  palabras! 

EL  DJAILI 

Señora.  Si  el  Djaili  es  un  huracán  de  versos, 
Habibah  es  una  tormenta  seca  de  rayos,  descargan- 
do sin  cesar  sobre  el  pobre  Djaili.  Cuando  sobre- 
viene una  de  esas  tormentas,  se  aquieta  la  atmós- 
fera. Los  rayos  son  exhalados  de  los  senos  desga- 
rrados de  las  nubes.  El  espacio  es  sofocante  y  el  aire 
cálido.  El  huracán  se  retira  entonces  a  sus  guaridas 


98  BLAS  INFANTE 


ignotas.  Y  esto  sucede  a  este  huracán  (indicando  a  sí 
mismo)  con  respecto  a  esa  tormenta  (señalando  a  Ha- 
bibah).  La  verdad  es  que  cuando  aparece  esta  mujer 
yo  no  sé  en  dónde  me  meto.  Desde  luego  no  estoy 
en  mí... 

ROMAIQUIA 

Pues  si  Habibah  es  tormenta  de  rayos  y  tú  eres 
el  huracán,  la  tempestad  completa  clama  por  la 
unión  de  Habibah  y  el  Djaiii. 

HABIBAH 

(Vivamente).  ¡Ah,  señora!  Yo  recurriré  al  mismo 

Alah  contra  ese  decreto  de  la  tempestad  completa. 

Si  yo  fuera  hurí  divina  y  el  Djaiii  llegase  a  entrar  en 

el  cielo,  antes  que  ser  destinada  a  su  palacio  en  el 

Paraíso,  me  erigiriría  en  Espartacus  de  las  huríes 

contra  los  creyentes  gloriosos  y  contra  su  señor 

Alah. 

(Los  clarines  y  atambores  se  escuchan  más  cerca  anun- 
ciando la  proximidad  del  cortejo). 

ROMAIQUIA 
¡Salgamos  al  pórtico,  a  recibir  al  Rey! 

(El  Rey  entra  apresuradamente  en  el  salón). 

MOTAMID 
El  Rey  se  adelantó  a  ia  comitiva  y  está  ya  aquí, 
entre  vosotros.  (Abraza  a  Romaiquia). 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  09 

Salud,  señores.  (Se  dirige  afectuosamente  a  todos 
los  reunidos  saludando  a  cada  uno  cariñosamente). 

ROMAIQUIA 

Conduciéndolo  al  diván  junto  al  muro  del  fondo. 

Descansa  aquí,  mi  señor.  (Se  sienta  en  un  taburete 
junto  a  la  cabecera  del  diván). 

¡Oh,  Motamid;  ya  empiezo  a  creer  que  se  rea- 
lizará el  gran  milagro! 

MOTAMID 

Dentro  de  pocos  minutos  sabrá  Itimad,  cuanto 
puede  llegar  a  crear  la  Potencia  divina  del  Amor. 
No  es  justo,  señora,  corresponder  a  la  divinidad  de 
un  amor  que  obra  milagros,  con  la  tibieza  de  deli- 
cados desvíos. 

ROMAIQUIA 

(Mimosa).  ¿Mi  señor  habla  así  de  su  esclava  Iti- 
mad? 

MOTAMID 

Hablo  así  a  Itimad,  mi  tirana  señora.  ¿Es  por 
que  no  apresuré  mi  vuelta  de  Granada  pdra  descan- 
sar en  Zahara  unos  días,  por  lo  que  me  escribió  la 
Reina  esta  carta  que  con  mi  última  se  cruzó?  Todas 
tus  cartas  han  comenzado  siempre  de  este  modo, 
con  estt  fórmula  inventada  por  tí:  «De  Itimad,  la 
esclavizada  por  el  amor,  a  Motamid,  su  señor,  Rey 
natural  de  hombres  (reine  mi  señor  tantos  años  co- 
mo ha  reinado  y  reinará  el  Amor)...» 

¿Por  qué  suprimiste  en  el  comienzo  de  tu  úl- 


100  BLAS  INFANTE 


tima  carta  esta  dulce  fórmula,  y  con  ella  tu  nombre 
adorable?  Es  lo  que  mi  señora  se  diría:  «Estoy  en- 
fadada con  él  por  no  haber  venido  a  gozar  conmi- 
go del  amor  que  le  tengo,  en  la  bella  Medina.  Pues, 
por  Alah,  que  ha  de  pagar  bien  caro  mi  enfado.  Si 
llega  a  leer  mi  nombre,  Itimad,  en  el  principio  de 
mi  carta,  lo  ha  de  besar,  como  siempre...  ¡Pues, 
por  el  amor  ofendido!  Que  no  ha  de  besar  mi 
nombre,  cuya  esencia  es  un  suspiro  del  amor,  la- 
tente en  un  ritmo  de  plata  que  compuso  Orfeo. 

ROMAIQUIA 

Fué  una  distracción,  señor.  Como  el  nómada 
atraído,  a  la  vez,  en  el  desierto,  por  la  voz  perfuma- 
da de  cien  oasis,  así  es  nómada  el  alma  de  Romai- 
quia,  por  cien  jardines  de  ensueño,  atraída  a  la  vez 
en  el  desierto  de  la  vida;  toda  desierta,  cuando  se 
ausenta  su  señor. 

MOTAMID 

jOh,  señora!  La  distracción  de  una  deidad, 
¿cuántas  desdichas  no  puede  venir  a  inflingir  a  los 
mortales?  ¿Queréis  llegar  a  ser  dioses?  Pues  no  dis- 
traeros jamás.  Tú  lo  digiste,  Itimad,  en  el  bello 
poema  que  hubiste  de  componer  aquel  claro  día  en 
la  bulliciosa  Almuzara.  «¡El  ambiente  del  cielo  es 
de  bella  inquietud!»  La  distracción  de  un  día  hará 
caer  al  Dios  desde  lo  alto  del  Olimpo, ,  entre  los 
mortales  inarmónicos.  El  Olimpo  es  la  suprema  ar- 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  101 

monía  y  para  mantenerse  en  él,  hay  que  llegar  a 
conservarse  en  un  supremo  equilibrio,  el  cual  ven- 
dría a  desvanecer  la  más  leve  distracción...  Pero,  ya 
empiezan  a  llegar  los  rezagados  de  mi  escolta. 

(Entran  en  el  salón  varios  guerreros  de  la  comitiva  del 
Rey). 

(Los  recién  llegados  saludan  respetuosamente  a  los  dos 
soberanos). 


Pacaje 

EL  KADER 

(Quien  preside  a  los  que  entraron). 
—A  tu  orden,  gran  señor. 

MOTAMID 

¡Hola,  Kader;  bien  os  apresurasteis! 

KADER 

Señor;  te  hubimos  de  seguir  al  galope,  pero 
ninguno  pudo  alcanzar  tu  caballo  alado  como  el 
huracán.  Dentro  de  varios  instantes  llegarán  a  Pa- 
lacio todos  los  de  la  comitiva. 

MOTAMID 

Y,  Ebn  Mokri,  a  pesar  de  sus  años,  ¿se  propu- 
so seguiros? 

KADER 
Tu  Visir  llegó  con  nosotros,  pero  hubo  de  en- 


102  BLAS  INFANTE 


contrar  en  una  antecámara  a  su  gran  amigo  Thofail, 
el  filósofo,  quien  venía  hacia  acá,  y  allí  quedaron 
departiendo  unos  momentos,  antes  de  entrar  a  sa- 
ludarte. " 

MOTAMID 
(Con  cxtrañeza).  ¡¡Thofailü 
KADER 

De  tu  extrañeza  he  participado  también  yo, 
gran  señor.  Tú  sabes  que  Ebn  Mokri  era  grtn  ami- 
go de  Thofail,  el  filósofo.  Tú  conoces  cuánto  hubo 
de  lamentar  su  muerte,  cuando  un  correo  que  le 
enviaron,  desde  Medina  a  Granada,  vino  a  asegu- 
rarle que  había  presenciado  su  entierro.  Figúrate 
cuál  sería  su  sorpresa  y  aun  la  nuestra,  cuando  al 
atravesar  uno  de  los  salones  del  Alkázar,  sale  a 
abrazarle  Thofail. 

MOTAMID 

Es  cierto  que  un  amigo  de  Ebn  Mokri,  cono- 
cedor de  su  amistad  con  el  filósofo,  le  hubo  de  co- 
municar la  triste  nueva.  Por  cierto,  que  yo  he  ex- 
trañado el  que  no  se  me  participara  a  mí  también 
la  noticia,  dada  la  estimación  grande  en  que  tengo 
a  Thofail. 

ROMAIQUIA 

No  quisimos,  señor,  llevar  tan  lejos  la  broma. 
(Aparecen  en  la  sala  Ebn  Mokri  y  Thofail). 


MOTAMID,   ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  103 


MOTAMID 

(Viéndoles  aparecer).  ¿Pero  es  que  no  moriste, 
Thofaii? 

(Todos  miran  al  Djaili  y  a  Thofaii,  y  ríen). 

THOFAIL 
Señor,  es  cierto  que  murió  el  antiguo  Thofaii, 
filósofo  serio  y  hermético.  Queda  el  nuevo  Thofaii, 
hechura  de  una  broma  de  la  Corte:  y  como  hijo  de 
una  broma,  alegre  y  expansivo. 

MOTAMID 

(Riendo).  ¿Y  te  llegaron  a  enterrar?  Habla;  es 
curioso. 

EBN  MOKRÍ 
Hixem,  el  médico,  certificó  la  muerte  de  un 
muñeco,  diciendo  que  era  el  muerto  Thofaii.  Al 
muñeco  enterraron  y,  al  cadáver  supuesto,  un  epi- 
tafio compuso  el  Djaili. 

THOFAIL 

Un  hombre  impenetrable,  de  seriedad  cons- 
tante y  hermética,  es  un  muñeco  fingido.  Con  mi 
seriedad,  enterraron  este  muñeco.  Resucité  sólo  un 
momento  merced  a  la  indignación  que  me  produjo 
un  epitafio  que  me  compuso  el  Djaili.  Era  una  bro- 
ma más  seria  que  la  misma  muerte. 

EL  DJAILI 
¡Oh,  señor.  Yo  fui  quien  hube  de  recibir  los 
últimos  muñecazos...! 


104  BLAS  INFANTE 


MOTAMID 

Ya  me  habrás  de  recitar  tu  epitafio,  querido 
Djaili.  Ahora  déjame  decir  una  cosa  a  Ebn  Mokri: 
¿Tienes  pronto  el  pliego  para  el  rey  de  León?  (al 
Hagib). 

EBN  MOKRI 

Está  aquí,  gran  señor,  (indicando  su  cartera). 
MOTAMID 

Almudhaffar.  He  pensado  en  tí,  para  confiarte 
una  misión... 

ALMUDHAFFAR 
Estoy  pronto  a,servir  a  mi  Emir. 
MOTAMID 

Buscarás  al  rey  Alfonso.  Debe  hallarse  en  To- 
ledo. Le  entregarás  de  mi  parte  el  pliego  que  te 
dará  el  Visir. 

Procura  con  tu  elocuencia  y  por  los  medios 
todos,  que  el  Rey  cristiano  acuda  con  todas  sus  fuer- 
zas al  llamamiento  que  le  dirige  el  Rey  de  Sevilla. 

(En  la  sala  se  produce  un  movimiento  de  simpatía  al 
escuchar  la  orden  del  Rey). 

¿Qué,  señores  míos?  ¿Acogéis  mi  resolución  con 
complacencia?  Ya  no  puede  vacilarse  por  más  tiem- 
po. Si  Alfonso  no  se  alia  con  nosotros,  en  contra 
de  nuestro  común  enemigo,  bien  pronto  el  Emirato 
de  Sevilla,  y  Córdoba  la  excelsa,  serán  meras  pro- 
vincias del  imperio  africano  de  Yussuff... 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  105 

ALMUDHAFFAR 

¡Muera  Yussuff!  ¡Quebrantemos  el  imperio 
africano! 

(Los  circunstantes  acogen  con  vivas  muestris  de  apro- 
bación las  imprecaciones  de  Almudhaffar). 

MOTAMID 

No  sé  si  será  aún  tiempo  para  que  el  rey  de 
León  acucia  en  socorro  de  los  andaluces.  He  visto  a 
Yussuff  en  Granada  y  su  comportamiento  no  es  de 
amigo,  sino  de  franco  conquistador...  Almudhaffar, 
en  ese  pliego  van  mis  ofrecimientos  y  seguridades 
para  el  monarca  leonés.  Entrégalo,  Hagib. 

(El  Mokri  entrega  el  pliego  a  Almudhaffar). 

ALMUDHAFFAR 
¿Cuándo  habré  de  partir,  señor? 

MOTAMID 
Que  te  preparen  escolta,  y  parte  en  seguida. 

ALMUDHAFFAR 

jReine  por  muchos  años,  mi  señor! 
(Almudhaffar  sale  de  la  Cámara): 

MOTAMID 

(Después  de  un  instante  de  abstracción,  en  que  el  Rey 
aparece  sumido  en  profundos  pensamientos).  Grandes  días 
de  prueba  se  aproximan  para  nuestro  esfuerzo  in- 
domable, valientes  compañeros  míos;  los  que  con- 
migo compartís  la  soberanía  de  esta  tierra. 


106  BLAS  INFANTE 


Ya  no  es  posible  ocultarlo.  Las  hordas  fieras 
del  bárbaro  Yussuff,  van  a  guerrear  muy  pronto 
contra  los  soldados  de  Motamid.  La  fuerza  ciega 
de  elementos  brutales  que  por  sus  instintos  se  mue- 
ven,  como  catapultas  arrolladoras,  habrá  de  empu- 
jarlos contra  los  débiles  representantes  de  la  fuerza 
espiritual,  contra  los  representantes  de  la  fuerza 
consciente  que,  en  el  Fin,  habrá  de  domar  a  aque- 
lla fuerza. 

En  el  Fin,  no  tengo  duda...  Pero  en  este  trán- 
sito fatigoso,  en  que  por  la  posibilidad  de  vencer 
en  parciales  combates  el  mal  al  bien;  el  bruto  al  ci- 
vilizado; la  maldad  a  la  justicia;  la  sombra  a  la  luz; 
en  este  tránsito,  el  cual  por  esa  posibilidad,  es  tránsi- 
to y  no  es  fin... 

Mas  he  aquí  que  bastante  hube  de  contristar- 
me en  Granaba,  viendo  como  la  grosería  del  bruto 
triunfaba  de  la  delicadeza  de  los  verdaderamente 
fuertes... 

Los  fuertes  somos  nosotros;  ¡pero  somos  tan 
pocos  aún...! 

¡Y  para  contrastar  nuestra  fortaleza  se  necesita 
de  que  resista  tantos  combates  nuestra  debilidad!... 

(El  Rey  se  levanta). 

¡Eh,  señores!...  Vivamos  estos  instantes  de  trán- 
sito fatigoso,  como  si  en  el  día  estuviéramos  del 
combate  triunfal! 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA         107 


PEsaJe  M 

(Hasta  la  sala  luminosa  abrillantada  por  la  corte  esplen- 
dente empiezan  a  llegar  las  ondas  cristalinas  que  conducen  la 
voz  del  Muezzin  de  la  Gran  Aljama,  recogida  por  el  seno 
puro  de  un  limpio  y  blaaco  amanecer). 

La  voz  del  Muezzin: 

El  tránsito  oscuro  de  la  noche  muere 

Y  en  radiante  tránsito  aparece  Dios. 
¡Tránsito  del  día  que  de  Oriente  llega!... 

ROMAIQUIA 

¡El  Muezzin!  (Se  levanta  y  corre  hacia  el  cerrado  aji- 
mez). 

MOTAMID 

(Deteniendo  con  suavidad  a  Romaiquia).  Todavía  no, 
Itimad.  Esperemos  a  escuchar  hasta  el  fin,  su  cantu- 
ría sagrada. 

Un  poeta  amigo,  la  hubo  de  componer.  Un 
imán,  aún  no  sublevado  contra  el  Rey,  mandó  reci- 
tarla en  este  día,  al  Muezzin. 

(Mientras  el  Rey  habla  con  su  esposa,  el  Muezzin  canta, 
repitiendo  dos  veces  más,  las  estrofas  anteriores.  Después, 
continúa). 

La  voz  del  Muezzin: 

Trémulos,   en  el  blancor  del  alba, 
Desperézanse,  al  despertar  los  seres, 

Y  en  nacientes  cantos,  al  Señor  reviven. 
¡Por  ellos  Dios  canta  el  Reinar  de  Dios! 


108  BLAS  INFANTE 


Dios  es  el  Día  que,  contra  sombras,  viene: 

Y  en  un  día  eterno  quiere  ser  Dios. 
Su  grito  de  luz  ahuyenta  la  noche 
Dios,  entre  sombras,  un  grito  es  de  luz. 

Y  es  Dios  la  luz,  que  por  ser  en  todo, 
Quiere  incendiar  las  tristes  tinieblas... 
En  la  blanca  Oración  que  la  Aurora  dice 
Diciendo  su  voz  para  el  gran  combate. 
Todos  los  seres  al  Señor  proclaman. 

¡Confesadlo  también,  todos  los  humanos! 
Este  Dios,  Único  de  todos  los  seres 
Alah  es,  y  la  luz  de  los  muslimes. 

¡Proclama,  oh  muslim,  por  el  riiundo  entero: 
«¡No  hay  más  Dios  que  nuestro  Dios  Alah, 

Y  es  Mohamed  su  único  profeta!... 

motaMid 

¡Ven,  Romaiquia! 

(El  Rey  va  a  abrir  los  maderos  que  cierran  el  ajimez  de 
fondo.  La  sierra  de  Córdoba  aparece  nevada,  a  la  luz  azulada 
del  amanecer). 

ROMAIQUIA 

(Aproximándose  conmovida  al  vacío  del  ajimez).  ¡Está 
blanca!...  Mi  rey,  hizo  nevar  para  mí!... 

La  reina  se  acoda  en  el  alféizar  de  azulejería.  De  sus  her- 
mosos ojos  brotan  lágrimas  de  ternura  y  admiración.  Des- 
pués queda  extática,  contemplando  con  adoración  la  sierra... 
La  Corte  presencia  conmovida  y  muda  la  escena.  El  Rey  mira 
a  Itimad,  radiante  de  gozo. 


I 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  109 

MOTAMID 

(Después  de  un  largo  silencio).  Cumplióse,  Itimad^ 
tu  deseo  y  mi  palabra. 

(El  Rey  sigue  hablando  con  cierta  solemnidad  y  lentitud). 

Este  manto  de  rosada  nieve,  no  hubo  de  llo- 
ver del  cielo,  en  lentos  copos  albos,  como  vedijas 
de  lana,  de  corderos  limpios. 

Hilado  fué  en  las  entrañas  de  la  tierra,  en  don- 
de duermen  las  energías  creadoras  de  las  Potencias 
celestes... 

Ellas  aguardan  para  surgir  divinas,  en  creación 
de  Gloria,  la  evocación  poderosa  de  Dios. 

Encarnación  en  hechos  soberanos,  clama  el  ver- 
bo de  Dios  que  vive  en  mi  amor  eterno  a  Itimad:  en 
en  mi  anhelo  inextinguible  de  Belleza,  sin  fin.  Y  el 
verbo  de  Dios  que  vive  en  mi  Amor  a  Romaiquia  y 
en  mi  anhelo  de  inmortal  belleza  quiso,  excitado 
por  la  Diosa  Itimad,  evocar  las  energías  dormidas 
en  el  seno  de  la  Sierra.  ¡Ah,  cuando  una  mujer  es 
Diosa,  cómo  excita  a  obrar  al  Dios  que  el  amado 
lleva  VIVO,  en  el  Santuario  de  un  espíritu  real!  Y 
fueron  mis  servidores  comprando  y  descuajando  al- 
mendros, y  requisando  carretas,  por  todos  los  ámbi 
tos  del  Andalus,  y  trasladándolos  fueron  a  esa  parte 
de  la  Sierra  que  ahora  absorve  la  adoración  de  la 
Diosa  que  excitó  a  obrar  milagros,  a  mi  Dios.  Y  ahí 
fueron  plantados  durante  el  hivierno,  como  esperan- 
zas de  Primavera.  Han  transcurrido  los  tres  meses 
de  plazo  que  pedí  a  Itimad,  para  realizar  el  porten- 


lio  BLAS  INFANTE 


to.  (Motamid,  ríe.)  ¡Portento!  El  mas  grande  portento 
de  Dios  está  en  la  sencillez  y  expontaneidad  de  sus 
naturales  creaciones!...  Y  pasados  los  tres  meses,  los 
Almendros  han  florecido,  y  la  Sierra  está  blanca: 
(a  itimad.)  blanca  como  tu  pureza:  como  tu  candor: 
como  tus  vestidos  de  novia  eterna  mía;  blanca,  co- 
mo tú;  virginal  amada  de  este  Dios:  blanca  con  los 
suaves  tintes  rosa  de  tu  pudor  angélico:  siempre  ino- 
cente: siempre  alarmado:  nunca  por  esto,  ofendido. 
Itimad:  eterna  niña:  eterna  virgen:  eterna  no- 
via: eterna  novia  serás,  porque  una  novia  es  novia 
porque  siempre  es  nueva  para  el  amante:  porque 
siempre  el  novio  encuentra  novedad  en  el  encanto 
de  la  novia.  ¡Transparente  como  la  clara  linfa  de  una 
fuente  pura,  es  la  sabiduría  de  las  palabras  que  usa- 
ron los  antiguos  hombres! 

Para  nuestros  remotos  antecesores,  novia  y 
nueva  era  lo  mismo.  ¡Itimad,  mi  siempre  novia:  mi 
siempre  nueva,  en  un  nuevo  encanto  de  tu  Belleza 
blanca! 

El  Rey  ha  ido  acercándose,  lentamente,  a  Romaiquía,  du- 
rante este  parlamento.  Ella  saliendo  de  su  abstracción,  viene  a 
abrazar  el  cuello  del  príncipe. 

ITIMAD 

¡Motamid,  Motamid:  haz  otro  milagro!  ¡Impide 
que  los  bárbaros  vengan  a  arrancar  las  flores  de 
jiieve  que  al  conjuro  de  tu  amor  brotaron  en  la  Sie- 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  111 

rra!  ¡Yo  quiero  dormir,  eternamente,  bajo  el  esplen- 
dor inmaculado  de  las  flores  blancas! 

Esto  lo  dice  Romaiquia,  con  supremo  fervor,  pretendien- 
do ocultar  la  cabeza  en  el  pecho  palpitante  del  Rey. 

MOTAMID 

¡Morir!  ¡Dormir!  El  milagro  está  hecho,  Itimad. 
Vivirás  siempre,  y  un  palio  de  flores  blancas,  siem- 
pre tendrás  por  dosel  de  Reina. 

Tu  eres  la  luz,  la  pureza:  el  calor:  el  perfume: 
¿No  oiste  la  voz  de!  Muezzin?  Vendrá  el  invierno:  y 
vendrá  la  noche:  tránsitos  de  frió  y  de  tinieblas:  Pe- 
ro acabará  su  tránsito,  y  volverá  el  tránsito  radiante 
de  la  Primavera  y  del  Día,  que  es  el  tránsito  de  Dios 
que  afirmarse  quiere  por  siempre  en  un  Día  eterno: 
en  el  florecer  de  una  Primavera  Eternal...  Nosotros, 
Itimad,  somos  la  Primavera  y  el  día:  nosotros  somos 
la  Vida:  Nosotros  somos  Dios  que  quiere  afirmarse; 
que  quiere  ser  también  en  los  tránsitos  fríos  y  os- 
curos del  Invierno  y  de  .la  noche:  La  Vida  es  el  cla- 
mor de  una  eterna  necesidad:  Perfección  Suma:  es- 
to es:  Dios:  la  necesidad  de  Dios.  V  Dios  será  solo 
cuando  todo  sea  una  satisfacción  de  esta  necesidad: 
una  encarnación  del  verbo  universal  de  Dios:  Para 
que  Dios,  la  absoluta  luminosidad,  y  la  Absoluta 
Belleza,  y  la  Absoluta  Animación  pueda  ser,  se  ne- 
cesita que  no  haya¡  algo  que  sea  sombra:  ni  algo 
que  sea  frió:  ni  algo  que  sea  feo:  ni  algo  que  sea 
inerte. 

Se  necesita  que  no  haya  invierno  y  que  no  ha- 


112  BLAS  INFANTE 


ya  noche:  que  todo  sea  una  palpitación  de  vida 
triunfadora:  que  el  Universo  sea  una  luz:  un  Amor: 
un  Perfume...  Nuestra  luz  y  nuestro  amor. 

Dios  lo  quiere  y  lo  será:  lo  será.  El  milagro 
está  hecho,  Itimad.  Tu,  eterna  flor  blanca,  vivirás 
siempre;  es  un  Decreto  de  Dios.  Es  Dios  mismo, 
quien  vivirá  por  tí;  y  quien  por  tu  vida,  se  conser- 
vará. 

ITIMAD 

¡Dios:  Dios!  Perdona  mi  amargura,  y  mis  lágri- 
mas rojas  como  las  del  Sol  Poniente;  amado  mío. 
Son  las  lágrimas  que  tiñen  de  púrpura  el  espacio, 
en  donde  llora  el  poniente  Sol.  ¡Andalus,  dulce 
como  un  atardecer,  en  que  el  Sol  que  se  muere, 
llora!  ¡Andalus,  Tierra  del  Sol  Poniente:  Tierra  de 
los  duelos  del  Sol!...  Flores  blancas  de  la  Sierra: 
Reino  de  Motamid  y  de  Itimad:  la  Estrellase  mue- 
re, de  este  día...  ¡Pero  no  llorad  la  muerte  de  la 
Estrella! 

Como  un  grano  limpio  que  se  siembra  ente- 
rrándose entre  sombras,  vendrá  a  surgir  purificada 
y  nueva  por  el  Oriente  Blanco.  Trasladémosnos  al 
Alba  sonoro  en  que  habrá  de  volver  triunfante,  y 
sea  nuestro  duelo  un  canto  de  vida  a  la  eterna  vic- 
toria del  divino  Sol!... 

La  corte  escucha  arrobada  el  diálogo  de  Motamid  y  de 
Itimad.  En  los  ojos  de  todos,  húmedos  por  la  emoción,  acaso 
brilla  una  lágrima  en  donde  alientan  fundidos,  sus  amores 
por  el  Rey  y  sus  amores  por  las  bellezas  de  su  Creación;  y 
amenazada  ya  por  la  inminencia  de  la  Muerte... 


JORNADA  TERCERA 
Jla  agonía  de  la  J^ea/eza 


^-^    XX XK     XK XK     XX     X)C....XK^  jX^ 


Escenario 

En  un  Salón  del  Alkázar  de  Sevilla.  El  salón  está  dividi- 
dos en  dos  compartimientos,  separados  por  una  balaustrada 
de  arabesca  azulejería.  Sobre  la  balaustrada,  se  asientan  es- 
beltas columnas  de  alabastro  que  sostienen  arcadas  de  cala- 
dos frisos.  Ambos  compartimientos  se  comunican  por  el  es- 
pacio abierto  entre  un  extremo  de  la  balaustrada  y  el  muro 
de  la  izquierda.  En  el  centro  del  muro  lateral  derecha,  del  pri- 
mer compartimiento,  la  puerta  principal  de  acceso  al  Salón. 
En  el  fondo  del  segundo,  un  gran  ajimez  que  abre  sobre  la 
Plaza  del  Palacio. 

Largos  cogines  laterales,  se  extienden  a  lo  largo  de  la  base 
de  los  muros.  Otros  se  encuentran  repartidos  por  el  suelo. 

Pasaje  I 

En  esta  segunda  estancia,  silenciosamente,  Motamid  ce- 
lebra consejo  rodeado  de  sus  oficiales.  Todos  se  encuentra» 
cubiertos  con  armaduras  guerreras.  Una  mesita  circu  nda- 
da  por  los  almohadones  en  que  se  asientan  los  circunstan  tes. 


116  BLAS  INFANTE 


ostenta  sobre  el  tablero  varios  planos  y  rollos  de  pergamino 
los  cuales  consultan  de  vez  en  cuando  el  rey  y  sus  consejeros. 
Hasta  el  primer  compartimiento  del  Salón,  llega  apagado  e] 
rumor  de  sus  palabras.  El  Halcón  Gris,  aguarda  en  la  puerta 
de  separación  de  ambos  departamentos,  rígido  y  sombrío, 
las  órdenes  del  Rey. 

En  la  estancia  de  primer  término,  aparece  ¡timad,  er- 
guida, de  pie,  e  inmóvil,  junto  al  muro  lateral  izquierda.  Pa- 
rece abstraída  e  indiferente  a  todo  lo  que  sucede  a  su  alre- 
dedor. 

Habibah,  Myriam  y  otras  damas  de  la  Corte,  forman  un 
corro,  triste,  pero  hablador,  cerca  de  la  Reina. 

Es  el  anochecer  del  día  7  de  Septiembre  de  1091.  La  cla- 
ridad penetra  por  los  ajimeces  del  Salón,  en  penumbra.  La 
luz  trabajosamente  filtrada,  sostiene  todavía  un  angustioso 
combate  contra  las  sombras,  en  triunfo. 

Al  aparecer  la  escena,  las  damas  hablan  en  voz  queda  y 
vuelven  de  vez  en  cuando,  hacia  la  Reina,  los  ojos  llenos  de 
lágrimas. 

HABIBAH 

(Apartándose  del  grupo  y  yendo  a  tomar  entre  las  suyas 
las  manos  de  Itimad). 

—Estás  helada,  señora...  ¿Quieres  permitirme 

que  te  envuelva  en  un  manto? 

ROMAIQUIA 

(Sorprendida;  y  como  al  despertar  bruscamente  de  un 
siicno). 

—Inútil,  Habibah.— Se  pone  el  Sol.  Hace  frío. 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  117 

(Dulcemente).  Mi  creencia  de  vida  va  hacia  el  Ocaso . 
La  noche  reina  en  el  alma.  La  noche  es  negra  y 
helada.  Aceptemos  la  fatalidad  de  este  tránsito  de 
frío  y  de  sombras.  No  me  contentan  las  artificiales 
hogueras  que  fingen  luz  y  calor,  en  la  noche.  Yo 
quiero  el  Sol...  o  nada.  En  el  Oriente  de  mi  alma, 
acecho  yo,  ahora,  una  Esperanza  de  Sol... 

MYRIAM 

(Conteniendo  con  grandes  esfuerzos  los  sollozos). 

Tengamos  esperanza,  aún,  señora.  Quizás  ven- 
gan refuerzos  que  obliguen  a  Abuberk  a  levantar 
el  sitio.  Tal  vez  los  cristianos... 

HABIBAH 

(Observando  que  Romaiquia  ha  vuelto  a  absorberse  en  su 
silencio,  suelta  con  un  gesto  doloroso  las  manos  de  la  Reina, 
y  viene  a  sentarse  desalentada  al  lado  de  Myriam.  Las  seño- 
ras, aproximan  sus  cogines,  haciendo  un  cerco  a  su  alrededor. 
Habibah,  mira  primero  a  la  esposa  del  Emir,  con  triste  amor, 
y  dice,  después,  en  voz  baja). 

Es  muy  triste  esta  negación  de  toda  esperan- 
za... Ya  lo  ha  dicho  Itimad,  esta  tarde.  No  es  la 
muerte  de  un  reinado.  Es  el  ocaso  de  una  creencia... 

Tenía  razón  la  señora.  Los  enterradores,  nos 
cercan,  de  nuestra  creencia  de  vida...  (Pausa.  Después, 
Habibah  sigue  hablando,  con  irónica  vivacidad,  y  en  tránsito 
brusco  del  dolor  a  la  ironía).  Y  si  al  menos  esas  bestias 
no  tuvieran  forma  humana...  No  se  podrían  enamo- 
rar de  nosotras.  No  podrían  cometer   con  nosotras 


118  BLAS  INFANTE 


las  doncellas  de  Palacio,  el  pecado  grosero  de  la 

bestialidad...  Hermanas:  dentro,  de  poco  la  bestia 

vendrá  a  abrazarnos,  despidiendo  acre  olor,  con  sus 

patas  sucias...  ¡Nos  matará,  sí,  de  repugnancia  y  de 

miedo!  ¡Nos  pateará,  sí,  creyendo  que  nos  acaricia!... 

(Habibah,  ríe  nerviosa  y  significativamente  como  si  ju- 
gara una  broma  sombría  a  sus  compañeras). 

¿Quién  dijo  a  la  Naturaleza  supremo  artífice, 
ni  perfecta  a  la  Creación?  ¡Cuánto  falta  para  que 
todo  sea  perfecto!  ¡Cuánto  falta  para  que  sea  Dios! 
Un  hombre  es'  más  perfecto,  cuando  su  obra  es 
más  perfecta:  cuando  la  creación  universal  sea  per- 
fecta; entonces  será  la  Perfección  Absoluta  viva:  en- 
tonces será  Dios.  Al  ser,  lo  forjará  Dios,  su  propia 
obra  perfecta.  Así  dicen  nuestros  Filósofos...  Y  mi- 
rad, hermanas,  si  la  creación  es  aún  perfecta.  La 
bestia  morabita  tiene  forma  humana:  Si  cada  espíri- 
tu tuviera  su  forma  propia,  según  su  especie,  los 
que  dicen  hombres  del  desierto  no  verían  en  las 
delicadas  doncellas  del  Andalus,  hembras  selectas 
para  sus  cubiles.  ¿Pues  qué,  sabría  profanarnos  un 

mono  de  los  que  se  columpian  en  las  selvas?  (Habi- 
bah vuelve  a  abrir  sus  labios  en  risa  trágica.  Las  demás  mu- 
jeres escuchan  aterradas). 

UNA  DAMA 

¡Yo  digo,  que  antes  de  verme  encerrada  en  el 
harem  de  Abu-Berk...!  (Hace  un  gesto  significativo). 


MOTAxMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA         119 
HABIBAH 

Y,  allí,  seréis  complacientes  con  el  señor.  Y 
habréis  de  recitar  diariamente  los  versículos  del  Al- 
korán...  Todos  los  poderosos  gozan  en  la  Tierra, 
por  adelantado,  del  Paraiso.  Vosotras  seréis  las  hu- 
ríes, prometidas  por  Alah,  a  esos  terribles  morazos 
negros... 

MVRIAM 

Calla,  por  Dios,  Habibah... 
¡Quién  sabe,  aún,  si  los  cristianos!... 

UNA  DAMA 

Yo  digo  que  los  cristianos... 

MVRIAM 

Acaso,  ¿no  están  tan  interesados  como  nos- 
otros, en  arrojar  a  Yussuff  de  España?  ¡Si  pudiéra- 
mos aguantar  el  cerco,  vendrían;  vendrían,  en  nues- 
tra ayuda,  seguramente! 

UNA  DAMA 

Otra  vez,  con  los  cristianos,  Myriam!  Después 
de  los  combates  de  Almodóvar  se  retiró  Alvar  Fa- 
ñez,  sin  apenas  pelear  contra  el  general  de  Yussuff, 
nuestro  sitiador  Abu-Berk.  Los  leoneses  son  de  la 
nisma  camada  que  la  bestia  almoravid.  Según  hu- 
ie  de  escuchar  no  hace  dos  horas  a  Zohair,  parece 
cue  la  tierra  ha  tracrado  a  los  soldados  de  Alfonso. 


120  BLAS  INFANTE 


Y,  añadía  Zohair:  «Están  ya  muy  claras  las  inten- 
ciones del  rey  de  León.  Abandonar  a  Motamid: 
porque  sabe  el  Rey  cristiano  que  en  cuanto  Yussuff 
y  sus  hordas  dominen  en  el  Andalus,  los  pueblos 
andaluces  se  levantarán  contra  el  Califa;  y,  entonces, 
será,muy  fácil  al  monarca  leonés,  vencer  al  uno  y 
conquistar  los  otros...  > 

OTRA  DAMA 

(Angustiada).  No.  No  puede  haber  salvación  al- 
guna. Todas  las  ciudades  del  Reino  han  caido  en 
poder  de  Abu-Berk.  La  rendición  de  Carmona,  ha 
sido  la  muerte  de  Sevilla.  El  incendio  de  esta  ma- 
ñana, que  redujo  a  cenizas  la  flota  sevillana  en  el 
río... 

MYRIAM 

Pues  yo  creo  en  la  salvación,  aún.  Tengo  íéen¡ 
el  valor  magnánimo  de  nuestro  señor.  No  osarán! 
los  moravides  volver  a  penetrar  en  la  ciudad,  des- 
pués de  haberles  obligado  Motamid,  con  inaudita 
fiereza,  a  repasar  esta  mañana,  la  brecha  que  abrie/ 
ran  los  traidores. 

HABIBAH 

¡Bendita  tu  candidez;  Myriam!  El  populaclo 
gobernado  por  los  faquíes  y  por  los  jueces,  nueías 
brechas  abrirán  por  donde  penetren  los  barbarías... 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  121 

MYRIAM 

Y  los  bárbaros  hallarán  los  pechos  acerados  de 
este  pueblo  que  decían  Corte  de  filósofos  herejes  y 
de  afeminados  artistas.  Mira  al  Djaili,  ¡quién  lo  hu- 
biera podido  pensar  siquiera! 

HABIBAH 

(Animándosele  los  ojos,  pero  afectando  indiferencia)  • 
He  oído  decir  que  El  Djaili  hizo  esta  mañana  ha- 
blar a  su  espada  mucho  más  que  antaño  a  su  len- 
gua. ¿Sabe  tú  con  detalles  lo  ocurrido?  Me  interesa, 
porque  es  extraño. 

MYRIAM 

Al  mismo  Emir  lo  oí  contar  cuando  volvieron 
al  Alkázar  los  guerreros  enardecidos,  después  del 
combate. 

HABIBAH 

(Con  gran  interés).  ¿Y  qué  dijo  Motamid? 

MYRIAM 

Después  de  haber  peleado  en  primera  fila,  co- 
mo un  león  a  quien  le  matan  su  hembra,  el  Djaili 
salió  de  la  ciudad  por  el  boquete  de  la  muralla  per- 
siguiendo a  los  invasores.  Muertos  varios  soldados 
que  hubieron  de  seguirle,  el  Djaili  continuó  batién- 
dose por  entre  la  nube  de  flechas  que   lanzaban  si- 


122  BLAS  INFANTE 


tiadores  y  sitiados.  Entonces  de  entre  los  morabitos 
se  destacó  un  jeque  que  ordenó  a  los  suyos  deja- 
sen de  acometer  al  Djaili.  Y  dirigiéndose  al  Poeta, 
así  le  dijo: 

*  No  es  justo  que  muera  obscuramente,  acri- 
billa do  de  heridas,  causadas  por  innúmeras  manos 
anóni  mas,  el  que  tales  prodigios  de  noble  valor  y 
de  indomable  fuerza  viene  a  realizar  en  este  com- 
bate duro.  Dime  quién  eres  y  si  estás  dispuesto  a 
pelear  contra  el  noble  Abenasid.  Si  tú  me  vencie- 
ras, libre  te  dejarán  mis  soldados  penetrar  en  la 
ciudad  por  la  brecha  de  la  muralla.  Y  si  a  vencerte 
llegase  yo,  tu  cabeza  sería  para  mí,  el  más  glorioso 
trofeo  de  todas  mis  rudas  batallas. > 

Y  el  Djaili,  erguido,  cubierto  de  sangre,  con  la 
cara  negra  de  polvo  y  de  sudor,  contestó  esgri- 
miendo la  espada  roja: 

— Soy  el  Djaili.  Poeta  de  la  Corte  de  un  hom- 
bre rey:  Motamid.  Peleo  por  el  Rey:  y  no  como  tú, 
por  el  Paraiso  de  huríes  que  a  los  muertos  por  el 
Profeta,  promete  Alkorán. 

Mi  hurí  es  de  la  Tierra  y  en  el  Palacio  del  Rey 
vive  mi  hurí.  Ella  no  me  ama.  Mi  amor,  sin  embar- 
go, pelea  por  el  Rey. 

Con  la  pluma  de  ave,  versos  escribo  en  perga- 
minos tersos,  y  con  mi  alfange  altivo  en  los  cuer- 
pos de  los  bárbaros,  grabaré  con  roja  tinta,  venga- 
doras estrofas  sagradas...» 

Abenasid  hizo  mandato  a  los  suyos  y  los  arcos 


^ 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  123 

de  los  flecheros,  colgando  ociosos,  quedaron  en- 
tre las  manos  y  de  los  hombros  suspensos.  Mo- 
tamid,  apercibido,  ordenó  parar  a  los  flecheros  el 
combate.  Y  las  murallas,  se  coronaron  de  guerre- 
ros; presididos  por  el  Rey.  Y  los  altozanos  de  la 
llanura  bulleron  brilladores,  al  posarse  en  ellos,  el 
enjambre  curioso  de  los  guerreros  de  Abu-Berk, 
que  quisieron  presenciar  la  lucha. 

Abenasid,  gritó  con  voz  poderosa: 
—Sé  tú,  señor.  Emir  de  Sevilla,  Rey  de  poetas 
guerreros,  quien  venga  a  dar  la  señal  del  combatel 

Y  el  Rey  dio  la  señal,  agitando  con  ambas  ma- 
nos un  rojo  alquicel. 

Y  los  dos  enemigos  esforzados,  se  acometie- 
ron. Los  escudos  multicolores,  buscaban  febriles 
las  espadas  obscurecidas  de  sangre,  ofreciendo  en 
los  choques  rudos,  a  las  aceradas  puntas,  fugitivos 
destellos  de  Sol.  La  Estrella  del  Día  se  gozaba  en 
el  combate,  envolviendo  el  Palenque  en  derroche 
de  luz.  E  Iris  palpitaba  riente  jugando  alocada,  en 
los  mil  colores  brillantes  de  los  guerreros  que  en- 
tusiasmados contemplaban  la  pelea:  y  en  los  vestí- 
dos  y  armaduras  de  los  dos  paladines,  sublimados 
por  el  ansia  de  gloria  y  por  el  heroico  valor. 

Hasta  que  el  Djaili,  concentrando  en  esfuerzo 
último  toda  la  vehemencia  generosa,  acumulada  por 
el  Sol,  en  la  sangre  y  en  el  vino  del  Andalus,  saltó 
como  un  tigre  sobre  su  fuerte  rival,  y  el  alfanje  del 
Poeta  hirió  el  cuello  del  africano.  Y  la  cabeza  del 


124  BLAS  INFANTE 


hijo  del  desierto,  rodó  palpitante  por  el  polvo  has- 
ta quedar  rígida  y  amoratada,  apretados  por  el  do- 
lor, los  labios  cárdenos. 

El  cuerpo  del  caballero  morabita,  un  instante 
fué  surtidor  de  sangre  que  se  elevó  a  lo  azul,  como 
una  ofrenda  roja  al  Dios  de  los  guerreros.  Después 
cayó  pausadamente,  a!  mismo  tiempo  que  llegaba 
rodando  su  cabeza  a  los  pies  del  poeta  vencedor. 

HABIBAH 

(Pretendiendo,  inútilmente,  ocultar  las  lágrimas).  Ha- 
ce seis  días  que  no  he  visto  al  Djaili. 

MYRIAM 

Yo  le  vi  después  del  combate,  en  la  Plaza  del 
Alkázar.  Le  felicitaban  todos  los  guerreros  y  él  les 
recitaba  un  poema  compuesto  en  honor  de  Mota- 
mid,  glorificando  su  bravura.  Decía  El  Djaili:  «El 
valor  del  Rey  nos  incendió  a  todos.  ¿Quién  sospe- 
charía fuerzas  de  Hércules  en  un  hombre  delicado, 
como  lo  es  nuestro  Emir?  Un  capitán  moravid,  fué 
a  acometerle.  Era  un  hombre  rudo  y  alto  como 
una  montaña.  Pues,  lo  mismo  que  Hércules,  nues- 
tro padre,  rompió  en  dos,  la  barrera  de  montañas 
que  impedían  el  amor  y  el  abrazo  del  mar  interior 
y  del  mar  de  Occidente,  así  Motamid  con  su  alfanje 
poderoso,  hendió  de  alto  a  abajo,  el  cuerpo  de  aquel 
gigante,  cortándolo  en  dos  pedazos.  Cuando  Hér- 
cules rompió  la  barrera  que  impedía  los  amores 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  125 

del  misterioso  Occeano  y  del  mar  azul,  se  precipi- 
taron el  uno  sobre  el  otro  en  efusión  atronadora, 
de  espuma  hirviente.  Así  la  sangre  del  cuerpo  gi- 
gantesco herido,  fluía  a  borbotones  por  los  dos  pe- 
dazos, y  se  mezclaba  sobre  ellos,  elevándose  en  la 
efusión  de  una  cabellera  o  de  una  llama  roja.*  Y 
los  caballeros,  aplaudían  con  entusiasmo  el  poema 
de  versos  escritos  por  el  Djaili... 


Pasaje  IJI 

Zohair,  el  capitán  de  la  guardia  del  Rey,  aparece  en  cí 
dintel  de  la  puerta  del  Salón.  En  su  rostro  viril,  de  líneas  enér- 
gicas, éstas  se  suavizan  influenciadas  por  la  emoción  que  en 
el  corazón  del  guerrero  evocan  la  visión  de  la  Reina,  arrogan- 
te aún:  en  su  ensimismamiento  sombrío;  y  la  de  las  mujeres, 
que,  tristes,  departen  su  anterior  conversación,  fundida  en  el 
susurro  que  hasta  el  capitán  llega  de  sus  quedas  voces. 

ZOHAIR 

Señora... 

HABIBAH 

(Apercibiendo  al  recien  llegado).  ¡Chstl  (Yendo  hasta 
la  puerta).  ¿Qué  ocurre,  Zohair? 

ZOHAIR 
Algo  muy  grave,  que  comunicar  al  Rey. 


126  BLAS  INFANTE 


HABIBAH 

¿Qué  es  ello,  capitán? 

ROMAIQUIA 

(Que  ha  percibido  el  movimiento  de  Habibah,  y  a  Zo- 
hair  en  el  dintel). 

—¿Qué  deseas,  Zohair? 

ZOHAIR 

(Inclinándose).  Hablar  al  Rey.' 

ROMAIQUIA 

Entra.  (Señalando  al  segundo  compartimiento  del  Sa- 
lón). 

(Zohair  avanza  y  queda  junto  a  la  puerta  de  la  estancia 
del  Rey,  en  donde,  inmóvil,  se  encuentra  el  Halcón). 

MOTAMID 

(Notando  la  presencia  del  recien  llegado).  Avanza,  ca- 
pitán. ¿Por  qué  vienes?  ¿Ocurre  novedad? 

ZOHAIR 

(Embarazado  por  el  temor  de  comunicar  la  noticia). 
—Señor... 

MOTAMID 

(Resuelto).  Habla,  Zohair.  En  estos  supremos 
instantes  ninguna  noticia  debe  ser  secreta,  para 
quienes  son  ya  víctimas  de  una  misma  desgracia 
irreparable. 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  127 

ZOHAIR 

Señor:  Los  moravides  acaban  de  entrar  nueva- 
mente en  la  ciudad. 

(Las  mujeres  escuchan  aterradas.  Romaiquia;  indiferen- 
te. Motamid  salta  de  su  asiento,  como  un  tigre  acosado). 

MOTAMID 

Vuela,  Zohair,  y  prepara  la  Guardia.  Saldre- 
mos en  cuanto  esté  a  punto.  (Va  a  salir  Zohair).  Aguar- 
da. ¿Por  donde  abrieron  la  brecha? 

ZOHAIR 

No  ha  sido  brecha,  señor.  Los  traidores  abrie- 
ron al  enemigo  la  puerta  de  la  ciudad  que  da  sobre 
la  pradera  de  Plata.  Un  oficial  que  envía  tu  gene- 
ral Ben  Amid,  trae  la  noticia.  Aguarda  ahí,  fuera. 

MOTAMID 

Qué  tardas  en  hacerlo  pasar?  (Zohair  sale). 
¡Halcón,  el  casco  y  la  espada! 
(El  Halcón  ra  hacia  el  cojín  donde  se  encuentran  estos 
arreos,  y  comienza  a  ceñirlos  a  su  señor). 

Pasaje  Sil 

(Zohair  vuelve  con  el  oficial  y  sale  enseguida  a  cumplir 
la  orden  del  Emir). 

MOTAMID 

Habla,  oficial  (al  enviado  de  Ben  Amid).  ¿Los  mo- 
rabitos invaden  la  ciudad? 


128  BLAS  INFANTE 


EL  OFICIAL 
¡Han  entrado  en  ella,  sin  combate! 

MOTAMID 
(Apresurado).  ¿Y  Ben  Amid? 
EL  OFICIAL 

Conforme  a  tus  órdenes,  las  tropas  de  Ben 
Amid  se  concentran  y  guardan  las  calles  de  acceso 
a  la  Cindadela. 

Ben  Amid,  tu  general,  me  envía  para  decirte 
que  dada  la  muchedumbre  de  enemigos  que  en- 
tran por  la  Puerta  traicionada,  sólo  cabe  resistir  y 
no  atacar. 

Su  plan  consiste  en  utilizar  los  parapetos  cons- 
truidos en  las  calles  próximas  al  Alkázar,  y  las  mu- 
rallas de  la  Cindadela,  para  defender  el  tiempo  que 
se  pueda  el  castillo. 

MOTAMID 

Hay  que  atacar  enseguida,  y  que  morir  cuan- 
to antes.  Vamos,  señores,  a  reforzar  los  puestos;  y 
si  todo  está  perdido,  busquemos  la  muerte  en  las 
calles  invadidas  de  la  ciudad. 

(Todos  se  levantan  y  siguen  al  Rey.  Al  llegar  a  la  estan- 
cia de  primer  término,  un  Arif  aparece  en  la  puerta  principal . 
del  Salón). 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  129 

ARIF 

jAlah  acreciente  los  dones  de  mi  señor!  El 
Gran  Faquí  y  el  Cadí  de  los  cadíes  piden  tu  venia 
para  hablarte. 

MOTAMID 
Hazlos  pasar,  mientras  se  arma  mi  guardia. 

(Desaparece  el  Arif,  y  al  instante  surgen  en  el  dintel  del 
Salón  el  Gran  Faquí  y  el  Cadí  de  los  cadíes). 


MOTAMID 

(Viendo  a  los  recien  llegados).  ¡Ah,  ¿acechabais  ahí, 
notables  zorros?  Pasad:  (Los  interpelados  vacilan).  ¡Pa- 
sad, os  digo!  (Con  ímpetu). 

(El  Faquí  y  el  Cadí  entran  haciendo  humildes  zalé- 
alas). 

He  aquí  el  gallinero  abierto;  y  ahí  (señalando  a 
Romaiquia)  el  ave  predilecta  que  ansiabais  devorar... 
Pero,  ¡por  Alah!,  que  aún  soy  en  este  Palacio  el 
Rey  de  Sevilla.  Y  vais  a  conocer,  de  una  vez,  la  jus- 
ticia del  Emir.  ¡Halcón!  ¡Halcón! 

(El  Halcón  Gris  abandona  su  rigidez  y  viene  al  encuen- 
tro de  su  amo). 

—¿Por  qué  te  hiciste  ladrón?  Contesta  breve- 
mente. Los  minutos  son  siglos. 

9 


130  BLAS  INFANTE 


HALCÓN 

Señor:  Un  hombre  de  gran  influencia  en  las 
Aljamas,  alegó  no  sé  qué  derechos  sobre  la  alque- 
ría que  cultivaron  mis  abuelos,  y  con  cuyos  produc- 
tos alimentaba  mi  padre  a  mis  hermanos  y  a  mí.  El 
Cadí  resolvió  a  favor  de  aquel  hombre  y  envió  a 
los  alguaciles  para  desampararnos  de  nuestra  ha- 
cienda. Yo  maté  a  los  alguaciles,  y  no  maté  al  Ca- 
dl...  (con  saña  feroz). 

MOTAMID 

(Vivamente).  Porque  los  cadíes  se  encuentran 
guardados  por  los  soldados  del  Rey,  para  evitar 
contra  ellos  la  acción  de  la  verdadera  justicia.  Por 
eso  no  le  mataste.  Explicado  y  comprendido,  buen 
Halcón.  Los  cadíes  tienen  una  honda:  la  Ley;  y  una 
piedra:  los  alguaciles.  Con  la  honda  de  la  Ley  arro- 
jan a  los  alguaciles  sobre  la  cabeza  de  los  desven- 
turados huérfanos  de  toda  influencia  con  el  Cadí.  Y 
la  honda  y  la  piedra,  y  la  mano  del  Cadí  que  mue- 
ve la  honda,  al  servicio  están  de  las  personas  influ- 
yentes en  las  Aljamas. 

Tú,  Halcón,  no  mataste  al  Cadí:  te  limitaste  a 
rechazar  la  piedra. 

Pero,  continúa.  ¿Cómo  robabas,  Halcón? 

HALCÓN 

Asaltaba  con  mis  hombres  a  los  viandantes  ri- 
cos y  los  convoyes  reales.  ¡Siempre  desafié  el  peli- 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  131 


gro  frente  a   frente!  (Mirando  con  orgullo  significativo  ti 
Gran  Emir  y  al  Sacerdote). 

MOTAMID 

Comprendido,  Halcón,  comprendido.  Llegastes 
a  atacar  cara  a  cara  todo  aquello  que  representaba 
cuanto  vino  a  aniquilarte.  He  aqui,  respetable  Cadí: 
venerable  Faquí,  una  de  las  manchas  con  que  vues- 
tros fetvas,  reprochan  obscurecido  mi  reinado.  jUn 
exbandido,  brigadier  de  la  seguridad  del  Reino! 

Vosotros,  honderos  de  las  personas  influyen- 
tes de  las  Aljamas,  vinisteis  a  robar,  no  por  necesi- 
dad, sino  por  codicia,  al  padre  de  este  hombre, 
traicionando  al  Emir,  que,  para  la  Justicia,  os  con- 
fió la  misión  de  aplicar  la  Ley.  Este  hombre  robó 
por  venganza  contra  la  Ley  la  cual  antes  habíale  ro- 
bado los  medios  de  una  honrada  subsistencia.  Y  ro- 
bó, abierta  y  lealmente;  exponiendo  su  vida  arrogan- 
te y  fiera  en  los  caminos  reales.  Vosotros,  no:  vos- 
otros disteis  la  orden  de  robar;  pero  no  expusisteis 
el  pecho  al  peligro.  Mientras  que  con  los  labios  irt- 
sultábais  la  santidad  de  la  Justicia:  mandabais  a  los 
soldados  del  Emir  como  ejecutores  de  vuestros 
desafueros.  Así  traicionasteis  la  Justicia  y  mi  confian- 
za. Decid:  ¿no  es  la  lealtad,  la  suprema  condición  de 
los  buenos  servidores?  He  aquí  porque  para  servir 
a  la  seguridad  de  mis  subditos,  nombré  al  Hilcón, 
ladrón  leal  de  caminos:  y  no  a  uno  de  vuestros  pro- 
tegidos: ladrón  de  esos  que  traman  robos  entre 


132  BLAS  INFANTE 


las  sombras  de  la  traición,  ambiente  de  vuestras 
aljamas... 

(Los  dos  funcionajios  están  aterrados,  sufriendo  sobre 
la  cabeza  baja  el  descargar  formidable  de  la  cólera  del  Rey). 

Ahora  bien...  Hasta  ahora  no  me  decidí  a  lan- 
zar contra  vosotros  mis  justos  castigos.  Unas  veces 
por  la  intervención  piadosa  y  tolerante  de  esa  Rei- 
na, por  vosotros  vilipendiada;  otras,  por  temor  de 
alarmar  a  aquellos  de  mis  vasallos  embaucados  por 
vosotros,  siempre  hube  de  aguardar  tiempos  mejo- 
res para  haceros  sentir  el  peso  de  mi  ley,  contem- 
plando impasible  vuestra  obra  de  serpiente,  que 
deslizaba  la  traición  contra  mi  reinado...  Llegaron, 
por  fin,  esos  tiempos  mejores.  Son  los  instan- 
tes, en  que  mi  ciudad  concitada  contra  mí,  por  vos- 
otros, abre  sus  puertas  a  los  bárbaros  del  desierto, 
a  quienes  vosotros  mismo  hubisteis  de  llamar! 

Son  los  instantes  en  que  mi  trono  se  derrumba, 
y  en  que  mi  realeza  soporta  humillaciones  tremen- 
das, que  vosotros  atrajisteis  contra  mi  espíritu  real. 

i  Halcón,  venga  a  tu  padre,  y  que  la  cabeza  de 
los  traidores,  clavadas  en  picas  y  elevadas  sobre  los 
muros  de  mi  Alkázar,  contemple  dentro  de  poco, 
cómo  finaliza  en  triunfo  el  desarrollo  de  su  trai- 
ción! 

EL  GRAN  CADÍ 

(Arrebatado  por  el  miedo).  Señor,  venimos  a  sal- 
var tu  vida. 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  133 

MOTAMID 

¡Malas  bestias!  Habéis  matado  mi  reino,  y  aún 
fingís  la  generosidad  de  querer  salvar  lo  que  no 
puede  ser  sin  mi  reino:  mi  Vida. 

Malas  bestias!  Vosotros  podéis  vivir  sin  vivir  y 
reinar... 

Una  voz  doliente  clama  aprisionada  en  el  fon  - 
do  más  obscuro  de  nuestra  conciencia.  Es  la  voz  de 
Dios.  ¡Dios,  a  quien  invocáis  en  público:  a  quien 
martirizáis  entre  las  sombras  del  ser,  lleno  de  ape- 
titos groseros,  convertido  en  cárcel  impenetrable 
y  en  verdugo  implacables  de  la  Divinidad. 

¡Malas  bestias!  Esa  voz,  en  vosotros,  doliente  y 
lejana:  es  en  mí  voz  imperiosa  que  me  llena  el  ser. 
Esa  voz  pide  siempre  reinar  en  mí  y  por  mí.  Es  la 
voz  de  Dios;  es  toda,  toda  mi  vida.  Voz  que  aquí 
tiene  un  templo  (golpeándose  el  pecho).  La  conciencia 
es  el  único  templo  verdadero  de  Dios.  Si  Dios  no 
ha  de  reinar  por  mí,  que  el  Templo  de  mi  concien- 
cia se  derrumbe.  Preferible  es  a  llenarlo,  como  ha- 
céis vosotros,  de  instintos  mercaderes:  de  instintos 
de  bestias;  de  enemigos  de  Dios;  mientras  que  él 
en  su  propio  Templo  se  ampara,  perseguido,  ago- 
biado, lacerado,  despreciado  y  con  voz  implorante, 
en  un  ángulo  estrecho  de  la  Sombra... 

EL  GRAN  FAQUÍ 

Señor...  Abu-Berk. 


134  BLAS  INFANTE 


MOTAMID 

Zorro:  crees  que  ese  nombre  me  infunde  te- 
mor, y  que  este  temor  habrá  de  contener  el  impul- 
so de  mi  brazo  justiciero. 

EL  GRAN  CADÍ 

Permítenos,  señor,  hablarte:  y  dispon  después 
de  nuestras  cabezas,  según  tu  voluntad. 

MOTAMID 

(Impaciente).  Sea,  pero  acabad  pronto. 

EL  GRAN  CADÍ 

Supimos  que  esta  mañana,  nuestro  señor  Abul 
Kasim,  (Alah  proteja  su  estirpe)  había  enviado  a 
Abu-Berk  proposiciones  de  capitulación.  El  general 
africano  exigía  la  rendición  sin  condiciones  de  la 
plaza  de  Sevilla... 

Señor,  mintieron  quienes  vinieron  a  hablarte 
de  nuestra  animosidad  contra  tí.  Los  demás  faquíes 
y  cadíes  de  España,  promulgaron  fetvas  despose- 
yendo a  los  príncipes  del  Islam  en  el  Andalus.  Los 
de  Sevilla,  no. 

Prueba  de  nuestra  adhesión  al  Emir,  es  esta  de 
que  fuimos  a  rogar  a  Abu-Berk,  para  que  por  res- 
petos a  nuestro  carácter  sagrado... 

MOTAMID 
(Indignado).  Acaba  Serpiente! 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  135 


EL  GRAN  FAQUÍ 

...  Se  comprometiera  a  respetar  tu  vida,  y  la  de 
los  tuyos.  En  el  nombre  de  Alah,  clemente,  escú- 
chanos Abul-Kasin,  Ebn-Abad-Billah  (guarde  Dios 
tu  prosperidad...) 

MOTAMID 

(Dcsesperado).0  acabáis  pronto  la  burla,  o  por 
Alah,  a  quien  vosotros  desconocéis,  que  con  este 
mismo  alfange  os  cercenaré  la  cabeza... 

EL  GRAN  CADÍ 

Abu-Berk  nos  recibió  con  los  honores  debidos 
a  nuestra  representación.  Y  nos  mandó  que  vinié- 
semos a  tí,  para  asegurarte  que  si  rendías  inmedia- 
tamente la  ciudadela,  tu  vida  sería  salva  y  la  de  tu 
familia  también;  y  que,  además,  os  dotaría  Yussuff 
de  una  pensión  decorosa. 

MOTAMID 

«Un  veneno  es   más  dulce  que  la  vergüenza 
de  esa  rendición.  >  Los  bárbaros  me  quitarán  mi 
reino,  y  me  abandonarán  mis  soldados.  Pero,  ¿qué 
importa?  No  me  abandonarán  jamás,  porque  son 
realmente  míos,  la  dignidad  y  el  valor. 

En  cuanto  a  vosotros...  Halcón.  Entrégame  el 
fetva  que,  por  orden  mía,  te  procuraste  de  manos 
de  los  conspiradores. 

Tú,  Gran  Faquí,  toma,  y  lee. 


136  BLAS  INFANTE 


(El  Faquí  toma  temblando  el  pergamino  que  le  entrega 
el  Halcón).        * 

Escuchad,  señores:  lo  que  drcen  los  imanes, 
:adíes,  alfaquíes  y  doctores  del  Islam,  sublevados 
contra  la  impiedad  de  Motamid. 

Faquí,  lee:  y  si  tarda  un  punto,  despedázalo, 
aquí  mismo,  buen  Halcón. 

( El  Halcón  desenvaina  el  alfange  y  se  sitúa  junto  al  gran 
Faquí). 

EL  GRAN  FAQUÍ 

(Leyendo  con  voz  temblorosa). 

«En  el  nombre  de  Alah,  clemente  y  misericor- 
dioso. A  todos  los  fieles  muslimes  de  las  tierras  del 
Andalus,  que  se  encuentran  bajo  el  Emir  Abul-Ka- 
sim-Ebn-Abad-El-Billah,  llamado  también  Mota- 
mid, (maldecidos  sean  su  nombre  y  su  simiente. 
Relevados  sois  de  la  santa  obligación  que  os  hubi- 
mos de  imponer,  de  rezar  por  su  prosperidad  re- 
/erentes  zuras  en  las  Aljamas  del  Emirato.) 

SABED:  que  nos,  los  doctores  del  Islam,  y  en 
en  nombre  de  todos,  el  Gran  Faquí  y  el  Gran  Ca- 
dí  de  esta  Aljama  de  Sevilla,  hemos  absuelto  a  Yus- 
suff-ben-Tasfchin  (guarde  Dios  su  vida  para  gloria 
del  Islam)  del  juramento  que  prestara  a  los  Emires 
del  Andalus,  cuando  hubo  de  salir  de  África  para 
ayudar  a  esos  príncipes  contra  los  cristianos  de  León 
(estirpe  Alah,  para  siempre,  su  semilla  de  toda  la 
haz  de  la  tierra)  de  no  tomar  jamás  las  armas  para 
conquistar  las  tierras  de  dichos  príncipes. 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA         137 

Y  mandamos,  a  todos  los  muslimes,  que  obe- 
dezcen  a  Yussuff,  Califa  en  Marrakesch,  y  a  sus 
emires  y  visires,  como  representantes  del  Islam.  Ca- 
sado vuestro  Emir  con  una  esclava  libertina,  los 
preceptos  del  Alkorán  son  burlados  y  el  Libro  de 
la  Espada  es  objeto  de  befa  impía.  Los  pueblos  son 
expoliados  por  los  impuestos.  La  hez  de  los  filóso- 
fos y  poetas,  presididos  por  el  Emir  y  su  esclava, 
hacen  escarnio  del  Islam. 

Dice  el  Gran  Yussuff  (acreciente  Dios  sus  triun- 
fos) por  nuestro  Consejo: 

«Iré  contra  ellos,  en  nombre  del  Alah  (sea  ben- 
dito eternamente)  y  les  desposeeré  de  sus  tierras;  y 
el  pueblo  no  pagará  tributos;  y  la  ley  del  Islam,  se- 
rá restablecida...» 

MOTAMID 

¡Basta.  Ya  veis  como  es  inútil  negar  vuestra 
participación  en  el  crimen! 


ZOHAIR 

(Entrando).  Señor:  La  guardia  está  dispuesta. 

MOTAMID 

(Disponiéndose  a  salir  y  haciendo  al  Halcón  una  seña 
significativa  que  aterran  al  Juez  y  al  Sacerdote). 


138  BLAS  INFANTE 


Hasta  luego,  Itimad.  (Estrechando  amorosamente 
las  manos  de  la  Reina.  Esta  inclina  la  cabeza,  llorando,  so- 
bre el  hombro  del  Emir.) 

No  temas:  volveremos  a  vernos.  A  reconocer 
voy  los  puestos  que  guardan  la  fortaleza.  Aún  no 
ha  sonado  la  hora  del  combate  definitivo.  (Va  a  sa- 
lir acompañado  de  los  oficiales). 

El  Halcón  Gris  se  arroja  ansioso  sobre  el  Cadí  y  el  Fa- 
quí,  apresándoles  los  brazos  con  sus  dedos  de  hierro,  e  inten- 
tando arrastrarles  fuera  del  Salón,  tras  de  la  comitiva  del 
Emir. 

.   EL  CADÍ 

(Con  suprema  imploración  a  Romaiquia). 

Señora:  ¿no  podrás  tú  salvar  nuestra  vida?  So- 
mos ilegalmente  condenados.  Nuestro  carácter  es 
el  de  embajadores. 

EL  GRAN  FAQUÍ 

(Volviendo  hacia  Itimad  la  cabeza). 
Señora,  Alah  misericordioso,  implora,  por  mí, 
tu  clemencia... 

EL  HALCÓN 

(Empujándoles).  De  parte  del  Halcón  iréis  como 
embajadores  a  Alah. 

EL  CADÍ 

¡Piedad,  señora! 

EL  HALCÓN 

¡Callad!  Mi  padre  os  condena  desde  el  Reino 
de  las  Sombras.  (Los  empuja  con  más  fuerza). 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  139 

-  >» 

ROMAIQUIA 

(Interviniendo).  ¡Quieto,  Halcón!  ¡Señor,  señor!: 
(a  Motamid,  que  ya  dobla  el  dintel  seguido  por  los  suyos). 

MOTAMID 

(Volvicado  a  entrar  en  el  Salón.  El  cortejo  que  le  sigue,, 
ac  abre  en  dos  alas  para  dejarle  paso). 
¿Qué  deseas,  Itimad? 

ROMAIQUIA 

Una  última  gracia  para  Itimad.  Ella  te  pide  que 
le  cedas  estos  prisioneros. 

MOTAMID 

Es  Dios  quien  vive  en  tu  piedad,  como  hace 
un  instante  vivió  en  mi  justicia.  Halcón,  obedece  a 
tu  Reina,  en  quien  vive  Dios.  (El  Halcón  los  suelta,  con 
gran  disgusto).  ¡Y  pensar  que  este  Dios  ha  de  ser 
vencido  ahora,  en  el  combate! 

En  tu  poder  los  tienes:  divina  Itimad.  Perdona 
a  los  enemigos  que  te  escarnecieron...  Es  la  Ley:  es 
la  Ley... 

El  Rey  conmovido  lleva  las  manos  a  los  ojos  y  sale  pre- 
cipitadamente de  la  estancia,  seguido  de  los  guerreros  y  del 
Halcón. 


140  BLAS  INFANTE 


Vil 


ELGRANFAQUI 

(Al  Cadí,  aparte).  Nadie  se  atreverá  ahora  a  dete- 
nernos. Cerca  está  ahora  nuestra  venganza.  Veamos 
de  complacer  a  Abu-Berk,  quien  desea  ahorrar  la 
resistencia  del  castillo,  (a  la  Reina).  Señora... 

ROMAIQUIA 

Adelantando  hacia  ellos,  con  el  brazo  extendido  hacia 
la  puerta. 

—  ¡Sois  libres! 

EL  FAQUI 

Señora:  ¿no  podrías  tú  convencer  a  Motamid 
para  que  entregase  la  cindadela?  ¿No  quiere  tu  pie- 
dad ayudarnos  a  ahorrar  sangre  abundante  de  fie- 
les musümes? 


¡Sois  libres! 


ROMAIQUIA 


EL  CADI 


Tal  vez  si  Motamid  cediese,  conservaría  la 
vida  y...  ¡aún  quién  sabe!  Reformando  sus  princi- 
pios y  su  conducta  ilegal,  quizás*  por  un  pequeño 
tributo,  como  el  que  ha  pagado  a  los  cristianos,  ven- 
dría Yussuff  a  dejarle  el  Reino. 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  141 

ELFAQUI 

{Con  cierta  petulancia).  TÚ  no  ignoras,  mujcr,  que 
Yussuff,  para  obrar,  pide  previo  consejo  a  Faquíes 
y  Cadíes,  tal  como  en  la  Ley  está  mandado.  Y,  nos- 
otros, en  pago  de  tu  perdón... 

ROMAIQUIA 

(Con  dulzura  y  como  si  tratara  de  persuadir  a  locos  o 
niños). 

Un  reino  no  es  una  corona  y  un  manto  de  púr- 
pura y  un  rebaño  de  subditos  o  servidores.  Quien 
no  ejerce  una  dominación  espiritual  no  es  rey,  a 
pesar  de  todo  esto...  Vosotros  seríais  reyes  si  tuvie- 
rais la  libertad  y  la  inspiración  de  un  espíritu  real. 

Idos.  No  queremos  nada.  Somos  la  vida  derro- 
tada por  la  muerte,  en  el  episodio  pasajero  de  las 
individualidades  nuestras...  Nos  confesamos  venci- 
dos, pero  rendidos  no.  ¿Quiénes  somos  nosotros 
para  rendir  la  Vida?  Ella,  vencida  en  nosotros, 
triunfa  ahora  mismo,  en  otros  lugares  y  cuerpos 
del  espacio.  Habéis  arruinado  una  fortaleza:  pero 
ni  habéis  podido  humillar  al  guerrero  que  en  ella 
alentaba,  ni  mucho  menos,  cautivar  el  ejército  que 
defiende  la  inspiración  de  sus  estandartes... 

Sois  libres.  Vuestro  castigo  estará  en  vivir  pri- 
sioneros, esclavizados  de  la  Muerte.  Nuestro  pre- 
mio estará  en  morir  cuando  ya  no  podamos  liberar 
nuestra  realeza... 


142  BLAS  INFANTE 


EL  FAQUI 

Eres  soberbia;  mujer. 

ROMAIQUIA 

Es  soberbia  real.  La  soberbia  de  la  vida  ante 
la  muerte.  La  soberbia  real  es  soberbia  virtud. 
Quien  llega  a  sentir  esta  soberbia  no  se  degradará 
jamás.  Ella  es  virtud  magnífica  que  aspira  sin  cesar 
al  trono.  Antes  de  entrar  en  la  ergástula,  mata  al 
ser  que  domina,  quien,  bendiciéndola,  muere. 

Dijisteis  que  Alah  crea  incesantemente:  y  que 
el  Rey  representa  a  Alah.  Cuando  el  Rey  no  puede 
crear  no  es  Rey:  y  antes  de  dejar  de  serlo,  se  crea 
una  muerte  real:  una  muerte  bella,  que  es  vida 
triunfante  de  la  muerte,  aun  en  sus  propios  domi- 
nios obscuros. 

EL  CADI 

No  nos  engañaron  mujer.  Tu  filosofía  ha  per- 
dido al  Rey.  El  Emir  debió  dar  ejemplo  a  sus  sub- 
ditos cumpliendo  la  ley;  y  tu... 

ROMAIQUIA 

(Con  ingenuidad)  ¿De  qué  ley  hablas,  Cadí? 

EL  CADI 

Principalmente  de  Alkoran,  mujer. 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  143 

ROMAIQUIA 

Cadí:  Dentro  de  tí  sientes  un  Imperativo  Bue- 
no. Es  el  verbo  de  Dios.  Y  un  grosero  imperativo. 
Es  el  aullido  del  animal.  La  ley  humana  es  una 
fórmula  de  transacción  buscada  por  el  legislador 
entre  el  Dios  y  el  animal,  cuya  unidad  es  el  hom- 
bre... 

El  Faquí  haoe  signos  de  horror. 

¿Te  ofenden  mis  palabras,  Faquí? 

EL  GRAN  FAQUI 
Mujer:  es  la  Ley  divina.  Es  Alkoran... 
ROMAIQUIA 

(Con  indulgencia).  Ley  de  Dios,  dijeron  para  do- 
minar los  legisladores.  De  ella  dedujeron  conse- 
cuencias con  relación  a  los  hechos,  y  fundaron  los 
tratados  jurídicos...  La  voz  de  Dios  en  la  Ley,  fué 
más  ahogada  aun,  en  los  tratados,  por  la  voz  de  la 
bestia  lógica:  por  el  aullido  recortado  con  líneas 
geométricas,  de  la  bestia  racional...  (Observando  los 
signos  de  horror  de  los  dos  funcionarios).  Hay  una  ley 
que  dice:  No  podrás  alumbrar  una  fuente  en  una 
peña... 

Pero,  por  si  la  peña  tiene  un  cóncavo  que  pue- 
da guardar  el  eco  de  mi  evocación:  por  si  este  eco 
puede  ser  alguna  vez  alma  que  anime   a  la  peña,.. 

Cadí:  Faqui:  Escuchad  con  calma  a  vuestra 
acusada,  Itimad. 


144  BLAS  INFANTE 


Dios  no  está  fuera  de  todo.  Dios  no  es  un  ser 
fuera  de  todo:  Dios,  desde  el  Principio,  es  un  Ver- 
bo en  todo:  que  clama  acción:  encarnación  de  su 
propio  Imperativo  de  Bondad.  Dios  es  un  Verbo  que 
se  encuentra  en  todo,  clamando,  desde  el  fondo  de 
cada  ser,  encarnación;  creación  en  hechos  que  reali- 
cen la  Verdad.  Así,  Dios  es  en  todas  las  manifestacio- 
nes de  la  vida  universal.  Y  aquellos  seres  hombres  o 
no,  que  cumplen  este  Imperativo  de  Dios:  que  reali- 
zan la  encarnación  del  Verbo  de  Dios,  en  obra  buena: 
o  lo  que  es  igual:  en  obra  redentora:  en  obra  grande: 
en  obra  verdadera,  creadora  de  la  vida  o  de  la  glo- 
ria de  Dios  sobre  la  tierra;  .creedlo  rocas,  que  rocas 
sois,  por  falta  de  creencia;  esos  seres  abnegados, 
heroicos,  creadores,  son  dioses  que  realizan:  que 
crean  a  Dios;  el  cual  será  creado,  cuando  sea  reali- 
zado su  Verbo  absoluto,  por  entero,  en  la  Vida 
Universal...  ¿No  veis  cómo  la  frente  de  esos  seres 
circundada  es  por  aureola  de  luz?  ¿No  veis,  cómo 
alumbra  lo  pasado,  esa  aureola  de  los  creadores  de 
Pios?  ¿Os  sorprende  oirme  hablar  así?  Escuchad: 
es  Dios:  Alah:  que  llevo  en  mí:  quien  por  mi  boca 
os  habla... 

ElFAQUI 

Calla:  calla,  Itimad. 

ROMAIQUIA 

TÚ,  Cadí,  atiende.  Yo  necesito  un  juez,  porque 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  145 

todo  inocente  lo  desea.  Tú,  Cadí,  acostumbrado  a 
escuchar  los  crímenes  de  bandidos  monstruosos, 
escucha  los  crímenes  benditos  de  esta  pobre  mu- 
jer... 

FAQUI 

¿Per©  tú  eres,  mujer? 

ROMAIQUIA 

(Sonriendo).  Ahora  hablará  Dios;  ni  mujer  ni  hom- 
bre. (Al  Cadí).  Y  yo,  dije  al  Príncipe.  Cumplamos  la 
voz  de  Dios.  Realicemos  al  Dios,  que  dentro  de  sí 
llevamos,  y  sea  esta  nuestra  Ley.  Avivemos  el  verbo 
de  Dios  en  la  conciencia  y  en  el  corazón  de  nues- 
tros subditos:  en  su  afán  de  Belleza:  en  su  afán  de 
verdad:  en  su  ansia  de  creación  y  de  gloria.  Que  la 
voz  de  Dios,  igual  en  el  ánimo  de  todos,  porque 
Dios  es  uno,  sea  la  Ley  de  tu  Reino,  Motamid.  Que' 
Dios  más  libre  en  tí  que  en  los  demás,  (porque  más 
que  otro  alguno,  en  tus  hechos,  lo  liberas  o  reali- 
zas, tú)  y  que  su  voz  más  potente  en  tí  que  en  los  de- 
más (porque  más  claramente  sientes  tú  el  Imperati- 
vo de  su  Verbo);  que  Dios  por  tí,  y  no  tú,  sea  el 
Rey... 

He  aquí  que  es  falsa  tu  acusación,  Cadí.  Nos- 
otros hemos  cumplido  la  ley:  la  Ley  de  Dios.  Tú 
no  puedes  comprender  el  honor  que  se  debe  a  esa 
ley,  porque  el  honor  que  a  ella  se  debe  es  tributa- 
do a  la  otra;  y  este  honor,  ¡oh  gran  Juez,  es  para  tí! 

10 


146  BLAS  INFANTE 


iMotamid:  Itimad!  Hemos  sido  una  efusión  de  Dios. 
Una  efusión  de  alegría  de  Dios,  en  libertad.  He 
aquí  la  causa  de  la  perdición  nuestra.  La  Fatalidad 
condena  a  los  dioses  efusivos,  jün  parto  muy  lento, 
muy  doloroso  ha  de  crear  la  Serenidad  de  Dios! 
Dios  es  el  dolor,  en  el  Principio...  ¡Pero  es  tan  dul- 
ce ser  una  efusión  de  Tí!  (Elevando  las  ojos  en  oración, 
Romaiquia  queda  en  actitud  de  éxtasis.  Después,  como  justi- 
ficándose y  hablando  consigo  misma).  El  Andalus   es   un 

arrebato  efusivo  de  la  generosidad  luminosa  del 
Sol... 

EL  GRAN  FAQUÍ 

(Viendo  al  Cadí,  a  punto  de  conmoverse).  Humíllate, 
mujer  o  Reina.  Vuelve  en  ti.  Olvidaste  a  Alah.  No 
fuiste  al  Templo.  El  Rey  y  el  Pueblo  convocados 
por  tu  voz  de  Sirena,  dejaron  de  asistir  los  viernes 
a  las  Aljamas.  Y  ni  escucharon  la  voz  del  Muezzin 
que  les  invitaba  ala  oración:  ni  guardaron  el  ayu- 
no en  la  Pascua  del  Ramadán:  ni  creyeron  en  el 
Profeta:  ni  en  los  imanes  y  faquíes:  ni  en  los  santos 
del  Islam:  y  se  mofaron  de  los  preceptos  de  la  Re- 
ligión y  no  creyeron  en  la  vida  eterna  del  Paraíso... 

ROMAIQUIA 

(Con  infinita  dulzura,  en  voz  queda  y  armoniosa). 

El  Cadí  identificó  su  Ley  con  la  ley.  Tú,  sacer- 
dote, identificas  con  tu  religión,  la  Religión.  He 
aquí  la  soberbia  mala.  Esta  es  la  soberbia  vana  y 
no  la  magnífica  virtud  de  la  soberbia  real.  Porque 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  147 

la  Ley,  es  mi  ley:  y  ía  Religión  es  mi  Religión,.,  y 
lo  que  vosotros  tenéis,  realmente,  de  Religión  y  de 
Ley. 

Motamid  os  lo  dijo:  yo  también. 

Os  hemos  anunciado  es  Dios  el  Verbo  eter- 
no que  hace  vibrar  la  esencia  de  todas  las  manifes- 
taciones de  la  Vida,  en  un  ansia  de  conservación 
para  el  mejoramiento:  de  mejoramiento,  para  la 
creación  de  la  Belleza  y  de  la  Verdad.  ¡La  Belleza 
es  la  Verdad  realizada:  es  la  carne  de  Dios! 

Dios  es  majestad  en  la  Tempestad  grandiosa: 
Armonía  en  el  alba  claro  y  sonoro:  serenidad  en  la 
Noche  azul,  en  que  trazan  imperturbables  sus  circu- 
ios luminosos  las  blancas  estrellas.  Dios, es  ingenui- 
dad en  los  amores  de  los  pájaros  inocentes,  que 
agitan  sus  alas  en  temblor  de  colores:  cruzando  los 
picos  con  emoción  inefable  , ardientes  los  ojos,  cual 
ascuas  de  amor.  Dios  es  el  concierto  alegre  de  los 
cantos  y  rujidos  de  las  selvas:  con  el  silbar  de  los 
aires  y  el  mugir  del  Mar.  Que  está  Dios  palpitante 
y  vivo  en  el  ritmo:  en  el  eco:  en  el  torbellino  armo- 
nioso: en  el  rumor  de  la  espuma  virgen,  inmacula- 
da, que  suspira  rubores  al  besar  la  playa  y  esparcir 
la  cabellera  por  el  regazo  moreno  de  la  arena  lim- 
pia. Dios  es  conciencia  en  los  seres  que  despiertan 
al  amor:  a  la  admiración  y  a  la  creación  de  la  be- 
lleza y  de  la  verdad:  el  Fiat  eterno  que  conduce  la 
agitación  de  los  seres  en  ineludible  fatalidad  crea- 
dora... ¡Belleza:  verdad:  carne  de  Dios!...  ¿Veis;  veis 


148  BLAS  INFANTE 


mi  Sierra  de  Córdoba  vestida  de  novia  con  las  flo- 
res que  hilaron  los  almendros  de  Motamid?  ¡Pues, 
allí:  allí  estaba  Dios!  Los  bárbaros  han  descuajado 
ya  esos  almendros,  en  misión  despiadada  e  impía. 
¿Veis:  veis?  ¡Así  han  perseguido:  han  ahuyentado  a 
Dios,  que  vivía  en  el  blanco  florecer  de  la  sierra... 
Ahora  está  desolada:  está  triste:  los  pájaros  se  fui- 
ron:  los  arroyos  se  secaron.  Nada  hay  que  cante  ni 
que  perfume.  ¡De  ella  fué  cruelmente  arrojado 
Dios!  jLa  Muerte,  la  enemiga  de  Dios,  reina  en  la 
Sierra! 

EL  FAQUI 
¿Eres  mujer  o  una  apariencia  de  Satán? 
,      ROMAIQUIA 

(Con  unción).  Tú  lo  has  dicho  Faquí.  La  realidad 
soy.  Realidad  que  no  puede  ahora,  sumergida  en 
mundo  de  tinieblas,  desvanecer  el  sueño,  a  veces, 
f^ombrío,  la  pesadilla  infantil,  de  Alah,  tu  Dios.  Esa 
pesadilla  será  desechada  un  día...  Pero  será  un  trán- 
sito terrible:  Por  negar  al  Dios  de  su  pesadilla,  los 
hombres  habrán  de  negar  en  absoluto,  a  Dios.  Un 
abismo,  se  abrirá  a  la  Humanidad  entre  tu  Dios  y 
el  mío...  Mi  Dios  será  el  de  la  Era  última.  Ya  ves, 
raqui,  si  amo  a  Dios,  que  si  los  hombres  no  llega- 
sen a  comprender  el  mío,  yo  desearía  que  amasen 
el  tuyo... 

EL  CADÍ 

(Admirado).  Perdona,  Faquí.   Esta  mujer  se  ha 


MOTAMID;  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  149 

3 — . —. « ■■--»■•'■■ 

defendido  de  tu  acusación  de  vivir  sin  Dios.  Pero 
r\9  ha  contestado  el  porqué  no  fué  al  Templo  y 
por  qué  apartó  al  pueblo  del  culto  al  Profeta  y  de 
los  santos  del  Islam. 

ROMAIQUIA 

Cadí:  Faquí:  Os  agradezco  el  consuelo  de  rni 
acusación  en  las  últimas  horas  de  mi  reinado.  Pen- 
saba recibir  al  verdugo  con  pasividad,  que  espanta- 
ra a  la  misma  muerte.  Al  hacer  revivir  mi  creencia^ 
habéis  venido  a  revivir  mi  alegría. 

Yo  no  fui  al  Templo,  porque  el  templo  estaba 
y  está  en  mi. 

Si  Dios  realizado  es  la  Belleza  y  la  Verdad:  y  si 
Dios,  en  potencia,  es  el  Verbo  de  Perfección,  que 
en  la  esencia  de  cada  ser  clama  encamación  en  he- 
chos: la  Verdad  o  Belleza,  ya  creadas,  y  el  espí- 
ritu de  cada  ser,  es  el  Templo  verdadero  en  que 
mora  lo  que  existe  creado  de  Dios.  Alli  donde 
exittían  Belleza  o  Verdad,  allí  acudió  Itimad  a  ado- 
rarlo y  a  gozar  de  Él.  V  me  recogí  en  el  templo  de 
mi  espíritu,  para  adorarle  también,  en  su  creación 
ya  hecha,  y  en  su  verbo  divino,  ansiando  con  fer- 
vor encarnar  su  voz  con  mis  propios  actos,  en  la 
realidad  del  Mundo.  He  aquí,  la  oración. 

¡La  voz  del  Muezzin  que  a  la  oración  convo- 
ca! No  es  desde  lo  alto  de  los  minaretes  de  las  Al- 
jamas, desde  donde  la  voz  del  Muezzin  verdadero 
convoca  a  la  verdadera  oración,.. 


150  BLAS  INFANTE 


El  seno  blanco  del  Alba,  arrebolado  por  los 
rayos  virginales  de  la  faz  rosada  del  Sol  naciente^., 
vibra  conmovido  y  perfumado,  por  los  himnos  a  la 
vida,  de  los  seres  que  reviven:  por  el  fresco  des- 
pertar de  las  flores  en  abrir  de  radiantes  corolas: 
por  el  sonido  de  cristales  que  chocan  en  el  bronce 
de  las  esquilas  y  en  las  linfas  de  las  fuentes. 

He  aquí  el  Muezzin  que  me  invita  a  la  oración. 
No  hay  agitación,  ni  aleteo  de  voz  o  fuerza  de  ser 
alguno  que  no  sea  un  Muezzin,  invitando  a  la  ora. 
ción.  No  fueron  los  viernes,  fueron  todos  los  días 
y  todas  las  horas,  en  que  al  escuchar  esa  invitación, 
Romaiquia,  se  recogió  en  su  Templo.  ¡Que  no  ayu- 
no en  la  Pascua  del  Ramadán!  ¡Ay,  de  vosotros  los 
que  ayunáis  un  día  y  os  hartáis  el  resto  del  año! 
Tiene  para  mí,  tan  poca  importancia  y  tan  poco 
goce  el  comer,  que  no  le  concedo  seriedad  al- 
guna a  la  obligación  de  ayunar.  ¡Lo  absolutamente 
preciso  para  conservar  fortalecido  y  sano  este  cuer- 
po, templo  del  espíritu:  este  espíritu,  templo  donde 
mi  Dios  se  levanta... 

¡Que  no  he  honrado  a  los  faquíes!  ¿Qué  es  un 
Faquí?  Un  sacerdote:  es  decir,  un  guardador  del 
templo  de  Dios  y  un  sacrificador  en  el  altar  de 
Dios.  Y  yo  te  digo,  Faquí,  que  cada  hombre  tiene 
en  sí  su  templo;  el  espíritu:  y  en  su  templo,  un  al- 
tar: la  conciencia.  Y  yo  te  aseguro,  Faquí,  que  cada 
hombre  es  sacrificador  en  este  altar  verdadero  de 
Dios:  obrando  en  él,  el  verdadero  sacrificio,  que  no 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA         151 

consiste  en  inmolar  inocentes  animales  en  altares 
de  piedra;  sino  en  inmolar  estímulos  groseros:  es- 
tímulos de  bestia:  que  nos  incitan  a  no  sufrir  el  do- 
lor que  la  encarnación  del  verbo  de  Dios  nos  pro- 
duce. Así  es  este  sacrificio  creador,  el  verdadero 
sacrificio:  así  es  la  conciencia  el  verdadero  altar  de 
Dios:  así  todos  los  hombres  que  guardan  su  tem- 
plo, y  que  sacrifican  en  este  altar,  son  los  sacerdo- 
tes de  Dios.  Motamid  e  Itimad  honraron  siempre  a 
los  hombres  que  más  sacerdotes  fueron,  a  los  que 
más  sacrificaron  por  la  creación  o  encarnación  de 
Dios,  en  el  altar  de  la  conciencia... 

¡Ah,  mi  creencia  es  más  grande  que  la  tuya! 
Tú  crees  que  sólo  son  los  faquíes  los  sacerdotes 
ungidos  por  Dios:  y  yo  creo  que  Dios  hizo  sacer- 
dotes a  los  hombres  todos. 

EL  CADÍ 

Entonces,  ¿para  tí,  Mohamed,  no  fué  un  Profe- 
ta? ¿No  crees,  ni  admiras,  la  virtud  de  los  santos 
del  Islam? 

ROAIAIQUIA 

(Se  recoge  un  momento  en  sí  y  una  sonrisa  ilumina  d«s- 
pués  su  pálido  semblante.  Cerrando  los  ojos,  habla  lentamen- 
te, como  leyendo  en  su  espíritu  esclarecido  por  deslumbrante 
luz  interior). 

¡Profetas!...  Y,  hubp  hombres  que  amaron  to- 
do. Fundidos  con  lo  Infinito  en  una  soberana  efu- 
sión de  amor,  su  ojo  y  su  corazón,  miraron  y  sintie- 


152  BLAS  INFANTE 


ron  por  lo  Infinito,  las  supremas  verdades  del  Ser. 

¡Profetas!  Y  hub®  hombres  en  quienes  Dios,  a 
quien  todos  los  seres  llevan  en  sí,  clamó  con  voz 
más  clara  y  potente:  proclamando  y  escribiendo  las 
supremas  verdades  de  la  Vida:  despertando  a  Dios, 
que  en  los  demás  hombres,  como  en  Todo,  alienta. 
Profetas  fueron,  son  y  serán,  todos  aquellos  hom- 
bres que  marchan  delante  diciendo  y  señalando  los 
caminos  de  Dios,  que  son  los  de  la  Belleza,  la  Ver- 
dad y  el  Bien. 

¡Santos!  Fueron  todos  aquellos  que  siguiendo 
a  los  Profetas,  con  inquebrantable  firmeza,  avanza- 
ron adelante  por  esos  caminos  de  Dios,  sin  que 
bastare  a  detenerles  los  desgarramientos  de  todos 
los  mentidos  martirios,  ni  las  caricias  de  todos  los 
falsos  amores... 

¡Oh,  Cadí!  No  es  Mohamed  mi  profeta.  (El  Fa- 

quí  se  oculta  el  rostro  con  las  manos).  No  SOn  miS  san- 
tos, los  santos  del  Islam.  Es  más  amplia  la  creen- 
cia mía...  Mis  profetas  y  mis'santos  son  los  profe- 
tas y  los  santos  de  todas  las  religiones,  en  cuanto 
tuvieron  visión  de  lo  Infinito:  en  cuanto  sintieron  el 
Dolor  de  la  Santidad...  Dolor  que  parirá  a  Dios... 
¡Religión..!  Ella  sirve  para  crearle:  para  realizarle  en 
la  vida!  Dime,  Faquí:  ¿soy  irreligiosa?  Yo  te  imvito 
como  una  hermana  a  creer,  que  todas  las  religiones, 
son  religiones,  en  cuanto  han  presentido  o  tienen 

esencia  de  la  Religión! 

(El  Cadí  y  el  Faquí  están  anodadados  y  miran  con  asom- 
liro  a  Romaiquia). 


MOTAMIP,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  153 

EL  CADI 

Señora:  Sabíamos  que  la  Corte  de  Motemid, 
era  descreída  de  nuestra  creencia... 

ROMAIQUIA 

Y  por  esto  la  llamasteis  descreída..: 

EL  CADI 

Itimad:  ¿en  dóhde  aprendiste  todo  eso? 
ROMAIQUIA 

Yo  no  sé  nada.  Habla  por  mí,  no  mi  Dios:  el 
Dios  de  todos.  En  mi  conciencia,  su  voz  escribió  un 
Koran. 

Dios  vino  a  mí,  a  través  de  generaciones  que 
lo  parieron  con  dolor,  y  fui  yo  el  último  parto  de 
su  parir  doloroso  e  incesante...  Yo...  fui  un  ritmo 
de  alegría,  creado  por  el  dolor.  Un  ritmo  que,  aho- 
ra, en  el  concierto  de  los  ruidos  trágicos,  se  desva- 
nece. Reintegrémosnos  al  Dolor...  nuestro  padre  y 
el  mejor  escultor  de  las  almas.  Ahora  Dios,  es  eso. 
La  alegría  definitiva  de  Dios  estará  al  fin:  en  el  fin 
de  su  creación  gloriosa  y  triunfal... 

(Romaiquia  dobla  la  cabeza,  como  aguardando  el  sa- 
crificio). 

EL  FAQUÍ 

(Despertando  del  hechizo  producido  por  las  palabras 
de  Itimad). 

Sacrilegio  es  ese  sueño  tuyo,  mujer.  ¡Ay  de  tí, 


154  BLAS  INFANTE 


cuando  las  trompeta  de  Israfil  llame  a  los  hombres- 
ai  juicio  de  Alah! 

ROMAIQUIA 

(Resignada).  Sueño  llaman  los  hombres  a  la  rea- 
lidad de  Dios:  y  realidad  a  los  sueños  de  sus  modo- 
rras de  bestia. 

Prácticos  son  los  objetos  que  puedan  alcanzar 
sus  miembros  pesados.  Aquellos  que  requieren  alas 
para  llegar  hasta  ellos,  son  fantasmas:  son  utopias. 
(Mirando  al  cielo).  ¿Hasta  cuándo?  ¿Hasta  cuándo  no 
volverá  a  vivir  Itimad? 


Pmm¡m  VIII 

(Amina,  el  aya  de  los  hiios  pequeños  del  Emir,  aparece 
en  la  puerta  de  la  estancia.  Itimad  al  percibirla,  despierta 
bruscamente  de  su  abstracción). 

ROMAIQUIA 

\Yendo  hacia  Amina).  ]MÍS  hijOs!...  (Volviéndose  al 
Cadí  y  al  Faquí).  He  aquí  que  en  mis  hijos  pongo  yo, 
en  este  mundo,  mi  creencia.  ¿Qué  es  de  ellos,  Ami- 
na? 

AMINA 

Te  echan  de  menos  y  piden  verte. 

ROMAIQUIA 
¿Qué  hacen? 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  155 

AMINA 

Señora:  Tu  hija  Xelima  calma  a  los  más  peque- 
ños. Parece,  entre  ellos,  una  tierna  madrecita. 

Lloraban,  hace  unas  horas,  por  ir  a  jugar,  co- 
mo de  costumbre,  a  la  Pradera  de  Plata,  extrañán- 
dose, como  en  los  días  anteriores,  de  que  no  se  les 
llevase  a  aquel  lugar. 

Zahira  preguntaba: — ¿Por  qué  tantos  días  sin 
ir  a  la  Pradera?  Y  Xelima  contestó:— No  puede 
ser:  Hoy  tenemos  que  estar  aquí  y  acompañar  a 
madre.  Además,  en  la  Pradera,  hay  soldados.  Es 
la  guerra. 

Y  dijo,  entonces,  Abderramem,  pasándose  los 
puños  por  los  ojos,  para  enjugar  las  lágrimas:— ¿Y 
qué  es  la  guerra? 

En  esto  una  inmensa  bandada  de  estorninos 
apareció  en  el  trozo  de  cielo  que  se  descubre  desde 
la  puertecilla  de  la  terraza.  Un  aguilucho  los  per- 
seguía y  llegó  a  acom.eterles.  Los  pájaros  se  reple- 
garon, primero,  en  una  apretada  nube  obscura.  Des- 
pués la  banda  se  estiraba  o  retorcía  en  el  aire,  como 
una  alada  serpiente.  El  aguilucho  se  vio  precisado 
a  detener  el  vuelo  ante  los  torbellinos  de  aire  que 
los  pájaros  fraguaban  con  la  fuerza  de  sus  concen- 
traciones. 

—Esa  es  la  guerra— dijo  Xelima,  señalando  ai 
cielo.— Un  pájaro  grande  que  quiere  comerse  a  los 
chicos.  Sólo  que  en  la  guerra,  en  vez  de  ser  pája- 
ros, son  hombres. 


156  BLAS  INFANTE 


Pero  Abderramem  replicó:— ¿Y  cuál  es  el  pá- 
jaro grande  que  quiere  comerse  a  los  hombres? 

Entonces  Xelima,  vencida  por  Abderramem, 
contestó  así:— Es  verdad,  hermanito.  Los  hombres 
debieran  unirse  todos  para  combatir  sólo  los  pája- 
ros extraños:  porque  los  pájaros  iguales,  juegan  a 
ver  quien  vuela  más,  pero  no  se  matan  unos  a 
otros.  ¡Sólo  hacen  la  guerra  a  los  pájaros  distintos! 

Zahira,  seguía  preguntando  por  tí:  y  la  más 
pequeña,  Ommalisam,  lloraba,  sin  consuelo,  en  los 
brazos  de  Zoraida.  Entonces,  Abderramen,  quedó  un 
instante  pensativo,  y  rompió  a  llorar  también:  «Ma- 
dre no  viene,  decía,  porque  se  la  ha  comido  un 
pájaro  grande! » 

ROMAIQUIA 

jMis  hijos!  Amina.  Bájalos  al  Patio,  en  donde 
acostumbran  a  jugar,  y  avísame,  enseguida,  para  ir 
a  unirme  con  ellos. 

Cadí:  Faquí:  Me  acusabais,  hace  unos  instantes 
de  no  cí  eer  en  la  Eternidad  y  en  el  Paraíso  de  los 
fíeles  He  aquí  que  esa  mujer  os  contestó,  por  mí, 
al  invocar  a  mis  hijos.  He  aquí  que  estas  damas 
que  me  escuchan  y  que  los  guerreros  que  siguen . 
al  Rey,  espíritus  idénticos  al  de  Motamid  y  Romai- 
quia,  os  contestan  por  esta  Reina,  destronada  ya. 

EL  CADI 

No  te  entendemos.  Señora. 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  157 

ROMAIQUIÁ 

Hermanas:  (a  las  señoras  de  la  Corte). 
Convirtamos  el  dolor  en  goce,  al  transformar  nues- 
tro dolor,  durante  estas  horas  amargas,  en  bella  es- 
peranza de  un  etcrnal  Paraíso. 

EL  FAQÜI 

(Desesperado).  ¿Te  burlas  aún,  maldita? 
(Las  damas  de  la  Corte  protestan  ante  el  insulto  extem- 
poráneo). 

HABIBAH 

¡Todavía  eres  la  Reina,  señora!  ¡Aún  existen  en 
Palacio  soldados  que  acudan  a  tu  voz! 

OTRA  DAMA 

(Aproximándose  al  dintel  de  la  puerta  y  a  grandes  vo- 
ces). 

¡Soldados:  la  Reina  os  llama! 

MYRIAM 

(Abandonando  su  natural  dulzura  y  mirando  indignada 
al  Faquí). 

¡Malvado!  ¿Te  atreves  a  insultar  a  la  Reina? 
Cúmplase,  señora,  y  cúmplase  pronto;  la  sentencia 
del  Emir! 


158  BLAS  INFANTE 


\ÍS^ 


(Aparecen  varios  soldados  de  la  guardia  en  la  puerta  del 
Salón). 

EL  JEFE 

(De  los  soldados,  inclinándose).  Dispuestos  nos  ha- 
llamos, señora. 

LA  REINA 
No  es  ya  nada.  Podéis  retiraros.  (Los  soldados  se 

van.  Al  Faquí  y  al  Cadí,  con  dulzura). 

¿Por  qué  me  insultas,  Faquí,  antes  de  escuchar 
mi  pensamiento?  Te  dije  que  a  la  invocación  de  mis 
hijos,  y  de  estas  damas  y  de  aquellos  guerreros, 
espíritus  idénticos  a  los  de  Motamid  e  ¡timad,  res- 
ponde mi  creencia  en  un  eternal  Paraíso.  Te  dije 
que  el  dolor  de  morir  puede  transfonmarse  duran- 
te las  horas  amargas,  en  el  adelanto  del  goce  de 
vivir,  por  siempre,  en  ese  Paraíso  Eternal,  ¿No  me 
tachabas  de  descreída  en  la  Eterindad  y  en  el  Paraí- 
so? 

EL  CADI 

Perdona  al  Faquí,  Itímad.  Su  religioso  celo  le 
llevó  más  lejos  de  su  deseo  de  respetarte... 

El  FAQUI     . 

No  te  entiendo,  oh  mujer,  si  de  otro  modo  no 
expones  tu  creencia..! 


MOTAMID,   ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  15Q 

ROMAIQUIA 

(A  sus  damas,  con  ingenuidad  y  alegría,  inefables). 

Alegrémosnos  hermanas.  La  Eternidad  es  nues- 
tra... (Pausa,  después  de  la  cual,  ríe).  ¿VeiS?  (al  Cadí  y  al 
Faquí).  ¿Veis?  Son  muy  dulces  estas  horas,  muy  dul- 
ces: ya  no  viviremos  en  Sevilla...  sino  en  el  Paraí- 
so... Este  día...  Es  un  día  eternal  y  radioso...  Reinan 
por  siempre,  Motamid  e  Itimad...  ¡Yussuff!  Los  ca- 
díes  y  faquíes...  ¡Pobres  animales  inferiores!  Vos- 
otras lo  sabéis...  Siempre  me  encantaron  los  pobres 
animales...  Cuando  alguno  me  picaba  o  mordía,  yo 
protestaba  contra  quienes  querían  castigarles...  ¿Qué 
saben  ellos?  Son  nuestros  hermanos,  que  dicen  in- 
feriores. Hijos  de  la  vida:  son  nuestra  propia  vida, 
a  quien  debemos  querer  como  tutores  piadosos. 
Perdonadlos.  Curemos  la  herida  que  el  animal  nos 
cause,  con  el  bálsamo  infalible,  con  la  alegría  infi- 
nita de  nuestra  dulce  piedad... 

EL  FAQUÍ 

¡Está  loca! 

ROMAIQUIA 

(Apercibiéndose).  Escucha,  doctor.  He  aquí  mi 
^desvarío,  sobre  la  Eternidad.  Tú  has  venido  a  decir- 
me: Descreída,  ¿qué  Religión  es  esa  tuya,  que  no 
cree  en  la  Eternidad?  Tienes  Dios,  templos;  altares, 
profetas,  santos;  pero  Eternidad...  ¡Eso  no!  Ese  afán 
de  vivir,  sólo  nosotros  podremos  satisfacerlo.  Es- 
cuchad, doctores  del  Islam.  Creed,  como  cree  Ro- 


160  BLAS  INFANTE 


maiquia,  y  como  Romaiquia,  vendréis  a  gozar,  y 

será  salva  nuestra  vida. 

(La  Reina  se  sienta  entre  sus  damas  en  el  centro  del  co- 
gín  lateral,  al  borde  de  la  balaustrada  del  fondo.  Se  dirige  a 
los  demás  en  actitud  complaciente  y  mimosa,  como  si  fuese  a 
narrar  un  cuento  a  sus  hijos). 

Cuentan  que,  en  cierta  ocasión,  llegó  un  der- 
viche predicando  Alkorán,  a  cierta  tribu  pacífica 
que  moraba  un  oasis  feliz,  en  el  desierto.  Y  cuen- 
tan que  el  jeque  de  la  tribu,  al  derviche,  hubo  de 
preguntar  irónico:  «Dime,  sacerdote;  si  la  Religión 
existe  para  la  Eternidad,  ¿en  qué  Eternidad  creen 
los  muslimes?  ¿Cómo  se  premia  eternamente  a  los 
buenos  y  se  castiga  eternamente  a  los  malos?> 

Y  el  derviche  habló,  entonces,  al  jeque  salvaje^ 
de  otra  vida  de  ultratumba,  adonde  el  individuo 
humano,  después  de  muerto,  va  a  gozar  o  a  sufrir 
por  una  eternidad,  en  el  Paraíso,  morada  de  Alah, 
o  en  el  Infierno,  morada  de  Satán. 

El  jeque  reía  piadosamente  escuchando  el  cuen- 
to, como  ríe  un  anciano  ante  los  sueños  de  un  niño. 
«Ven  conmigo >,  dijo  al  derviche.  Y  le  condujo  a 
su  jardín.  «Mira,  añadió  entonces,  la  lección  de 
Eternidad  que  nos  ofrece  Naturaleza».  Y  tomando 
entre  sus  dedos,  un  grano  de  trigo,  así  empezó  el 
salvaje  a  hablar  de  Eternidad.  «Ves,  derviche,  este 
grano?  Se  siembra.  A  poco  de  él  queda  la  cascara, 
la  escoria:  la  envoltura;  esto  es,  el  cadáver.  ¿Pero 
se  puede  decir,  por  esto,  que  el  grano  murió?  No. 


MOTAMID,   ULTIMO  REY  DE  SEVILLA 161 

Mira  como  su  vida  apunta  renovada  en  el  .germen; 
como  asciende  dotada  de  nuevas  energías  por  el 
tallo; y  como  viene  a  florecer  y  a  multiplicarse  en  los 
granos  de  la  espiga.  ¿Qué  son  los  granos  de  la  es- 
piga, sino  el  mismo  grano  que  se  sembró,  renova- 
do, multiplicado   en  su  propio  vivir,  que  viene  a 
aumentar,  de  este  modo,  sus  garantías  contra  la 
Muerte?  Y  observarás,  continuó  el  jeque,  que  los 
labradores  para  sus  siembras,  escogen  siempre  las 
semillas  sanas.  Estas  son  las  fuertes;  las  robustas;  es 
decir,  las  semillas  buenas:  porque  estas  semillas  son 
únicamente  las  que  se  multiplican  en  cosechas 
abundosas.  Las  semillas  podridas:  esto  es,  las  ma- 
las, esas  no  se  eternizan  multiplicándose  en  la  co- 
secha futura.  He  aquí,  pues,  lo  que  sucederá  con 
los  hombres  buenos  y  malos.  Los  hombres  se  eter- 
nizarán sólo  por  la  espiga  de  sus  hijos,  que  son  su 
misma  vida  florecida  y  multiplicada.  Los  hombres 
buenos,  fuertes,  robustos,  como  las  semillas  bue- 
nas, se  multiplicarán  en  cosechas  abundosas.  Los 
raquíticos  y  malos  no  se  perpetuarán  por  esta  espi- 
ga. Si  llegan  a  engendrar,  son  granos  raquíticos, 
que  se  extinguirán  al  fin.  Los  hijos  se  avergüenzan 
de  la  vida  mala  de  sus  padres.   Arrojarán  de  sí  la 
vida  mala  de  aquellos  antepasados  que  les  aver- 
güenza,   y  acojerán  y  fortalecerán  la  buena,   de 
aquellos  antepasados  que  vengan  a  enorgullecerles. 
Así,  sólo  estos  antepasados  buenos,  sobrevirán.  Es 
por  esto,  la  negación,  la  muerte  eterna,  el  castigo 

11 


162  BLAS  INFANTE 


de  la  Barbarie  y  de  la  Maldad:  y  la  afirmación,  el 
eterno  vivir,  renovado  y  triunfante,  el  premio  in- 
mortal de  la  Belleza  y  át\  Bien:  de  la  Fortaleza  y 
del  Heroísmo...» 

He  aquí,  como  habló  el  salvaje. 

Hermanas:  Motamid  y  Romaiquia,  mitades  de 
un  sólo  Ser,  fundidos  por  las  nupcias,  en  una 
vida  única,  fueron  el  grano  que  sembró  el  Amor. 
De  ambos  quedará  la  envoltura  inerte:  la  escoria:  el 
cadáver.  Pero,  he  aquí  que  nuestra  vida  no  morirá, 
reproducida  en  renovación ,  florecida  y  multiplicada 
por  esta  espiga  de  nuestros  hijos,  quienes  de  nuestra 
obra  embellecedora  de  la  vida,  se  enorgullecerán... 

¡Nuestros  hijos!  No  son  sólo  esos  niños  que 
lloran  por  su  madre...  Son  también  estas  damas:  son 
también  la  corte  de  los  hombres  magníficos,  en 
cuyo  espíritu  engendraron  y  modelaron  su  propio 
espíritu,  su  propia  vida,  Motamid  e  Itimad.  ¡He 
aquí  la  espiga  gloriosa  de  nuestros  hijos  espiritua- 
les! Si  éstos  creen,  y  piensan,  y  sienten,  y  gozan,  y 
penan,  y  aspiran  el  vivir  y  por  el  vivir  como  nos- 
otros, ¿no  vendrán  a  ser  reproducciones  nuestras? 
¿Y  qué  nos  puede  importar  la  muerte,  si  en  ellos, 
nuestra  vida  perdurará? 

Ya  veis,  juez  y  sacerdote,  porque  Romaiquia, 
en^  su  último  día,  no  llora;  y,  contenta,  ríe. 

Mi  venganza  ha  triunfado  de  la  barbarie  que 
morirá.  ¿Cuál  es  mi  venganza?  jMultiplicar  mi  luz 
entre  las  sombras!  La  belleza  entre  la  monstruosi- 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  163 

dad:  el  bien  de  mis  obras  entre  el  mal  enemigo. 
Por  esto,  río.  La  muerte  me  ha  vencido,  en  mi... 
¡Pero,  ay,  de  la  muerte  combatida  por  mí  con  la 
eternidad  de  mis  hijos,  del  espíritu  y  de  la  carne! 

(Profética). 

...  Y  llegará  un  día  en  que  nuestros  hijos  del 
Andalus  se  avergonzarán  de  la  grosería  bárbara  de 
sus  antepasados  morabitos  y  se  enorgullecerán  de 
la  delicadeza  y  potencia  espiritual,  de  Romaiquia  y 
de  Motamid.  Y  dirán,  ellos,  entonces:  «Neguemos 
en  nuestra  propia  vida,  la  vida  de  los  morabitos: 
consagremos,  en  nuestra  propia  vida,  el  reinado 
eterno  de  Motamid  e  Itimad...>  Decid,  doctores  del 
Islam:  ¿Tenía  razón  para  reírme  ante  esta  decep- 
ción de  la  muerte,  representada  por  vosotros? 


AMINA 

(Entrando).  Señora:  tus  hijos  te  esperan. 
ROMAIQUIA 

(Levantándose,  sonriente).  Vamos,  hermanas.  Adios, 
doctores  de  la  Ley. 

La  estirpe  excelsa  de  los  reyes  de  Sevilla  se 
continuará  por  los  hijos  de  Itimad,  en  el  destierro. 
Ellos  serán  los  reyes  y  no  el  Rey  de  Marruecos, 


164  BLAS  INFANTE 


aunque  el  Rey  de  Marruecos,  en  esclavos  los  con- 
vierta- 
No  matad  a  los  hijos  dt  Motamid.  Como  aquel 
Rey  que  quiso  matar  al  nifto-rey,  para  suprimir  com- 
petidor, Bada  adelantaréis  matando  a  estos  niños. 
El  niño  Rey  escapará,  siempre.  Cada  niño  es  una 
esperanza  de  rey.  El  niño  Rey,  será  mi  niño.  El  es- 
píritu de  mis  hijos  conduce  al  Rey,  y  es  la  flecha, 
aún  no  truncada  de  la  santa  fatalidad  que  os  ven- 
drá a  negar  algún  día.  En  él,  alentaráfuerte  e  in- 
contrastable el  espíritu  de  Ftimac),  la  esclava,  pro- 
clamada Reina,  por  Motamid,  Rey  de  Sevilla.  ^ 
( Salen  Romaiquia  y  las  demás  mujeres.  El  salón  cada 
vez  más  obscurecido,  va  siendo  dominado  por  las  sombras 
de  la  noche). 


MI 


EL  CADI 

(Gon  estupor).  Faquí:  jamás  hablé  con  Itimad.  No 
la  comprendo;  pero  esa  mujer  era  un  gran  peligro, 

EL  FAQUI 

Está  loca...  Su  reinado  ha  concluido,  para  siem- 
pre... (Temeroso).  Pero  no  debemos  permanecer 
aquí  más  tiempo.  Si  el  Rey  volviera... 

EL  CADÍ 
Nos  haría  matar. 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  165 

EL  FAQUI 

(En  voz  baja).  Salgamos  y  sigamos  concitando  al 
pueblo  para  que  la  ciudadela  no  resista...  (Compun- 
gido). Ahorremos  sangre  preciosa  de  muslimes  ino- 
centes. Abu-Berk  y  Yussuff  nos  lo  pagarán.  Y,  Alah, 
nos  premiará  por  su  mano...  (Amenaza  los  muros  con 
los  puños  cerrados).  ¡Ctsa  de  profanación! 

EL  CADÍ 

Espera,  sacerdote.  Nosotros  purificaremos  es- 
tos muros,  asilo  hasta  ahora,  de  la  impiedad.  El  pa- 
lacio será  nuestro.  Los  libros,  en  los  cuales  se  acu- 
muló el  error,  serán  quemados  en  grandes  piras. 
Las  estatuas  serán  calcinadas  por  el  .fuego,  y  des- 
truidas serán  las  pinturas  de  escenas  nefandas.  Los 
filósofos  interpretarán  Alkorán  con  la  censura  de 
los  imanes  y  escribirán  luminosos  tratados  de  de- 
recho; y  los  poetas  dedicarán  sus  versos  al  Profeta 
de  los  creyentes  y  a  sus  representantes  en  la  Tie- 
rra... Las  Bibliotecas  se  compondrán  de  histori  as 
eruditas,  que  escribirán  rebuscadores  de  nuestra 
tradición  y  comentadores  admirados  del  texto  le- 
gal. Nos  respetarán  supersticiosamente.  ¡Faquí!  jPe- 
ro  cumplamos  ahora,  las  órdenes  del  Califa! 

EL  FAQUÍ 

jAlah  acreciente  sus  triunfos  y  prosperidades! 
(Salen  cautelosamente,  mirando  primero  desde  la  puerta  ha- 


166  BLAS  INFANTE 


cía  el  corredor.  La  sala  queda  un  instante  solilaria  y  en  tinie- 
blas.) 


Paga]©  XII 

,        El  Djaili  aparece,  a  poco,  vestido  de  guerrero.  Investiga 
la  estancia,  y  al  descubrirla  vacía,  grita,  yendo  hacia  el  dintel. 

EL  DJAILI        ' 

¡Hola,  traed  luces! 

El  poeta  se  recuesta  sobre  un  ángulo  del  salón  en  actitud 
meditabunda  y  sombría. 


Faiaje  KM 


Llegan  dos  soldados,  trayendo  candelabros  con  bujías 
encendidas,  de  múltiples  colores,  las  cuales  vienen  a  colocar 
sobre  el  mármol  de  la  balaustrada  divisoria  del  salón. 

EL  DJAILI 

(A  uno  de  los  soldados). 

—¿En  donde  están  la  Reina  y  sus  damas? 

UN  SOLDADO 

La  señora  y  sus  doncellas  cuidan  ahora  de  los 
hijos  del  Emir. 

EL  DJAILI 
Ve  y  di  a  Habibah  que  Abd-el-Djaili  la  saluda 


MOTAMiD,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  167 


y  que  la  ruega  venga  a  escucharle  unos  momentos* 
(Salen  los  soldados). 


Pa§a|@  XIJV 

El  Djaili  queda  en  la  misma  actitud  pensativa  que  adop- 
tara durante  el  pasaje  anterior.  A  poco,  entra  en  la  estancia 
la  bella  Habibah. 

HABIBAH 

(Entrando).  ¡Salud,  Abd-eI-DjaÍlÍ!  (Sin  disimular  su 
alegría). 

No  dirás,  poeta,  que  soy  desatenta  contigo.  En- 
seguida me  apresuré  a  acudir  a  tu  llamamiento... 

EL  DJAILI 

(Levantándose).  ¡Habibah! 

El  Djaili  mira  apasionadamente  y  con  firmeza  a  Habi- 
bah. Esta  dobla  el  hermoso  cuello,  inclinando  la  cabeza. 

EL  DJAILI 

Habibad;  Esperaba,  como  siempre,  por  saludo 
tuyo,  una  chanza. 

HABIBAH 

(Algo  confundida,  y  sin  levantar  los  ojos). 

Es  que  tu...  ¡me  pareces  otro,  Abd-el-Djaili!     ^ 

EL  DJAILI 
(Aproximándose  a  la  doncella).  ¿Acaso,  porque  des- 


168  BLAS  INFANTE 


pues  de  varios  días  en  que  no  nos  hemos  vis  to, 
me  presento  ante  tí,  vestido  con  traje  de  guerrero? 

HABIBAH 

(Atreviéndose  a  mirarle).  Ya  sé,  Djaili,  que  has  ri- 
mado, durante  estos  días,  tus  mejores  versos  he- 
roicos.., 

EL  DJAILI 

(Con  tristeza).  ¿Te  satisfizo  mi  comportamiento, 
bella  Habibah...? 

La  doncella  no  responde,  impresionada  por  el  acento  de 
su  interlocutor.  Durante  unos  momentos,  ella  piensa  que  tal 
vez  el  Djaili  ha  querido  dirigirle  un  triste  reproche  por  el 
menosprecio  de  sus  burlas  de  antaño. 

HABIBAH 

(Después  de  un  silencio),  i  Djaili! 

EL  DJAILI 

Pasaron  ya  los  tiempos  de  las  burlas  felices... 

Ya  no  hago  reir  a  nadie,  Habibah...  El  brazo 
de  El  Djaili,  silencioso,  se  mueve  durante  estos 
días,  tanto  como  antaño  se  movió  su  lengua.  La 
corte  se  pregunta  asombrada:  ¿Pero  es  posible  que 
sea  este  Djaili,  el  charlatán  que. tanto  nos  divertía? 
¡Quién  hubiera  pensado  que  su  apariencia  sencilla 
e  ingenua,  fuese  el  vestido  de  tanta  seriedad! 

HABIBAH 

(Como  si  se  defendiera  de  una  acusación)*  Vo  no  me 


MOTAMID,   ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  16Q 

t-       ■  —  ■■ s.^ — ■  --  - 

paré  jamás  a  investigar  si  tú  eras  serio...  Pero  no  sé 
como  yo  he  presentido  siempre  tu  seriedad.  ¿Quie- 
res que  te  sea  franca,  Djaili?  (Dejándose  arrebatar  por 
la  ingenua  efusión  de  su  arrepentimiento,  y  con  much  a  ani- 
mación). ¿Quieres  que  te  sea  franca?  Cuando  se  reían 
de  tí,  yo,  sentía  sorda  rabia  contra  tí,  porque  ha  cías 
reir  a  los  demás;  y  para  vengarme  de  ti...  yo  te  hu- 
be de  burlar  con  más  safla  que  otro  alguno . 

EL  DJAILI 

(Agradecido).  ¡He  hecho  reir!...  Es  cierto.  Los  ne- 
cios se  ríen  de  aquel  que  sin  ser  suyo,  a  los  demás 
se  derrocha,  en  ingenuas  efusiones.  (El  Djaili  ríe).  Por 
primera  vez,  durante  mi  vida,  heme  recogido  en 
mí  y  no  me  he  derrochado  a  los  demás,  sin  ser  an- 
tes mío. 

Atiende,  Habibah.  Cuando  por  las  noches  que- 
daba a  solas,  conmigo  mismo,  y  pensaba  en  las 
risas  y  en  los  desvíos  o  menosprecios  que  provoca- 
ba en  la  Corte,  a  causa  del  desate  de  mi  lengua ,  yo 
me  decía,  de  vez  en  cuando,  con  indignación.  ¿Por 
qué  se  han  de  reir  de  mí,  charlatán,  siendo  yo  más 
discreto  que  ellos,  silenciosos? 

Ellos  aparentaban  recogerse  en  sí,  como  si 
dentro  de  sí,  tuvieran  otra  cosa  que  el  vacío.  Ya, 
este  fingimiento,  es  verdadera  discrección.  Yo,  ocu- 
pado en  liberar  el  torrente  de  mis  palabjas  no  pen- 
saba en  concentrar  y  ordenar  las  esencias  que  exis- 
tían en  mí.  Algunas  veces,  en  la  soledad,  llegué  a 


170  BLAS  INFANTE 


idear  que  si  existiera  un  candado  invisible,  el  Djai- 
li  lo  hubiera  comprado  para  sellar  su  boca, 

Otras  veces,  hacía  propósito  de  enmienda.  Pero 
mi  fortaleza  y  buenos  propósitos,  durante  la  soledad, 
diluíanse  en  la  efusión  de  la  compañía.  Entonces, 
mi  voluntad  ni  aun  siquiera  pretendía  venir  a  ser  el 
freno  de  mi  lengua  desenfrenada.  Hasta  llegué  a 
poner  mi  goce,  en  estos  juicios  de  los  demás:  «¡Po- 
bre Djaili!  jEs  demasiado  bueno!  Fiel  al  señor  como 
un  perro;  sensible  para  todo  y  para  todos,  como  las 
cuerdas  de  una  guitarra  en  constante  tensión.  Su 
pecho  es  la  caja  de  sonoridad  de  la  guitarra...  ¡Có- 
mo nos  hace  reir!>  ¡Perdón,  generosa  Habibah!  He 
sido  conscientemente,  un  bufón,  tal  como  esos  ena- 
nos ridículos,  o  tal  como  esos  hombres  grotescos, 
que  usan  para  reir  los  reyes  y  los  señores  cristia- 
nos! 

HABIBAH 

(Con  astucia).  ¡Y  ha  sido  necesario  que  las  des- 
gracias tremendas  del  Reino,  sobrevengan;  para  que 
impresionado  por  la  conmoción,  el  Djaili  vuelva  a 
meterse  en  si  mismo! 

EL  DJAILI 

No  es  la  muerte  cercana,  Habibad.  Eres  tú, 
quien  me  ha  metido  en  mí.  Mi  seriedad,  quizás  no 
existiera,  a  pesar  de  la  tremenda  conmoción,  si  Ha- 
bibah no  viviese.,.. 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA         171 
HABIBAH 

Explícate,  Djaili. 

DJAILI 

Habibah,  quiero  pedirte  un  favor.  Para  esto  te 
hice  venir.  Desde  que  fué  inminente  el  peligro  de 
la  entrada  de  los  bárbaros  en  la  ciudad,  nació  la 
necesidad  que  me  metió  en  mí;  y  me  sugirió  la 
idea  de  pedirte  este  favor,  para  librarme  de  un  gran 
tormento. 

HABIBAH 
No  puedo  penetrar  tus  enigmas.., 
EL  DJAILI 

Y,  a  medida  que  la  hora  fatal  se  acerca,  el  aci- 
cate de  mi  necesidad  es  más  intenso:  más  terrible 
mi  martirio,  y  más  poderosa  la  idea  de  pedirte  este 
favor...  No  te  reirás,  ¿verdad,  Habibah?  ¿No  te  pa- 
recerá ridículo  este  último  favor,  que  pide  de  tí  tu 
amigo  el  Djaili,  quien  tanto  te  hizo  reir,  ahora  serio 
y  moribundo? 

Ya  ves,  Habibah.  Todo  está  perdido.  Inútiles 
han  sido  nuestros  esfuerzos,  de  hace  unos  instantes, 
para  contener  a  los  bárbaros.  Hemos  perdido  algu- 
gunas  calles  de  las  que  circundan  la  cindadela.  No 
hay  otra  salida  para  la  esperanza  que  la  de  morir 
con  bella  muerte...  Hasta  el  populacho  que  habita 
en  las  calles  dominadas  todavía  por  nosotros,  nos 


172  BLAS  INFANTE 


es  claramente  hostil  y  pide  la  rendición  del  castillo 
para  evitar  el  saqueo  de  los  soldados  de  Yussuff 
que  amenazan  asaltar  el  barrio  del  Alkázar...  La  ho- 
ra terrible  se  acerca...  y  sintiéndola  ya,  no  he  podido 
resistir:  he  abandonado  mi  puesto  y  he  venido  a 
verte  y  a  rogarte... 

HABIBAH 

(Conmovida).  ¡Oh,  DjailÜ  ¿Y  qué  deseas  tú  de 

mí? 

■  í^- . 

^^.  DJAILI 

(Después  de  un  corto  silencio).  He  sentido  siempre 
que  una  esencia  poderosa  presidía  y  alumbraba, 
como  una  estrella,  todo  mi  vivir. 

Esa  esencia...  es  mi  amor  por  tí,  Habibah. 

Amor  humilde,  que  fué  en  su  cuna  saludado 
per  tus  burlas  y  tus  risas  de  desprecio.  Amor  hu- 
milde que  ha  convertido  en  amor  sombrío  y  feroz, 
la  bárbara  amenaza  que  nos  cerca...  He  aquí  la  cau- 
sa principal  que  metió  en  mí,  a  mi  propia  alma  silen- 
ciosa... Porque,  atiende  lo  primero  que  vine  a  ima- 
ginar: ¡Caerá  Habibah,  esclava  de  los  bárbaros...  y... 

HABIBAH 
(Espantada  ante  la  profecía).  ¡No:  No!... 

EL  DJAILI 

(Concluyendo  sombrío).  ...  Y  al  harem  repugnante 
irá  a  parar,  de  algún  bárbaro,  señor! 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  173 


HABIBAH 

(Llorando  de  humillación,  y  con  energía).  ¡No,  Djai- 
li,  no! 

EL  DJAILI 

Habibah,  te  amo  como  te  amaría  un  dios...  Yo 
te  conjuro  para  que  por  ningún  hombre  te  dejes 
profanar...  Ya  ves:  Ya  ves  si  mi  amor  es  divino,  si 
te  amo  como  un  dios  a  una  deidad,  que  no  ven- 
go a  pedirte  en  estos  supremos  instantes  el  consue- 
lo de  una  leve  caricia,  ni  la  promesa  de  una  impo- 
sible esperanza.  Sólo  vengo  a...  exigirte  (con  tono 
enérgico)  a  exigirte,  sí,  puesto  que  como  a  deidad  te 
amo,  la  seguridad  de  un  divino  juramento...  Y,  es... 
que  yo  he  jurado  defender  al  Emir  hasta  la  muer- 
te... Y  quiero  que  tú  me  jures  que  si  muero  sin  po- 
der matarte  yo,  te  matarás  tú,  Habibah,  antes  de 
caer  cautiva...! 

Estas  últimas  palabras  las  ha  pronunciado  el  Djaili  con 
tono  reconcentrado  y  salvaje.  El  semblante  de  Habibah  ha 
ido  iluminándose  con  un  goce  anhelado,  mientras  escucha  las 
revelaciones  de  El  Djaili.  Por  último,  una  sonrisa  en  sus  la- 
bios, es  el  amor  que  florece  ante  aquella  enérgica  revelación 
del  amor,  o  lo  que  es  lo  mismo,  del  hombre,  que  bajo  la 
apariencia  de  el  Djaili,  presentía.  Ella  amaba  al  Djaili  que 
adivinaba  su  instinto;  en  el  poeta  ligero,  ingenuo  locuaz.  Su 
amor  era  un  presentimiento.  Y  su  amor  se  vengaba  del  dis- 
fraz grotesco  que  envolviera  al  Djaili,  persiguiéndole  con  sus 
risas  de  desprecio  y  burlas  alegres  e  implacables. 


174  BLAS  INFANTE 


HAfelBAH 

¡Te  lo  juro,  Djaili!  (Con  cierto  voluptuosidad  y  re- 
calcando las  palabras. 

DJAILI 

Con  suprema  alegría  y  disponiéndose  a  salir. 

Con  esa  promesa,  divina  Habibah,  parto  hacia 
la  muerte.„  No  hay  caricia  para  mi  amor,  como  la 
caricia  de  tu  juramentó...  Me  esperan...  Mejor  di- 
cho, me  espera... 

El  Djaili  va  a  doblar  el  dintel  de  la  puerta. 

HABIBAH 

Extendiendo  sus  brazos  hacia  El  Djaili. 
— ¿Quién?   (Musitando  esta  interrogación  con  cierto 
anhelo  y  terror).  ¿La  muerte? 

EL  DJAILI 

Precipitándose  hacia  Habibah,  tomándole  las  manos  y 
besándolas  con  reverencia. 

O  la  gloria.  Es  lo  mismo.  Mi  vida  es  ahora 
amor  divino  por  Habibah...  fidelidad  al  espíritu  in- 
mortal del  Rey;  valor  de  sacrificio.  Ya  ves  tú,  Habi- 
bah. Fácil  sería  al  Djaili  conservar  la  vida.  Un  poe- 
ma servil  a  Abu-Berk  y,  el  Djaili  y  Habibah,  goza- 
rían de  su  amor  presente.  Pero  al  transcurrir  de  los 
días  languidecerían,  morirían  por  siempre  nuestras 
vidas  y  nuestros  amores:  apagado  su  perfume  he- 
roico. 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  175 

Exprimamos  la  flor,  convirtiendo  su  vida  en 
perfume.  De  todos  modos,  la  flor  habrá  de  morir...! 

Sólo  su  perfume  no  morirá  nunca,  amorosa- 
mente recogido  por  los  senos  del  espacio. 

¡Tu  juramento,  Habibab!  Cumple  tu  juramen- 
to y,  en  el  jardín  de  los  amores  futuros,  con  el  mío, 
se  encontrará  fundido  tu  amor,  como  matices  divi- 
nos de  una  flor  eterna. 

El  Djaili  vuelve  a  besar  las  manos  de  Habibah  y  torna 
hacia  la  puerta,  con  resolución.  Habibah,  queda  con  los  bra- 
zos extendidos,  y  sus  ojos  brillan  en  ansias  de  amor  y  de 
muerte. 


Pa@it|©  XV 


El  Rey,  Zohair,  Halcón  y  el  cortejo  de  guerreros  que 
acompaña  al  monarca. 

MOTAMID 
¿Cómo,  Djaili?  ¿Tú  en  Palacio? 

EL  DJAILI 

(Retrocediendo).  Vine  a  hablar  con  Habibah... 

MOTAMID 
(A  Habibah).  ¿Algún  juramento  de  amor? 


176  BLAS  INFANTE 


EL  DJAILI 

Mi  entras  Habibah,  baja  confundida  y  ruborizada  la  ca- 
beza. 

—Un  juramento  de  muerte,  señor. 

MOTAMID 

Siendo  tuyo  y  de  Habibah,  no  puede  ser,  Djai- 
li,  juramento  de  muerte,  sino  de  vida. 

Felices  los  que  mueren  aspirando  sobre  la 
muerte  la  eternidad  del  amor.  Son  gloriosos  los  úl- 
timos instantes  de  aquellos  que,  al  morir,  ven  cum- 
plida su  esperanza  de  amor  terreno,  en  la  esperan- 
za de  un  amor  inmortal!. 

El  Rey  guarda  un  silencio  de  emoción  durante  unos 
instantes. 

¿Y  la  Reina?  (A  Habibah). 

HABIBAH 

Está  en  el  patio  con  sus  hijos. 

MOTAMID 

Acompáñala,  dulce  Habibah.  Yo  sé  que  mejor 
que  nadie  la  podrás  consolar  tú.  (Habibah  se  dispone 
a  salir). 

EL  DJAILI 

Si  me  das  permiso,  señor,  yo  volveré  a  ocupar 
mi  sitio  en  el  puesto  que  me  designaste. 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  177 


MOTAMID 

Id  los  dos. 

Extendiendo  el  brazo  hacia  la  puerta.  Habibah  sale  de 
la  cámara,  y  en  pos  de  ella,  el  Djaili,  haciendo  ambos  al  Emir 
una  reverencia. 


MOTAMID 

(Con  voz  lúgubre).  Por  fin,  se  unieron  Habibah  y 
El  Djaili... 

Pausa.  Durante  un  instante  los  guerreros  guardan  un 
silencio  respetuoso.  El  Rey  parece  meditar  sobre  las  inge- 
nuas alegrías  pretéritas  disfrutadas  por  su  Corte. 

Los  bárbaros  han  dejado  de  atacar... 

Encerrados  nos  tienen,  en  el  castillo. 

Apretado  y  estrechado  el  cerco,  tal  vez  espe- 
ran rendirnos  por  hambre... 

El  populacho  teme  al  hambre  y  al  saqueo. 
Esos  abyectos  se  arrastraban  a  mi  paso  por  las  ca- 
lles, clamando,  desesperadamente,  rendición. 

El  Rey  empieza  a  pasear  lentamente  por  la  cámara,  entre 
el  mirar  triste  de  los  guerreros  callados.  De  repente  se  detie- 
ne frente  al  Halcón. 

— Halcón:  Ayúdame  a  despojarme  de   estos 

hierros.   (Señalando  su  armadura.  El  Halcón   obedece,  sin 
replicar). 

Se  oye,  adviniendo  del  exterior,  un  confuso  griterío  que, 

12 


178  BLAS  INFANTE 


cada  vez,  más  aumenta;  hasta  llegarse  a  percibir  distintamen- 
te estas  voces: 

UNA  VOZ 

¡Salva  nuestros  bienes,  Abul-Kasim! 

OTRA  VOZ 
¡Salva  nuestras  vidas,  Abul-Kasim! 

OTRA  VOZ 
Emir;  no  hay  esperanza.  ¡Ríndete  a  Abu-Berk! 

A  cada  una  de  estas  voces,  siguen  ruidosos  clamores  de 
aprobación.  Los  guerreros  escuchan  las  voces  con  indiferen- 
cia. El  Halcón  concluye.de  desarmar  a  Motamid. 

MOTAMÍD 

Ya  están  ahí  esas  repugnantes  plañideras...  ¡El 
populacho!  ¡La  muchedumbre! 

Son  los  incapaces  de  soltar  bocado  de  pan,  por 
absorver  Belleza  y  besar  la  Gloria! 

¡Maldito  Emir,  que  nos  sacaba  nuestro  dinero 
para  convertir  Sevilla  en  espléndido  nidal  de  los 
partos  del  espíritu!  Yussuff,  abolirá  los  tributos. 
¡Pues,  viva  Yussuff!  Así  dicen  los  mercaderes  mi- 
serables, que  acumulan  diñar  sobre  diñar,  como 
albañil  que  pasara  la  vida  arrimando  montones  de 
piedra  para  no  construir  edificio  alguno!  ¡A  latigazos 
hay  que  sacarles  el  dinero,  para  las  creaciones  san- 
tas! Así,  los  mendigos  que  les  siguen:  aquellos  que 
al  dolor  de  la  iniciativa  del   esfuerzo  creador,  pre- 


MOTAMID,  ULTIMO   REY  DE  SEVILLA         179 

fíeaen  la  humillación  de  vivir  con  las  migajas  que 
en  la  mesa  de  los  ricos  sobra! 

El  rumor  exterior  vuelve  a  alzarse  en  clamoreo  inusita- 
do c  imperioso. 

UNA  VOZ 

Ríndete,  Abul-Kasim. 

OTRA  VOZ 

¡Asesino! 

(Ambas  voces  son  coreadas,  ruidosamente,  por  las  del 
populacho). 

ZOHAIR 

¡Malvados! 

MOTAMD 

¡Asesino!  Porque  quisiera  veros  suicidas  he- 
roicos. Un  heroico  suicidio,  por  siempre  conserva- 
rá una  vida...  Porque  no  quiero  ¡bárbaros!  que  para 
siempre  muráis  en  el  lento  y  humillante  suicidio 
que  desarrolla  una  vida  miserable... 

Escuchadlos,  señores.  Son  los  que  imploraban 
hace  poco,  a  mi  paso  por  las  calles... 

Son  los  que,  cuando  no  lloran,  tiranizan... 

Hienas,  vestidas  con  pieles  de  cordero:  som- 
bríos rapaces,  que  ansian  las  tinieblas  para  acome- 
terse los  unos  a  los  otros,  con  las  fauces  ensan- 
grentadas. 

Sólo  domándolos,  como  a  bestias  cretinas,  se 


180  BLAS  INFANTE 


puede  llegar  a  sugerirles  corta  inspiración  y  hábi- 
tos humanos.  ¡Esclavos!  Únicamente  el  látigo  del 
capataz  o  el  aguijón  de  la  necesidad,  podrá  condu- 
cirles a  la  alta  creación...  Así  fueron  conducidos  a 
la  construcción  de  las  pirámides,  que  elevan  sobre 
el  desierto  sus  agujas  obscuras,  como  un  anhelo 
confuso  del  misterio  azul. 

(Vuelve  a  alzarse  más  intenso  el  rumor). 
¡Como  grita  ese  rebaño  temeroso! 

¡Halcón,  hijo;  sal  y  despeja  la  Plaza,  para  que 
la  humillante  mendicación  no  atormente  nuestros 
oidos! 

¡Acuchilla  y  mata,  sin  piedad:  véngate.  Halcón! 

¿Ves  el  Cadí  y  el  Faquí  que  escaparon  a  tu  al- 
fanje justiciero?  Son  unas  de  tantas  cabezas  como 
la  hidra  tiene:  La  hidra  está  ahí,  en  la  plaza  de  mi 
Alkázar,  profanado  por  voces  de  imploración!  Ellos, 
los  que  componen  la  hidra  ,  el  populacho,  son  los 
que  por  temor  a  su  recíproca  fiereza,  fraguaron  la 
necesidadde  la  ley,  y  de  Alkorán:  y  de  la  horca: 
y  del  Cadí.  Son  ellos  los  que  hicieron  al  Cadí:  a 
aquel  Cadí  que  condenó  a  la  ruina  a  tu  padre  mo- 
ribundo y  disgregó  la  pollada  de  tus  hermanos, 
condenados  al  azar! 

¡Mátalos,  Halcón,  mátalos;  que  el  hombre  en 

ellos,  no  vive;  que  en  este  tránsito  monstruoso,  que 

ellos  representan,  es  la  Bestia  quien  rige  la  inteli- 

encia  del  hombre:  y  es,  por  esto,  el  animal  huma- 


"MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  181 

no,  menos  que  hombre:  menos  que  bestia:  can- 
tidad negativa  de  hombre  y  de  bestia! 

HALCÓN 
Al  momento  verás  como  acallo   sus  aullidos... 

(Sale  el  Halcón,  desnudando  el  alfanje). 


Pasaje  X¥l¡ 

UNA  VOZ 
Abu-Berk,  mos  matará! 

VARIAS  VOCES 

(Con  ira).  Abul  Kasim,  asesino! 
OTRAS  VOCES 

(Implorantes).  ¡Piedad!  ¡Piedad!  Ríndete,  Mota- 
mid! 

MOTAMID 

¡Rendición!  ¡Rendición!  Si  vosotros  queréis 
rendiros,  es  porque  nada  tenéis  que  rendir!  Care- 
céis de  dignidad:  carecéis  de  vida.  ¡Y  queréis  sal- 
var con  la  rendición,  la  vida...!  (El  Rey  inclina  silencio- 
so la  cabeza  sobre  el  pecho. .  n  el  exterior  se  oyen,  a  poco,  los 
alaridos  del  populacho  expulsado  de  la  Plaza  por  el  Halcón. 
Mezclados  con  sus  imploraciones  llegan  a  la  Sálalos  gritos 
de  los  soldados  que  aclaman  a  Motamid). 


182  BLAS  INFANTE 


LA  VOZ  DEL  HALCÓN 

¡Fuera  la  canalla!  Matadlos  a  todos.  ¡Viva  Mo- 
tamid!  (Varios  gritos  de  soldados  corean  al  Halcón). 

OTRA  VOZ 

(Implorante).  Estamos  acorralados.  ¡Halcón,  por 
Alah,  déjanos  libre  la  puerta  de  la  Plaza! 

OTRA  voz 

Halcón,  por  piedad,  déjanos  huir! 

ZOHAIR 

El  Halcón  ha  ocupado  la  puerta  de  la  plaza  y 
ha  encerrado  a  la  muchedumbre,  sin  duda. 

VARIAS  VOCES 

Halcón,  Halcón.  ¡Nuestra  vida!  ¡Nuestros  hi- 
jos...! 

UN  CABALLERO  DE  LA  SALA 

Vayamos  a  ver  la  hecatombe.  (Muchos  guerreros 
van  hacia  la  ventana  del  segundo  compartimiento). 

OTRA  VOZ 

(Desde  fuera)  ¡Motamid,  salva  a  tus  vasallos  de  las 
iras  de  tu  Halcón! 

OTRAS  VOCES 
¡Perdón!  ¡Perdón!  ¡Viva  el  Emir! 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  183 


LA  VOZ  DEL  HALCÓN 
Todos.  T©dos  vais  a  morir... 

UN  CABALLERO  DE  LA  SALA 
jVa  a  degollar  a  la  muchedumbre! 
MOTAMID 

(Volviendo  de  su  abstracción).  iLa  vida!  ¡LoS  hijOs! 
¡Mis  vasallos!  ¡Huir...! 

Vida  vasalla  de  mi  vida...  ¡Pobre  vida  mía,  en 
mis  vasallos,  humillada  por  la  Bestia,  hasta  la  ser- 
vidumbre! ¿Y  he  de  ejecutar  a  mi  propia  vida  en . 
ellos  prisionera,  por  destruir  la  Bestia  que  en  ellos 
mantiene  su  prisión?  ¿Salvaré  ya  mi  reinado,  aun- 
que en  ellos  haga  perecer  mi  vida? 

OTRAS  VOCES 

(De  fuera).  ¡Piedad!  ¡Piedad! 
MOTAMID 

Sin  piedad  no  exitiría  Dios  en  el  Hombre... 

He  aquí  en  esos  gritos  de  piedad,  una  vibra- 
ción que  me  llega  al  alma...  Es  la  vibración  de  mi 
propia  vida,  que  implora  con  el  alarido  de  la  bestia 
asustada. 

Y,  bien;  mi  reino  está  ya  destruido...  iQue 
huya  la  bestia,  aunque  arrastre  por  ellos  mi  vida 
en  servidumbre! 


184  BLAS  INFANTE 


¡Que  huya  la  bestia:  que  se  salve  la  bestia  que 
en  ellos  aprisiona  mi  vida! 

Caballeros:  No  es  precisa  esa  hecatombe.  No  se 
salvará  mi  reinado.  Es  la  fatalidad  de  la  Noche  que 
se  acerca.  Si  destruyo  a  esas  bestias,  no  vendré  por 
esto,  a  parar  el  Sol,  para  siempre  en  su  zenit.  Y  al 
matar  las  bestias,  apagaré  el  rincón  de  Sol:  la  vida 
mía  que  en  el  fondo  de  sus  antros  animales  se  es- 
conde tímida:  debilitada:  lacerada:  doliente... 

Concluyó  mi  reinado...  ¡Respeto  a  mi  vida  en 
los  demás.  Prisionera,  ahora,  es  arrastrada...  Ven- 
cedora, mañana,  volverá:  volverá,  triunfante...  Lle- 
gará el  día  en  que  volverá  y  vendrá  con  nosotros  a 
parar  el  Sol,  para  que  la  noche,  en  luz  se  desvanez- 
ca, para  siempre. 

Zohair:  Sal  inmediatamente;  ordena  al  Halcón 
que  deje  la  puerta  de  la  Plaza  libre,  para  que  mis 
vasallos  atemorizados  huyan..!  (Zohair  sale  a  cumplir 
precipitadamente,  las  órdenes  del  Rey). 

(Al  salón  llegan  los  alaridos  de  la  m\ichedumbre  aco- 
rralada por  los  soldados  del  Halcón). 

PasaJ©  Kmil 

MUCHAS  VOCES 
¡Gracia,  Halcón,  gracia! 
OTRAS 
¡Malvados!  ¡Asesinos! 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  185 

OTRAS 

¡Piedad!  ¡Piedid! 

CABALLERO  L* 

De  los  asomados  por  el  vacío  del  segundo  comparti- 
miento del  salón,  hacia  la  Plaza. 

El  Halcón  hace  en  el  pueblo  tremenda  carni- 
cería. 

Todos  los  caballeros  acompañantes  de  Motamid,  van  al 
segundo  término  de  la  estancia,  junto  a  los  asomados  al  va- 
cío. 

CABALLERO  2.« 

Ved  aquellos,  como  se  arrodillan  implorantes. 

CABALLERO  3.*' 

El  alfange  del  Halcón  despide  chispas  de  san- 
gre, a  la  luz  de  las  antorchas. 

CABALLERO  A." 

Ya  llega  Zohair,  e  intima  al  Halcón. 

El  Rey,  ha  permanecido  durante  este  parlamento,  mudo 
y  sombrío.  Los  alaridos  de  la  multitud,  condenada  por  el 
Halcón,  van  disminuyendo,  hasta  ser  sustituidos  por  gritos 
de  agradecimiento. 

CABALLERO  1." 

Ya  el  Halcón  se  mete  por  entre  las  filas,  orde- 
nando finar  la  matanza. 


186  BLAS  INFANTE 


CABALLERO  2.^ 

Mirad,  como  resisten  aquellos  soldados  fu- 
riosos. 

UNA  voz 

(Desde  la  Plaza).  ¡Alah,  premie  tu  piedad,  Ábul 
Kasim! 

VARIAS  VOCES 

(Desde  la  Plaza).  ¡Alah  te  lo  premie!  ¡Alah  te  lo 
premie...! 

CABALLARO  1.*» 

La  muchedumbre  escapa,  al  fin.  Mirad  como 
se  atrepellan  por  ganar  la  puerta  libre  de  la  Plaza... 

Hasta  la  cámara,  eñ  silencio,  llega  el  rumor  de  la  mu- 
ckedu  mbre  que  se  fuga  precipitadamente. 

CABALLERO  2.*» 

El  Halcón  escolta  a  los  que  salen  y  desampa- 
ra, tras  de  ellos,  la  plaza  del  Palacio. 

CABALLEROS.» 

Seguramente,  pretenderá  lanzarlos  de  las  ca- 
lles nuestras  y  empujarlos  hacia  los  barrios  ocupa- 
dos por  los  moravides. 

CABALLERO  L* 

(Después  de  un  instante  de  silencio).  Algo  grave  de- 
be ocurrir.    El  Halcón,  seguido  de  sus  soldados 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  187 

vuelve  a  entrar  huyendo  en  la  Plaza.  Viene  gesticu- 
lando como  un  loco... 

LAVOZ  DEL  HALCÓN 

Entre  el  rumor  de  gritos  y  de  juramentos,  se  oye  reso- 
nar con  acento  extentóreo. 

¡Traición,  traición:  Cerrad  las  puertas  del  Al- 

kázar! 

A  este  grito,  siguen  otros  más  confusos. 

UNA  VOZ  LEJANA 

¡Sevilla,  por  el  califa  Yussuff! 

CABALLERO  L° 

El  Halcón  cierra  las  puertas  de  la  plaza...  ¿Qué 
podrá  ser  esto? 

CABALLERO  2.*» 

Volviendo  con  otros  varios  al  primer  compartimiento, 
en  donde  rigidizado  y  mudo  sobre  el  muro  frontal  a  la  puer- 
ta del  salón,  se  encuentra  el  Rey  Motamid. 

¿Oyes,  señor? 


Pmm¡m  XIX 


ZOHAIR 

Apareciendo,  apresurado  en  la  puerta  de  la  cámara. 

—  ¡Señor,  señorl  Un  escuadrón   moravid  ha 


188  BLAS  INFANTE 


forzado,  sin   duda,  los  puestos  que  guardan  este 
Arrabal... 

HALCÓN 

Surgiendo,  también  precipitado  detrás  de  Zohair,  que 
avanza  hasta  el  centro  de  la  estancia. 

Los  bárbaros  se  encuentran  tras  los  muros  de 
Palacio.  Empujaba  yo  al  populacho  por  las  calles 
próximas,  cuando  percibí  al  enemigo,  que  se  acer- 
caba cautelosamente.  Por  un  milagro,  no  hemos 
caido  en  su  poder... 

MOTAMID 

Requiriendo  su  espada,  única  arma  ceñida  a  su  túnica. 

Del  mismo  modo  que  tú.  Halcón,  empujaste 
al  populacho,  vayamos,  Zohair,  con  tus  soldados  a 
rechazar  al  enemigo. 

Seguramente,  ha  burlado  la  vigilancia  de  algu- 
no de  los  puestos  guardadores  de  las  calles  nues- 
tras, rompiendo  sigiloso  la  línea  de  nuestros  solda- 
dos. De  no  haber  sido  así,  todo  el  ejército  de  Abu- 
Berk  lo  tendríamos  ahora,  ante  nuestras  puertas,  y 
algún  aviso  hubiéramos  tenido  del  combate,.. 

Adelante,  señores.  ¡Vamos  a  morir,  castigando 
su  osadía!  (El  Rey  adelanta  hacia  la  puerta). 

HALCÓN 

Señor:  vas  desarmado.  Permite  que  vuelva  a 
vestirte  las  piezas  de  tu  traje  de  guerrero. 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  189 

MOTAMID 

Halcón:  quiero  volar  ligero  hacia  la  muerte. 
Con  esta  túnica  sencilla,  me  podrán  herir  mejor. 

Motamid  se  precipita  hacia  el  corredor,  seguido  de  su 
escolta. 


FaiEj#  XX 

Romaiquia,  Myriam.  Habibah,  Amina  y  las  demás  da- 
mas de  la  Reina,  conduciendo  a  los  cuatro  hijos  pequeños  del 
Rey,  sorprenden  a  éste,  en  el  instante  de  salir.  Un  tropel  de 
criados  entran  detrás  en  el  salón.  Vienen  acobardados  y  tem- 
blorosos. La  Reina  se  abraza  al  cuello  de  su  marido,  que  re- 
trocede al  centro  de  la  cámara. 

ROMAIQUIA 

¡El  Palacio  está  ya  cercado!...  ¡Nuestros  hijos, 
Motamid! 

MOTAMID 
(Conmovido),  jltimad! 

ROMAIQUIA 

En  la  muerte  una  contigo,  o  en  el  destierro! 
¿Vas  a  morir?  Quiero  caer  junto  a  tí,  en  el  angus- 
tioso combate. 

MOTAMID 

Itimad.  ¿Podrá  la  desgracia  abatir  tu  fé? 


190  BLAS  INFANTE 


Uno  fuimos  en  el  reinado  de  la  Belleza  y  del 
Amor.  Uno  somos  en  estos  niños  (señalando  a  sus 
hijos)  que  a  los  dos  fundidos  nos  conducen  en  abra- 
zo eterno.  Uno  en  el  espíritu  de  aquellos  que  cla- 
man amorosos:  «iItimad-Mntamid!>  Nombres  de 
un  solo  ser  por  el  amor  fundido,  con  dos  mitades: 
por  la  Naturaleza  complementadas. 

Nosotros,  en  uno,  somos  el  grano  que  sembró 
el  amor...  Somos  el  grano  ya  en  escoria  converti- 
do... ¿Murió  nuestro  reinado?  Míralo,  Itimad,  como 
renace,  conducido  por  esos  niños:  conducido  por 
los  espíritus  que  nos  son  fieles.'.  Retoños  del  árbol 
caido  de  Motamid  y  de  Itimad.  (El  Emir  se  desase  de 
los  brazos  de  Itimad,  y  besa,  uno  por  uno  a  sus  hiios,  levan- 
tándolos entre  los  brazos).  ¿Reinareis  algún  día?  Os 
lego  un  espíritu  real,  modelador  de  tronos  verda- 
deros en  la  conciencia  de  los  pueblos  reyes,  que 
vendrán... 

Nuestro  reino  no  es  de  este  mundo,  porque 
no  es  de  este  día...  Volverá'  nuestro  día...  Nuestro 
reinado,  será  entonces  de  este  Mundo... 

Las  damas  de  la  corte  lloran  oyendo  hablar  al  Rey.  Los 
guerreros  tienen  inclinadas  las  cabezas.  El  Rey  vuelve  a  abra- 
zar a  Romaiquia. 

Adiós,  Itimad.  Nada  vale  este  abrazo.  Es  fugaz, 
como  este  instante.  ¿Pero,  quién  podrá  desunir  es- 
te eternal  abrazo  nuestro?  Cuida,  cuida  de  este 
nuestro  abrazo  en  nuestros  hijos. 

El  Rey  sale  precipitadamente  de  la  estancia,  arrancando- 


I 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  191 

se  del  cuello  de  su  esposa  como  si  temiese  nna  explosión  de 
su  emoción  contenida.  Los  guerreros  todos  siguen  al  Emir. 


Fasajt  XXI 

Habibah  va  a  enlazar  con  sus  brazos  ala  Reina,  desam- 
parada por  su  marido.  Los  niños  lloran.  Las  damas   y  los 
criados  también.  Itimad,  parece  un  instante  rendida;  pero, 
poco  a  poco  su  semblante  se  serena,  iluminado  por  una  ine- 
fable expresión. 

ITIMAD 

Desasiéndose  de  Habibah  y  sentándose  sobre  el  cojín 
lateral  del  muro  del  fondo. 

— Acercadme  a  los  niños. 

Las  doncellas  conducen  a  los  hijos  del  Emir  hasta  el 
cojín  donde  se  sienta  su  madre.  Abderramen  y  Xelima,  se 
sientan  a  derecha  e  izquierda  de  Itimad.  Esta  sienta  sobre 
una  de  sus  piernas  a  Ommalisan,  y  sobre  la  otra  a  Zahira. 

¡Motamid!  (La  Reina  llora  un  instante,  abrazada  a  sus 
hijos.  Después  se  serena,  un  tanto). 

—Cada  uno,  habrá  de  besarme... 

Xeliman  y  Abderramem,  lloran,  besando  a  su  madre. 
Ommalisan  y  Zahira  alzan  los  brazos,  ofreciéndose  en  cari- 
cias hacia  el  cuello  de  Itimad. 

— ¡Ea,  no  lloremos  más!  ¿Por  qué  lloras  tú,  Xe- 
lima? ¿Y  tú,  Abderramem?  Las  madrecitas  no  llo- 
ran, Xelima.  ¿No  quieres  tú  serlo  de  tus  hermanos? 
Las  madrecitas  no  lloran,  hasta  que  sus  niños  se 
mueren...  Y  tú,  (a  Abderramem)  ¡tú;  un  guerrero!  Tú, 


192  BLAS  INFANTE 


vas  O  llorar?  ¿No  sientes  ganas  de  matar  al  pájaro 
grande,  que  viene  a  embestir  esta  banda  de  pájaros 
que  son  los  hombres?  Pues,  si  lloras,  el  pájaro 
grande  no  te  temerá,  y  se  reirá  de  tí... 

ABDERRAMEM 

Padre,  no  vendrá  más. 

XELIMA 

Y,  a  tí,  (a  Romaiquia)  van  a  llevarte. 

ROMAIQUIA 

iQué  locura!  ¿No  veis  que  contenta  estoy? 

Padre  se  está  vistiendo  ahí  fuera  un  traje  muy 
hermoso,  un  traje  heroico,  resplandeciente  como 
el  Sol.  ¿Tú  no  lo  sabías,  Abderramem?  Padre  pe- 
lea, ahora,  contra  el  pájaro  grande. 

ABDERRAMEM 

Yo  quiero  que  me  lleven  con  él. 

ITIMAD 

Los  niños  no  tienen  fuerzas  para  luchar  con- 
tra el  pájaro  grande.  Cuando  seas  tú  como  tu  pa- 
dre, entonces  tendrás  fuerza  para  matarle:  más 
fuerza  que  tu  padre;  y  tú  te  pondrás  entonces  para 
pelear  c  on  él,  ese  traje  resplandeciente  que  ahora 
padre  se  está  haciendo,  y  que  te  legará  en  heren- 
cia. 


MOTAMID,   ULTLMO  REY  DE  SEVILLA  193 


ABDERRAMEM 

¿Y,  cuándo?...  Yo  quiero  ir  ya.  Padre,  no 
volverá. 

ITIMAD 

Pero  tonto,  si  tú  eres  tu  padre.  ¿No  quieres 
tú  ser  como  él? 

ZAHIRA 

Madre:  ¿nos  van  a  matar? 

ITIMAD 

¿Quién  va  a  poder,  ni  a  querer,  matarnos,  Za- 
hira? 

OMMALISAN 

Yo  quiero  ir  al  patio,  madre. 

ITIMAD 

Jugaremos  aquí.  ¿Tú  no  ves  que  aliora  no  se 
puede  salir?  ¡Es  de  noche! 

Acercaos,  hermanas  (a  las  damas  de  la  Corte).  Ve- 
nid a  jugar  con  los  niños... 

(Las  damas  van  sentándose;  atraen  hacia  ellas  a  los  ni- 
ños y  los  besan). 

Fortalezcámosnos,  en  la  hora  suprema,  con  la 
esperanza  del  más  allá  .Besad  el  más  allá:  Está  vivo 
y  sobre  la  tierra.  Son  mis  hijos  que  os  ofrecen  sus 
bracitos  para  acariciaros. 

13 


194  BLAS  INFANTE 


Esf creémosnos  por  arrebatar  a  la  Muerte,  la 
única  fuente  de  vida,  imposible  de  cegar:  la  Espe- 
ranza. Vuestra  Reina  quiere  serlo  hasta  el  último 
instante,  ofreciéndoos  un  último  consuelo  real... 

He  aquí  lo  real.  He  aquí  la  realidad  augusta. 
La  pureza  de  nuestras  vidas:  lo  que  en  ellas  hubo 
de  purc;  es  decir:  de  fuerte,  de  inmortal,  alienta  en 
la  pureza  inmaculada  de  estos  niños,  que  son  nues- 
tras vidas  en  renovación... 

Adoremos,  en  ellos,  nuestra  esperanza  de  Eter- 
nidad rejuvenecida...  Besemos  en  ellos  un  glorioso 
más  allá... 

El  más  allá:  La  Pureza,  la  verdadera  fortaleza 
que  vencerá  a  la  muerte,  es  carne  que  habita  entre 
nosotros. 

j Besad  a  estas  señoras:  a  los  criados,  también, 

niños  míos! 

(Los  niños  besan  a  las  damas  y  a  los  criados,  que  pues- 
tas en  dos  filas  llenan  el  salón). 

Adoremos  a  los  niños  en  la  hora  de  la  muer- 
te... Sea  nuestra  esperanza  inmortal,  hecha  carne  en 
un  niño,  nuestra  última  oración.  ¡Felices  los  cre- 
yentes que  al  morir  son  besados  por  los  niños!  Los 
besa  el  Paraíso.  Los  besa,  por  ellos,  lo  que  existe 

hecho  de  Divinidad... 

(El  fragor  del  combate  contra  los  africanos  comienza  a 
llegar  del  exterior:  gritos  de  guerra:  alaridos  de  desgarra- 
mientos; redoble  de  atambores:  estridores  de  hierros:  agude- 
zas de  clarín...  Los  niños  siguen,  yendo  de  personaje  a  perso- 
naje de  la  escena,  besándolos  a  todos). 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  1Q5 


VARIAS  VOCES 

^Mezcladas  con  el  anterior  ruido). 
—¡Viva  Motamid! 

OTRAS 

¡Sevilla,  por  Abu-Berk! 

ITIMAD 

(Viendo  que  los  circunstantes  besados  por  los  niños, 
apenas  si  dan  muestras  de  pavor). 

A  los  no  creyentes,  aterraría  ese  vano  ruido.  El 
chasquido  dulce  del  beso  de  un  niño,  se  sobrepone 
a  todos  los  ruidos  bárbaros  y  convierte  en  miel  la 
amargura  de  las  almas  inquietas  por  el  desasosiego 
de  la  muerte... 

Seguid  tiesando,  hijos  de  Itimad  y  de  Mota- 
mid: Seguid  besando  a  los  creyentes  fieles  del  im- 
perio augusto  de  la  Belleza  inmortal. 

Los  niños  con  los  brazos  alzados  recorren  las  filas  de 
damas  y  servidores.  En  los  ojos  de  todos  aparecen  lágrimas 
amorosas,  emergidas  de  fuentes  puras  de  religiosa  emoción. 
Itimad  se  ha  levantado  de  su  asiento.  Sus  ojos  están  húme- 
dos. Una  inefable  sonrisa  resplandece  en  su  boca:  dirige  a  los 
íiifíos  con  los  brazos  extendidos,  como  si  ofreciera  un  pan 
celestial. 

La  figura  de  la  Reina,  envuelta  en  graciosa  y  solemne 
majestad,  impresiona  a  sus  fieles  servidores.  Los  más  próxi- 
mos a  ella  besan  la  fimbria  de  su  túnica  y  los  bordes  de  su 
manto. 


196  BLAS  INFANTE 


Fasa|#  KMl 

El  ruido  del  exterior  va  alejándose.  El  Djaili,  tamba- 
leándose, pálido,  con  los  vestidos  desgarrados  y  sangrientos, 
y  con  la  cabeza  descubierta,  entra  en  el  salón.  Su  mano  em- 
puña una  espada  manchada. 

EL  DJAILI 

(Con  voz  entrecortada,  como  si  le  costase  gran  trabajo 
hablar). 

Señora:  Motamid,  al  frente  de  la  guardia,  ha 
lanzado  a  los  africanos  que  asediaban  el  Alkázar,  y 
ha  llegado  a  empujarlos  hasta  el  puesto  de  la  calle 
que  guardaba  yo.  Ahora,  como  un  león  enloqueci- 
do, los  destroza  y  empuja  hacia  la  ribera  opuesta 
del  Rio  Grande... 

El  señor  me  ha  ordenado,  mande  yo  el  resto 
de  la  guardia  que  en  palacio  queda,  mientras  él 
puede  volver.., 

Y...  es...  que...  ni  el  Emir...  ni  yo...  (El  Djaili  lle- 
vándose al  pecho  las  manos,  cae  al  suelo). 

HABIBAH 

(Lanzándose  hacia  el  Djaili,  caido). 
—  iDjaili! 

EL  DJAILI 

(Incorporándose  y  mirando  a  Habibah,  quien  lo  abraza^ 
Gon  eacpresión  de  infinito  agradecimiento). 

iJ^o  contábamos...  con  mis  heridas!...  ¡Pero  es- 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  197 

ta  herida  por  Habibah...  No  es  sangre;  emana  bál- 
samo divino  que  las  endulza  todas!... 

HABIBAH 

(Besando  la  frente  del  poeta).  ¿Vas  a  morir?  (Con  su- 
premo dolor). 

DJAILI 

El  instante  de  este  beso,  es  la  gloria...  La  glo- 
ria es  imperecedera...  Yo  que  gozo  de  ella...  no 
puedo  ya  morir. 

(Casi  delirante).  Qué  hermoso  combate,  entre  las 
sombras...  Eran  antorchas  las  hojas  de  los  desnudos 
aceros...  Las  heridas  irradiaban  sangre,  como  soles 
rojos...  El  Sol,  nuestro  padre,  no  ha  querido  ver 
desde  el  cielo,  la  ruina  tremenda  de  su  reino  ama- 
do... El  Sol,  nuestro  padre,  se  ocultó  esta  tarde... 
¡Quieren  apagar,  en  nosotros,  sus  hijos,  las  lumi- 
narias de  la  Tierra...  Vamonos  con  nuestro  padre... 
Va  también  ensangrentado,  a  hundirse  en  la  tumba 
del  ocaso  negro... 

ITIMAD 

(Acercándose  al  Djaili  e  inclinándose  sobre  él). 

Dices  bien,  Djaili.  El  ocaso  nos  aguarda.  Pero 
muere,  enjDaz.  Reapareceremos,  cuando  al  Sol  nue- 
vo, el  alba  bendito,  abra  el  arco  del  Oriente. 

El  DJAILI 

(Incorporándose  con  energía,  alentado  poruña  supre- 
ma visión). 


Í98  BLAS  INFANTE 

¿Verdad,  señora?...  Por  ello,  combaten  ahora 
tras  de  Motamid  envueltos  entre  las  tinieblas  impe- 
netrables, los  borrachos  de  Sol...  Los  que  se  em- 
borracharon de  luz  en  el  día  resplandeciente...  El 
Ándalas  volverá  a  ser  nuestro... 

HABIBAH 

(Con  cierto  reproche).  ¡Djaill! 

EL  DJAILI 

*  Perdona,  Habibah...  Te  amo...  Después  del 
Sol...  eres  tú,  mi  amor  primero.  Amada  mía...  No 
quiero  que  tu  delicadeza...  venga  a  ser  empañada... 
por  el  vaho  nauseabundo...  de  algún  bárbaro  se- 
ñor... 

HABIBAH 

¡Te  he  prometido  morir,  Djailil 


Pasajs  XXIll 

ZOHAIR 

Entra  apresuradamente,  acompañado  de  varios  solda- 
dos de  la  guardia,  todos  jadeantes  y  maltrechos. 

— Señora...  (Zohair  está  aterrado.  No  se  atreve  a  ha- 
blar. La  Reina  ha  notado  su  presencia  y  su  embarazo,  y 
apartándose  del  grupo  que  forma  con  Habibah  y  el  Djaíli,  se 
precipita  hacia  el  capitán,  cubriéndose  con  las  minos  los 
oíos). 


MOTAiWID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  199 


ITIMAD 

(Con  supremo  dolor). 

jHa  muerto  Moíamid! 

Las  mujeres  y  ios  niños  y  la  servidumbre  prorrumpen  en 
sollozos.  Los  niños  vienen  a  colgarse  de  la  túnica  de  la 
Reina. 

ZOHAIR 

(Reponiéndose  un  tanto  y  con  expresión  de  rabia  pode- 
rosa). 

¡No  ha  muerto!  iPeor  aún!  Solo,  entre  millares 
de  bárbaros;  acorralado,  acometidos  por  todos,  co- 
mo un  león  herido,  sin  rendirse  a  nadie,  le  han  he- 
cho prisionero! 

(Itimad  se  oprime  con  las  manos  el  corazón,  en  trágica 
arrebato.  Después,  vuelve  a  serenarse,  y  queda  como  una  es- 
finge del  dolor  real). 

ITIMAD 

(Con  voz  profunda,  lenta,  y  ardiente,  como  de  un  terri- 
ble delirio  febril) 

¡Motamid!  jMotamid!...  Está  aquí....  (La  Reina  co- 
bija a  sus  hijos  que  la  rodean).  ¡Está  aquí!...  ¡Libre,  pero 
sin  fuerzas!  ¡Es  tierno  aún,  como  todo  lo  que  nace, 
de  todo  lo  que  nvjere!... 

EL  DJAILI 

Habibah...  tu  promesa...  Con  ella,  apaguemos 
una  luz  que,  inútilmente,  contra  las  sombras,  lu- 
cha...! 


200  BLAS  INFANTE 


(El  Djaili,  saca,  trabajosamente,  una  daga  del  cinto,  y  la 
hunde  en  su  pecho,  con  resolución,  antes  de  que  Habibah, 
por  un  movimiento  instintivo  haya  podido  arrancarle ,  el  ar- 
ma de  las  manos.  Habibah,  se  arroja  sobre  el  cuerpo  del  Poe- 
ta, abrazando  su  cuello). 


Fatal® 

(En  el  salón  penetran  soldados  en  fuga  y  servidumbre 
azorada). 

VARIAS  VOCES 

(De  los  que  entran). 
¡Motamid  ha  caido  prisionero! 

OTRAS  VOCES 

¡Los  moravides  han  entrado  en  el  Alkázar...! 

(Se  oye  el  chocar  de  aceros  y  la  gritería  del  combate  en 
el  corredor  inmediato  a  la  cámara:  cada  vez  más  próximos  a 
la  puerta.  La  Reina,  entre  el  tumulto,  permanece  impávida, 
rodeada  de  sus  hijos). 

Fasa|@  XXV 

(El  Halcón  Gris  entra  de  espaldas  en  el  salón,  entre  va- 
rios soldados  fugitivos,  y  blandiendo  el  alfanje  ensangren- 
tado). 


201  BLAS  INFANTE 


EL  HALCÓN 

¡Atrás,  bárbara  canalla!  ¡Viva  el  Emir  de  Se- 
villa! 

(Un  ballestazo  lanzado  desde  el  corredor,  lo  hiere  y  cae, 
soltando  el  alfanje,  en  medio  de  la  cámara;  al  mismo  tiempo 
que  aparecen  en  la  puerta  de  la  estancia  varios  soldados  de 
Yussuff). 

UN  SOLDADO 

¡Sevilla  por  el  califa  Yussuff! 

OTRO  SOLDADO 

¡Rendios,  esclavos  andaluces...! 

(Los  soldados  africanos  entran  en  la  cámara,  viniendo  a 
acometer  con  los  aceros  a  los  andaluces.  Muchos,  en  la  sala, 
extienden  los  brazos  en  señal  de  sumisión.  Zohair,  desespera- 
do, adelanta  en  actitud  guerrera,  con  la  espada  desnuda,  pre- 
tendiendo contener  a  los  bárbaros.  Itimad,  está  erguida  c  in- 
diferente en  el  centro  del  salón,  como  una  estatua  de  sí  mis- 
ma. Habibah,  en  un  arresto  de  suprema  resolución  arranca 
el  puñal  hundido  en  el  corazón  de  El  Djaili  y  lo  vuelve  con- 
tra su  pecho...) 


ERÍLOGO 

■£1  peregrino  del  Cementerio  de  jTgmat 


p>ERSoasrA.s 


1  EL  PEREGRINO.— (Alkatib,  andaluz  aristócrata, 

Edad  viril). 

2  EL  BEDUINO.—     (Joven  penitente  de  la  tribu 

de  Lakm,  venido  a  Agmat, 
desde  el  desierto  de  Arabia). 

3  KADOR  (Campesino  mísero,  desarra- 

pado y  famélico,  de  ojos  fe- 
briles, servidor  de  Abdallá, 
gran  señor  de  Agmat). 

4  El  Cadí  de  la  ciudad. 

5  El  Imán  de  la  Aljama  Grande. 

6  Hombres  L°,  2.^  y  3.° 

7  Los  viejos  del  bastión  de  la  muralla. 

8  Hombres,  mujeres  y  soldados  de  Agmat. 

La  acción  se  desarrolla  en  la  primera 
mitad  del  siglo  XIV. 


•  V*        *v  V        'v  V*        *v  V        'v  V*        *v  V*        *v  V*        *v  V*        **.*  *V  t**- 


Escenario 

En  el  Cementerio  de  Agmat;  situado  al  Este  de  una  de 
las  puertas  de  la  ciudad  africana. 

El  camposanto  está  sembrado  de  blancos  mausoleos  cu- 
puliformcs  abiertos  por  árabes  arcadas.  Las  piedras  de  las 
tumbas  de  los  pobres,  destacan  su  sucio  blancor  por  entre  la 
hierba  seca  que  cubre  el  suelo. 

En  el  centro  del  declive  de  la  ladera,  por  donde  el  Ce- 
menterio asciende,  se  nota  un  altozano,  o  elevación  de  terre- 
no, sobre  el  cual  se  alza  un©  de  aquellos  monumentos  funera- 
rios, casi  arruinado  y  de  traza  humilde. 

Es  un  atardecer  nacarado  del  estío.  Una  muchedumbre, 
de  labradores  cansados,  adviene  del  campo  a  la  ciudad,  por 
el  camino  polvoriento.  Las  mujeres  se  cubren  con  grandes 
sombreros  de  palmiteras.  Los  hombres,  con  harapos  mancha- 
dos, a  guisa  de  turbantes.  Las  chilabas  pardas  y  blancas,  que 
en  bermejas  convirtió  la  mugre,  cubren  cuerpos  sudorosos, 
de  semblantes  tostados  por  el  Sol,  y  de  piernas  ennegrecidas 
rematadas  por  los  pies  descalzos,  y  cubiertos  de  polvo,  o  cn-^ 
fundados  en  babuchas  astrosas  de  color  indefinible. 


206  BLAS  INFANTE 

De  vez  en  cuando,  alguna  muía  o  algún  asno  martiriza- 
dos por  sus  ginetcs  o  conductores,  vienen  a  abrirse  paso,  por 
entre  los  viandantes,  quienes,  entonces  sólo,  alteran  el  ritmo 
de  su  fatigado  andar. 

La  multitud  camina,  silenciosa  y  triste:  y,  asi  va  entrando 
en  la  ciudad;  al  lado  de  cuya  puerta,  sentados,  con  las  piernas 
cruzadas,  sobre  el  bastión  del  muro,  algunos  viejos  graves  e 
inmóviles,  contemplan  la  escena,  mientras  que  sus  labios,  en 
rezos  pausados  se  mueven;  repasando,  entre  los  dedos,  las 
cuantas  de  gruesos  rosarios. 


II 


Un  peregrino,  de  esclarecido  semblante  y  de  edad  viril, 
con  rosario  y  bordón,  al  llegar,  mezclado  con  la  muchedum- 
bre, delante  de  la  puerta  de  la  ciudad,  tuerce  hacia  el  Cemen- 
rio,  por  una  vereda  estrecha  que,  zigzagcando,  remonta  el 
declive  del  campo  sagrado. 

t  xtrae  de  su  bolso  un  pergamino;  lo  desenrolla,  y  des- 
pués de  leer  atentamente  sU  contenido,  señala 'con  el  brazo 
extendido,  la  tumba  medio  derruida  del  altozano. 

•     ^     EL  PEREGRLNO 

(Volviendo  a  guardar  el  pergamino,  y  siguiendo  su  ca- 
minata hacia  la  vieja  sepultura). 

¡Agmat!...  (Se  detiene  un  momento,  para  mirar  la  ciu- 
dad, con  el  semblante  iluminado  por  el  amor  y  animado  por 
un  fervoroso  sentimiento  de  religiosidad  inefable.  Después, 
continúa  andando  lentamente). 

¡Agmall...  Sagrado  es  ei  polvo  de  tu  tierra  yer- 
ma; porque  es  polvo  de  tu  tierra,  el  cuerpo  deshe- 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  207 

cho  de  ios  dioses,  que  atraen  mi  peregrinación.  ¡Si 
€l  polvo  suyo  estuviera  vivo,  cómo  haría  palpitar 
viviente,  el  grano  muerto  de  tu  tierra  calcinada! 

¡Agmat!...  Múdente  y  prisionero,  te  pregunta- 
ba el  Rey: 

«Dime  ciudad,  desierto  de  hombres:  Carcelera 
>inhospitalaria  de  un  Rey.  Quiero  saber,  si  los 
»ojos  de  mi  cara;  mejor  que  los  de  mi  fantasía,  han 
>de  volver  a  ver  mi  jardín,  lleno  de  flores  y,  tam- 
>bién,  mi  lago;  en  aquel  noble  país  donde  los  oli- 
>vos  crecen.  Allí  van  a  arrullar  las  palomas  y  a  gor- 
»jear  amores,  pájaros  divinos...» 

He  aquí,  señor,  que  conmigo  viene  a  adorarte 
polvo  vivo  del  noble  país  que  te  añoró  en  el  des- 
tierro. 

Para  el  peregrino,  hay  un  lugar  sagrado:  Tu 
sepulcro. 

Felices  los  que  te  adoraron  vivo,  aunque,  al 
verle  prisionero,  mis  labios  cantaran  con  la  melan- 
colía de  tu  hijo,  el  Raschid. 

«Regulador  de  la  lluvia  protectora:  señor  de  la 
>generosidad  y  del  valor:  protector  de  hombres:  el 
> mayor  favor  que  recibir  pudiera,  sería  el  con- 
>templar  tu  noble  semblante:  brillante,  él,  me  ser- 
>viría,  de  antorcha  en  la  noche;  y,  en  el  día  de  Sol... 

(El  peregrino  llega  hasta  el  altor-.-ino). 

«Pero,  al  menos,  con  místico  respeto,  saiuda- 
«ré  tu  tumba...  Ella,  de  la  del  vulgo,  se  distingue 
:>por  la  elevación  del  terreno.  Sobresaliste,   en  la 


208  BLAS  INFANTE 


>vida;  y,  en  la  muerte,  sobresales  entre  los  dormi- 

>dos  a  tus  plantas. 

«¡Sultán  entre  los  vivos  y  los  muertos!  El  anhe- 

»lo  de  los  siglos  no  producirá  un  rey,  como  fuis- 

*te  tú.> 

(El  peregrino  arrodillado  se  humilla  sobre  la  tierra  que 
rodea  el  sepulcro). 

¡Divina  mujer  adorable,  una  con  el  ser  del  Rey; 
lo  más  delicado  del  espíritu  de  este  ser!  ¿Dónde 
encontrar  una  palabra  para  nombrar  tu  esencia? 
¡Idioma  grosero  de  lengua  animal! 

■Sólo  tiene  el  lenguaje  de  los  hombres  pala- 
bras de  sonido!  ¡Tu  nombre,  como  el  del  amor, 
debiera  tener  una  luminosa  palabra!  Como  la  divi- 
na palabra  que  dice  la  pureza  del  amor  dormido 
en  la  serenidad  imperturbable  de  la  noche  azul... 
Como  la  divina  palabra  que  dice  la  ingenua  alegría 
del  amor  niño  que  despierta  en  el  seno  nacarado  del 
alba  sonoro...  Una  palabra,  no  de  sonido:  sino  de 
luz... 

¿En  dónde  encontrar  las  cenizas  tuyas? 

¡Agmat!  Si  en  tu  recinto  murió  la  mujer,  en 
dónde  está  la  tumba  de  la  diosa?  Las  cenizas  de  la 
mujer,  mezcladas  con  el  polvo  del  desierto,  según 
su  predicción  sombría,  asolarán  en  impetuosos  alu- 
des, acallando  las  risas  de  los  espantados  Oasis... 

Pero  la  diosa,  ríe:  Ríe  inefable,  su  risa  de  amor 
en  los  espíritu  donde  su  recuerdo  mora.  En  el  mío, 
es  aurora  límpida  de  músicas  de  cristal.  Ríe,  dicien- 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  209 

do  SU  divina  palabra  de  luz  transparente,  en  la  infi- 
nitud azul  de  las  noches  de  luna:  en  la  gracia  impo- 
luta de  los  amaneceres  blancos...  Ahora  mismo,  ríe 
en  el  regazo  celeste  del  atardecer  que  despide  con 
sonrisas  de  nacientes  estrellas,  la  majestad  radiante 
del  Sol  que  se  va... 

Inútil  es,  pues,  el  buscar  su  tumba.  Aquí  repo- 
san las  cenizas  del  Rey.  Y  si  aquí  no  vivió  el  espí- 
ritu de  la  Reina,  velando  en  terrible  martirio  el  es- 
píritu del  Rey,  ella,  que  vivió  en  el  Rey,  aquí,  tam- 
bién, tiene  su  sepulcro. 

(El  peregrino  besa,  con  fervor,  repetidamente,  la  tierra 
en  que  se  encuentra  arrodillado  ■. 

Hoy  es  la  fiesta  de  la  cesasión  del  ayuno.  Los 
peregrinos  muslimes  que  van  a  la  Meca,  siete  vuel- 
tas dan,  alrededor  de  la  Kasba. 

Este  campo  santo  es  la  Meca.  Las  piedras  de 
esta  tumba,  son  la  Kasba  del  peregrino  de  la  Reli- 
gión de  la  realeza  verdadera;  que  es  la  Religión  de 
la  libertad:  de  la  Belleza  y  del  Amor. 

(El  extranjero  se  levanta  y  empieza  a  girar  lentamente  al, 
rededor  del  sepulcro,  dando  las  siete  vueltas  sagradas). 


Pasaje  il 

(AI  altozano  arriban  tres  nuevos  visitantes.  Son  tres 
moradores  de  la  ciudad,  que  llegan  atraídos  y  asombrados 
por  la  ceremonia  del  extraño  penitente). 

U 


210  BLAS  INFANTE 


HOMBRE  1." 

(Diwgiéndose  hacia  sus  acompañantes). 

—  Este  es  el  peregrino  que  venía  esta  tarde  en- 
tre los  labradores  que  tornaban  del  campo.  Di,  ex- 
trar?jero:  ¿Por  qué  das  vi\elta  :dedor  de  esa 

tumba?  ¿Acaso  es  la  del  Profeta  mismo? 

(El  interpelado  absorto  en  su  rcii'^io.sa  tarea  prosigue 
silencioso,  girando  lentamente,  mientras  que  mueve  los  la- 
bios en  piadosa  oración). 

HOMBRE  2.^ 

Contesta,  í)enitente.  Nosotros  nos  encontrába- 
mos en  el  campo  santo,  a  donde  vinimos  a  rezar 
sobre  las  tumbas  de  nuestros  deudos.  Y  nos  hemos 
congregado,  y  hemos  venido  a  preguntarte,  movi- 
dos por  la  cxtrañeza  que  nos  produce  el  verte  tri- 
butar a  la  tumba  de  un  mortal,  honores  divinos. 

HOMBRE  3.° 

¡No  responde!  Por  Alah,  peregrino;  que  o  nos 
habrás  de  explicar  tu  conducta  o  te  habremos  de 
acusar,  de  impiedad,  ante  el  Cadí. 

HOMBRE  l.<» 

Dices  bien.  Por  muy  grande  que  sea  el  imán 
enterrado  en  ese  sepulcro,  no  pueden  tributársele 
las  adoraciones  que  sólo  a  Alah  y  al  profeta  Moha- 
med,  son  debidas. 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  211 


HOMBRE  3.^ 

Llevémosle  ante  el  Cadí,  y  allí  concluirá  su 
mudtz  a  fuerza  de  palos. 

(El  hombre  va  a  asir  por  un  brazo  al  peregrino.  Este, 
habiendo  concluido  su  religfiosa  ocupación,  le  detiene  con  un 
gesto). 

EL  PEREGRINO 

(GoM  suma  autoridad).  Si  en  algo  estimas  tu  cabeza^ 
guárdate  de  tocarmel 

HOMBRC  1." 

¿Quién  eres? 

EL  PEREGRINO 

Un  hombre,  ante  cuyo  poder  inclinaríase  el 
Cadí. 

HOMBRE  2.° 

¿Por  qué  vienes  a  acometer  una  profanación? 
¿Quién  descansa  en  esta  tumba? 

PEREGRINO 

Vosotros  no  lo  comprenderíais...  ¡Idos,  y  de- 
jadme rezar! 

HOMBRE  3° 

Dices  que  tienes  autoridad  para  humillar  al 
Cadí.  Tú,  nos  engañas,  extranjero.  Amedrentando- 


212  BLAS  INFANTE 


nos,  crees  que  escaparás  a  nuestro  castigo.  ¡Ea,  ami- 
gos: llevémi  ble  ante  El  Cadí,  a  ver  si  en  su  presen- 
cia, tiene  iguales  arrogancias. 

EL  PEREGRINO 

¡Soltad,  bárbaros!  Soltad,  u  os  habréis  de  arre- 
pentir. 

HOMBRE  1." 

Apoderémosnos  de  su  bolso.  (Le  arranca  el  bolso 
del  cinto  y  registran  los  tres  en  él). 

¡Una  bolsa  de  oro!  ¡Varios  pergaminos!  ¡Uno 
de  ellos,  con  el  sello  del  Emir! 

(El  hombre  va  sacando  estos  objetos,  a  medida  que  los 
nombres.  Al  descubrir  el  sello  del  Emir,  el  documento  que 
lo  lleva,  cae  de  sus  manos,  en  un  espasmo  de  terror). 

HOMBRE  3.° 

¿Qué  importa  que  este  hombre  lleve  un  docu- 
mento con  el  sello  del  Emir,  para  que  no  sea  sagra- 
da su  persona?  Lee:  y,  de  este  modo  nos  convence- 
remos, si  debemos  respetarle,  o  no. 

HOMBRE  I,*' 

(Recogiendo  del  suelo  el  pei^amino,  y  leyendo  en  él). 

«Loor  a  Dios.  El  peregrino  que  presente  este 
documento,  sagrado  deberá  ser  para  todos  los  fie- 
les de  mi  Imperio:  (¡maldiga  Dios  al  impío  que  so- 
bre él  ponga  su  manos!...) 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA 


(Los  aprehcnsorcs  sueltan  al  penitente;  reverenciájidolc 
I©s  tres  con  gran  humildad). 


(Otro  penitente,  también  con  rosario  y  bordón,  llega  a  la 
tumba.  Viene  de  la  ciudad,  y  le  sigue  una  multitud  de  hom- 
trres  y  muj  eres.  Entre  ellos,  viene  Kador). 

PENITENTE  2.^ 

(Volviéndose  a  los  que  le  siguen).  Os  he  convocado, 
para  que  vengáis  conmigo  a  rendir  culto  a  un  imán 
ilustre.  He  recorrido  las  calles  de  A^mat,  entre  cu- 
riosas miradas  y  preguntas  de  la  muchedumbre. 
«¿De  dónde  vienes,  peregrino?  ¿Vienes  de  la  Meca, 
penitente?*  Y  yo  os  he  asombrado  cuando  contes- 
taba así:  «No  vuelvo  de  una  peregrinación  a  la  Me- 
ca. ¡De  allá  vengo,  en  peregrinación  a  Agmat!> 

¡Agmat!  ¡Agmat!  Tu  has  escuchado  con  asom- 
bro que  eres  lugar  de  peregrinaciones  santas...  Pues 
bien,  aquí  es  el  sepulcro  del  Imán,  de  quien  os  ha- 
blé. Aquí  reposa  el  imán  más  grande  que  los  siglos 
vieron...  Prometí  enseñároslo  si  me  seguíais  y  cum- 
plo mi  compromiso.  Ahora,  dejadme  orar. 

(El  penitente  se  arrodilla:  besa  la  tierra  y  se  abstrae  des- 
pués en  un  rezo  silencioso.  El  peregrino  1.°,  y  sus  acompa- 
ñantes, miran  con  asombro  al  recien  llegado). 


214  BLAS  INFANTE 


UNO  DE  LA  MULTITUD 

Jamás  escuché  lo  que  nos  viene  a  decir  este 
hombre.  Una  tumba  desconocida  era  esta,  hasta 
ahora,  en  Agmat. 

OTRO 

Nunca  nos  dijeron  nuestros  abuelos,  que  en 
este  sepulcro  yaciera  un  gran  Imán. 

UNA  MUJER 

¡No  dudadlo!  Lo  dice  el  penitente.  Agmat  ten- 
drá ya  un  protector  en  el  Imán  de  su  Cementerio. 

..OTRA  MUJER 

Los  faquíes  de  la  ciudad  construirán  en  su  ho- 
nor un  aljama:  y  por  mediación  de  él,  Al&h,  nos 
concederá  sus  dones...  Y  di,  penitente:  ¿quién  ts  el 
imán  que  está  enterrado  aquí? 

PENITENTE 

(Mabiendo  concluido  su  rezo:  con  grai  orgullo:) 

—  Es...  mi  antepasac'.L'. 

(La  multitud  le  rodea  con  respeto  supersticioso). 

PEREGRINO  I.** 

'Apareciendo  ante  los  recien  llegados).  ¿Quién  eres, 
tú?  (Al  penitente). 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  215 


UNA  MUJER 
¡Otro  peregrino! 

OTRA 

En  efecto;  aquí  debe  estar  enterrado  un  grain 
imán  que  obrará  milagros! 

HOMBRE  3." 

(Aparte).  Me  parece  muy  extraño  todo  esto.  Su- 
crilegio  debe  existir  aquí.  Por  si  acaso,  así  fuera,  yo 
voy  a  dar  cuenta  al  Cadí  y  a  los  imanes  de  la  Mez- 
quita. (Vase). 


as 


asajs  kV 


PENITENTE  2.^' 
(Asombrados  a  su  vez). 

—¿TÚ  vienes  también  en  penitencia  a  la  tum- 
ba át\  Abbad?  {Ai  peregrino). 

UNO  DE  LA  MULTITUD 

¡Se  llama  el  Abbad! 

VARIOS  OTROS 
¡Se  llama  el  Abbad! 


21Ó  BLAS  INFANTE 


PEREGRINO  l.« 

Yo  no  vengo  en  misión  de  penitencia,  sino  en 
vuelo  de  amor  y  libertad.  ¿De  dónde  eres  tú? 

PENITENTE  2.'» 

Del  Oriente.  De  la  Arabia.  Soy  beduino.  ¿Y  tú? 

PEREGRINO  1.* 

Yo,  del  Occidente:  Del  Andalus.  Soy  poeta. 
PENITENTE  2.» 

(Con  efusión).  ¡Oh!  ¿TÚ  eres  del  reino  luminoso 
del  Abbad? 

PEREGRINO  !.• 

De  allí  soy.  Pero  dime  penitente:  ¿Cómo  te  de- 
terminaste a  hacer  peregrinación  a  la  tumba  de  mi 
Rey? 

PEREGRINO  2.* 

No  es  largo  de  contar,  y,  puesto  que  lo  deseas 

sentémosnos:  y  lo  sabrás  al  punto. 

(El  beduino  se  sienta:  y,  a  su  alrededor,  curiosos,  como 
niños,  que  esperan  escuchar  la  misteriosa  noticia  de  impre- 
sio  nantes  consejas,  forman  grupo  el  peregrino  y  los  demás 
asistentes). 

PEREGRINO  l.« 

Habla:  beduino.  Te  escuchamos. 


MOTAMID,   ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  217 

PENITENTE  2.* 

Atended,  pues,  el  cuento. 

La  luz  de  la  luna,  sobre  las  tiendas  blancas  de 
los  beduinos,  derramaba  una  plena  bendición  de 
plata,  en  el  dormido  desierto. 

Reposábamos  de  la  caminata  fagitosa  del  día: 
en  nuestros  lechos,  nosotros:  y  alrededor  de  nues- 
tras tiendas,  echados  sobre  la  arena  calcinada,  ru  - 
miaban,  silenciosos,  nuestros  camellos  cansados. 

De  repente,  una  melodía  de  infinita  dulzura  y 
de  transparente  pureza,  vibrante  en  las  cuerdas  de 
un  laúd:  vino  a  arrullar  mi  sueño,  el  cual  se  re- 
montó en  alas  de  aquella  armonía  misteriosa,  desde 
la  tierra,  al  Paraíso. 

Una  voz,  ungida  de  emoción  divina,  cantó  en 
palabras  de  hombres,  la  música  del  laúd. 

Desperté,  entonces.  Jamás  mis  oídos  hubieron 
escuchado  tan  divina  palabra.  Nunca  versos  tan  be- 
llos vinieron  a  rimar  los  hombres. 

Oíd  el  sentido  de  algunas  estrofas  entre  aque- 
llas que  en  el  seno  amoroso  de  las  ondas  limpias, 
llegaron  a  acariciarme  el  espíritu,  elevándole  en 
éxtasis  arrobador.  Yo  no  sé  decir  los  versos  del 
Poema;  pero  sí  recuerdo  lo  que  venían  a  expresar. 
Helo  aquí: 

«La  noche  ha  extendido  su  velo  de  sombras— 
>Cansados  los  seres^  los  domina  el  sueño— Pero 
> velan  hombres  a  la  luz  de  antorchas— Y,   ávidos, 


218  BLAS  INFAN'r 


»beben  en  brillantes  cráteras— El  rojo  vino  que,  lo- 
>cura,  centellea. 

>De  riepente,  torna  la  luz,  vestida  de  plata.— 
>Es  la  Luna.  Y,  tras  ella,  viene  Orion. — La  Luna  es 
»reina' magnifica  y  soberbia— Que  con  Orion,  su 
» doncella  favorita,— Por  el  jardín  del  Universo  sa- 
»le— A  pasear  serena  su  blanca  majestad. 

>y  poco  a  poco,  las  estrellas  brillantes— En 
»gentil  cortejo  y  porfía  de  luz— vienen  con  la  co- 
»rnitiva  de  las  Pléyades...— Que  el  estandarte  de  la 
» Reina  parece... 

»Yo  soy  como  ella;  rodeadb  aquí  abajo— De 
»nobles  caballeros  de  brillantes  vestidos.— Y  de  jó- 
» ven  es  hermosas  de  negras  cabelleras^  Cuyos  ca- 
>bel!os  sonhebras  del  velo  de  la  noche. —Ellas  to- 
>can  las  guitarras  saHozantes;  y  cantan  en  ellas,  co- 
»plas  de  pasión.— Ellas  me  brindan  copas  respfan- 
>deci£ntes:— ¡Bebamos,   ami£  k  las 

»viñas! — ¡Bebamos.  Sus  cop  iS,son  estrellas  pai'a  mí! 


>¿Más  queréis  que  un  conjuro  el  vino  perfu- 
»me?— Su  nombre  divino  lo  perfuma  todo— Ella  es 
>la  Perla:  la  hada  de  mis  sueños.— Siento  deseos 
>de  enfermar  y,  Alah  lo  quiera— Para  ver  cuidándo- 
>me  'Ante  mi  blanco  lecho— A  la  dulce  gacela  de 
>purpúreos  labios.— ¿Queréis  que  el  vino  para  mí 
>se  arome?— Dejadme  perfumadlo,  brindando  por 
>ella. — Su  nombre  divino  lo  perfuma  todo.— ¡Ui- 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  219 


>mad,  a  la  luz  de  rojas  antorchas— por  ti  brindo 
»vino  resplaHdeciente!— Una  corriente  de  Sol  que 
^endulza  mis  labios— iMe  quema  la  gargank  e  in- 
cendia el  pecho...» 

Así  cantaba  la  voz.  Atraído  por  la  misteriosa 
serenata,  abandoné  el  lecho  y  salí  de  mi  tienda. 
Cerca  de  ella,  y  amparado  en  la  sombra  que  otras 
tiendas  proyectaban,  destacábase  la  silueta,  blanca  e 
inmóvil,  del  cantor. 

—¿Quién  eres?— le  pregunté,  acercándome. 

—  Soy  andaluz.  Me  llam.o  Abd-Azzamad. 

—¿y  a  qué  viniste  al  desierto?— le  repliqué. 

— Vengo  de  Agmat,  de  visitar  una  tumba: — 
me  replicó;— y  quise,  en  soledad,  envolverme  en 
la  luz  blanca  de  la  luna,  sobre  los  párameos  muer- 
tos. 

—Y  dime  Azzamad,  a  quien  Dios  bendiga,  ¿de 
quién  son  esos  versos,  que  tienen  la.  limpidez  de 
las  linfas  curas  de  los  arroyos:  frescos  como  la 
hierba  que  la  lluvia  acaba  de  regar;  y  ya  tiernos  y 
suaves  como  la  voz  de  una  doncella  de' coliar  de 
oro;  y*a  vigorosos  y  sonoros  como  el  grito  de  un 
camello  joven? 

—Son,— me  contesto,— de  mi  Rey,  quien  mu- 
rió en  el  destierro. 

—Supongo,— repuse,— que  ese  Rey  reinaría 
sobre  una  pequeña  porción  de  la  tierra,  cuando 
tiempo  tenía  de  sentir  la  belleza  tanto? 


220  BLAS  INFANTE 


—Percionad me— contestó;— ese  Rey  reinaba 
s©bre  un  gran  país:  el  Andalus.  Y  sobre  una  mag- 
nífica ciudad,  Sevilla. 

—Y  cómo  se  llamaba? 

— Ben  Abbad,  por  otro  nombre  Mojt*mid. 

—¿Cuánto  tiempo  há  que  murió? 

—Más  de  dos  siglos  ha;  Sevilla  es  ya  cristiana: 
y  Córdoba,  también;  pero  todo  el  Andalus  lo  re- 
cuerda. 

—¿Y  de  qué  tribu  era?  ¿Lo  sabes  tú,  Azzamad? 

—De  la  tribu  de  Lakhm. 

Abracé  a  aquel  hombre  al  escuchar  sus  últi- 
mas palabras.  ¡Ben  Abbad  era  mi  antepasado! 

—¡Cuenta,  extranjero,  cuéntame  la  vida  de  es- 
te Rey!  Y,  el  extranjero  respetuoso,  contome  la  his- 
teria del  Abbad,  y  revivió  en  mí,  su  historia.  Yo, 
su  descendiente,  perdido  en  el  desierto,  le  recordé 
orgulloso  en  sus  obras  grandes,  más  vivamente  que 
a  mi  padre  mismo.  Fué  un  Imán;  un  Imán  de  Alah... 
si  es  que  Alah  es  la  Belleza  y  el  Amor...  He  aquí, 
porqué  vine  en  peregrinación  a  su  tumba... 

KADOR 

(Que  ha  escuchado  atentamente  con  vivas  muestras  lic 
emoción  las  últimas  palabras  del  beduino). 

¡De  la  tribu  de  Lakm!  Oí  contar  a  mi  padre  en 
cierta  ocasión  que  nosotros  descendíamos  de  la  hi- 
ja de  un  rey,  desterrado  en  Agmat,  y  perteneciente 
a  esa  tribu. 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA         221 

PEREGRINO  2.*» 
¡Sería  el  Abbad! 

PEREGRINO  I.*» 

¡Cierto!  El  Abbad,  al  morir,  dejó  en  Agmat  a 
sus  hijas,  convertidas  en  sirvientas.  Las  princesas, 
hijas  del  Rey  prisionero,  siervas  fueron  de  familias 
acomodadas,.. 

KADOR 

(Con  ofgullo).  ¡El  Abbad;  entonces  fuv:  fué  mi 
antepasado! 

PEREGRINO  1.^ 
¿Y  quién  eres  tú? 

KADOR 

Soy  Kador:  el  esclavo  de  Abdallá;  '  t  nbre  de 
grandes  dominios.  Ahora  me  emplea  e,  -guardar 
sus  campos  y  en  cuidar  sus  bestias... 

PEREGRINO  1.'' 

(Ensimismado).  ¡Kador!  ¡Beduino!  j'  (.  ;ños  de 
Sen  Abbad!...  He  aquí  que  contemplo  v  la  hu- 
millación del  rey:  y  la  soledad  de  su  esj^i  i  excel- 
so, condenado  a  vagar  por  los  desiert(.>  iramos, 
envuelto  en  la  melancolía  de  la  luna  mv  ■   '... 

(Abrazando  a  Kador).  Campesino  sin  CciT.pos:  ¿No 


222  BLAS  INFANTE 


sabes  tú  la  historia  incomparable,  de  tu  padrfe,  el 
Rey? 

KADOR 

,¡Oh,  no!  ¡Si  tú  me  la  contases,  señor!  No  quie- 
res hacerlo? 

PEREGRINO  l.*^ 

Y  si  en  tí,  al  escucharla,  despertara  el  alma  del 
Abbad,  soterrada  bajo  capas  seculares  de  grosera 
esclavitud;  dime,  Kador:  ¿te  resignarías  a  servir  a 
un  extraño  señor:  a  Abdallá,  el  de  los  grandes  do- 
minios? ¿Podrías  vivir  en  la  ergástula  de  sus  escla- 
vos; comer  su  rancho;  guardar  sus  campos,  y  ser- 
vir sus  bestias?,. 

El  hombre  ts  el  Rey  de  la  creación;  el  hombre 
Rey.  ¿Te  conformarías,  tú,  si  a  serlo  llegaras,  si  así 
te  conocieras,  con  ser  el  esclavo  de  un  hombre  que 
jamás  lo  fué? 

KADOR 

¿Y  qué  hacer?  ¿A  donde  ir? 

PEREGRINO, 

¡Despreciarías  a  tu  amo...!  ¡Quién  sabe,  si  lo 
matarías,  al  sentir  humillaciones  que  hoy,  no  per- 
cibe tu  espíritu  insensible!...  (Pausa). 

¿Te  haré  un  bien?  ¿Te  haré  uh  mal?  ¡Bien! 
Bien!  me  resuelvo;  te  contaré:  oscontaré  su  histo- 


MOTAMÍD,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  223 


ría.  Hijo  del  Abbad;  hijo  del  Dolor,  que  continúas  la 
prisión  de  tu  padre  augusto.  El  iluminó  el  recinto 
obscuro  de  lo.s  calabozos  sombríos  con  las  radia- 
ciones de  la  realeza  de  si^  alma  esplendorosa.  Las 
sombras  triunfan  y  la "  Muerte  se  ríe...  ¡Pues,  bien! 
¡Despabilemos  el  foco;  aunque  esto  equivalga  a 
alumbrar  en  tí  el  Dolor...!  ¡Dolor  necesario,  bendi- 
to dolor!  Escucha,  Kador.  Tú,  en  la  ergástuta,  revi- 
virás a  tu  padre,  en  los  calabozos.  Si  este  dolor  te 
dicta  tu  realeza,  cúmplelo.  Si  te  manda  matar,  ma- 
ta: y  que  en  tí,  el  Rey,  sea  libre! 

KADOR 

Con  la  cabeza  inclinada  sobre  el  pecho,  sin  comprender 
las  palabras  del  peregrino.  Sólo  entiende  que  le  llama  «rey». 

—¿Yo,  rey?  ¡Tengo  hambre...! 

PEREGRINO  L^ 

El  hambre  de  un  Rey,  es  de  gloria:  no  de  pan. 
Hambre  de  libertad  y  justicia:  de  belleza  y  de  Po- 
dír.  La  Realeza  es  ahora  en  tí  una  interrogante,  por 
que  el  hambre  es  e'n  todos  los  estómagos,  la  prime- 
ra afirmación.  La  prímera  afirmación  de  tu  padre 
fué  la  realeza:  lo  real:  esto  es:  la  Verdad:  lo  que  ver- 
daderamente es:  la  vida  grande:  la  vida.  ¡El  hambre! 
También  tiene  una  base  real.  Pero  ante  lo  más 
grande,  su  base  es  plebeya:  esto  es:  la  nadidaá:  la 
muerte...       • 


224  BLAS  INFANTE 


PEREGRINO  2 .• 

Me  agradaría  escuchar  esa  historia  famosa,  de 
tus  labios,  peregrino. 

HOMBRE  ].• 

Cuéntala,  señor. 

VARIOS 

Cuéntala. 

KADOR 
(Ensimismado).  ¿Yo;  rey?  (Ríe). 
PEREGRINO 

Pues,  escuchad. 

(Entre  los  oyentes,  se  produce  un  religioso  silencio;  al- 
gunos de  ellos,  alargan  los  cuellos,  para  mejor  oir  la  palabra 
del  peregrino). 

Nació  el  Abbad,  en  Sevilla,  la  desposada  del 
Sol...  Fué  su  padre  Mothadid,  despiadado,  como 
un  tigre;  arrojado  como  un  león;  firme  y  duro,  co- 
mo las  rocas.  Fué  su  madre,  la  más  dulce  y  ama- 
da, entre  las  mujeres  del  Rey.  Fué  el  Abbad  hijo 
de  un  puro  y  efusivo  amor.  Con  una  esclava  casó 
el  Príncipe.  Ella  se  llamaba  Itimad.  El,  para  fundir- 
se con  ella,  tomó  su  nombre  en  nombre  de  varón: 
y  se  llamó  Motamid... 

(El  peregrino,  sigue  contando  la  historia  que  escuchan 
con  suma  atención  los  circunstantes). 


MOTAMID;  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA        225 

Pasaje  l¥ 

l1  imán,  y  el  cadi  de  Agmat  salen  de  la  ciudad:  y  bor- 
bean  por  el  camino,  la  ladera  del  Campo  Santo.  Les  si- 
guen los  viejos  que  rezaban  en  el  bastión  de  las  murallas,  va- 
rios soldados,  algunos  de  éstos  armados  de  piquetas,  y  el 
Hombre  3.**  que  fué  a  denunciarles  las  extrañas  ceremonias  de 
los  peregrinos. 

Al  llegar  a  la  vereda  que  remonta  hacia  el  Cementen©, 
ascienden  por  ella,  el  declive,  deteniéndose  en  un  punto  des- 
de donde  descubren  el  altozano  y  al  auditorio  que  escucha 
agrupado  el  cuento  del  extranjero  penitente.  Este,  continúa 
narrando,  a  sus  oyentes,  la  historia  de  la  vidB  del  Abbad. 

IMÁN 

(AI  Hombre  3.*),  ¿Es  aquella  la  tumba  de  que  ha- 
blaste y  son  aquellos  los  que  la  adoraban? 

HOMBRE  3.*» 

Sí. 

EL  CADI 

Y  afirmaste  que  dos  penitentes  de  lugares  leja- 
nos venían  a  ella  en  peregrinación? 

HOMBRE  3.*» 

Es  cierto:  allí  están. 

VIEJO  L« 

Yo  he  visto  a  uno,  con  rosario  y  bordón,  que 
venía  esta  tarde  entre  los  labradores  de  la  campiña. 

15 


226  BLAS  INFANTE 


VIEJO  2.'» 

Y  yo. 

VIEJO  3.*» 

Y  yo.  Creí  viniera  de  la  Meca. 

EL  CADI 

(Al  Hombre  3.%  Oíste  tú  el  nombre  del  imán 
muerto,  a  quien  querían  adorar  como  al  Profeta? 

HOMBRE  3.« 

(Recordando).  Espera.  Creo  que  sí.  ¡Cierto!  Le 
llamaron  el  Abbad. 

CADI 
Imán.  ¿El  Abbad? 

IMÁN 
(Al  Cadí).  ¿Oíste  alguna  vez  este  nombre? 

CADI 

¡El  Abbad!  ¡El  Abbad!...  (Esforzando  la  memoria). 
¿Será  acaso  un  rey  de  Ocddente,  el  cual  leí  antaño 
en  muy  antiguos  pergaminos,  murió  desterrado  en 
Agmat? 

HOMBRES.' 

En  efecto:  debe  ser  así.  El  peregrino  primero, 
hablaba  de  un  Rey... 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  227 


MAN 

(Al  Cadí).  ¿Y  quién  fué  ese  Abbad? 

CADI 

Quiero  recordar  que  fué  el  Rey  de  un  país  que 
se  rebeló  contra  Alah,  siendo  castigado  por  el  Emir 
Yussuff-ben-Tasfchin. 

IMÁN 

¿Y  a  un  reprobo  adoran  esos  hombres?  Ob- 
sérvalos, Cadí.  Sentados  en  círculo  parecen  que  re- 
zan. Pero  es  preciso  sorprenderlos  durante  la  eje- 
cución de  su  delito,  a  fin  de  que  para  ellos  no  exis- 
ta salvación.  Ocultémosnos  tras  el  pequeño  collado 
que,  como  un  túmulo  funerario,  en  su  cumbre  os- 
tenta las  ruinas  de  la  tumba,  y  caigamos  sobre  ellos, 
cuando  en  su  culto  satánico,  rindan  al  sepulcro  la 
adoración  debida  únicamente  al  lugar  más  sagrado 
con  que  cuenta  el  Islam. 

CADI 

Dices  bien.  Ocultémosnos:  y  marchad  cuida- 
dosos para  que  no  aperciban  con  nuestra  presencia 

una  amenaza  de  justo  castigo. 

(El  Cadí  empieza  cautelosamente  a  rodear  la  base  del 
Altozano,  y  seguido  por  sus  acompañantes,  van  todos  a  oculi- 
tarse  tras  de  él). 


228  BLAS  INFANTE 


Pasaje  ¥ 

El  canto  de  la  Majestad  caída 

(Los  oyentes  del  peregrino  que  cuesta  la  historia  del 
Abbad,  escuchan,  mientras  tanto,  absortos,  pendientes  su 
atención  toda  de  la  palabra  del  narrador). 

PEREGRINO  2 .• 

Es  admirable,  la  historia. 

UN  OYENTE 

Verdaderamente,  un  Imán  fué  ese  Emir. 

VARIOS 
Verdaderamente... 

WNA  MUJER 

V  fué  también  santa  la  Reina. 
KADOR 

¡Al  Andalus!... 

VARIOS 

íAl  Andalus!... 

PEREGRINO  2.» 

Continúa,  peregrino. 

PEREGRINO  1.^ 

El  salón,  invadido  por  los  soldados  de  Vus- 
suff,  sembrado  el  suelo  de  cadáveres,  ya  los  salva- 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  229 

jes  morabitos,  con  sus  manos  ensangrentadas,  iban 
a  profanar  la  inmovilidad  magestuosa  de  la  Reina, 
rodeada  de  sus  hijos  aterrados,  cuando  un  formi- 
dable ruido  de  voces  y  de  armas  que  se  escuch  j 
resonar  en  la  Plaza  del  Palacio,  vino  a  detener  el 
frenesí  de  los  soldados  invasores. 

Gritos  que  clamaban  aún:— «¡Sevilla,  por  Ben 
Abbadl»  <*:  ¡Sevilla,  por  Motamid!»  se  oyeron  desga- 
rrar la  noche,  entre  los  alaridos  de  muerte.  Nueva- 
mente bramó  el  combate,  en  los  corredores  inme- 
diatos al  salón,  atrayendo  a  los  soldados  de  Abu- 
Berk,  que  dentro  de  aquel  se  encontraban... 

A  poco,  el  Rey,  con  la  espada  rota,  y  la  alba 
túnica,  enrogecida  y  desgarrada,  entró  en  la  Cáma- 
ra, yendo  a  abrazarse  a  Itimad,  estatua  viviente. 

.  Ben  Abbad,  en  un  arresto  de  valor  heroico 
había  hecho  repasar  el  río  a  un  cuerpo  de  solda- 
desca-africana; pero  envuelto  por  los  demás  solda- 
dos de  Yussuif  que  ocupaban  la  ciudad;  separado 
del  resto  de  sus  guerreros  fieles,  éstos  creyeron  que 
el  Rey  había  sido  hecho  prisionero  por  las  tropas  de 
Abu-Berk.  Mas  habiendo  revuelto  contra  éstas; 
abriendo  por  entre  la  espesa  muralla  de  carne  viva, 
un  cauce  de  sangre,  Motamid,  pudo  volver  al  Alka- 
zar,  seguido  de  una  corta  legión  de  héroes. 

Nuevamente,  quedó  aislado  el  Castillo,  libre 
de  morabitos,  cuyos  muertos  cubrían  los  corredo- 
res, los  patios  y  la  Plaza. 

Motamid  e  Itimad,  en  el  salón,  velaron  aquella 


230  BLAS  INFANTE 


noche  los  muertos  queridos;  la  Corte  muerta,  ro- 
deaba aún  a  su  reyes.  Las  heridas  del  Djaili  y  Ha- 
bibah,  habían  mezclado  su  sangre.  Al  suicidarse,  la 
alegre  doncella,  sus  labios  habían  sellado  en  beso 
supremo  de  amor  los  labios  del  Djaili,  el  poeta 
amado.  Motamid  e  Itimad,  consagraron  con  una 
bendición,  sus  eternas  nupcias.  La  lealtad  del  Hal- 
cón, sonreía  triunfadora  en  el  gesto  vivo  de  su  ros- 
tro rudo  e  inmóvil.  Aún,  eí  semblante  del  caballe- 
ro Zohair  amenazaba  a  los  bárbaros,  con  expresión 
retadora... 

Vino  el  Alba^...  Las  rojas  luces  de  las  antorchas 
casi  extintas,  se  envolvieron  en  los  sucios  sudarios 
del  humo  espeso  y  negro.  En  las  pálidas  frentes  de 
los  muertos,  la  blanca  luz  del  amanecer  iba  piadosa, 
poniendo,  con  un  beso  de  pureza,  argentadas  aureo- 
las. 

Itimad,  acodada  sobre  el  alféizar  de  un  ajimez 
del  Salón,  miraba  la  ciudad  y  seguía  con  los  ojos 
el  serpentear  del  Pío,  por  la  pradera  de  Plata.  Y, 
dijo  Motamid: 

—Mi  túnica  está  desgarrada  y  mi  espada  se  ha 
roto.  Ninguna  flecha  se  clavó  en  mi  piel.  Ninguna 
espada  atravesó  mi  cuerpo.  El  Río  sagrado  parece 
una  sierpe  amiga,  que  avanza,  ante  mis  ojos,  di- 
ciéndome  con  su  ( iilce  rumor:— He  aquí  la  razón 
de  que  vivas  aún.  '  n.  Yo  que  arrullé  tu  nacimien- 
to quiero  conduc:  amoroso,  a  cumplir  el  fin  que 
resta  a  tu  vida... 


MOTAMID,   ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  231 

El  puñado  de  leones  con  que  anoche  rescaté 
el  Palacio,  está  herido:  una  fuerza  divina  alienta  a 
los  que  velan  todavía  vigilantes,  sobre  las  almenas 
de  las  desguarnecidas  murallas... 

Estamos  solos:  Itimad.  Nos  rodea  únicamente 
un  hálito  vivo.  La  santidad  de  esos  muertos...  que 
nos  aman  aún. 

¿Y  sabes  qué  me  dice  esa  santidad,  que  es  la 
fe  de  su  amor  en  nosotros?  Pues  me  dice...  lo  mis- 
mo que  el  Río. 

Y.  contestó  la  Reina: 

—Oigo  el  murmullo  del  Río  y  el  sagrado  mu- 
sitar de  los  que,  por  nuestro  amor,  murieron:  Di- 
cen: 

—No  morid,  aún.  No  suprimid  con  el  hierro 
propio,  la  vida  que  respetó  el  ageno.  Realizad  por 
completo  vuestro  ejemplo  real.  Fuisteis  Reyes  en  el 
trono;  sedlo  ahora,  en  la  esclavitud.  Fuisteis  Reyes 
en  la  altura.  Sedlo,  ahora,  también,  en  el  abismo. 

Y  replicó  Motamid: 

—Eso  dicen.  El  hálito  de  amor  perdurable;  la 
vida  de  la  fe  de  los  muertos  que  creyeron  en  nos- 
otros nos  invitan  a  ser  dolorosas  estrofas  vivientes 
de  un  bello  canto  de  la  Majestad  caida.  La  sierpe 
del  Río,  pasa  murmurando  así:  «Venid  los  que  arru- 
llé en  la  cuna.  Yo  os  llevaré  a  rimar  el  canto  del 
Dolor  Real.  Yo,  que  fui  testigo  de  vuestro  amor  de 
Reyes... 

Y  fué  un  silencio  largo,  entre  los  dos. 


^^^  BLAS  INFANTE 


Itimad,  acodada  sobre  el  alféizar  del  ajimez, 
con  las  manos  oprimiéndose  las  pálidas  mejillas,  pa- 
recía absorta  en  mágica  visión. 

—¿Ves,  Itimad'— continuó  el  Abbad— la  sierra 
blanca  de  los  almendros  floridos? 

Itimad  musitó: 

— Sí:  la  veo. 

—¿Y  no  crees  aún  que  eHa  vendrá  a  ser  mau- 
soleo de  tu  sepulcro? 

Itimad,  contestó: 

—  La  montaña  se  enrojece.  Ahora  se  desvane- 
ce en  una  llanura  roja.  Han  florecido  los  alelíes. 
Una  llanura  inmensa  de  sangre:  de  Dolor. 

—No  lo  dudes,  Itimad.  Las  flores  rojas  son  be- 
llas también...  como  las  blancas.  Vayamos  cogiendo 
flores  por  la  llanura  sangrienta.  Tras  de  ella,  estará  tu 
montaña  blanca.  Donde  quiera  que  exista  la  Pureza, 
allí  estará  un  mausoleo  que  será  cuna  de  la  vida  de 
Itimad...  > 

Y,  en  el  mismo  día,  Sevilla,  lloró.  Los  reyes 
prisioneros,  condenados  fueron  a  seguir  el  discurso 
del  Río,  para  buscar  el  África,  y  sufrir  la  prueba  del 
dolor  real. 

He  aquí,  como  el  poeta  Benalabbana,  cantó  la 
partida  de  los  reyes  esclavizados: 

«Metidos  en  un  navio,  los  príncipes  se  despi- 
dieron—Llenaba la  multitud  la  ribera,  y  las  mujeres 
estaban  sin  velos— Y  se  desgarraban  llenas  de  do- 
lor el  rostro.— Gritos  y  lágrimas   decían:  ¿Qué  nos 


-^^ 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  233 


queda  ya?— La  casa  de  la  generosidad  y  del  valor 
ha  quedado  desie.ta.— Para  nada  vendréis  ya,  ex- 
tranjeros y  caballeros  de  los  cortejos  triunfales...» 

Sevilla,  como  una  novia,  arrepentida  de  haber 
p©r  miedo  vendido  ^1  novio  amado,  lloró  de  deses- 
peración y  clamó  por  la  muerte...  Tanto  fué  el  do- 
lor de  Sevilla  y  tanto  el  amor  que  por  ella  tuvo 
Motamid,  que  hasta  los  cristianos  que  ahora  la  pro- 
fanan, en  sus  romances  cantan  estos  versos: 
Es  una  novia  Sevilla. 

Es  su  novio  Ben-Abbad. 

Su  cintura  el  Aljarafe, 

Guadalquivir  su  collar... 

En  Tánger  enviaron,  al  Rey,  los  poetas,  cantos 
compuestos  en  su  honor. 

El  Abbad  donó  a  los  'poetas  tres  docenas  de 
dhiremes,  su  única  fortuna. 

«Los  poetas  m.e  piden  mi  fortuna —  Tomad 
> poetas  de  Tánger  y  de  Mauritania— Yo  soy  más 
»pobre  que  vosotres:  Pero  no  puedo  pedir  limos- 
>na— El  pudor  reina  en  el  fondo  de  mi  alma— Yo, 
> cautivo,  no  puedo  reinar  por  el  pudor  sobre  l©s 
>hombres.,.» 

Arrastrados  fueron  Ic^  prisioneros,  desde  Tán- 
ger a  Mequinez.  Sus  pies  sangraban,  pero  el  Rey 
cantaba  a  la  vida,  como  a  un  rojo  alelí. 

Y  arrastrados,  así,  vinieron  a  Agmat. 

Motamid,  cargado  de  cadenas,  cantaba  al  Do- 


234  BLAS  INFANTE 


lor  en  un  calabozo.— *  Mis  hijas  son  las  siervas  de 
la  hija— de  un  hombre  que  fuera  mi  ugier...> 

La  reina  carecía  de  pan,  y  fundida  con  el  Ab- 
bad,  se  alimentaba  sólo  de  ambrosía  de  dolor. 

Perdido  el  cantor,  el  Andalus,  recogió  su  lira  y 
puso  las  cuerdas  en  máxima  tención,  y  cantó  ardo- 
roso la  guerra  contra  el  bárbaro  morabito.  El  An- 
dalus lloró  a  los  dioses  perdidos,  mientras  la  vida 
de  los  dioses  entraba  triunfal  en  el  reino  de  la  muer- 
te, rimando  con  alegría,  un  magestuoso  canto  de 
supremo  dolor... 

PENITENTE  2.° 

¡Fué  un  imán!... 

VARIOS  OYENTES 

(Con  religioso  respeto).  ¡Fue  un  imán! 
PEREGRINO  1.° 

(Levantándose),  Hijos  de  Agmat.  Recemos  ante  la 
tumba  del  Imán.  Vengamos  a  rodear  su  sepulcro 
adorable,  con  las  siete  vueltas  consagradas.:. 

(Todos  se  levantan). 

KADOR 
Yo  me  voy.  Me  espera  Abdalláh... 
PEREGRINO  1.* 

¿Y  abandonarás  la  adoración  de  tu  padre  por  ir 
a  servir  a  tu  amo? 


MOTAMID,  ULTIMO  REY  DE  SEVILLA  235 

KADOR 

(Indeciso).  No  lo  sé...  Yo  no  sé  si  iré  a  servirle  o 
a...  matarle.  Pero  me  espera...  Me  espera...  Tengo 
hambre,  y.!,  odio.  No  sé  más. 

PEREGRINO  I.** 

Kador:  Tu  amo  y  tu  Meca  están  aquí.  (Señalan- 
do el  derruido  mausoleo).  Ven  a  evocar  con  tu  amor 
el  revivir  de  tu  padre,  el  Rey. 

KADOR 
(Riendo  con  insconscicueia  dolorosa).    ¡El    Rey!    ¡El 

Rey,  yo!...  ¡Tengo  hambre  y  odio!  No  se  más... 
No  sé  más... 

(Kador  desciende  corriendo  la  ladera,  hacia  la  ciudad). 

(El  peregrino  l.**le  mira  alejarse.  Después,  silencioso  y 
solemne  empieza  a  girar  con  lentitud  en  las  siete  vueltas  sa- 
gradas). 


Pasaje  VI 

(Por  el  lado  opuesto  del  altozano  aparecen  de  repente, 
el  Cadí,  seguido  del  Imán,  de  los  viejos  y  de  los  soldados). 

CADI 

(A  k)s  soldados).  ¡Prended  a  esta  gente! 

(Los  soldados  se  arrojan  sobre  los  orantes.  Estjos,  sor- 
prendidos y  asustados,  extienden  los  brazos,  en  demanda  de 
perdón). 


23Ó  BLAS  INFANTE 


PEREGRINO  !.• 
(Interrumpiendo  el  rezo  y  con  arrogancia). 
—¿Por  q«é? 

EL  IMÁN 

jPor  sacrilego! 

PEREGRINO  1.^ 
¿Quienes  sois? 

EL  CADI 

Soy  el  Cadí  de  la  ciudad.  ¡Amarrad  a  este  hom- 
bre! (A  los  soldados.  Estos  van  a  cumplir  la  orden). 

PEREGRINO  1.* 

(Con  gesto  imperativo).  jDeteneos!  Mira,  Cadí. 
(Le  enseña  su  pasaporte). 

CADI 

(Después  de  leer,  el  Cadí  se  inclina). 
—¿Quién  eres,  tú,  peregrino? 

PEREGRINO  !.• 

Soy  Alkatib,  el  hagib  del  rey  de  Granada,  con 
quien  tiene  alianza  tu  Emir. 

Mi  señor  me  dio  licencia  para  hacer  peregri- 
nación a  la  tumba  del  Abbad.  Vuestro  Emir,  envió 
a  mi  señor  tse  pasaporte. 

EL  CADI 
Consultando  al  Imán).  La  orden  es  terminante... 


MOTAMID,  ÚLTIMO  REY  DE  SEVILLA  237 

: ■  'vr* 

EL  IMÁN 

(Después  de  un  instante  de  reflex.ón). 
—Libértalos,  Cadí:  pereque  los  soldados  des- 
truyan esa  tumba...  (Señalando  al  mausoleo)-  Así  acaba- 
rán, para  siempre,  las  profanaciones. 

(El  Cadí,  hace  signos  a  los  soldados  para  que  cumplan 
las  órdenes  del  Imán.  Aquellos,  se  adelantan  liacia  el  mau- 
soleo). 

PEREGRINO  1.* 

Imán:  Cadí:  Para  destruir  la  tumba  del  Abbad, 
todo  tendríais  que  sumegirlo  en  la  Nada.  Vosotros 
mismos,  sois  tumbas,  en  las  cuales,  enterrado  el  Rey, 
no  ha  muerto;  daerme  aún...  Sois  su  sepulcro  y  se- 
réis su  cuna  en  el  retorno  del  solsticio  eterno... 

El  imán  no  ha  muerto:  duerme...  (ElKatibmira 
al  espacio).  *La  luna  alumbra  el  cielo  inmaculado  y 
es  como  una  antorcha  su  doncella,  Orion.  La  comi- 
tiva de  las  Pléyades,  el  estandarte  parece  de  la  Rei- 
na, quien  al  cielo  encanta  con  su  blanca  majestad... 
¿Por  qué  embellecen  el  cielo  la  Reina  y  su  corte  de 
estrellas  que  por  el  occeano  azul  van  derramando 
lágrimas  de  luminosa  alegría?  ;Han  salido  a  velar  el 
sueño  del  Rey!— ¡Préndelas,  Cadí!...  (El  peregrino  ríe) 
¡Préndelas,  Cadí!... 

(Al  Katib,  el  peregrino,  ríe.  Y  empieza  a  descender  lenta- 
mente la  ladera,  volviendo  la  cabeza  de  vez  en  cuando,  para 
rairar  a  los  atónitos  vecinos  de  Agmat,  los  cuales  coronan  el 
altozano,  en  donde  los  soldados  armados  de  piquetas,  des- 
truyen la  tumba  arruinada  de  Motamid). 


fldverfencia. 

La  narración  se  inspira  en  la  historia  de  Abul-Kasim 
ofrecida  por  el  historiador  holandés  Dozy.  La  mayor  parte 
de  los  anécdotas  son  históricos.  Los  dichos  auténticos  y  tro- 
zos de  poema  subrayados,  que  se  citan,  los  transcribe  Abbas, 
del  cual  los  tomó  Dozy. 

El  narrador  para  componer  el  argumento,  se  ka  visto 
precisado  a  cometer  algunas  heregías  históricas,  tal  como  la 
supuesta  restauración  de  Medina  Azzahara  en  tiempos  de 
Motamid;  la  fecha  de  la  peregrinación  de  Azzamad  a  su  tum- 
ba, etc.,  etc. 

El  epílogo  está  inspirado  en  la  peregrinación  a  la  tumba 
de  Motamid,  llevada  a  cabo  por  Ibn-al-Khatib,  hagib  del  rey 
de  Granada,  dos  siglos  y  medio  después  de  la  muerte  del 
príncipe  abbadita.  Los  pasajes  subrayados  en  él  epílogo,  son 
trozos  de  poemas  auténticos  de  Motamid,  de  su  hijo  y  del 
mismo  peregrino,  tomados  del  citado  autor. 

La  narración  del  Beduino  en  el  Epílogo  se  expone  eon 
las  mismas  palabras   próximamente  que  aquél  atribuye  al  be- 
duino, sorprendido  por  el  cantor  andaluz  en  el  desierto. 


IDEIDIOA.TOK,IjÍ^ 

yí  JAaría  de  las  J^ngusiias,  quien  tuvo  un  vehe- 
mente deseo  por  ver  publicado  este  libro,  -Csta,  y  otras 
jnuchas  efusiones  de  la  vida  del 

AUTOR, 


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I 


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UNIVERSITY  OF  TORONTO  LIBRARY 


pg  Infante  Pérez,  Blas 

6617  Motamid,   ultimo  rey  de 

N43M6       Sevilla